miércoles, 7 de diciembre de 2011

EN COLOMBIA NO HABITA EL DIÁLOGO







Daremos a continuación algunas pautas para entrar en el tercer mundo del diálogo, mismo que se ha buscado con torpes maneras de negociación y de previos intereses que no logran una mirada objetiva ni plausible para los problemas actuales y de siempre en Colombia, Israel latinoamericano.



El lenguaje cotidiano es moneda gastada, de allí que debamos entrar a las dinámicas de hacer lenguaje, de formular un habla genuina. Posiblemente una analogización de la realidad que medie en estos momentos de natural incomprensión.



Están también aquellos que siguen el mundo al pie de la letra. Que no necesitan mediaciones porque para ellos la realidad es puntual y morir es morir como una pluma es una pluma. Cada objeto nombrado de manera única, conjunta los objetos que se agrupan en el nombrar.



Quizá es en el tercer mundo del diálogo donde esto ocurre. Lenguaje y diálogo son la voz que se bebe. Misma que es transparencia y fluir, no sin tropiezos.



No obstante, para lograr dicha claridad, se debe entrar de la mano de la comprensión al terreno de las palabras, ya que al habitar el lenguaje ponemos nuestras intenciones y deseos y eso no permite neutralidad al momento de la conversación.



Prefiero la pasión a la disciplina que sea síntoma de obediencia bruta y militar, no como la obediencia griega que está emparentada con la escucha. Y es la pasión por la escucha la que debe imperar en el momento mismo del diálogo: la escucha del otro y de nosotros mismos.



Pero parece que seguimos argumentando con pasiones, con la hibrys que erupciona y no deja hablar; que impone. De esta manera, el encuentro de los mundos que participan del tercer mundo del diálogo, en realidad se han quedado por fuera. Por esto, deberíamos mantener los pies calientes y la cabeza fría como nos lo dicen los orientales.



El diálogo es realización correcta si se posa en el comprender. Hay que reconocer en él no sólo una intención de ganar posibilidades, de arrancarle un minuto más a la muerte, sino la tensión de los propósitos y la realidad en que nos encontramos que en muchos casos no concuerda con la de nuestro interlocutor.



Así, la intencionalidad prefijada, los discursos armados previamente, son la fatalidad del diálogo. Hay que dejar que sea éste el que nos muestre la salida sin el enfrentamiento localizado y cerrado que sólo nos procura una batalla donde queremos ser los dueños de la verdad.



De este modo, como lo expresó Gadamer en otro contexto, en nuestros diálogos hay que reconocer una experiencia de verdad que no sólo ha de ser justificada filosóficamente, sino que es ella misma una forma de filosofar. Y esta experiencia de verdad debe ser participativa, abierta y no estar en manos de uno u otro, sino en todas las manos.



Es así, que todo intento de encontrar una salida al hegemónico y caduco poder de alianzas irrestrictas que sostienen a nuestros ciudadanos en una guerra que no les pertenece, debe participar de una mirada que contraste las posiciones de quienes sustentan y quienes pretenden el poder. Analizar e interpretar dichas posiciones, para luego dar propositivamente, y con argumentos, una manera de ser libres, obviando toda sujeción moral en el inalienable ejercicio de nuestras vidas. Por ahora, he dicho.





VÍCTOR RAÚL JARAMILLO

PHD EN FILOSOFÍA UPB

DOCENTE TITULAR FUNLAM





Medellín, 21 de septiembre de 2011

miércoles, 9 de noviembre de 2011

A OÍDOS LIGEROS, DOBLE ANUNCIO (texto coyuntural sin importancia para los nuevos días)

A pesar del tono y los vejámenes,
no quiero agredir, sino poner a pensar.



El colombiano de la masa está aterrado, tiene miedo, es un esclavo de su propia incertidumbre, y se come cualquier cosa con tal de no asumir su puesto crítico en el país; cree que ha nacido para arrastrarse, para pedir permiso y perdón por la vida: le ha faltado fuerza y educación porque “no hay con qué” y prefiere cemento y ladrillos para lo que es el paraíso; como ese que llaman “Lupe”: timador que no disimula: desea enormemente el poder y con sus jefes de campañas, porque han sido varias, trata a los “paisas” como un rebaño bruto, y que entre otras cosas, no tienen “güevas” sino para hacer trampa y ver caer a sus “hermanos” luego de ser “verdugos”, utilizando la quijada que guardan junto al hacha de sus mayores.

