martes, 8 de diciembre de 2009

LA PALABRA DEL HOMBRE

Las dimensiones de la palabra se presentan en los ámbitos del sentido y fundan en el hombre cuerpo, realidad y mundo. La palabra es generada desde la imitación, se articula desde la profundidad del sonido; pero luego se abisma en el significado, en la polivalencia de lo semánticamente ocurrido y por ocurrir en los estados de lo que marcha.

El silencio es fuente que no declina, arremete vigilante ante el espíritu lingüístico y lo pone a prueba y lo aprueba. El silencio corrobora la función de la palabra, su conocimiento. Desmantela la metáfora y la induce a la lógica; pero al mismo tiempo desarticula la función lógica y la vuelve representación simbólica, mito, fiesta.

La palabra danzante origina el canto del hombre libre, lo orienta y lo determina. El uso de la palabra pone al hombre en la cima de las posibilidades de la naturaleza que, inmanente, observa la trascendencia de su hijo aplicado y dominador.

La palabra debe sangrar, debe ajustar cuentas con la trama en la que el hombre acostumbrado se ha involucrado desde la manifestación de su razón. La palabra debe ser un ejercicio de liberación, mas no de poder que limita la palabra del otro, su silencio.

El orden simbólico de lo que acaece, es decir, el mundo que se desarrolla en las consideraciones figurativas de la palabra, debe ser observado para posibilitar el acercamiento a un uso de manera clara, no desmitificadora. Esto es, con una conciencia que no frustre las emancipaciones del terreno de lo misterioso, de lo secreto.

Debemos nombrar el mundo para hacerlo nuestro, y, por lo tanto, acudir a la razón íntima que nos habita para acontecer en el orden propio y así lograr la escucha del otro. Porque es en el otro que nuestras palabras cobran vigencia, alteridad.

Poner en común interpretaciones variadas de lo que ocurre no es estar de acuerdo, ni siquiera compartir el mensaje directo, tal y como nos llega. Es crear un mundo que media, el mundo del diálogo, de la comunicación y la transmisión de la vida acontecida y soñada.

La palabra debe acontecer en el territorio de la vida vivida y debe llevarnos a una nueva forma de evidenciar el acto común de los hombres que aprenden de sí mismos y de la realidad. La palabra es denuncia, es detonante, es espejismo y simulacro. Por esto la palabra debe estar cargada de voluntad de crear, de mundos posibles.

En la palabra el hombre acude al origen, lo visita y lo comprende, luego se detiene en el acontecimiento que está en el presente y se fuga hacia el futuro, a construir su nuevo lenguaje, a ampliar su realidad.

Es por la palabra que el hombre tiene memoria del mundo, es de su acción dialógica que el hombre activa la razón de su ser y de su habitar. Es por la conciencia dadora de significado, por la palabra engendradora de participación entre los seres, que la visión de las cosas está cargada de condición creadora.

El hombre acontece en el lenguaje y la palabra es su andamiaje, su permanencia y evolución. Aquel que no tiene palabra no tiene mundo, en la medida de la representación y la adjudicación de la vida constante de los sujetos que habitan al sujeto que camina al ritmo de lo verbal.

Sin embargo, está el lenguaje de la proxemia, la kinésica, las estésias, que nos formulan en un ámbito gestual que colma la soberana urdimbre de los silencios que la palabra permite; esto es, el silencio que adjudica la acción misma de la palabra.

El gesto debe dar la entrada al sistema verbal, debe acompañar al habla. Lo que se dice debe ir de la mano de lo que gesticula, de la magnificencia de lo corporal, de la manifestación de la máquina que nutre el espíritu de lo humano.

La palabra es poiesis, es factum, es pathos, physis y episteme. La palabra es traducción, es sistema abierto e indeterminado que debe volar al sin fin de los días del hombre que intercede por la insensatez con gemidos que se pierden en la distancia. Su hálito es majestuosa dinámica de creación, de hecho, de padecimiento, naturaleza y conocimiento. La palabra nos libera del cadalso malsano de la ignorancia.

Los hombres son comunes, pero en la palabra acuden a un nuevo orden de identificación con lo eterno, que no es otra cosa que el hoy donde se construye la conciencia del lenguaje, del mundo.

La palabra es arraigo, locura, desenfreno. Al punto que nos dirijamos no será sin nuestro consentimiento. Con la palabra debemos tener atención, no distraernos. Aunque el accidente nos procura una alternativa, nos dirige a la claridad que debemos establecer en el camino. La palabra que es ese camino que nos nombra en el juego de lo existente.

El camino de la palabra está dirigido a la otredad, a la liturgia de la acción dialógica, de la simbolización que desenfrena el canto y el mostrar y el decir y la articulación cercana entre los seres. El diálogo debe estar de la mano de la comprensión, de la interpretación y de la aplicación que conllevan a un mundo compartido y fulgurante que desarrolla las voliciones de la subjetividad.

La subjetividad no debe ser arrojada al diálogo con predeterminaciones que sujeten la libertad y el devenir de éste. El diálogo es una construcción, una arquitectura de signos y símbolos y metáforas y conceptos. El diálogo debe nutrir las equivocaciones pues para eso somos libres, para romper el equilibrio de lo sujeto y errar y cometer equívocos que de alguna manera deben ser detectados para crecer.

El error es negar que estamos llenos de errores, como la visión determinista de los días que no nutren el diálogo sino la guerra y la estupefacción de un mundo miserable y decadente.

Las banderas de la palabra deben desplegarse, asumir su misión de encontrar vínculos entre los hombres. Acudamos al diálogo, sumémonos a la encrucijada de las interpretaciones que copulan para dejar en claro que la verdad es múltiple y nunca definitiva.

martes, 17 de noviembre de 2009

EL ALFABETO ELEMENTAL

A Iván Darío Toro Jaramillo
y María Elsy Quintero




A
Los días crecían poco a poco. Ella erigía su cuerpo diminuto y el volcán era un espejismo. No la volví a ver. Pero, qué más da. En otras tierras estará sembrando lo que mi agua no pudo. Después de ella otra, y otra... otra muerte que vuelve y que nace en mi costado como serpiente que inflama la noche.

El dios dijo su palabra, y estalló en infinitos sentidos. Los hombres creen comprenderlo. Creen tener la voz en su voz. Olvidan su propio pie, la huella que no podrá ser igualada.



B
Juntos vamos, libres somos. Sentencia del poeta. Ya la hice notar en otra escritura. Vamos por la vida, la única posible para nuestra comprensión de hombres. Pero libres de manera tal que podemos unir los hilos de la red que nos da el sentido.



C
La que vigila me mira, la mirona, él ya lo dijo. Todos lo han dicho. Pero qué otra cosa sino repetir para aprender. Olvidamos fácilmente. Guerra tras guerra. Amortajados ya y gritando lo mismo otra vez. Muerte.



D
Ave guerrera que viaja por el infinito. Algo que no podremos. Reptar o volar. Sólo eso. No podremos. Observar, guiar nuestra barca por los ríos de la sangre. Sí. Y observar nuevamente, y callar.

Luego escribir la sinfonía del origen, de nuestro cosmos agigantado que deambula por el mundo. Transitando cojos si no abrimos nuestros ojos a la moneda completa. Al cubo perfecto, a la pirámide de los siglos, al cilindro que abarca los círculos sucesivos.

La esfera, señores, la esfera. La dimensión de los hombres hermanados en una sola alma que se pluraliza y difiere y antagoniza. La esfera de las partes que conforman un todo que es. La vida señores, y sus muertes como bastones para el camino tortuoso.



E
Otra voz. Otro canto. La suma de los ritos que dejaron en nosotros los que ya son polvo. Este instante va ya a la espalda del mundo. Otra pupila entra en las dimensiones de lo vivo.

Después de la vida el gran silencio de nuestro yo. Después de la guerra el vino que embriaga lo perpetuo.



F
De nuevo la casa ha quedado sola. Esta casa que inunda de rencor y de ira. Esta casa donde los soles detienen la luz del dios. Y la prolongan en miles de rayos que los niños juegan.

Es otra vez la conciencia de un vacío que ya nos dejó mudos un tiempo. Un instante de varios años. La conciencia de la conciencia y no sólo la conciencia de estar ahí sembrados en una tierra que describe el amor que nadie conquista. Conciencia de la conciencia o lucidez o imperio terrible de lo humano.

El dios habita como un extranjero. Unos lo injurian, otros lo abrazan. Quiénes cantaran con él.



G
El dios es los dioses. Cada uno en su unidad como fragmento que estalla y devuelve la cifra a su origen. Partes que se unen para el todo que canta. En su silencio primordial. En su bosque de almendros.

Los hemos matado y es un suicidio. Hemos caído y así dejamos atrás sus miradas constantes.

Los dioses o el dios que todos exhalan. Hálito de entraña que pudre la luz de un retorno a la piedra. Corto y rápido como la vida misma, este mágico despertar nos olvidará.



H
Humo en el agua, la espada del dios brota como una flor viva.

Ante ti el regreso. Una y otra vez el volver de los que se han ido ya y se anclan en nuestra memoria. Quizá espíritu. Tal vez voz, eco de batallas que padecimos en otro tiempo.



I
Qué es lo que traen sus manos cansadas. Qué es lo que dicen sus ojos de otra tierra. No sé. Terminamos por olvidar. Finalizamos la vida para entrar en un agua mansa. Como en la vida, un gran sueño nos acoge.



J
Su risa vuelve de vez en cuando. Se agita en mi memoria. Es entonces una luz que me conduce. Es el dios del tiempo que vuelca el dolor en alegría.

Él retorna desde su silencio profundo. Para reír y verme agónico ante un mundo que sombrea amor, que latencia vida.

Pero qué ofrecerle de mi enquistada permanencia. Qué de mi nutrido vacío que lo habita.

El dios regresa y yo hablo con él largo rato en la noche, viajamos a la ausencia pura, tomamos vino en la taberna. El dios baila con las chicas y me invita a un cigarrillo. Estamos un tiempo juntos y luego de una gran carcajada, desaparece.



K
Igual que en otras ocasiones una mujer me atrapa. Su jarra de vida se vuelca sobre mí. Caminamos por los senderos del dios. Y éste ni se inmuta. No se lamenta si comemos de todos los frutos. No se irrita si la serpiente nos cobija.

Este dios es una diosa, y sus collares son cometas que van cruzando el cielo en silencio. Este dios es un tigre, y su vaho calienta la noche que le da de comer. Delfín, águila, este dios nos encuentra haciendo el amor y no envidia nuestro fuego. Agua o tierra, viento que cruza mientras la mujer y yo vamos por el camino.



L
Antes que antes qué podrías ser. No sé. Algunos nombran al dios. Otros el silencio primordial. El vacío o el caos, la ausencia absoluta. Nada. Y qué de nosotros ahora, al filo de la caída. Como el tiempo en la mano de un primate.

Qué de nosotros que vamos trastabillando por el mundo sin reconocernos. Ahora en el vértice de una piedra que otros niegan. Ahora, aquí, en este tiempo, en este espacio que es el instante de un universo que cae.

Dame tu abrazo, ven y limpia esta lágrima de otro tiempo, este pez que fui, esta cerbatana que nada por el tiempo desde que nací para el tatuaje de la muerte.

Ven y acaricia mis párpados con tus labios. Que tu lengua roce mi sexo. Que tu sexo sea un bucle de estrellas. Que las estrellas aniden en mi cabeza. Que tu cabeza descienda hasta mi corazón. Que tu corazón imante la voz de los siglos. Que haya un siglo donde paz y vendimia sean el baile de los hombres. Que hayan hombres que canten el dolor ineludible. Que el dolor no nos deje atrás y asista a nosotros la transformación.

Ven, descansa en mi pecho antes de ser el silencio profundo que habitará mi sueño. Sube en mi hombro y otea el mundo. Llora si quieres. Pero ven y palpa esta noche en que el dios me visita.



M
Poco a poco. Lentamente. Sin prisa, el mundo se borra para que lo escribamos de nuevo. Venimos, llegamos, vamos también. Pacientemente, como la parábola y el cometa que por ella transita.

Cuántos millones de años nosotros aquí, y el instante de una hoja que cae la muerte definitiva. Muerte que a cada uno pertenece. Muerte que otros asisten para recordar su vaho infinito.


N
Escritura de las cosas. Escritura del mundo. Escritura del yo. Dónde hallar tu mano que franquea la noche. Estás aquí, en este instante, y me doblo como una vara mojada. Aquí, ante ti. En la noche en la que el tiempo retorna y busca mi escritura. Donde me creo. Donde desaparezco.


Ñ
Me repito. Aunque sepa que la repetición cansa. Pero, para qué evitar la repetición. Para crear. Cosa que no hace el suicida. Que no evita la repetición ni la pérdida de algunos males. Evita todos los males de una vez. El dios lo acompaña. Y no lo sabe. Pero puede ser una solución. Allá va, en su viaje al vacío. Cerrando unos ojos que no volverán a ver.


O
Orgía de dioses la casa del dios. Mito que deviene principio de lo viviente. Altura y abismo. Asombro que estalla en nuestra memoria y acude en colisión con nuestra vida detenida.

