miércoles, 26 de enero de 2011

TERAPIA DIALÓGICA (3)

DONDE NO ERES NADA, QUÉDATE CONTIGO, Y ERES TODO

El trabajo en el Consultorio Filosófico va encaminado al autodescubrimiento del ser, a su propia determinación en el mundo a través de su existencia y al descubrimiento de las dinámicas y significados que afirman la intención que va encaminada hacia la libertad, y, por ende, hacia la responsabilidad que implica la comprensión y el entendimiento de los eventos que se suceden en la vida. Esa función se establece en la palabra y en el sentido que cada una de las personas dan a su experiencia, al reconocimiento de esa actividad creadora que nos vincula con los demás y con los universos ocultos que sólo en cada uno de nosotros tienen cabida. Al mismo tiempo, entonces, acentuamos la función de la voluntad de crear que recobra la búsqueda y el encuentro de nosotros mismos, en inmediaciones de un mundo confuso que requiere nuevas formas de interpretación para vehicular una conciencia que se acerque a una verdadera identificación de lo que somos y representamos de una manera múltiple ya que, cada uno de nosotros, como parte de la totalidad, atiende a una realidad mental, a un mundo real, a una representación interior de los demás mundos posibles.

Todo lo que despierte en el hombre ese acercamiento productivo al otro Yo, a ese ser que trasciende y que dispone como claridad permitiendo su presencia evolutiva, el devenir de su propia naturaleza, es tenido en cuenta en el desarrollo de la Terapia Dialógica; debe asumirse como posibilidad, como acción participativa que en ningún momento deberá neutralizar el hecho de contemplar, pues la contemplación es enormemente compensatoria para las personas que, por alguna razón, presentan dificultades para relacionarse con el mundo. La actitud reflexiva, sin embargo, es una necesidad vital para crear una postura, una mirada crítica sobre lo que creemos que se identifica con nuestro ser, y sobre lo que éste representa realmente en el movimiento de lo existente. De esa manera las diferentes concepciones, las múltiples “versiones” del mundo aparecen y se hacen parte fundamental de nuestras vidas, teniendo en cuenta, que caminamos por la idea de la transformación, del cambio, y, al mismo tiempo, de las presencias inmutables que enriquecen nuestra existencia. Si bien hay concepciones generales, valores de origen, esto no quiere decir que no podamos asistir de una manera propia al descubrimiento de las cosas; de hecho, la función principal de la Terapia Dialógica es la de observar y respetar los sistemas íntimos e individuales con los que cada persona en tratamiento se acerca a la realidad, y de qué manera formula su permanencia en la Tierra; su paso por la Tierra que lo devuelve a la instancia primera de su camino, del destino que se construye en manos de nuestra propia manera de ver y comprender ese viaje al que asistimos. Viaje que se hace necesario cuando estamos en un callejón sin salida; momento preciso para indagar lo que siempre ha estado a nuestro lado y, por tanto, no ha sido de nuestro interés. Tiempo para renovar nuestro repetido rostro, para presentarnos ante lo que nos rodea sin equivocar lo que somos, sin ser doblegados por las circunstancias y siendo partícipes de la claridad y del pensamiento tranquilo.

La Terapia Dialógica confirma el diálogo como denuncia, como contagio del crecimiento; el acto dialéctico es el camino para que la verdad opere y active nuestra posibilidad de aprender a escuchar al otro; de ese modo podremos instruirnos en el diálogo, porque debemos restituir el lenguaje, y además, la capacidad para el diálogo es un atributo natural del ser humano. Confrontar la visión que tenemos del mundo es saludable; aceptar que en esa visión encerramos todo nuestro malestar y el sinsentido de la vida, es comenzar a ganar el espacio que nos comunica con el otro, que ofrece a su vez, una visión secreta del mundo y sus cosas para desarrollar así, y de manera sucesiva entre los hombres, lo que Leibniz concebía como los múltiples espejos del universo que son los individuos y cómo a su vez componen en su conjunto el único universo. Y a lo que Gadamer apunta como a un universo del diálogo. De esta manera nuestra condición en el mundo como identidad espiritual se relaciona con nuestro ser; es ahí donde descubrimos lo que nos sostiene en el hecho de la existencia, acercándonos a la autocomprensión de lo que somos y al encuentro vivo con lo que nos rodea. Así, cada día que pasa, podremos decir que somos nuevos en el viejo camino de la vida.