La educación de un pueblo es obligatoria y de modo gratuito; quizá por eso, porque no la tenemos, porque nos la quieren robar, todavía se ven tevebobelas, futbol, y los enlatados Discovery y History Channel, canales con intereses precisos como los de desorientar y alienar; porque no tenemos genios, sino repetidores y entusiastas por una patria que es pasión por el dólar y la fama, cueste lo que cueste. Patria que ya no es nuestra sino de los que han hecho bajar los pantalones a nuestros dirigentes y hombres de Estado: somos un territorio valiosísimo y los tres dueños del mundo nos tienen en la mira. Tenemos dos bases militares de los gringos donde se entrena al que vendrá por mí para hacerme calavera. Y estamos asediados de iglesias que son sucursales intermediarias de Dios, que nos embaucan con los dogmas del vaticano: el mayor accionista del planeta.

Por eso necesitamos las aulas gratuitas, abiertas, o los maestros en las calles; para despertar, para salir de este demencial odio al vecino, para acabar la “caleta” donde se guardan las armas para la guerra. Misma que es por conservar y agrandar el territorio de las “plazas” donde se expende la droga que debe ser legalizada. Así se acabaría el monopolio de unos pocos y seríamos respetados, porque tendríamos liquidez.

¡Educación, educación! No cemento para encerrar libros, sino libros en todas las esquinas, música indómita y brutal en lugar de sangre y saqueo. Los servicios públicos que se deberían “pagar” simbólicamente, podrían entregar de forma gratuita un librillo de literatura o poesía cada mes. No es difícil, teniendo en cuenta la plusvalía de las empresas administradoras de agua potable, luz eléctrica y gas.

No sólo se leen las letras y las frases completas con su sentido. Hay que leer la vida, el mundo, el deseo de los hombres y mujeres que buscan ser libres. La Ministra de Educación de Colombia no ha leído la crisis social ni la pobreza extrema y, si las conoce, las quiere perpetuar estando del lado de los sucios lobos que atesoran “dinerito” e incrementan la represión con el ánimo de inhabilitar a los jóvenes que quieren y exigen dignidad; cuando no es que los compran con limosnas y espejitos en lugar de hacer lo que tienen que hacer: otorgarles sus derechos: educación gratuita y participación en proyectos de investigación que no sean sólo patentes y soluciones paliativas a problemas coyunturales y tecnocráticos. Necesitan tener visión humanista y eso no se logra sino confiando en ellos y dándoles lo necesario. Ofreciéndoles horizontes.

La Ministra, por supuesto, no ha leído a Aristóteles en su Metafísica, libro I, sentencia inicial. Ni a Aleister Crowley cuando dictamina que el amor es la ley. Señora Ministra de Educación de Colombia: dese un “paseíto” por estas sentencias y por otras más de filósofos amigos, visite la poesía, enaltezca su espíritu con la música de las calles. Entre en las universidades públicas donde, es cierto, no todos son inocentes. Esos son los menos. Sea bienvenida, pero sin la policía que nos quiere matar; nadie le va a hacer nada, no tenga miedo. Camine por los lugares donde los estudiantes viven, su verdadero hogar; vaya a las bibliotecas, templos de una juventud que no quiere el crimen. No se deje engañar por el Corazón de Jesús y la Virgen María que desean robarnos el alma. No crea en los economistas neoliberales que en la vida el único signo que reconocen es el U$A desconociendo al ser humano, su hambre y su frío. Tampoco crea en la “seguridad democrática” que sólo sirve para que los ricos vayan a sus fincas ni en los payasos que le ordenan como hablar, vestir y sonreír; y por favor, no nos tome por tontos como su patrón: la salud de este país va cada vez peor, que no sea mentiroso.

Señora Ministra: sea coherente y renuncie a su cargo. No ha hecho nada por la educación del país. Sólo pisotearla. Vaya de vacaciones a su finquita y deje de pensar en cosas “útiles” y recréese con la belleza de la Naturaleza que da el ver y oír que ha perdido. ¡Ánimo! Y lea a Rin Rin Renacuajo.