Metáfora como mentira que de uno u otro modo crece en la verdad. Dinamismo que conjuga las voces de una comunidad que habita las redes del tiempo.

El dios y su amor en las manos de quien escribe. El dios y su ira en una tierra que tiende a desaparecer.


P
Gutural camino de coros que imantan a la juventud. Música que se anuncia como el despertar de una tierra compleja e inaudita. Guitarras, tambores, trompetas que crecen en la mirada del dios. Detonante palabra que gira en torno a tu cuerpo. Inmediatez de una vida que conjugada en tiempos vivos cae. Tiempo que fluye en espirales. Salvación y conquista.

Éxtasis.



Q
Me sueño y en el sueño soy. En el sueño de un dios que transparenta mi vida. Aquí, ahora, en el único origen posible. En este instante de sol morado que inaugura mi sal.

Me sueño y en el sueño vivo. Qué es lo que a fin de cuentas construye mi mano. Qué es lo que después de mi ausencia pura la vida tomará de mi canto. Quiénes bailarán al ritmo de mis palabras.

Ahora soy yo. En este instante de origen que inaugura el tiempo. Cada momento un nuevo momento, otro origen, el verdadero.


R
El árbol que está ahí. Ese árbol que ves. Ese árbol no es el árbol.

Esa savia escasa. Esa savia demente. Savia abierta, desmesurada. Esa savia está en ti.

Unidad mutua. Imperceptible temblor que deja tu cuerpo cuando es fuente de deseo. Cuando el deseo por otro cuerpo lo arroja. Corroborar en el ser. Nombrar el cuerpo deseo de tu deseo en el momento en que te desean.

Abre las manos y siente el mundo que llega con el viento. Cierra tu mano y siente tu centro. Siéntete como árbol. Como savia, como deseo.


S
Voluntad pura. Cara a cara. Cuerpo a cuerpo con el dios que nos imanta. Soledad, apertura al ser del dios que llega y nos ha buscado hasta darnos la mano.

Camino que se hace en el momento mismo en que caminamos. Camino que no ha sido heredado. Que no podrá ser heredado.

Nos contenemos y por eso somos inocentes. Otros se arrojan, crimen perfecto. La mirada como tacto, el acorde como función. Acércate, utilízame. Ven y corre sobre la playa de mi cuerpo. Hallarás tu propia mirada. Encontrarás tu temblor y tu fiebre.


T
Fragmentos. Diásporas y despedidas. Encuentros. Tragedia del vivir que no cesa. Felicidad que llega como llaga y bordea el horizonte y nos devuelve a las máscaras del dios.

Felicidad que apunta en nuestra mente y en nuestra alma y en nuestro dejar siendo lo que somos.

Felicidad y aprendizaje de una vida abierta y fracturada y atomizada en bucles de arrojo y contención.

Fragmentos del dios que caminando nutren su aliento. Brillo de piedra. Nombre que recoge. Ausencia que somos cuando nombramos su oración. Todo que es nada y nace en el momento mismo en que muere.


U
Libro abierto aunque no leamos, la vida.


V
Llaga que llega. Dolor que nos encierra en nosotros. Sufrimiento que nos despierta a lo que acaece. Padecimiento que es función de dolor y sufrimiento. Conquista. Asombro.

Muerte nacimiento del pensar. Muerte estrella que nos lleva. Muerte geiser de ataduras que desandan los caminos y crujen en el vientre de la tierra.

Memoria viviente. Memoria creciente de deseo y de ruptura. Memoria que acogemos para unirnos con lo vivido, para desorbitar lo habitable, para conjugar los tiempos.

Otra vez tú. Y tu risa que invoca la travesía por el mar.


W
Sombra de mí mismo. Ausencia que petrifica mi yo. Luz de la poesía. El poema me habita y luego habita el mundo.

Espera de la noche, herida del día, tiempo que se pierde y canto unión de las orillas. Oración que asciende, abismo del caer a la cima. El nombrar es el constante aparecer.


X
Finitud que nos abarca. Ya estela de luz que silba. Disuadir el tiempo. Congraciarse con el dios. No ahora. Matrimonio sagrado que comienza en el silencio y termina en su espejo.

Desnúdate dios, frágil dios pequeño.


Y
Y los demás en su vivir la vida a dentelladas. Destrucción que ya ha sido mía. Nuevamente renacimiento. Canto amoroso, comienzo, y otra vez, el alba.



Z
Me atrevo a creer en las ruinas. Dice la que no se ausenta de sí. Y quizá sea mi mismo canto. Al igual que el de cada alma. Todas las aguas, todas las almas una sola alma. También al otro sin lo otro de sí.

Despierto en la oración silenciosa al dios que llevo en mí. Al otro lado de mí, en lo oscuro que me da la palabra, la luz del poema. No buscaré de mí, errar sin error. Descreer. Por utilidad, por necesidad. Descreer en esa casa que otros han dado de sí en nombre del dios.

Fuera de mí. Antes que en mí. Después otra vez la noche. La nada. Y comenzar a creer. En nuestra propia existencia. Construir. Crear.



Mis actos no son de escisión; mis actos son de unión;
y sólo permitiré el acceso y la participación a quienes sé
que consolidarán con ello el respeto y el aprecio
por quien conmigo está.

Chantal Maillard

sábado, 14 de noviembre de 2009

PALABRA Y PADECIMIENTO

Todo depende del hombre
Víktor Emil Frankl



La filosofía es una terapia
Ludwig Wittgenstein


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Esta defensa no es un ataque. Jamás he creído que la mejor defensa sea el ataque, aunque la defensa deba estar enmarcada en la acción. En este caso en la acción de la palabra.

Para una verdadera reflexión filosófica debe el sujeto sentarse en su soledad, o bien, en el silencio de los demás, que es casi lo mismo. Pero después de precipitarse en la búsqueda, que la palabra se anime y convoque a la acción, que se aproxime a la escritura o al discurso, que vivifique el pensamiento que va y viene como un péndulo que nos muestra la naturaleza de las cosas, para que hablen, porque las cosas por sí mismas nada dicen.

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El hombre como ser, es decir, luego de dejar su primer estado de naturaleza, accede al lenguaje; accede al rito, a la magia, al canto, a la danza, a la manifestación mítica y a la fiesta. Luego, y como un ser que se separa del vientre del mundo, se afirma en la significación que la palabra elabora para que él pueda establecer su íntima relación con la realidad. Esta relación está instaurada por el lenguaje, por la palabra, y es ésta la que propicia puentes de acercamiento y distanciamiento, porque el hombre también se separa de la realidad para crear otra realidad que se conjugue con ésta. Crea entonces el mundo de lo real, de lo íntimo mismo que yace en su interior y allí acoge su ser.

Este ser está fundado en la palabra: en la acción creadora y transformadora, en la acción purificadora y conciliadora, y al mismo tiempo en la acción mimética y eclipsada de la palabra. Por esto el desentrañamiento del mundo en el desentrañamiento de la palabra. De su estado polivalente y metafórico que se une al sentido de las cosas. El hombre es un ser de palabras y esto ya nos lo dijo Octavio Paz. Es un ser de acción verbal y de representación. Pero también de silencio. Mas no únicamente de silencio soterrado e ignorante, sino de silencio aguerrido, de la fuerza y la sabiduría de su presencia.

El hombre habla y al habla le dedica la manifestación del mundo, y claro, su ocultamiento; porque hablar es clarificar y también anudar, enlaberintarse. Quizá por esto Wittgenstein decía que la claridad no es suficiente y, además, que de lo que no se sabe es mejor callar. Esto es, el hablar no sólo implica la claridad, la comprensión, sino que exige conocimiento. Y ese conocimiento funda el habla que a su vez funda el mundo. En palabras heideggerianas, la palabra crea la acción del hombre y de allí la apertura de la tierra y el levantamiento del mundo, lo que llamamos experiencia de mundo; porque la experiencia es conocimiento. Por esto el mundo que se nos revela una y otra vez en su involuntario ofrecimiento, es el único mundo posible en su multiplicidad y su permanencia: en su inmanencia y trascendencia interactuantes que producen camino, visión, espíritu.

Pero volvamos a la claridad del habla, al lenguaje y a la comprensión: Gadamer ya nos decía que hablar es hablar a alguien y que esto implica la comprensión, la intervención común: el campo de acción que los hablantes anteponen al acto del habla. Pero hablar claramente supone establecer casi una literalidad: la metáfora no nos acompaña en el momento de la comprensión unívoca, de ahí que el lenguaje sea equívoco; entonces, ¿cómo comunicarse? ¿Será posible dicho comunicarse? ¿Alcanzaremos la comprensión del habla? Tal parece que la palabra definitiva nos aleja de la pluralidad. Por esto es recomendable en muchos casos andarse con rodeos, repetir, interpretar y sobreinterpretar para vislumbrar así los posibles significados, los posibles sentidos. En palabras nitzscheanas, acceder a la rumia.

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El filósofo que pretenda activar la “curación” por la palabra, debe acceder a la experiencia del otro. Revivir esa experiencia y caminar de ida y vuelta una y otra vez por los lugares que esa experiencia plantea. Debe recorrer al otro en sí mismo y devolver al otro su propia participación del mundo, hacerlo consciente de su propio conocimiento. Invitarlo al autodescubrimiento, a la autocomprensión. Al rodeo, a la rumia de su propia experiencia, para así devolverle la función de hombre que se relaciona con la realidad a pesar de construir el mundo real de la intimidad y habitarlo. Porque el mundo no está por fuera pero tampoco definitivamente por dentro.

El filósofo que acentúa su tarea como terapeuta debe activar su humanidad, esa que nos pertenece a cada uno de los hombres vivientes. Debe activar su libertad, y por ende la responsabilidad. Pero esto después de aceptar la conciencia y el submundo de la conciencia que con la experiencia del mundo lo advierte y lo revela. Para esto está la palabra, su vocación. Es decir la manifestación poética de lo que acontece. No una manifestación que ingresa en la imagen, sino que también en el pensamiento; una manifestación que nos permite el diálogo con el origen y, por lo tanto, con los estados primeros de lo que llamamos nuestra propia naturaleza: la naturaleza humana.

También es necesario el símbolo, su interpretación. La situación conciliadora de lo mítico que engendra el movimiento de lo sagrado en la escritura de lo que permanece oculto, en el carácter subterráneo de nuestra historia. Porque lo sagrado al revelarse se funde en su propio cuerpo. De ahí que al revelar al hombre su humanidad, el filósofo engendre lo sagrado. Por eso repito con Wittgenstein que la filosofía no es teoría, sino actividad, o al menos más movimiento y transformación que texto sistémico.

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Digamos ahora que lo que le interesa al filósofo no es el diagnóstico de cierto tipo de patologías, ni la puntualización de las acciones erráticas que se desprenden de la neurosis que todos en algún nivel poseemos. No, el filósofo sólo es un puente, un medio que interactúa con la visión endógena de la persona que lo visita. Es presencia que otorga y abarca en el momento mismo en que el hombre expresa y comunica su mundo. Otorga ese silencio del que se empinan la contemplación y la comprensión y por eso abarca lo expresado procurando caminos, alternativas para que el otro señale e interprete su razón de ser en el ámbito de lo humano. De ahí que la hermenéutica ofrezca un soporte para el filósofo que se arriesga a la Terapia Dialógica, a la “curación” por la palabra. La hermenéutica filosófica y la simbólica, entrelazadas con la conciencia poética para desarrollar así una voluntad de crear que apunte a una apertura de los horizontes de la persona que visita el Consultorio Filosófico.

El filósofo no busca curar ni solucionar ni salvar. El filósofo sólo se ofrece para desentrañar el conocimiento del mundo y sus cosas y procurar así un punto de apoyo que después de ser observado debe ser abandonado para asegurar la propia comprensión de lo que acontece. El filósofo debe cuidarse de orientar y de dar consejos, debe evitar las preguntas que conducen a su propia verdad, es para descifrar su propio mundo que el otro llega donde el filósofo. El filósofo terapeuta es un traductor de las manifestaciones del mundo y por lo tanto es singular y complejo y ve en el otro un mundo singular y complejo. Por eso no lo espera con circunstancias a priori, ni opera de antemano en tests que naufragan en el momento de acercarse a la razón íntima del pensamiento.

Su campo de acción es el conocimiento; es decir, el alma. El filósofo que atiende a la Terapia Dialógica acentúa su experiencia del lenguaje, su actividad conciliadora y al tiempo la función entrópica de su propósito. El filósofo escucha lo que nadie quiere decir y dice lo que nadie quiere escuchar. El filósofo es espíritu que habita el mundo, es lo real mismo advertido en lo recóndito de nuestro pensamiento.

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Ya hemos visto qué puede ser un filósofo que activa su praxis como terapeuta. Ahora veamos qué puede ser la filosofía. El nacimiento del hombre es el nacimiento del mundo, del que es posible hablar, de aquel que permanece en silencio, pero que por la presencia del espíritu humano, se intuye. El hombre en su principio es naturaleza, participa activamente del mundo; luego es ser, y comienza a entrar en su propio mundo, inaugura el nombrar de las acciones que en su interior se manifiestan. De allí la filosofía; esto es, la filosofía es el reconocimiento que el hombre hace de sí mismo. Ahora bien, estoy hablando de una filosofía, y recalco, que es más actividad que teoría. De ese modo la filosofía se convierte en motor vital, en consideración sensible, en pensamiento y cuerpo de lo puramente humano que puebla la tierra.

