PARA INQUIETAR TU CORAZÓN
En ella,
como en una cuna,
cabe todo lo por nacer,
y todo lo que ha muerto.
Chantal Maillard
Un
pájaro de fuego
se
agita a tu lado.
Lo
envolvente
no
está arriba
ni
ciertamente
abajo.
Es
el horizonte,
el
estar sigiloso del tigre
que
es tu mirada.
Mujer
cuyos ojos
has
extendido a otros.
Allí
también son míos y viven.
Ese
hombre
que
te dio la escritura
también
soy yo.
Esa
piedra
donde
encontraste los signos
de
tu angustia.
Hombre
y piedra.
Cabra
antes que cualquier cabra.
Lucifer el Hermoso
que
visita ahora tu tienda,
oh,
diosa.
Dame
el ardor de tu frente,
las
ratas de tu sueño.
Quiero
gritar, gemir,
menguar
tu soledad.
Mujer,
tú
que respiras
y
haces nacer el mundo.
Cree en mi muy infantil fidelidad,
en
mi deseo de animal divino.
Niño
que no se contenta con la parte,
sino
que anhela el todo del todo.
Apetito
poliamoroso.
Tú,
mujer,
redención
del hombre:
arena
movediza
del
mismo hombre.
Has
sido arrojada
y
también acogida;
ni
lo uno ni lo otro
dicen
lo que vales.
Tu
cuerpo:
santidad
amorosa
que
no declina.
Vuelve
de tu sombra
y
arranca la luz del mediodía
para
cantar al juego que canta
en
su mayor seriedad.
Te
pregunto, mujer:
a
ti que me desconoces.
Dime:
¿qué
fantasma
te
nombra todavía?
Vuélveme
a decir:
¿dónde
el agua de tu sed?
Reclínate
en mi pecho,
asombra
mi ojo,
mi
mano terrestre
que
te cubre.
Ven,
mujer…
y
cuida de no morir
antes de tu muerte.
Víctor Raúl Jaramillo
Tomado
del libro inédito: Palabras
como cadáveres