Medellín, 3-18 de noviembre de 2011

lunes, 2 de mayo de 2011

CARTA DE DAVID ESTEBAN ZULUAGA A TATUAJES DE VIENTO

Tatuajes de viento o el libro del lugar oscuro

Nunca oíste pasar el viento.
El viento sólo habla del viento.
Lo que oíste es mentira.
Y la mentira está en ti.


Fernando Pessoa


--Mira-dice la joven al niño--, Gordi sabe caminar…
Camine pues. Y le mueve con un ritmo que atrapa los
Pies de tela al muñeco.

--También da la mano… haber, Gordi, dele la mano al
Niño. Y coloca la mano estampada del muñeco frente al
Niño, que con la vivacidad de un conquistador, la acepta
y, sin soltarla, pide a la joven:

Dígale que respire.

Víctor Raúl Jaramillo



Ramambrú-Simandra-Actara fue el primer nombre que hace ya casi una década, previo a los buenos días, pronuncio Víctor Raúl Jaramillo ante un grupo de ordinarios filosofastros; fue el primer nombre, el único nombre, el nombre del poeta del lugar oscuro de la oscuridad total. Víctor fue, entonces, el poeta del lugar oscuro, mas no, y esto se consideró con el tiempo, un poeta oscuro.

La poesía de Víctor es introspección, un ir hacia sí mismo y revisar-se, un iluminarse que redunda, en última instancia, en el otro, pues: ¿qué es uno mismo sino el reflejo del otro? Y ¿qué es el otro sino el lugar oscuro, la oscuridad total, el lugar de Ramambrú-Simandra-Actara? El otro es el lugar oscuro, es nuestro reflejo; Víctor, conociendo esto, se desnuda, se muestra, se patentiza, mas, ¿quién de manera decidida se reconoce en un cuerpo desnudo, sin accesorios, sin afables fragancias?

De ahí, que al pie de la ventana que se abre para Víctor Manuel Jaramillo, en los primeros años de la década de los 90, Víctor Raúl dibuje en Tatuajes de viento la huella imborrable de quien se ha amado profundamente y que sin más el viento ha sabido arrancar deprisa, disponiendo, al mismo tiempo de una actitud para la guerra.

¿Qué es lo que hay que atesorar entonces?, ¿qué es lo que en última instancia queda? El hombre no es otra cosa más que soledad, soledad que induce a la búsqueda temerosa o codiciosa de una verdad, que como dice el propio Víctor, se esfuma, haciéndose, en efecto, irreconocible. La verdad está reservada para la inocencia, “[…] por eso los hombres han abandonado la búsqueda de la verdad y mirando al cielo esperan la señal del fuego, para lanzarse a las calles a recibir la lluvia de plumas de ángel oscuro y orar a su nuevo dios que desciende como una gota de sangre hasta ellos” (Pág. 13)

No obstante, aun hoy que se ve en el cielo la señal del fuego, el hombre no se lanza por las migajas de verdad ni ora por un nuevo dios. El hombre no se apropia de nada. Teme perderse. Tatuajes de viento es un llamado al orden sin uniformidades, al orden del que todo mana, es un vitalismo que reposa en el coruscante fulgor de lo latente a la espera de ser nombrado; es la esperanza de que el hombre se desesperance de las verdades petrificadas por la literalidad de nuestro lenguaje. Tatuajes de viento es reencarnación sin guturales, es el ejercicio mismo del pensar, es el instante previo al canto.

Por eso es un tronar polivalente que demarca el camino de uno mismo a partir del otro, su canto es el reconocimiento del otro que, huye temeroso de las otras miradas; los hombres son, en gran medida, reflejo y sombra de lo que es uno mismo, por eso para Víctor Raúl el hombre debe brindar consigo mismo y después marcharse.

De ahí que sea necesario cegar los ojos y ver hacia adentro. De ahí que sea necesario apaciguar los soles de la verdad: ¿qué hay por decir cuando ya los soles están en nuestras manos? El hombre está sediento de sabiduría y para conseguirla necesita beber del agua de la incertidumbre, es decir de sí mismo.