La filosofía es la que abre la puerta a las acciones del hombre que se relaciona con la realidad sin perder su propia realidad; es decir, sin comprometer fatalmente su ser. Sin ocasionar la ruptura entre el ser y el mundo. La filosofía es abismo y cima, es acción voluntariosa que ejercita el espíritu del hombre. En la actualidad la filosofía parece retomar el rumbo: se piensa como actividad que cree de nuevo en el hombre; ha recuperado la forma plural en la cual se advierten los acercamientos al conocimiento. De esta manera la filosofía se establece como un centro múltiple para el engrandecimiento del espíritu humano.

La filosofía participa del momento vivido, del instante, y participar del mundo sin su presencia es darle vía libre al estado durmiente del hombre, es acrecentar el alejamiento del mundo. La filosofía es una experiencia, una actividad vivificadora. La filosofía es un nuevo mundo en los comienzos del mundo. La filosofía es la práctica liberadora del pensamiento. Pero esta liberación debe estar acompañada de movimiento, debe estar dirigida a la transformación, al hecho de estar en el camino en sus múltiples vertientes. Porque seguir en el camino es darle curso a la actividad del pensar, es sustantivar la acción sensible, es permitir la profundidad de lo humano en torno a las manifestaciones de lo que ocurre.

5
La filosofía es un viaje, es la acción manifestante de lo que retorna y se encabrita con nuevas significaciones a través del pensamiento global en su plural designio y condición. Pero el viaje de la filosofía no es únicamente concepto, sino también imaginación, impregnación simbólica y ante todo especulación que conduce. El viaje que se desprende de la mano del lenguaje: el viaje y la vivencia como el verdadero hecho de la palabra, del diálogo. El ir y venir de un lenguaje común sobre las acciones en que nos ocupamos, el establecimiento de un orden, la propuesta de un estado, de una situación, de una idea. De ahí que muchas de las alternativas de acción estén enmarcadas en el involucrarnos con nosotros mismos.

La cercanía a nuestra palabra arroja una participación hacia lo vivo, hacia lo continuo, y esto significa ir de la mano de la realidad, estar en relación íntima con lo que en nuestro interior se desenvuelve y manifiesta, ser patentes, directos, no soslayar aquello que desencadenamos en nuestra cotidianidad. Ya Jung había dicho que nuestro gran pecado es no ser conscientes. Eso quiere decir que en nuestra vida diaria no deberíamos asistir inconscientemente al mundo, que si bien lo que se nos muestra desde lo oculto de nuestra conciencia debe participar de nosotros, no debemos sujetarlo y permitirle guiar de una manera contundente nuestra vida. Aunque Cioran aseguraba que el exceso de conciencia es una forma de profanación; esto es, que desentrañar de forma total el sentido íntimo del mundo propiciaría su perdición.

La relación de nuestra mirada del mundo debe partir del hecho de nuestro autodescubrimiento, de nuestra autocomprensión. El lenguaje que nos abarca es un lenguaje al que llegamos, es la unidad de los hechos y las cosas que se anuncian en el mundo. Aunque para Nietzsche ya no haya hechos, sólo interpretaciones. Cada uno de nosotros le da un carácter, una figura, una imagen al mundo. Cada uno tiene una idea y a partir de ahí, una representación de esa realidad en la que nos establecemos como actitud y conducta. El mundo es la vida, la aceptación de nuestros pensamientos, de nuestras palabras, de nuestras acciones.

Nuestra vida, su experiencia, se concentra en el conocimiento, en el asombro, en la percepción del mundo: se desarrolla en el transcurrir de las cosas, en el ir y venir de los cuerpos que se transforman en el viaje. Un viaje que conforma de uno u otro modo, la línea que continúa el horizonte, la visión que se presenta en el laberinto.

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La condición de la historia, imagen de algo, imagen de un sentido, viaje múltiple y su símbolo. Las relaciones de los signos que se aprenden en el tiempo, en el hecho de las palabras, la posición puntual del silencio, son la medida del movimiento, del cambio, de la búsqueda con la que se identifica el viajero mismo.

Nacer y renacer en el vuelo de la imaginación que es otra forma del viaje, su proyección; porque el viaje es evolución y en él se preparan los seres para ir de un lado a otro, para la extensión y la contracción, para hacer del encuentro con nosotros mismos la salida del espacio encadenado y superarlo para liberar el ser, para dirigirnos a la cima, escalando en el sueño esencial, llevando a la concepción de la existencia el camino que va desde lo oculto hacia la luz. Manifestación de lo que se busca, dirección de las cosas, adopción de las condiciones de la propia vida, reflejo de su realidad hecha pensamiento en el acercamiento al universo.

La fuerza del destino imprime características que sitúan al viaje desde el primer momento en que se piensa. El viajero atestigua así, un viaje que se antepone al hecho concreto del viajar; esto es, antecede a la acción. El viaje es un canto que se muestra de diferentes maneras, el viaje es la respiración que se nos permite en la acosada vida acostumbrada de lo mismo, es bailar de puntas en conjunción con la escritura secreta que representa su propia aventura; una forma natural del hombre, la revelación de su acontecer, el movimiento cercano de su espíritu en el devenir que lo une y lo separa al canto que nos ocupa. El viaje es ante todo una actividad creadora, una epifanía, un recurso de la intuición poética. El viaje es identificación con nosotros mismos y con lo que nos rodea, participación, descubrimiento.

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Existen varias maneras del viaje que a mí particularmente me interesan en la medida de su relación con lo que algunas personas me expresan cuando me visitan. Pero esencialmente dos: la locura y la fantasía. Doy paso pues a describir lo que entiendo o conozco de estas dos manifestaciones o estados.

De uno u otro modo nos acercamos a la locura. Mediamos con el mundo para que su mano no nos sujete en el ir y venir de los días. Buscamos fuentes tranquilas, paisajes que no ameritan mucho esfuerzo, oficios que no nos obliguen a romper los hilos conductores de la razón, de la lógica, de la conciencia inquebrantable de nuestras acciones.

La locura es abstracción, desquite desmesurado de la realidad, de lo fáctico presente. Su movimiento nos empuja a las calles, nos priva del hogar, nos arrebata el vientre. La locura pelea con nuestras madres, rompe los vínculos con las normas que son posiciones estrictas cargadas de afecto, quiebra la ley que es la prohibición autoritaria que merece perderse, ataca al padre, golpea al semejante. Pero ante todo hiere como un castigo la voluntad del hombre libre.

La locura es una violencia que nos precede, está en nuestra tierra desde el momento en que se asesinó el paraíso; es decir, en el momento en que olvidamos que estamos en él y que es caótico y que se desmiembra a cada instante como una lepra que la tierra cuida. El paraíso está en el mundo y se repite y se manifiesta tantas veces que no hay duda de su presencia, paraíso violentado, felicidad adolorida que nos muestra y nos dice la locura en los días en que amamos. La locura es guerra y por otras voces sabemos que la guerra es fiesta, por tanto, la locura también es fiesta, regocijo, construcción en el vacío, felicidad de evasión, conciliación de la cosa desnuda. La locura es representación congestionada de lo que nos ocupa, es pensamiento disperso y levedad.

Enfatizo: “felicidad adolorida”, “felicidad de evasión”; entonces, ¿la felicidad qué? Los hombres buscan la felicidad. La felicidad es el amor, es el diálogo libre con el mundo, la cercanía a los sucesos que enmarcan la historia no definitiva de los hombres; es decir, la apertura a la razón continua del espíritu humano que establece una intencionalidad en el movimiento de su voluntad de crear. La relación del espíritu humano con la naturaleza asegura la felicidad de sabernos parte de lo creado o expandido o difundido o craneado, entidad protagonista en el desenvolvimiento de sus acciones. Por lo tanto la correspondencia entre naturaleza y espíritu humano, debe ser una correspondencia íntima, abierta, compartida. Y así expresará la felicidad en el movimiento de los días en que el hombre decide abandonar su guerra contra el mundo y acentuar sus vínculos amorosos para darle una trayectoria de origen a su porvenir.

La felicidad está en la libertad como hecho, en el instante supremo en que atendemos al otro que nos habita y le damos la continuación de nuestra voz. La felicidad está en la gran meta donde nos acercamos al hecho de la comprensión de lo que somos y representamos en el mundo. También comparto que la felicidad debe ser concebida como lucha, como conquista, como búsqueda y como trabajo.

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Pero venía hablando de la locura para dar paso a la fantasía. La fantasía se extiende desde un mundo mental hasta la atmosfera de lo inexpresado, se aproxima a otras formas del habla que permiten las ampliaciones del sueño, de lo imaginario, del símbolo.

La fantasía abre puertas para desestabilizar el mundo de lo puramente racional, de lo sujeto, de la visión restringida a la lógica convencional, a la convergencia. La acción de la fantasía interviene en el orden de los estados y las formas que se intercomunican para darle una dirección al mundo; magnetiza con su duende poético la óptica ofrecida por lo establecido, las fórmulas de los sistemas estructurales del intelecto, de la sensación, de la percepción, las dimensiones que sin sus alas regresarían a la raíz del estado complejo de la nada.

La fantasía es una risa abierta que se traga el mundo y lo desarrolla y lo recrea y lo devuelve de nuevo a las impresiones de nuestra palabra, de nuestra interpretación. Todas las funciones divergentes, todos los descubrimientos, se deben en gran parte a la actividad de la fantasía, de su mano cantan los niños eternos que habitan el mundo.

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He dicho en mi tesis doctoral que en el Consultorio Filosófico lo que se hace además, es un estudio del pensamiento a través del lenguaje y que está enmarcado en la búsqueda de una voluntad de crear. Ahora, desarrollar o permitir la presencia, después de nutrir nuestra vida con relaciones vivas de nuestro espíritu, Que no es otra cosa que nuestra razón, es darle vía libre a nuestra voluntad de crear. Es permitir la acción abierta, los vínculos con lo sagrado. El hombre que activa su presencia como protagonista en el mundo, es un hombre ligado a la responsabilidad que su libertad implica; es un hombre que asegura para sí la vía de las múltiples formas de entrada y salida al autoconocimiento, es un hombre que edifica su espíritu a partir de la comprensión de sí mismo y del mundo.

La voluntad de crear nos une con la voz primigenia donde el hombre encontró su lenguaje, su naturaleza. Nos conecta con la herencia aún no perdida de lo existente. La voluntad de crear nos propone como parte protagónica de lo vivo, como acción duradera de lo que acontece en la Tierra. La voluntad de crear nos une con la conciencia poética, nos une al duende que se manifiesta en el tiempo de nuestro autodescubrimiento.

La voluntad de crear nos abraza mientras abrazamos lo vivo, lo puramente existente en nosotros y en el mundo, mientras activamos nuestra conciencia poética y entonamos los cantos con nuestra comunidad; esto es, con la comunidad del mundo, con el gran cuerpo vivo que es el planeta a punto de desaparecer.

Pero ustedes me dirán: allí hay más poesía que filosofía. Y es posible. Mas ¿la poesía se ha nutrido de la filosofía o se hace filosofía con la poesía? Esta podría ser una buena pregunta, pero puede que no nos diga nada como verdad ya que, como han dicho algunos, el hombre no es la verdad y la poesía y la filosofía son cosas de hombres.

Lo que sí es necesario afirmar, es que ambas se nutren y oscilan en un mundo simultáneo. La poesía debe activar la reflexión, la búsqueda de una mirada que integre imagen y pensamiento, no la mera descripción; y la filosofía debe incluir la metáfora, la alegoría simple donde se involucra el símbolo. Pues sabemos con Paul Ricoeur que el símbolo da qué pensar, posibilita una racionalidad que, convergente o divergente, apunta a las manifestaciones de la humanidad; esto es, a la acción del hombre en relación íntima consigo mismo, con los demás hombres y con el mundo. El inicio sobre esta reflexión sobre la humanidad está pues en la imagen y en el pensamiento, donde se muestra o se dice, y también donde se muestra y se dice; o sea se canta. Filosofía y poesía van de la mano, en su balsa viajan los hombres libres.

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Ahora bien, sustentar la filosofía como medicina es una tarea que varios han realizado tanto desde la psicoterapia como desde la filosofía misma. La filosofía, nos incitó Kant, debía servir para curar el alma, tal como lo proponía Epicuro, tal como lo había implementado Antifonte de Atenas después de poner un aviso en su casa que invitaba a las personas de Grecia a visitarlo para calmar y superar sus males a condición de establecer un diálogo abierto, un enfrentamiento reparador.