La Terapia Dialógica busca despertar un campo de acción a partir de la palabra, donde los procesos mentales establezcan una relación directa con el alma; donde se active una realidad espiritual del ser del hombre, de su intencionalidad y disposición para generar ese “diálogo creador” en el que florece su humanidad y lo redime. El diálogo terapéutico no puede ser preconcebido ni conducido por andamiajes teórico-conceptuales que dispongan fórmulas de antemano, armamentos verbales preparados para un diagnóstico que olvida la razón individual de las personas. Se debe desarrollar un ejercicio que abrigue un lenguaje abierto, que sea respuesta a un entendimiento, a su concepción natural de pertenencia y existencia. El lenguaje, en su ámbito natural, y en su relación directa con nuestra visión del mundo, con la manera como nos representamos a nosotros mismos, establece una transformación del espacio y el tiempo donde la palabra se mueve, donde los interlocutores, en manos del lenguaje, posibilitan una orientación común de ese mundo donde en lugar de predeterminar respuestas, se construyen historias.

El diálogo transforma las opiniones en línea directa de su cuerpo hablante y su intención no debe ser la de reafirmar conceptos establecidos de conducta, ni la de “reorientar” a la persona que visita el consultorio con objetivos fundados en condiciones normativas dentro de lo social y lo moral; a no ser que en ese proceso de libre acceso al lenguaje, se determine una interpretación común del mundo y sus cosas. A lo que la Terapia Dialógica debe estar dirigida es hacia la tarea de acrecentar una comprensión que permita la mirada particular y al mismo tiempo el lugar común donde se da la razón solidaria de los hablantes. En un verdadero diálogo de hace presente la esfera espiritual que nos sustenta como creadores al interpretarnos a nosotros mismos y al mundo; que es como si dijéramos que nos hallamos insertos en el lenguaje pero que a cambio de solicitar ese autodescubrimiento, debemos asegurarnos de que cada palabra engendre a la otra y que se constituya en un puente que nos une y nos separa al mismo tiempo; porque, cuando hablamos, no tenemos una verdadera conciencia del lenguaje; porque una palabra es la palabra pensada y otra la que hablamos, y, para que ese habla comunique, debe acercarse al entendimiento, debe dejarse ver.

En el habla se establece nuestro crecimiento, y la realidad del habla... consiste en el diálogo. El diálogo es lenguaje y según Hegel, el lenguaje es el centro de la conciencia. El hombre es porque pasa por el lenguaje; pero también porque lo piensa, porque determina una mutua relación entre lenguaje y pensamiento y los dota de sentido. Ambos permanecen en nosotros, un camino para encontrarlos no es necesario, son condición natural que se han generado a través de nuestro devenir y no podemos dictaminarles un origen. Y podría afirmar que ese lugar donde nos reflejamos como alma y mundo, como cambio incesante donde lo real y lo irreal se presentan, está mediado por la palabra, ya que solamente la palabra concede ser a la cosa. Somos entonces instauración del logos, pensamiento lingüístico que nos anima a reunir los pasos en la mirada espiritual que muchos tratan de llevar al otro sin éxito, porque después de vivenciarlo y anotarlo en su historia, se convierte en un decir indecible e íntimo.

Esa es, pues, la función del terapeuta: facilitar el habla, servir de conducto y de referente en un momento dado, para posibilitar el habla de esa persona que sabe lo que tiene para decir y por lo mismo enmudece. Ese hombre ya ha tenido un diálogo interno del alma consigo misma, que es lo que Platón decía sobre el pensamiento. Ya ha anticipado el diálogo consigo mismo, ya ha estado pensando con palabras y por lo tanto podrá estar en posición de ejercer un diálogo con otro hombre y trascender así a la apertura y ordenación del mundo en su pluralidad de experiencias, en su familiaridad con las cosas representadas en su pensar. Pero sólo si este hombre está incapacitado para acceder al diálogo creador donde se toma el riesgo ante lo desconocido, si se ha perdido en su ejercicio interior de fundar el mundo, debemos acompañarlo y mínimamente aclararle que la gran parte de lo que concebimos es un secreto intransferible, y que en él se refleja el mundo entero, y que si se está en incapacidad de acceder a un diálogo podrá florecer, que esa necesidad podrá abrazar ese ritmo interior que nos manifiesta como correspondencia humanizada con todo lo viviente, como habla donde se acepta el riesgo de poner algo y atenerse a sus implicaciones.

Hablar es convivir con la libertad de decirse y dejarse decir, y ese habla no debe atender a esquemas previos que nos aplastan, sino a una fuerza generativa y creadora que permitirá la entrada y salida constante del lenguaje como un fluido que va y viene en el círculo del crecimiento que se pierde y retorna renovado y capaz de activar el vínculo entre alma y mundo, de adjudicar la libertad espiritual que nos anima a reconocernos como respuesta vital de lo existente.