Víctor concibe el palpitar de un mundo vivo, re-crea las palabras, las aviva y enuncia el clamor entrañable del hombre que quiere vivir, sin embargo y como enuncia él mismo, “[…] sólo el día en que ese hombre no salga de su hueco dispuesto a luchar contra el anonimato, y que en toda la ciudad se sienta una rara tranquilidad, será reconocida su existencia [más aún] ¿de qué podría servirle a un muerto el reconocimiento entre los vivos?”

Tatuajes de viento, activa y acentúa la imagen del hombre como ser perfecto, sin embargo, al modo de Mónica Cavallé su perfección radica en la constante ambivalencia de lo humano, en el movimiento pendular del hombre que oscila entre el pathos y el logos, es decir, entre el sufrimiento existencial y la inteligencia que ordena y armoniza la vida. De ahí que sus perspectivas se desvelen en torno a la muerte, al conocimiento, a la incertidumbre, al arte, a la inquieta infancia, a la soledad, el miedo, el sexo, a un hombre que se convierte en verdad, al margen de la Verdad.

Lo singular del libro es que al modo de un atento espectador, Víctor parece ver en detalle lo que acontece. En ese sentido, la muerte, la infancia, la incertidumbre, no son en abstracto, sino la muerte que cada uno de nosotros en algún momento ha visto o verá aparecer ante sus ojos “en una carroza de huesos” y a la espera de su acompañante. La memoria, ese segundo antes de la desdicha y la incertidumbre el derecho a ser de nuevo infantes.

El libro se presenta como una puerta al mundo, permite rediseñar el domo de cristal monocromático en que vivimos, muestra la policromía y al mismo tiempo la polifonía del mismo, desvirtúa la verdad como sinónimo de sabiduría. Acentúa el poder de la palabra, es poesía viva que pluraliza el mundo y que al mismo tiempo revela su pluralidad, Tatuajes de Viento es, en este sentido, un libro para iniciados.

De este modo y sabiendo que “hay antiguos rumbos dispuestos para el poema” se entrega el libro, reflejo de nuestra pálida existencia, para que cada uno lea en él la posibilidad de aventurase a un renovado caminar, que al margen de la Verdad de todos los soles, se muestre para cada uno de nosotros, sensatamente.


A Víctor, Gracias.

David E. Zuluaga M.
Nov. 25 de 2010

miércoles, 27 de abril de 2011

PRIMEROS POEMAS

BOSQUEJO

Estar frente a la fuente
donde el agua es la piedra
ruborizada
desnuda

Ver los rostros
descuartizados del poema
y los ojos del sol
que saltan desde el fondo
sedientos
***
EL AHORCADO

Sus ojos fijos en la puerta

Parecía esperarse
con la soga en las manos

Así todo sería un sueño
***
NOVICIADO

Mientras se persigna
en penitencia
el deseo tiembla
entre sus piernas
***
MAGIA

Introduce su mano en el sombrero
mostrándolo al público
para confirmar que efectivamente está vacío,
que no hay truco.
Lo tapa con una seda amarilla
lo pone en la mesa
y dice las palabras mágicas:
Arancaranara
Jesdalaherton
Te-ki
al tiempo que hace
unas cuantas piruetas
con las manos.
Luego de observarse
un profundo silencio,
quita la seda
y un estupor repentino lo enmudece,
lo paraliza.
No resiste verse riendo de sí mismo.
***
CARTA

Tan sólo
pedirle al mundo
que te comprenda
sin pretextos
sin vacilaciones
***
Una lechuza inquieta
al borde del amanecer

Dos cuerpos amándose
sobre el hielo de diciembre

Una sombra de humo gris
tras el árbol que los oculta
***
Asfixiado
de ladrillos
te veo ahora
verde fresco
donde anticipé
el último paraíso
***
Le encargaron la demencial tarea
de cubrir con esperanzas
su último suicidio

Así tendría posibilidades
de volver a morir
***
Fue la única culpable
de que en la mirada del espejo
se notaran sus envidias

Anda por ahí buscando el reflejo
***
Apolo duerme sobre una nube
Apolo parece la nube
Apolo es la nube

Vaya desilusión
hemos estado adorando un falso Apolo
***
a Eufrasio Guzmán

En un árbol viejo y robusto
grande como un árbol grande
está la historia de los hombres
su memoria
solo
enajenado con el cielo
indiferente a las raíces
que se aferran a la tierra
***
No hay que avergonzarse
el temor es una aldea de rostros grises
en la cual todos tenemos asilo