Muchas son las preguntas en torno a un Consultorio Filosófico: que si tiene un método, que cuáles personas pueden visitarlo, que si uno habla y ya, etc... la palabra es vínculo, es puente, es mediación, y, entre otras cosas, es dadora de sentido. La terapia dialógica, que está sustentada en la palabra, tiene un método en la medida en que el método es un camino; pero este camino es plural y puede dirigir al lugar insospechado, a la duda, a la sombra. Lo que si hay que tener en cuenta es que el filósofo terapeuta debe acercarse al otro con todas las posibles miradas para observar las representaciones de aquel que lo visita y así procurar una endija, un ojal, un parpadeo para inaugurar un nuevo salto al mundo, una nueva salida de la caverna, una nueva entrada a la realidad donde los días se abren como nacimiento, como expresión íntima que recupera el tránsito de lo existente.

Las personas que se pueden acercar al Consultorio Filosófico, están descritas como personas que tienen problemas para relacionarse con el mundo, que han perdido el sentido de la vida, suicidas en potencia, personas con depresión, con angustia y crisis o vacío existencial. También y principalmente se trabaja sobre la incapacidad para el diálogo. Se ha planteado la aproximación hacia los pacientes terminales. Y esto porque el tema de la muerte es muy recurrente y enfrentarse al hecho de morir es un hecho filosófico. Es por la conciencia de la muerte que el hombre comienza a expandir su pensamiento, de ahí la filosofía.

Para el caso Hablaré un poco de lo que la muerte significa para mí y de que forma la he pensado a través de las diferentes consultas que se han desarrollado en torno a ella: enfrentar el milagro de la realidad, es enfrentar el milagro del hombre. El nacimiento de lo que acontece se viene dando desde que el hombre dio alternativas sobre dicho nacimiento. El hombre es hombre porque serlo es su costumbre. El hombre muere porque tiene conciencia de la muerte. Su inmortalidad está sujeta a su acción, a su palabra, a la experiencia del mundo que se le ofrece. Ir más allá de la muerte es permitir la presencia de lo sagrado en el hombre, es entregar al futuro nuestra creencia, es activar la permanencia de los días donde nuestro espíritu es la memoria de lo que queda. A dónde iremos es cuestión que interroga nuestra intención de seguir.

El hombre crece y desarrolla su voluntad de crear, a su favor experimenta las múltiples razones de la existencia; pero qué le espera, es otro juego del lenguaje, es la ampliación de ese lenguaje, es la ampliación del mundo. La virtud del hombre es prepararse para morir, activar la conciencia de su finitud; sin embargo a través de los días se manifiestan hombres que han superado esa finitud porque la consideran una arbitrariedad, y por lo tanto, exigen continuación, permanencia. Quizá lo que buscan es perpetuarse en el otro, en la conducta y la actitud de su semejante, espejear el infinito en el cuerpo, en el recuerdo del que queda. Pero ahí está el tiempo, ahí el olvido. ¿Quiénes podrán ir más allá de su conjuro?

Hay que morir de frente, asumiendo el abrazo amoroso de la despedida. Aceptando el encuentro que nos une con la muerte de los que nos rodean, sabiendo que unos mueren antes y otros después. De nada sirve escondernos de la muerte, la propia o la ajena. Permitir que la muerte se quede por fuera es ocultarnos de la conciencia universal, del hecho natural, de la confirmación de nuestro carácter humano y por ende finito. El hombre es un ser limitado, incompleto y sólo traduciendo la vida en el tiempo con su reflexión sobre la muerte, harán que éstas se unan y al mismo tiempo constituyan, junto al amor, un equilibrio para el hombre que por temor a la muerte, muere. La angustia que nos aleja de la existencia, de la realidad de estar ahí en el mundo, hunde las posibilidades de comprender nuestro destino: el de conocer la muerte mientras vivimos. Hablo de ese ejercicio al que se han referido algunos filósofos y es el de preparar la muerte, el de aprender a morir. Anticipar la muerte es liberar el hombre solitario y, por tanto, enfrentarlo consigo mismo, darle razones para que la presencia oculta del amor contagie su miedo con la luz y el camino de su vida. Su miedo ya no le dejará tirado como una cosa que se pudre, como un dolor que carece de significado, como un silencio tras el que se esconden las palabras que lo comunicarán con el mundo. La mayoría de las veces solemos mentirnos y al engaño se le debe el que se nos oculte la vida y la muerte, que sea negada la claridad para acercarnos con calma a los acontecimientos que involucran una ruptura en nuestra vida. Necesitamos entonces, comprender ese desasosiego que es la presencia no vivida de la muerte, para llegar a la aceptación y a partir de allí incorporarnos y continuar, porque aún queda algo por hacer.

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Sigamos divagando: son varios los caminos para llegar a la gran meta. Pero, ¿cuál es la gran meta? ¿Acaso la virtud? ¿Acaso la muerte? ¿Quizá lo que nos espera más allá de la muerte? ¿Y es que hay un más allá? Todos los hombres buscan una solución al enigma de su vida, tratan de suceder los cuerpos que acompañan su trayectoria. De esta manera van obrando en función del aprendizaje y la felicidad, tratando de creer en lo que se les presenta como destino.

Este destino llega y se inserta en la acción cotidiana de los hombres asegurando una preescritura de lo que somos. Sin embargo, el destino puede ser transformado por nuestra voluntad, ésta es la que permanece en nuestra intención de vivir desde nuestras sensaciones y percepciones del mundo, sin intermediarios que nos obliguen a suspender nuestro vínculo con la realidad. De todos modos el lenguaje, los símbolos, los conceptos, las metáforas, son mediadores que nos permiten dicha relación. Pero éstos se pueden estructurar desde nuestra propia identificación con lo que ocurre.

Lo demás son imposiciones de la cultura que flotan y se acomodan en nuestra visión entorpeciendo el devenir. Los hombres, entonces, deberían recurrir a su propio sistema de comprensión e interpretación de las cosas y activar así la formulación del mundo que les pertenece. Estamos estrechamente ligados los unos con los otros; y eso da pié para imponer nuestras afecciones, nuestros pensamientos, nuestras derrotas. La gran meta es la liberación de nuestro espíritu, es la trascendencia, es la aceptación de nuestra muerte última, la verdadera muerte que nos rescata del mundo y nos lo regala. El olvido de nuestros amigos.

A la gran meta se le asigna entonces un carácter sagrado, una dosis de mística que nos revela a la divinidad que no es sino la proyección invisible de lo humano. De ahí que el poeta sea el sacerdote de lo invisible. De ahí que el filósofo sea el constructor de la metafísica y su relación con lo fáctico que nos rodea.

Y hablo de esto, porque en el Consultorio Filosófico también se establecen acercamientos a lo sagrado. Ahora bien, no todo el que se acerca al consultorio está buscando una terapia, es posible que sólo quiera referirse al sentido de algunos conceptos, de algunas palabras que le procuran derroteros y movimientos vitales en su camino por la vida. De ahí que en esta defensa haya intentado un discurso plural, aunque un tanto fragmentario. Pero sigamos.

Es por la indeterminada manera de asumir el mundo que nuestro espíritu aparece y desarrolla un acercamiento a lo sagrado. Esta cercanía se manifiesta en lo eterno que no es otra cosa que el momento vivido, el instante creado por nuestra condición. Esa relación entre lo sagrado y el tiempo de la presencia, se limita para dar precisamente la activación de la carga mística que se desenvuelve en el mundo. Por lo tanto, el misticismo crea límites, procura hechos estables y razones comunes que se interpretan en las inmediaciones del espíritu de un pueblo, de su biografía.

Para que esto suceda se debe activar la manifestación unificadora, se debe vivificar el lenguaje. Sin embargo, y como otros lo han dicho, lo sagrado no se cerca con muros, hay sagrado porque hay muros. Lo sagrado es la relación de nuestro encierro con la libertad de nuestro espíritu; es la angustia de nuestro cuerpo en contraste con nuestra habla maravillosa, con nuestro caminar y nuestra escritura. Es una mística del acá.

Hay quienes han estado encerrados, amurallados y su siglo de oro es permanente, ¿a qué todo esto? ¿Fuerza, paciencia, creación? ¿Acaso clarividencia, mirada que traspasa las cosas? Qué haría el hombre sin límites ni horizontes, qué sería de la libertad si no tuviésemos un despertar que nos condujera a un lugar más próximo a nosotros mismos. La verdadera libertad es la que nos permite estar en nosotros, la que nos dicta el momento exacto para avanzar y tumbar el muro que ha edificado nuestro miedo.

Sin embargo, ¿qué se necesita para que esos horizontes que la libertad plantea se abran? Para abrir los horizontes de lo que se necesita se buscan puntos de permanencia, lugares para que los días de la aventura no caigan en el abismo, en el retorno primigenio a la nada. Para crear vínculos con el mundo, el hombre se arriesga a perderse, se somete a la múltiple mirada de lo que acontece y a su manera vislumbra lo que de una u otra forma es llamado su mundo.

El hombre debe situarse en su propia dimensión, aceptar su propio riesgo de encontrarse con la pesadilla, con los fantasmas que lo habitan, debe nutrir su condición, pues es desde ella que sus vínculos crecen y por lo tanto es desde ellos que el mundo lo reconoce. Pero para eso hay que estar de la mano del tiempo transformado; de la visión plural pero unificadora; de la búsqueda serena que no nos deje tirados en el camino, en nosotros mismos como náufragos, en nosotros que somos el camino.

Saludo entonces, doy la bienvenida a las edades del hombre creador; rotundamente acojo el círculo donde cada uno de los que se abrazan aspira a su voluntad de crear, a su inmarcesible capacidad de enfrentar el mundo y sus cosas. Que los caminos deshabitados encuentren su luz, que los soles abigarrados tengan su lugar en la sombra.

Pero he hablado de los acercamientos que el filósofo como terapeuta debe tener en función del otro que lo visita y en este caso de mi propia intervención en la terapia. En otras palabras, hablo de lo que se ha presentado en mi praxis terapéutica y de lo que en ese diálogo reparador se ha fundamentado como posible, es decir como lo imposible de Lacan, o sea lo real.

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Algo imposible para muchos en el mundo de lo real, para otros lo único posible es el amor. El amor que es el que nos pone en las manos la libertad comprometida, el único que puede asistirnos con responsabilidad en el momento en que las fronteras se derrumban. Por eso el amor hace que Caín regrese para ser, no el asesino, sino el guardián de Abel.

La filosofía del amor es la filosofía de la totalidad del ser humano y de su unidad con lo divino. Con la divinidad que está llena de dioses, la divinidad que nace de la primera muerte del hombre: Dios abstracto e inmediato que no está mediado por ninguna iglesia, cuyo sustento es la palabra, la formulación poética, en cuyo designio está el movimiento constante que muchas veces se establece en la soledad y en el camino silencioso por el mundo. Un Dios que es la acción de nuestra voluntad de crear, de nuestra participación con lo que se presenta, de nuestra humanidad en vías de la condición liberadora.

Un Dios que es revelación y certeza de nuestra propia existencia, duda y crecimiento en la búsqueda de nuestra vida y de la muerte que la acompaña; participación y correspondencia, fuerza, paciencia, convivencia, sabiduría, evolución. Un Dios que es nuestra manifestación de amor por lo viviente, comprensión y respeto por la figura irrepetible del otro. Un Dios que comparte con nosotros la tragedia del mundo, que no la evita ni la provoca. Un Dios con sentido. Un Dios que nos atiende cuando despertamos a su presencia y no nos estorba cuando queremos olvidar.

Todo esto para decir que creo en un Dios íntimo y que su presencialidad se establece en la medida del amor que profeso al mundo. En el amor, donde logro acercarme al ser que soy por dentro, sólo en él puedo pensarme y pensar el mundo, llevar a cabo mi tarea. Es a través del amor que el hombre logra sus más grandes conquistas, que en una mejor medida podríamos llamar descubrimientos. Un Dios que moldeo mientras vivo. Una nada. Dios que no es.

Es en el amor como el hombre piensa el mundo antes de que éste suceda. Es pensando en el mundo, nombrándolo, como el hombre lo completa en su singularidad. Cuando el que piensa, ama, crea el mundo. El acto creador es un acto amoroso; el pensamiento creativo es una actividad guiada por el amor y en la que se desarrolla el entendimiento.

Si vemos metódicamente el cómo y el por qué de la energía, la voluntad, el tacto de los grandes creadores, nos daremos cuenta que de todas maneras, el múltiple contenido del amor le abre nuevas puertas a aquellos que esperan y exigen eternidad. Ocurre con la mayoría de los hombres que no saben cuál es su destino; pero aun así, deben caminar hacia él. Si hay un más allá, éste siempre sale de nosotros mismos, de esta manera el universo aún no pensado sólo se podrá pensar en el amor. Y para esto necesitamos fuerza; fuerza es lo que falta; sin fuerza no se logra nada; pero la fuerza ha de obtenerse también con fuerza.

No podemos distraernos hasta el rompimiento con el tiempo, la luz de un horizonte próximo nos restituye y nos recuerda que, de uno u otro modo, cambiamos, nos transformamos mientras el amor ocurre. Pero amamos la semejanza, la continuidad de nuestra certeza, la extensión de nuestro sueño. Aquello que representa nuestro deseo es a lo que en última instancia debe apuntar el genio del hombre creador, para de ese modo satisfacernos y satisfacerse él mismo y hacer de sueños y deseo una vía de acceso a la otra realidad que nos obliga a concentrarnos en la naturaleza y el espíritu.