No hay por qué temer
la soledad
es un pájaro parado en la rama de un roble

El silencio es un corazón enamorado
el silencio
***
Algún día
un día
el día de acercarnos
sin pensar
vibración de la carne
música de huesos y centellas
llegará

Por ahora sostén tu abrigo
no lo arrastres
***
Mi río
o cualquier río
el agua del río
que humedece tu gesto
mi río que quiere morder tu piel
y seguir

Sentirás las manos del sol

lunes, 11 de abril de 2011

BIOGRAFÍA DE LA MUERTE

Esta vida tan efímera,
esa muerte tan eterna.
Carlos Mario González

Algunas cosas nos igualan
otras nos lanzan a distancias insospechadas;
pero la muerte:
acto común que nos separa definitivamente.
Saday




1

Más allá es aquí,
efímera razón de la vida,
plural razón del tiempo.

Seremos Nada al momento inexpugnable.

Tras lo que somos,
después de la voz
y del acto,
Nada que abrirá su boca
para disolver la dicha.

En otros ya,
vacío absoluto,
no estaremos para cantar
y la fiesta olvidará nuestra embriaguez.

Qué otra cosa
sino amar profundamente
y comenzar la despedida.

2

Un abrazo
se fundirá en el polvo.

Ese otro que fuimos
seguirá agitando las manos
en señal de ausencia.

No seremos ya.

Las ciudades nos leerán,
entonarán nuestros cantos.

Pero Nada y No-Tiempo
abarcarán la imposible experiencia.

Detrás de los muros,
la distancia eterna
que borrará nuestra voz.

3

Miraremos las cosas,
leeremos el mundo.
Muchas veces negaremos ese no-ser.

Nada que habitamos
mientras solitarios
nos confundimos en la fiesta.

Rebaños completos
irán al país del olvido,
y al fin,
será tarde para el hombre.
No ahora.

Cantos quedarán en las raíces:
tejido de la tierra.
Mas no seremos
eso que acostumbrábamos ser.

No más nosotros.
Ningún Yo soy el que soy.

Después de todo
luz y sombra,
camino y tiempo,
son representaciones
que el último hombre
dejará a la deriva.

4

Permaneciendo en los signos
o en la melancolía,
habitamos esa conquista
que será olvidada.

Llave o camino
descifrarán los pasos ausentes.

Otras voces iluminarán la estancia,
otros ojos
que nadie podrá ver.

Al fin y al cabo
las horas que atesoramos
serán un oro perdido
que otros creen de los bolsillos.

5

Llegaremos,
antes o después;
pero su puerta estará abierta.

No olvidará al rey
ni al mendigo.

La cita predicha
tendrá al fin sus invitados.

Ella bailará para nosotros,
y maravilla de digna sirena,
su canto nos arrojará al mar.

Profundo,
sin fundamento.

6

Principio del pensar
es su obra inmaculada.

Final,
asunto o decreto
que a nuestro ser interroga.

Telón de fondo
al otro lado la dramaturgia enmudece.

En su acto
Nada que nada es.

Ausencia absoluta
nuestra historia abandonará el Tiempo.

Hoy somos,
ayer fuimos,
y quizá llegaremos a ser.

Pero su seña:
entrada al olvido de lo que existe.

7

Después de la conquista,
no pedida ni anunciada,
sólo azar,
quizá escritura previa de un dios,
el gran fracaso.

La derrota de los amantes.

El libre vuelo
al lugar sin representación.

Otro tiempo
despertará para quien sigue.
Quizá seamos allí.

Mas dormiremos,
profundamente,
sin sueños ni delirios.

8

Todo existirá mientras vivamos.

Cuando cerremos la puerta,
todo se irá con nosotros.
Menos aquello
que dejamos en el nombrar.

Aferramos el tiempo,
pero nos detiene
su cruel designio.

Tiempo arquitecto,
Tiempo fundante paso a paso
de nuestra voluntad,
que después de la palabra
sólo asegura el silencio.

9

No queremos el derrumbe
sino escalar la montaña.

Al final la cuesta
que habremos dejado para el olvido.