Esta conexión de sueño y deseo apunta a la proyección del inconsciente en medida de lo sublime, a sacar a luz aquello que se fundaría en la creencia del amor; porque el amor es una creencia, una fe en la elección que hacemos de nosotros mismos como centro de una proyección personal, que se amplía cuando conocemos al otro y podemos decirle “si”; cuando se descubre a través del diálogo, la comprensión de los que se aman, potencia creadora que en determinado momento actúa como brújula y nos conduce al lugar que nos corresponde.

Hablo de lo que me interesa, de lo que puedo hablar. Como de la libertad que suele perderse cuando el fracaso nos gana la partida, cuando el rechazo, esa violencia que se inscribe en el acto amoroso, nos procura el sufrimiento que cobra de nuevo la significación simbólica del círculo fracturado, del abrazo inconcluso y dejado a nuestras espaldas. El sufrimiento es observar que a pesar de toda correspondencia que habita en los siglos, el amor no se ha convertido en una verdadera realidad humana.

Para muchos el amor es la única posibilidad de engañar a la muerte, para otros es la muerte misma. Lo que sí es sabido es que sólo si amamos, si vivimos plenamente el hecho de amar, podremos tomar conciencia de la muerte. Y si de una u otra manera el amor y la muerte se confunden, nunca se unen, porque sus finalidades los separan lentamente hasta que se pierden de vista: el uno está en comunicación con todo lo viviente, y la otra sólo apunta al vacío.

Debemos aprender a amar, hacer del contacto con el mundo una experiencia amorosa, entender que el amor es uno y el mismo, a pesar de las diferencias que nos involucran en el propósito común de existir y no engañarnos y más bien dejar en claro que, en el fondo, puede ser doloroso. De todos modos, si hablamos en cualquier momento de conocimiento y de trabajo, lo que hace que nada sea vano, es el amor.


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Ahora quisiera cerrar hablando de algo que entre lo poco que he intentado decir permitiría dejar, de alguna manera, la puerta abierta. Y es sobre la esperanza, siempre la esperanza, no sabemos de qué, pero la esperanza. Anunciar los días es levantar promesas. No todos los hombres creen en Pandora, no todos los hombres anuncian su caja. La esperanza es una determinación de lo sucesivo, un acercamiento a la existencia abierta y en espera de lo desconocido que se cifra en la historia, en lo que sería posible. Por eso la esperanza es como la poesía que está hambrienta de realidad.

La esperanza es la apertura al dominio de lo insatisfecho, la prolongación de la sinrazón, la cumbre de la fantasía. La esperanza es vena abierta por donde se desangran los sueños, las expectativas, los pactos con el tiempo futuro que se construye desde ahora. La esperanza es el canto con el que los hombres se liberan y soportan la tragedia, siempre un día más, una ventana más por donde otear los días que se anuncian al paso de los días.

La esperanza es el secreto, lo último dado y nunca entregado a los hombres y a sus generaciones ascendentes. La esperanza es la conjunción de los tiempos, la mirada proyectada que atraviesa el muro, la dirección que el ritmo de los hombres establece para asegurar su estancia en los terrenos de la existencia. La esperanza es para no morir hoy, es para esquivar la muerte, es para retrasar el gran suceso. Amigos: la esperanza parece venir, pero en realidad está allá, escondida, esperando a los que la guardan de la trampa para que perdure y proteja la visión de sus hijos. Es por esto que no debemos esperar mucho, sólo actuar y ser pacientes ante esta trágica manera de asistir al mundo. Ser pacientes o en otras esferas levantar la mano contra nosotros mismos. Mas el hecho de pensar en la muerte por nuestra propia mano ya impele libertad, otra cosa es el hecho mismo y de eso nos hablan los fracasados del mundo. Aquellos que no se sienten partícipes de nuestra mascarada. A ellos nuestra absolución.

jueves, 15 de octubre de 2009

LUCIFER EL HERMOSO

El sentido de la belleza nos extravía

James Joyce


LUCIFER EL HERMOSO

a Pedro Arturo y Lucía Estrada

Primero habría que saludar, los días son pocos para nosotros, para cada uno de nosotros entregados a la laberíntica voz de la fiesta.

Caminando desnudos de luna en luna, hurgando las casas donde habitan los fantasmas, las sombras que andan por ahí dando tumbos entre las máscaras que retardan la ira, la cobardía, el asco, el suplicio, el espanto de ser el mismo rostro escondido, la misma mirada gangrenada sin ningún otro fondo que el soberano hedor de la tumba.

Se masturba la voz de la fiesta, agota sus blasfemias mientras ve cómo se pudren los pájaros en el cielo. Se masturba la voz de la fiesta, enciende sus flemas mientras las bestias se encabritan y bailan alrededor de la hoguera, alucinadas después de rozar el falo de Dios.

Primero habría que saludar, no sea que se encolericen las doncellas y los mancebos; no sea que nos escupan el culo y nos maceren los sesos.

Bienvenidos sean pues, comienza la orgía, la calamidad que transgrede la razón de lo cotidiano. Bienvenidos sean al apocalíptico ajuste de cuentas con los días que han dejado de vivir, aquí todo será alivio calcinante, hielo conducido de la lengua al sexo que cubren sus culpas. No faltará quien se ahorque con su escapulario; quien incendie su ángel guardián con la antorcha de los desesperados.

Bienvenidos sean, pueden entrar, a ustedes los he llamado en nombre de lo inaudito, en nombre del horror, reyezuelos macabros, para que dejen salir al demonio que habita sus cuerpos; para que se resista y se ofrezca; para que se oculte y se evidencie; para que los torture de formas diferentes, definitivamente, enardecidamente desgarrando en la noche la voz de la fiesta, la voz del crimen.

Morirán conmigo en esta ceremonia y no de otra manera. Quiero decir que sólo tendrán los días que les ofrezco, los que poco a poco los sublevan. Suban conmigo al corcel negro de la dicha, conduzcan sus carrozas al gran momento del exterminio, dirijan sus cuerpos al baile de la media noche. Algún grito avisará la puerta, desnudos en el amor exigido para cada uno de los que se reconozca en el abismo y en el tejido que anuncia el imperio del naufragio.

Rompan las tablas y las leyes y los credos, envíenlos a su sitio como el poeta pregonó. Gustoso ante ustedes me presento: soy el ángel caído, Lucifer el hermoso, y pronto me van a ver al lado de mi Señor. Porque es justo y se cumple la hora, porque diré que he vuelto a las ánforas de la miel y al baño de la leche que restituye la sangre de los vencidos. Por ahora gocemos juntos esta renovación, agitemos el escarnio y liberemos la sutileza.

Bienvenidos, entren al mercado del tiempo, a la guerra que afila el viaje, al juego de los huesos robados, al sobresalto, al rosario calcinado en las manos seniles que adoran las letanías.

Ahora estamos juntos para retar a la muerte, el juicio de Dios que llega escondido en la llaga de los santos que partieron a la locura después de sacrificar su rosa y su espada. La luz de un astro girará en las entrañas de la tierra mientras amanece y nos saludan las sucias y los bastardos que han huido de las cacerías que han amontonado los siglos.

Gime la eternidad en las manos que amasan el pan y lo convierten en piedra. Duele la brújula ebria en la sien de los transeúntes que se dirigen hacia el silencio. Se inaugura la palpitación de la danza donde se debilita el compromiso con la pesadilla que el oro supuso en los corazones.

Que se pierdan los amantes y copulen sin temor en la tierra y en el mar, y que el alarido de un nacimiento asombre a las perdidas criaturas de los desiertos. Que se abran las compuertas, que se nutran los hijos de los hijos de la descendencia del trueno y que el caos engendre en su flor blanca el llanto de las cabezas extraviadas.

Yo soy el azufre cantando sus decretos, el escorpión y la venérea, el último becerro. Atiendan a mi voz que es la voz de la fiesta: al final nadie podrá ser el mismo, nadie podrá amar al mismo que amaba cuando cansado ponía sus ojos en el espejo.

Soy un ángel terrible, ironía crecida de los cielos. Mi sangre es el infatigable delirio de las naciones, mi bilis es la canción del amonestado. Me sigue quien a sí mismo se ignora, y como amo y señor lo estrangulo y le clavo agujas en el vientre. Acompaño al insomne hasta que se topa con el río; hasta que su mansedumbre se erige como la montaña.

Mi medida son los volcanes que eructan lava que incendia poblados inmensos; mi estatura es el tornado inmortal que arrasa, el sonido brutal de la tormenta. En mi miembro se columpian las once mil vírgenes que son las putas enmascaradas del próximo milenio.

En mis manos se inaugura la pesadilla del redentor, su eternidad crecida en los maderos. En mis ojos se vuelca el mundo, en mi lengua se crece el asesinato de la noche fatídica. Soy la amonestación y la cripta, la luz purulenta y el milagro.

Soy árbol donde se desgasta la serpiente, brújula maldita que atesoran los decapitados. No todos conocen mi antorcha; pocos ignoran el temor ante mis conquistas; algunos codician mi nombre, por la envidia los veré caer sobre mis pies.

Muchos padecen el eco de mi fiebre y disminuyen el paso cuando la locura tiembla en sus cerebros; cuando tropieza con sus corazones amanerados. Soy eco del eco que viene cantando la fiesta, sumatoria irreversible de los días.

Gatos y perros, turpiales y palomas, pogos y pregones, todos se acomodan a la letanía rumorosa de mi culto. Los centinelas vacíos de eslabones perdidos retroceden ante mi aliento, el fuego de mi boca les anuncia la jauría. Han venido tontos a incitar mis pactos y han sido fuertemente abofeteados, levantados del polvo y vueltos a él sin devoción.

Al fondo de toda acción turbadora una bandada de cuervos cruza y la nombra y mi risa desgasta la cruz que entró en el alma con un látigo, con una cadena y una mordaza. Mírenme como lo que soy: un destino que proclama la fuerza, la paciencia, la creación; un país donde se ejecuta la virginidad de sus hombres, una torre desde donde son arrojadas las jaculatorias que amurallaban a los penitentes cuando apenas gateaban por el Universo.

Yo convoco a la primavera para que se oxide en la garganta de la infancia; yo despierto la lucha entre mil fuegos cuando las religiones se apoderan de la carnicería; yo comulgo con la calma inmaculada que deja el cuchillo en las venas de la fe.

Entren y desorienten la orilla donde crecen las semillas de mi ánimo violento, arrójense a la aventura de su propio infierno, atrévanse y dilapiden la memoria presurosa que alimenta el pensamiento acobardado. Que se ejercite la ofrenda del delirio y de los cuerpos desnudos; que se lance contra la genuflexión el grito de diez mil delfines leprosos en la sed de la bienaventuranza.

Liberación, liberación; descubrimiento de la dosis ancestral, nacimiento azaroso de las ciudades, aurora del hombre que escala y distribuye su mirada desde la colina. Yo te nombro liberación, contradicción de la sangre que vibra en el atropello de la descendencia.

Si abro mi puño se verán los cadáveres de los dogmas antiguos, algunos respirarán por ellos y creerán que todos son partícipes de la razón impuesta por los siglos. Si saco mi lengua en la punta se enfermará el horizonte que dejaron descrito los antepasados de un mundo irreconocible. Velocidad y esquizofrenia, maniacodepresión y sinsentido, bulbo canceroso de las doctrinas que embaucan la triste moneda de los infantes.

Revienta liberación, despide el fuego que juega con la visión escrupulosa de los crepúsculos, con la flecha que me elige cuando se quiere ocultar lo que todos deberían saber, trampa desaforada que se estrella contra las fauces corruptas de los que obnubilan y contraatacan, castración constante de los ritos, bendición clamorosa que se pierde al final de las palabras.

Empútate liberación, consigue tu cargamento y avanza hacia tu cima; que se agigante tu estruendo cuando se anude a mi frente el canto sidoso, el suicidio del horizonte; desata la bandera que ondea en la conciencia, relaja la figura que se altera junto a los deshabitados.

AYARDA

Estás tú. Estoy yo.
Y lo que la noche esconde en el oído.

Rosamel del Valle

I
El sonido del piano, la curva del cristal sobre la marea. Anatema, despropósito, consternación. Ayarda, liquen fracturado arremetiendo contra la concentración de los cazadores. Vino escanciado en el verbo que no se piensa y fluye contra y a favor del tiempo, intención abierta al color púrpura de la cópula.

Rostro milenario, círculo de ópalo donde se bautizan las cabezas crecidas de los demonios; génesis, canción estremecida de las hogueras que se repite en la memoria, nombre sin aspecto, esfinge, Ayarda, manantial donde se aproxima el cuerpo de las matanzas.

Ayarda, filo del alma acaecido en los templos del invierno; tú, corazón que se adelanta a la súplica y al lamento, tú, labios como respuesta que amparan mis meses amontonados a medianoche; Ayarda... Ayarda... Ayarda...

Libertad y límite, horizonte crecido que interroga al demiurgo, capital de mi sexo, Senda continental que atraviesan mis manos después de la sed. Todo es viento encarnado en la ausencia, actitud de sol cuajado en la pasión. Todo es destino inmarcesible que cobija tu vientre.

La ilusión de una noche con tu boca camina sobre mi pecho, tus labios como trompetas de ángel colérico, tus ojos como cacería de tigres al despuntar el alba. No me aflijas, Ayarda, no me arranques el calor de tu higo, no me corrompas con otra danza en medio del alcohol.

Tú y yo somos estación visionaria al otro lado de la ira, somos cálculo y conquista de cielo, asumiendo su muerte callada al compás de la entrega. Tú y yo somos diálogo serenizado y descubrimiento, ceniza en el cáliz del deseo, lenguaje mineral, semilla y ciudad que se empinan hacia la luz de los desnudos.

Cuando el ejercicio de nuestras corrientes subterráneas estuvo en función de la duda, Ayarda, mi corazón fraccionó su canto, alertó mi espíritu habitante de las montañas, visitante perpetuo del mar y sus dimensiones. Desde ese campanazo inclemente se aposentaron en mí las lágrimas y el deber ser abatido.

¡Vamos, estoy en el culmen de tus pasos, arrójate! Ven hacia tu beso de barro, gárgola, poniente, aquí también es noble la presencia de lo inédito, aquí también se acostumbra el perdón, Ayarda.


II
Después de hurtarle al silencio un gemido, después de amar la razón sencilla de las cosas, la luna se despide debajo de la tierra; las canciones se agolpan en el estrepitoso irse del ser que cambia de mundo, que accede a volver a nacer en los instantes trágicos y sin poder dormir.

Las desviaciones, los conjuros, las orgías, todo se derrama en ti, Ayarda, todo es un fin inmediato acaecido en el dolor; pero al mismo tiempo alegre memoria del sentido que mueve las cosas. Has edificado la civilización de tu pecho, Ayarda, has construido el milagro para hacer lo que quieras.

Pensarte es actuar en manos de la resurrección, Ayarda, agigantar el paso para empresas inimaginables. Acertar con la flecha el recorrido de los grandes hombres que observaron en su genialidad que el caos tiene un orden y todo lo que a voluntad se mueve, también está dispuesto desde el principio.

La arena donde los astros se empinan está escrita en tu mano, Ayarda, un beso que desconoces abrirá el sol, la tarde donde bebe su agua la golondrina. Nada en mi saliva, con mi anguila siniestra, en mi nombre de olas, con mi cadáver de sal.

En la biografía de mi espíritu está el lenguaje que te hace virgen, Ayarda, en la cadena que desnuda la medianoche. De fácil acercamiento al mundo, de torpe mirada para su arcano, así voy alzando en mi frente la estrella que te dio el júbilo, así voy levantando en mi brazo la cruz que te comulga cada verano cuando se aparean los tigres.

Somos muchos en la esfera de lo dicho; muchos para incendiar la noche y fundar la realidad. Pero una sola molécula de alas y el mundo se encabrita por los campos como una idea despegando del suelo.

Ayarda, abre en tu luz la nueva conducta para los mortales, descubre en tu pupila de sol nocturno el camino para los penitentes, rompe las tablas y di tu palabra preñada de victorias; que el cielo ejecute su travesía, Ayarda, que las cosas inútiles no superen nuestra sabiduría, que sólo demos lo que ya es nuestro.





RIANDA ZEAN

I
Si amaras como aman los milagros de la civilización que anudas a tu memoria, creerías en la herida descrita por las horas de una cacería inconclusa. Creerías en las fiestas abatidas, en todo lo que nos falta; en la huella sangrante de la luz, en el cráneo vacío y en la lengua anónima de la tierra. Si así fuera creerías en el olvido de la música que arrebata el pulso andrajoso de los mares, en el espanto del aventurero que encontró una humanidad naciente más allá del siglo que lo vio partir. Creerías en el espejo que te repite con preguntas tenues el desafío para tu sexo, el laberinto para tu voz. Conozco la asfixia y el tiempo del deseo contra la nada; el crimen está en no seguir la línea que cruza nuestro costado; nuestra tormenta se hace de no aceptar nuestra propia tormenta. Sé de tu piel y es como si volviera el cielo de la infancia, es como si leyendas ocultas aparecieran para elegirnos en el acto misterioso de la risa. Acecho la percusión de tus senos, el claroscuro de tus orillas, la batalla que sólo ofrece su propio silencio, su ausencia, su sombra. Sólo podemos dar lo que ya nos pertenece. Cuando se abren las manos al miedo y a la fatiga, el invierno que somos revienta en soles de libertad incesante.

II
Todos y no siempre de la mejor manera cruzamos el ancho mar en nuestra barca alucinada. Pero no basta con pensarlo: la muerte que se vive es la muerte que se espera. El decir de lo muerto nos asiste cuando la palabra cruza el polvo de las generaciones para caer en nuestro pecho. No hacer que el silencio se acomode a nuestra estatura es asumir la realidad, la maravilla si se quiere, mas en cada escalón se pierde y se gana la vida. Comparecer por nuestra mano ante el abismo no es cosa de ir pidiendo asilo a las tumbas. Hay quien predica la caída y al mismo tiempo ejercita sus alas. Vivo y no exagero. Acumulo la llama de mis cimas y destilo la torcedura en las páginas de mi sueño. Tuyo es mi cáliz, tuya la fuerza de mi semilla. La carne que se aferra a las paredes alguna vez fue camino, ascenso y porvenir, gruta luminosa, brindis perpetuo. Ahora espera para no esperar más, ausculta la música petrificada y es casi muro, cal que orinan los adolescentes. Visítame de vez en cuando y alíviame de la sed, destierra la labor infantil que olvida ver como si se pensara, defiende la libertad que todos velan.

III
Desatar el poema. Para que todo marche y vaya y vuelva se necesitan tus manos. El súbito presagio también nos acerca al rito y a la máscara; hablar de nuestra casa es lo que quisiera. Escucha, una flor de agua se yergue en mi alma y más que dormir en el secreto, lo que hago es reunir los asuntos del amor y guardarlos para ti mientras la ciudad se acostumbra a la derrota, a la falta de deseo. Alabada tú que caíste en estado de poesía. Princesa que devuelves mi espíritu y la palabra. Mas quizá de nada sirva cuando se sepa que con mirarme dices lo que los años ya han dicho desde el principio. Quizá no haya principio, tal vez no exista final. Si es así, felices los felices por siempre y no demores contra mi cuerpo tu eternidad.



CLAMIDIA

Aquel día llegué al correo y vi un pequeño sobre. Era una nota con el nombre completo que no reconocí. Lo único que terminamos por reconocer completamente es el propio infierno y el deseo incesante de recuperar la humanidad que aún pertenece al paraíso; no supe quien eras. Caminé feliz por el encuentro con una escritura secreta que dejaba ver su intención de recordar y seguir adelante. Imaginé, representé, traduje, inventé de nuevo el caligrama de algún rostro; sólo cuando ya me veía dispuesto a la derrota, reconocí el perfume, el tono, tu brevedad.

Decías que estabas cansada, que habías recibido mis recados, que ojalá todo saliera muy bien, que fuera feliz todo el año. Entonces decidí llamarte, fundar el diálogo que nos quitó la vida apresurada de la juventud, tan hermosa y vacilante. Y así acordamos escribir, recuperar el tránsito epistolar que se sucedía en los países lejanos, en las historias del enamoramiento viajero. Entonces cumplo y te consigno en secreto lo que algún día será tesoro de algún adolescente digno y con horizontes. Dejo ante ti la gran senda que citarán aquellos que no alcancen a levantar su oro en tiempos de cosecha. Los esclavos de su propia incertidumbre. Los que olvidan el origen del mundo y el nacimiento del hombre.

Deja atrás las noches en que no podías visitar tu propia casa, la noche que se edificaba sobre los seres que vagaban como un himno destruido. Ven, caminemos juntos. Tomemos el té, crucemos el sueño y la inmortalidad y la muerte; encarnemos el abrazo, la llama que se escurre en los atardeceres, la tinta que dibuja la resurrección y el eterno volver y la familia y el imperio. Yo no quisiera dejar que se fuera este mapa aunque te pertenece, por eso voy hilando signo a signo la madrugada que te esconde y te revela, la máscara que te recibe y te violenta. Voy tejiendo el concilio de tu aliento, de tu guerra serena con el mundo. Tu oración que te cubre toda de estrellas y te descubre el sonido del caracol, del aguijón y de la niebla; la señal del mantra del cielo, la inscripción que han dejado en la puerta del tiempo los ángeles caídos que ungen tus pies.

Yo también me veré eternamente exhausto por tener en mi tierra la herida del rayo. La piedra se estaciona hasta que el temblor la mortifica, entonces recobra su alma y por sí misma sube a la cumbre de la montaña; temblor, sismo fantasmal, mujer, templo de aceite de llanto, antología de astromelias, caos y arpón. Aquí voy de nuevo pronosticando el final de las cosas pequeñas: todas para ti. En ellas la gran sabiduría, y en tus ojos la aventura estridente de un nuevo y erguido dios. Aquí estoy sentándome como cicatriz de la piedra, cruz, sangre afilada, látigo o palabra en la raíz que es movimiento sin tregua, lámpara para encontrarte.

Yo acudí a la oscuridad contigo, ¿lo recuerdas? Y casi salimos cogidos de la mano. No recuerdo los diálogos, pero sé que estuvimos juntos y te vi desde que el mundo era habitado por la amonestación y el asombro. Tenías el cabello hasta los hombros; siempre en silencio observando cómo los hombres se aman como si supieran quienes son. Fuimos a cine. Caminamos por las calles preguntando al mundo si ha sido creado o espera a su creador. Luego te encontré en la sala de la biblioteca, con una copa de vino, con el cabello a la espalda, más hermosa que la felicidad misma de haberte visto.

No sabía que de vez en cuando me pensabas. Heidegger decía que pensar es amar, y Johannes Bobrowski escribió que donde no hay amor, no debemos pronunciar la palabra. ¿Sabes? La palabra es un puente que nos une y nos separa al mismo tiempo. He estado escribiendo en estos días, además he estado solo; pero asisto a mi soledad en la poesía. Por ahora te envío una carta, una esperanza, una trampa para que el tiempo nos permita una tarde. Sé que tienes tus manos en otra casa y que en ellas comen los pájaros que el sur no puede recibir. Soy ave de herida de canto y ceniza, mis ojos traspasan las cosas buscando tu loto, la túnica que cubrirá la muerte mientras el ángel nos reúna; la puerta endemoniada que evita el refugio y nos obliga a perder nuestro abrazo de nuevo.

Ha llovido y el sol se cansa de tanto descanso; los días se van haciendo memoria y olvido en la medida en que nosotros nos hacemos a nosotros mismos, moldeando la arcilla que habitará el aliento del ser que finalmente amaremos, el que nos muestre la batalla incesante del espíritu que busca libertad, el que nos arrojará al mar hasta que seamos capaces de caminar sobre las aguas; es decir, de soportar la mirada de la mujer que nos ama. La mujer que no pregunta porque sabe. La mujer que mirando los demás planetas y el sol, alcanza a ver su propio cuerpo, tierra, madre a la que vuelve aquella escritura que los hombres ordenan en el polvo y la luz.

Aquí estoy de nuevo pidiendo un relámpago de licor de guayacán que te acerque hasta mi alcoba. Una palabra que te nombre nombrando tu nombre y te acerque como la mujer que ha de venir. Sé que andas ocupada leyendo el polen y el viento; pero no renuncio a que esta vez tu mano esté con la mía sembrando el árbol silencioso y capaz.

lunes, 12 de octubre de 2009

JORNADA DE SILENCIO

a Liliana
a Gustavo
a Daniel Jiménez




EXHORTACIÓN

Ante todo,
que prosiga la marcha.
Si el novicio se masturba
con fervor
al encontrarse con una mirada
esencial,
permitámosle ese breve placer;
pero continuemos.
Queda poco tiempo y una maraña
abunda en los frutos
de una arquitectura olvidada
hace tantos siglos.
El país arranca su formación
de una música desvestida por los ingenuos.
Nadie sabe nada.
Los mayores están cansados de interpretar muertos
y los jóvenes no han aprendido
el signo sublime de la vida.
Síntoma de guerreros apenas descubriendo el mundo.
Cada uno de todos siendo el mundo.
Respondiendo al pausado naufragio del mundo.
De esta manera hilvanan
una humanidad de inmemorial estatura.
Al fin y al cabo
el óleo de la desgracia nos pisa los talones.
Por lo tanto, que prosiga la marcha.



LA CIUDAD OCULTA

Tristes van las moradas
del espíritu por el valle,
tristes y aletargadas sus flechas.
Las llaves están a la mano
y la augusta noche
es la fiesta de los vagabundos,
un erario para el poniente de la caravana.
Dictadores del propio sufrimiento
aventajamos al que nada inventa
y crucificado bajo las aguas
no conoce el sol.
El silencio es violado por la guerra
y los ríos se han ido
para dejar la miseria sembrada
por edades remotas sobre el mundo.
Las líneas de la mano
ya no son el cauce del destino.
Cómplices del espanto
nos refugiamos en el vientre de la luna
y solitarios
visitamos las ruinas de nuestra estirpe.
Pero una anciana nos sonríe
y un niño
como una brújula
nos señala el nido donde las canciones
esperan nuestras voces.