Como subir la escalera
y tirarla luego.

Una nueva pendiente
que enmudece nuestro ánimo
al reconocer la finitud
de nuestro ascenso.

Así vamos,
cabeza alta
de espíritu frágil.

El abismo,
arriba o abajo
dice y muestra
el baile de la fractura.

Antesala de lo definitivo.
Despedida que se ofrece
al inaugurar el mundo.

Sin afecciones,
con la contundente tonada:
Nada que doblega al mundo.

10

Paréntesis
en el vacío:
la vida.

Pausa que modifica,
entrada y salida
repetidas en todos los hombres.

Inhalación.
Ejercicio del canto,
cruce de vías
que nos enseñan el fracaso.

¿Conquistar qué?
Palabras para nombrar
aquella aspiración que antecede
y culmina posteriormente
dejando las cosas sin enunciación.

Cuerpos putrefactos,
lentamente,
en el instante.

Efímera andanza
que reconoce la existencia
de una pared definitiva.

Exhalación.
Punto aparte.

11

Despertar a la muerte
para pensar la vida.

Vibración de soles sucesivos,
ocaso que somos,
dolor por los que marchan.

Gran absurdo,
nuestra existencia quebradiza
donde habita toda felicidad.

Camino,
límite,
visión de la sangre,
espíritu que abraza nuestra tierra.

Anticipamos el gran hecho
sin interpretaciones.

De la Nada
nada se sabe.

Mas volvemos sobre nosotros mismos
y vivimos como el arco
que arroja su flecha.

12

Situados en el presente
vivimos de las huellas
de antiguas conquistas,
que en otra versión,
son sólo derrotas.

Instante del hoy
trazamos el norte
de la próxima revelación.

Libertad y angustia,
la muerte marca nuestro espíritu
al momento mismo
que entramos en la fiesta.

Volver atrás,
un imposible.

Qué otra cosa
sino la vida vivida
y la conciencia de que somos,
de que anhelamos ser.

miércoles, 6 de abril de 2011

DE LA VISIÓN OFRECIDA (SOBRE JOSÉ SARAMAGO)

Dicen que finjo o miento
en todo lo que escribo (...)
¿Sentir? ¡Sienta quien lee!
Fernando Pessoa

Fuera de todo fingimiento, la verdadera escena a la que nos lleva José Saramago, es a la de la visión de lo posible que, por andar detrás de la ceguera de los hombres, se torna utopía e imaginación.

De la mano de sus tramas e historias, de su drama como retribución por haber vivido, quedan consignados los enfermizos despliegues de la naturaleza humana y, al mismo tiempo, la maravillosa conquista de sus incertidumbres.

José Saramago tiene nombres, todos los posibles nombres que se resuelven en uno sólo y es: literatura. Su canto continuo y abierto a las preguntas esenciales, recorre la historia de las generaciones y acrisola la civilización constante en enigmas y desviaciones.

La responsabilidad de tener ojos está seriamente adjudicada al lenguaje de Saramago, a sus palabras que interrogan los espíritus dolientes de la fe que alguna vez no existió ni en una ni en doce tierras. Hablo del Evangelio según Jesucristo que reclama la mirada vigilante ante el paso de un poder, justificado en un hombre que dio su costado para que los demás sembraran la bondad y el amor en sus corazones. No iglesias engalanadas con el oro de las tribus, no jerarcas adinerados y en conjunción con rigurosos crucifijos; sino la vida desnuda, como en el paraíso.

Hablo de un Caín que asesta el golpe final a la figura de dios dejando tras el diluvio una rastro de cadáveres que inopinadamente están guiados por quien fue seducido arrojándose al mar.

Hablo de la ceguera que llega de repente y nos habita y nos pone al encuentro con una pequeña muerte. Una “ceguera blanca” que se desata como epidemia y aquilata los demás sentidos; es decir, el ojo se olvida, y es recordando, que olvidamos algo, que nos damos cuenta de la muerte.

La lucha de Saramago está representada y ennoblecida en su búsqueda de una verdad que sin ser absoluta reúna la mayoría de los hombres. Una verdad que no acontece en una escritura delirante; sino en un ejercicio de ir y volver una y otra vez a los lugares de la literatura: el amor, la libertad, el olvido, la muerte... con paciencia y claridad, con conocimiento.