JORNADA DE SILENCIO

Aterrado,
ante el espejo
que le devuelve el día
con la máscara abierta,
cargado de templos
como un huésped fugitivo,
va el ciudadano
en su jornada de silencio
por el corazón del mundo.
Lo advierten los jaguares
los delfines blancos y los alcaravanes
tejidos por el mismo baile de planetas,
y también los pueblos solitarios
que han dejado a zancadas y alaridos
las fronteras
negando un ojal de luz
en la noche infinita.
Va el ciudadano con un idioma común
atávico mensaje sin distancias,
amueblando la salud en la alegría de los niños
porque al paso que vamos
El Libro del Triunfo
sólo será leído por la estupidez.



VARIACIONES EN PLANA MENOR

UNO
El ágil poblado
de una tierra izando oraciones
como flores frescas para disciplinas futuras
es un astrolabio
nutriendo el olvido de una caricia solidaria

La profecía se ha doblado
sobre tus piernas
destino o llave de fuego
torre bajo los pies
internándose por las raíces del mediodía

DOS
Me refiero al deseo
que pasa dos y más veces
por el mismo lugar atado
navío que se pierde más allá del paisaje
testigo de firmes ceremonias
de los oficios
suspendidos por la lluvia

Me refiero al dardo
que se confunde en la desembocadura
de los instantes
al amargo lugar donde el Amor cruza
ante la frente distraída
al susurro de los abismos
a la poesía que anida en una llaga
sin ángel guardián

Me refiero a la Música sigilosa del Alma
leche que cae
recostada a las montañas
y al vientre donde se demora
el santo y seña para el alumbramiento
a las fiebres intensas
espina brotando del lienzo de unos senos
recorridos por el navegante
al timón o cuerno de unicornio
a la fragancia
entre los muslos
a una paloma de pecho azul cruzando el cielo

TRES
Somos tristes
ahora que construimos la muerte
confundida en los colores
atrapando luciérnagas en el bosque
definitivo viento
fatuo arrecife
quizá muertos ya sin resignación
encargados de velar el hedor
en las residencias asignadas al peligro


CUATRO
Es de quienes ofrecen capítulos tiernos
al sacerdote de la tristeza
y en posición de seiba se ven como los demás
que miran
con todos los vehículos de la sangre

Es de quienes contemplan las páginas
de los rostros confundidos en el silencio
con una flauta de cristal en la garganta

Es de quienes recuperan
el discreto bordado de las manos
y marchas como intuyendo un oasis inmortal
que mengua la distancia
y sientan su fuerza en la Convivencia
atletas de espacios inmensos arando la belleza
dejada ya en otras latitudes

CINCO
No hay que buscar ser
sólo hay que serlo
para qué arrastrar con ejércitos
si al cruzar la puerta seremos otros
desconocidos anhelos
soberanos lugares perdidos en una flor

No importa
todo está dispuesto
y en nuestra visita descansa la claridad



NOCTURNO

Con el luto cansado
de una travesía que recién acaba,
mientras el gato del crepúsculo
se acomoda en nuestros cuerpos,
crece el oficio incierto de la noche.
Se presenta enmascarada
para hacer del olvido
el jade precioso de las manos.
No hay descanso
en su matrimonio con la llaga,
con la tempestad de los cuervos
siempre dispuestos
aunque nadie habite en sus viajes.
Siempre habrá alguien a quien darle la noticia.
Una gota de riesgo
podría resistir la ráfaga de la muerte,
el corazón abandonado al sueño,
la sed de la vida.
No te aflijas,
el porvenir compone las orillas
donde salta una música nativa
y un animal perdido
recibe la lluvia.
El brillo de una aventura
servirá de bálsamo para tu historia abatida,
la desnudez de la danza
como mil hombres sudando en las escalinatas.
El ritmo de las puertas que crujen
es una invitación
a los patios de la noche
que conducirá tu aliento hacia el cielo.
Hay un muro que te rodea
como la humanidad de las sinagogas.
Buscas la clave para enloquecer,
los días se hacen vino y agonía.
Bajo el desprecio que acarrea
cierta multitud en sus pesadillas,
tus ojos son semillas bienvenidas al mundo.
Desde el primer encuentro
cada uno de nosotros reconoce tu llanto
la claridad con que te mueves,
tu silencio.
Ves como pasa el tiempo y nos quema
su cuchillo sin tregua.
El tiempo que nos hace su presa
cantidad de huesos en su continuo presente,
espacio creado,
impulso de instantes que sufren
en la memoria y en el invierno.
Adviertes sus pasos exactos en tu casa
el vigor y su figura fantasmagórica,
la escritura de la tierra,
del augurio y de la noche descubierta.



RONDA PARA DESPUÉS DEL CONCIERTO

Acércate,
mis palabras
pesan lo mismo que mi silencio.
Aurora del vino,
asombro agudo de los años.
Deja que un ciclón se encienda
en tu pecho
y te sostenga bajo el mástil
de nuestras noches.
Podremos reír como los violines
tránsfugos del trueno
y embarcarnos en el abrazo
hasta divisar las palomas de hilo
que alguna vez habitaron en nuestra memoria.
Lo sabes muy bien:
el tiempo y sus jinetes
preparan el último brindis
para quienes anuncian las miradas
o el indicio de un cántico enérgico
al que asistiremos a pesar de todo.
La única misión es serle fiel a la danza;
es decir, a sí mismos y al Universo.
Espejos de lo que es y será por siempre.
Fronteras de aquí y de allá
en un mismo cuerpo hermoso,
víctima de un reino desconocido.
Así van quedando los que deben irse poco a poco
uno a uno
sin imaginar siquiera
que eran santos sueños en la estancia.
Y qué hacer sino esperar:
la Vida abrirá un diálogo con las multitudes.



SONATA

Síguete.
Síguete a cualquier sueño
o panorama deshabitado.
Síguete como si fueras la felicidad,
que se yo,
como si al seguirte
siempre te encontraras virgen.
No hay afán.
Otros vienen tan rápido como una queja.
Ve tranquila soledad
acércate a la respiración.
Ve lejos o quédate.
Todo depende de ti
del perfume del viento
que tiene su orden.

Signos dispersos de la costumbre
cruzan la avenida,
reticencias de fogata y baile.
Dispón un traje limpio para el Diálogo.
Que no se olvide el centinela mayor,
su prudencia.
Debemos estar sanos para comenzar este amor.

Que te sea dado el milagro
la pureza del milagro de la fuerza.



LA BUHARDILLA DEL PEZ

Oficio matutino la herida negra
bajo la risa de los fantasmas
regada en muñones sobre la sangre tibia

La fuga desesperada sin rostro
asaltando los jardines
como una estadía natural de los sentidos
petrificada
en el marasmo
para llamar a cada cosa por su nombre
porque morir es morir
como una pluma es una pluma

Antes que nada la Nada
después de todo el Todo

Sin premura en el hábito frágil de la sonrisa
las entrañas
destendidas
sobre el agua
las voces trenzadas
las miradas
los pensamientos
abiertos en las manos
abiertas en el horizonte
o el signo
de una era para cantar
y una disculpa
si el laberinto de los sueños
engaña a la muerte
y sus imanes
y las cometas
bailan en la encrucijada de la sed

Que sea a la Paz a quien demos el abrazo



SANTUARIO

Y tú sentado en la lenta esquina
de la noche
preparando los cuchillos para castigar
el alba

Tú que no comprendes aún
la palabra castigo
ni has amado los labios del alba

Acaso ahora
que nadie toca tu cabeza
ni el campaneo de las olas extraviadas
en el piano
aunque los fantasmas aguarden allí
como una moneda que recupera el tiempo
como un corazón afinando su instrumento
para hablarle al sinsonte
que aprende la voz secreta
del arcoiris

Acaso sea cierto
que alguien viene
carruaje de la última llamada
Himno Universal sobre altas islas a mitad
del sueño
hemisferio flotante tatuado en el viento
rostro de Dios
que descansa en el sudor de tu puño



ORACIÓN PARA ANTES DE ACOSTARSE

a Daniela

Acaso por estar sentado en los días
la vida se haga más fresca
y el canto más fuerte
para que los sueños que llegan
como el eco de misteriosos carnavales
sean el remedio para la espera

Van los hombres pisoteando
van los hombres sin guardar distancia
poblando de alegrías y dolores
buscando placeres dignos de su herida

La Tierra los acoge
el cielo los guarda
la Naturaleza los sostiene
y de vez en cuando
mientras juegan al dominio
les clava su puñal

Una estrella en cada estrella
un segundo en cada segundo

Siempre hay alguien más
siempre hay uno menos

Por la pelota olvidada en el campo
por la mejilla que no estrecharon los labios
por el árbol mutilado y el animal maltrecho

Así sea



POEMA DE LA REVELACIÓN

Los días se persignan
en la triste morada del caminante.
En su hambre canta el olvido
y la súplica del destino.
No hay de donde aferrarse
ni un lirio, ni un salmo, ni el eco.
¿Quiénes somos por dentro?
¿Aquí donde todo retumba en cataclismo,
donde las mil leguas quedan desiertas,
solitarias luces apoyadas en su vejez?
Las voces de la jauría se apagan,
la sombra apunta hacia el desfiladero.

Sin dejar pasar la sentencia
de los sepulcros,
sigue su marcha el Universo.
Todo se hace de pertenecerse
y no desaparecer.
Ciega idolatría de la soledad
acumulada en el rencor de un tiempo maldito.
Hay que mirar con claridad,
no dudar a la tentación de lo fiel;
hay que aguzar la máscara de lo vivo,
comparecer ante el heroísmo,
ser leal a la bandera de la esperanza desesperada;
hay que abrir las alas
a la ceremonia del encuentro
y partir luego con el corazón satisfecho.

Las lunas se acomodan en fila,
el baile de sus pupilas es la distancia,
clamor ancestral venido a morir
en las ruinas de sus ojos.
La muerte reclama su aliento,
consigna de azar que traen los días.
Múltiple presencia es la culpa,
canto de vida antes de la hoguera
en el idioma del caminante y su despedida.



LA COLUMNA ROTA

Amando lo que construimos,
como encarnado silencio
transitamos por el mundo.
Hacedura del polvo
que dejan sobre la tierra los años;
polvo milenario que contagian las generaciones.
Tiempo presente de olvido,
eterno tiempo presente que acecha
de principio a fin
como el hombre que sepulta
el entendimiento prohibido
para entregarse al sueño
de unos días sin misericordia.

Vamos amando el miedo irredento
por la ciudad sumergida
donde se mece la columna rota de la memoria
que calla en el momento preciso
en que el árbol de la locura
se pasea por las calles
como un fantasma que nadie conoce.

Alguien llama de lejos,
pretende continuar su historia:
es una torre que cae
en la incertidumbre de la presencia;
sed de una voz secreta,
su fiebre reside en la ruptura,
el canto de la comunión despierta
el hilo de su laberinto.
Amortajado en el filo de la soledad
no sabe en qué lugar perdió su lamento,
quizá en el lugar donde adolece su extrañeza,
o en el centro mismo del mundo.

Viene a refugiarse en nosotros
a reconocer su habitación solitaria;
el fruto de una guerra
que reposa en su mano.
El también es el juego
de sus pasos abiertos
a las raíces de un canto fundado en la esperanza,
su oficio recupera la tranquilidad
de un encuentro sin palabras
que se traduce en la victoria del recuerdo.
Los atardeceres le crecen en los ojos
y un viento helado arrecia cuando aparece
la huella de una naturaleza olvidada
en la conciencia del mundo.

Algún otro silencio
alguna otra venganza que traen los días.



EL ÁRBOL DE LOS MILAGROS

Nada te es ajeno
y sin embargo darías la vida
por una apariencia.

Los sentidos hacen para ti
un laberinto donde no existe Teseo
ni se pronuncia el hilo de Ariadna.
Lugar de clausura
donde la melancolía teje el lenguaje
de la demencia.

Van tus horas sentenciando
el camino abierto de los demás
y una herida milenaria te cerca,
se precipita en toda su dimensión.

Nada importa porque todo te pertenece
y en tu semejanza los otros
te poseen
sin saber siquiera
que eres la medida justa
de toda batalla que el espíritu significa.

Así y no de otra forma
crecen las manos
de un credo que se anticipa
a la fiesta y a la desgracia.



Estás allí
donde nada suele suceder
a la expectativa de un llanto
que descubra la mañana.
Allí, sin ti, en la soledad única,
fiel descendiente del olvido
signado por su propio esfuerzo.
Pensando a quien habla
como el cazador;
pensando a quien calla
como el asesino
que prepara la emboscada
para la línea
que sólo tú puedes trazar.
Devuelto al terror de ti mismo
con el afecto apagado
en el lecho de una queja.


En vano
agitas tus palabras,
siempre las mismas
porque nunca aprendiste
de los continentes
que te visitaron en los sueños.
Es poco lo que descubrimos
en nuestro propio mundo
embarcados en ajenas geografías.




Saber quién eres
es el primer gran paso;
luego una mano estrechará tu alma
y podrás cantar,
moldear la arcilla de tu camino.
Otros detenidos transeúntes
querrán escuchar
la encrucijada de tu aliento.
Cascadas hambrientas
que triturarán los ojos sobre tu espalda
esperando la señal de la rapiña
para escupir el beso de tu rostro celeste
contra la tierra.




Suspira ahora
que tienes todos los días
sanos bajo el cielo
que derrumba sus voces
como un gesto familiar
en una casa habitada por la felicidad.
Que tus miembros
sean la destreza de un canto,
y la luna de tu boca
conduzca los ojos sin estrellas
arrastrados desde el recuerdo
por los tambores de un vaho certero,
mientras el tacto de las situaciones
aúlla como brioso relámpago.



Es en los momentos más felices
que la zozobra deja su rastro.
No podría ser de otro modo.
Ocurre que luego de salvar la distancia
y fijar nuestro deseo en el barro,
las palpitaciones se extienden
como el crepúsculo que siempre esperamos,
y antes de que cruce la dama de la noche,
nuestra conciencia advierte el infinito.




Se inclina la vida
en el descanso que dejó para ti
la tarde.
No podrás desovillar la trama
de tu nostalgia,
jamás la humanidad y sus ofrendas.
Todo es un solo respiro
en la canción exacerbada,
en la inmediatez de la esperanza.
Aún no te has ido y surge otra semana.




Es como si nacieras
en la respuesta
de un ánimo desorientado
que ahora se agiganta
en el nombre de las cosas.
Un sueño tatuado en la copa del tiempo
cumple las bodas con tu extrañeza.
Entonces una estrella,
como un regalo, escribe la muerte.
Reconocerás los fantasmas y su lugar querido
la memoria de una fiesta para nadie.




Alguna llamada entra en tu casa
mientras desciendes con el pulso
en el paisaje del día que se marcha.
La edad de varios caballeros
se acomoda en tus piernas
cubiertas con una manta
que dejó la navidad en tu alcoba
y vez como el tiempo de las flores
construye su morada
para acompañarte en la siesta de la tarde.




En la cara opuesta,
luego de jugarse todo lo posible
que es lo que la memoria
puede encontrar.
Enhebrando una bella historia
entre el rencor y la humildad,
permitiendo la coronación
de su cuerpo heredado a la nada
que todo lo pudre.
Después de hallarse en el vacío,
después de encontrar su milagro
en las entrañas
de una ciudad descompuesta,
escribe un poema.



Porque luego de abrir un camino
sólo nos resta esperar
hasta que pase la última sonrisa,
esa primera canción que aprendimos
en la escuela,
aquella señal para quien aún ama su rostro.
Porque luego de abrir un camino
sería inútil olvidar
equivocar el trayecto.
Sería como quien descubre la vida liviana
y la cambia por una noche de bullicio.




Recuperar el sueño
es para ti un viaje sin omisiones.
Cabalga tu memoria
abrazada a la esperanza
y nuevas palabras alegran la aventura,
hacen soportable el simulacro de la vida.
Llevas una orquídea en tu mano,
vas por la calle desolada,
el baile de la muerte
carga tus huesos.
Quieres la distancia cercada
en tu puño,
porque la ilusión ha caído en la tristeza.




Suele repetirse
el encanto de la noche,
suelen devolverse el sol y su baile;
pero llega un momento
en que ya no hay estrellas
y todo parece el ocaso.
El sentido de un capricho no nos sostiene
ni abarca nuestro anhelo
la plena felicidad.
Caen para nosotros la desazón y la agonía
como una enmienda en la vida,
parece que todo apunta a negarnos la salud.
Quizá una sonrisa, una hora de silencio;
quizá un trago de serenidad,
un presentimiento.
Todo es inútil
no es el momento para reclamarnos.




Esta edad de olvido que te signa
en donde haces
el llamado a la brevedad
y quizá logres partir a exquisitos paisajes.
Este anuncio de figura reconocible
abierto a la dulzura
canta el pasado,
como si de algo sirviera
descubrir
los pájaros
que llegan en la noche
y asegurar la memoria
como único milagro.




Y de repente el silencio
está frente al abismo como una flor.
El fuego con sus alas
abre la esclusa del deseo,
adentro,
en el paisaje ubicuo del mediodía.
Nadie pregunta por tu locura
junto al mar,
todos señalan tu rostro
con una jaculatoria.
Serenidad podrías bautizar a la luna
ahora que la nostalgia cruza
y deja al azar un libro sin habla.




LA SED DEL GUERRERO

Sinónimo de la angustia
consigues reconocer el delirio que escapa
al canto certero de la batalla.
El recuerdo no te mortifica ahora
que escuchaste la señal de un presente
que se repite,
si volteamos la mirada,
hacia el lugar donde los templos aguardan.
La sed de tu espada
pide volver para reconocer los rostros
que han caído sin maquillaje
sobre la arena.
Pero debes partir,
continuar la cruzada de tu corazón
para acertar en tu próximo enemigo
la palabra que no desdoblan los espejos,
la visión que es ceniza
y luna de tu puño desnudo.
Fragancia calcárea tu insistencia,
signo de sueños tu imagen y su cielo.



INFANCIA PARA HERODES

a Clara B. Jaramillo

A qué lugar has llegado
a fundar el desprecio;
para cual sacerdote, oh iniciado.
El filo de la noche
se mueve en tus manos;
solo, en la sombra, un animal terrible
ondea tus banderas.
Relámpagos de fuego en la fuerza del halcón
que traduce el misterio
y la podredumbre.
Cuantos muertos dejaste en la orilla
de tu deseo infame;
cuantos muertos para anunciar tu reino.
La madrugada no miente
y el triunfo ha desaparecido.
Una lágrima de tu hijo coronado
romperá el frío espanto de los asesinos.
La savia arde en la memoria de tus ojos
en tu bastón que apunta hacia la locura.
como un demonio confundido
escribiste la tumba para cientos de niños,
su sangre derramada
ha dejado libre al hijo de Dios.



EL HIJO DEL TIEMPO

Ahora que la luz habita en tus ojos
y has menguado el hambre,
no te pierdas en la espiral
de la locura,
en la estación originaria que baila
en el verano de los tigres.
El momento para el recuerdo
lo cifra un himno sagrado
ahora que el amor recobró sus alas.
No olvides los pilares ni la fuerza derrotada,
ni el lugar donde entregaste la cabeza.
El tiempo abre el camino lentamente,
después de que la noche
hubiera entrado a tu caza con una daga,
canto permanente de la ira,
noción del mundo en su calamidad.
Ahora que descansas en una estrecha sabiduría
y el vigor de tu herida teje una esperanza,
enfrenta el vientre de una oración,
el dolor de una aventura
que despierta en la ausencia.
El reflejo de un reino
propaga tu voz silente y tus gestos.
Es para ti esta alegría
que se piensa en la mañana;
para ti que empiezas la vida
con una corazonada que se aproxima al sueño.



DESPEDIDA CON GOLONDRINAS

¿Qué será de tu vida
al frenar el enjambre de las horas,
cuando el distanciado baile del mar
se detenga?
¿Cómo el cauce de tu encierro,
cómo el recuerdo que habita la madrugada
de tus pasos en el cielo del horror,
en la ciudad de tu alma?
Cambias tu rostro de héroe
acortas la primavera
de tus manos.
Caminas sobre el hilo de la nada
y la memoria te embriaga
en un jardín solitario
donde se repiten las mismas palabras.
Ahora conjugas las paredes
y despides el espejo
para abandonarte a rumbos inhóspitos;
porque el eco de una pesadilla acusa tu rastro.
¿Qué será de tu vida
ahora que es preciso el abandono
de tu propia mirada?
Así has querido que suceda.
Acepta entonces
cuando se golpee tu cabeza
contra la llaga de la santidad.
Para extender los brazos
habitando desiertos y tentaciones,
jinete olvidado,
fantasma de un puerto sin nombre,
para extender los brazos
se necesita cruzar la historia
y darle al mundo un poema.



UNA CANCIÓN Y TRES ESPERANZAS PARA JULIAN SOREL

UNO
Saludando los nuevos signos
que reclaman los vicios de tu soledad
con la boca abierta.
Llevando la vida
como a un pájaro enfermo,
transitando la costumbre que terminará
por ceñirte el disfraz del hambre.
Navíos secretos
reclaman tu nombre
para cultivar los viajes
de quien comprende que nada es suyo.
Las ciudades crepitan
y pocos se aventuran porque un ala negra
se detiene sobre los caminos
y el animal del sueño cojea.
Hoy se abre un palacio
en el verano de tu aliento.
El índice ha dejado la señal para la tempestad,
los caballos azotan el trayecto
de un amor clandestino.
Todo esto es lo poco que sin malicia
has debido dictar en el momento
en que las monedas se posaron sobre tus ojos.

DOS
Y tú que te preparabas
para darle la vuelta a la moneda,
sondea ahora
la estatuaria leche y el bagazo
que arrecian ya sobre el crepúsculo.
Los visitantes
se extienden mansos sobre la cal
centinela de la corriente impasible
del pasado.
Nada supera los fracasos
ni el bosque
nutrido de nuestra parsimonia.
Háblale al túnel quejumbroso de tus ojos
y siéntate un poco más
para que el tiempo supla tus bondades.

TRES
No hay que llorar
pero llora si quieres,
de todos modos nada se borra.
Es la angustia de llevarse la bolsa vacía
confirmando que se ha perdido el calor
de unas manos y un vientre
o el destino de un cielo que sonríe.
Ahora no hay nada que se pueda hacer,
sólo el silencio espera.

CUATRO
Tratando de cazar
tus propias miradas
crees escapar de la tristeza
que prepara para ti el rumbo.
Es inútil y lo sabes.
Apenas un sorbo de libertad
para volver sobre los días
con la recompensa de haber vivido.


CANTO DE VICTORIA

a Ana Victoria Ochoa

UNO
Hablarte, Dios...
hincada sobre la certeza
de un viento en primavera,
luego del crujido
aterrador del miedo
recorriendo mil ojos
errados sobre la tierra,
alimentada con estaciones lluviosas
como una serpiente envenenada.

DOS
Hablarte, oh Dios...
sin esconder el rostro
lejos de la gota que cava agonía
cuando se me pierde la fe.
Yo, enamorada de tu lazo sin hora,
rodeada de música
tatuada en la madrugada, oh Dios
que escribiste la historia
incrustada en mis dedos.

TRES
Sonriendo en silencio
para evitar la carrera
al oír tu señal detrás de la puerta.
Conduciendo los votos,
todos los rebaños de mi espíritu
desde mi sed hasta tu eternidad
que no se atreven
a pronunciar mis labios.

CUATRO
Lejos ya de cualquier sepulcro
en una oración
sin principio ni fin,
instalada en un solo sueño
de ser la otra
que no camina
ni come
ni duerme
ni saluda a sus vecinos,
aquí, desde siempre
ajena galaxia sin nombre;
como un rayo sin cielo
como un río sin tierra
como una niña sin risa
paloma enmascarada de luz,
asiento de dragón.
Mujer posible
extasiado ángel
habitación descompuesta en el sentido
de la soledad,
hiriendo las sienes entonces
germinando entonces de furia
entonces al amanecer
sobre la grieta de un destino
que cifró el tiempo
antes de marcharse hacia el olvido.

CINCO
Hablarte, Señor...
desde la infancia,
con abrazo de peñasco y piel
bajo la noche húmeda,
mientras la muerte asoma
tras las ruinas de los hombres.

¡Qué se levante el mundo
porque es tiempo de cantar!



EN ELLA DESPIDO A MI ABUELO

Se me ha perdido
la alergia de los muslos
pero tengo frío
y la amante se corre hacia otra tumba;
la amante multiplicada
por el caleidoscopio del aristócrata.
Mi amante y yo
que donde piso pisamos dos.
Sin hilos ni caña
su nombre pesca mis sueños.
Ante ella que se tragó las estrellas
y en la noche la habitan los escarabajos;
ante ella agotada en el techo de la ausencia.
Mujer, adivinanza, temblor de agua,
enciende el cirio que tienes en tu iglesia.
Deja que el silencio
siga existiendo como un río,
permite al espíritu la clausura,
no reproches las aguas mudas
ni esta forma única de amarte.
Nos abríamos al amanecer delgado
con las manos en los abrigos
y las caras heladas a caminar,
a encumbrar nuestra vehemencia
en la cordillera.
Íbamos al zoológico a entristecernos
a reconocer el oficio de nuestras jaulas.
¿Aún te levantas para pintar la luz
desde la ventana?
Sé que ese azul viene desde tu casa.
Una ventana
trazo exacto del pasado
ocurre en la pupila del que agoniza.
La tibia apetencia se escapa
y bajo la porcelana
una fotografía amarillenta es olvidada.
Una ventana:
lo último que pide el abuelo
intentando regresar al sol.