Cuando hablo de una verdad no quiero decir que Saramago escribe con un ánimo doctrinario, al contrario, si existe una intencionalidad en su escritura es la de una frontera sin fronteras, la de un horizonte que se sobrepasa y nos muestra nuevos e interesantes horizontes.

Saramago activa la razón misma de la palabra literatura y la pone al servicio del hombre y los sucesivos hombres que nos salen del espejo; la desnuda y la preserva antes que roerla y desatarla sin una dirección que nos deje a la deriva. Su intencionalidad es espiritual en la medida de la palabra que nos acontece, en la medida de su canto agitado por la autoridad demencial y cruel de las instituciones. Es un espíritu individual que se relaciona, es una moral que ha fracasado tanto en la fe como en el Estado.

En él existe cierta nostalgia que a pesar de estar presente no mengua la lucidez y el encanto de su voz contestataria y divertida. Un humor maquinalmente negro que asalta las páginas de sus libros donde los fantasmas no son fantasmas sino presencias que intervienen en nuestro tránsito.

Un Fernando Pessoa que después de muerto todavía no muere del todo y recorre las calles invitando a su amigo Reis a acompañarlo en su viaje, lentamente, entre los diálogos delicados y asombrosos de una novela que no se resuelve por la vía de la literalidad sino a través del ejercicio poético, a través del enigma.

La sugerencia de los libros de José Saramago: Ensayo sobre la ceguera, El Año de la Muerte de Ricardo Reis, El Cuento de la Isla Desconocida, La Caverna, El Hombre Duplicado, Intermitencias de la Muerte y los demás, está contagiada de vena abierta y desatada, de palabra cáustica y mutante, de lucidez y conflicto.

Muchas veces el tono se ejecuta desde la tranquilidad de un pensamiento aéreo, otras veces el pensamiento es tierra y camina de la mano de las piedras que en caravana se dirigen hacia las murallas, no para divulgar su frontera, sino para derribar su filosofía.

Una de sus preguntas es si en estos momentos tormentosos, como en todos los momentos, podrá existir la esperanza. Y creo que la respuesta es que si un hombre se pregunta por ella, pues, la esperanza renace, se erige, se enciende y retoma el camino. Esperanza que nos alerta y nos impulsa al cambio de la vida para que lo vivo perdure, para que la imaginación tenga su poderío. Esperanza que también es fatalidad al ponernos delante sin saber que ya habíamos llegado.

Una esperanza que está sustentada en una realidad fracturada pero generosa. Una realidad que nos envuelve sin voluntad alguna y nos pone a visitar lo objetivo con nuestra mirada singular y plural hasta que entendamos el caprichoso milagro de lo que ocurre. El verbo que contagia a las generaciones.

Por esto debemos levantarnos abrazando nuestro sueño y exigir al rey que venga desde su puerta de los obsequios, a ver lo que queremos. Por esto nuestras batallas son batallas de ciegos y lo que queda con el silencio es la infinita derrota de todos los que a obnubilados dicen ver la realidad, dicen tener el conocimiento.

Seres habitantes de una luz que sólo les permite ver sombras, que no ofrece sino la aterradora acción de la ignorancia. ¿Dónde estamos? ¿Qué camino seguimos? ¿Quién nos acompaña? Es como si preguntáramos: ¿quién soy? ¿A qué he venido al mundo? ¿Que dios me promete y a que dios prometo? ¿Cuál es el sentido de la existencia? Saramago, y es mi especulación, sabe con Pessoa que sólo en la estupidez y en la locura podremos ser felices.

Pero la felicidad es de todos, en momentos distantes, en casos extremos y en medio del sosiego. La literatura es para que aprendamos a ser felices, no sólo en la estupidez y en la locura, sino en el encuentro con nuestro sí mismo, en tarde de sol o en noche de lluvia. La felicidad es un aprendizaje y esto también lo sabe nuestro autor.

Para cerrar, algunas preguntas: ¿por qué en Occidente la felicidad es un aprendizaje tenebroso, terrorífico, lleno del diabiolismo del sufrimiento y del sin final sacrificio? ¿Por qué Latinoamérica sigue siendo una bastarda de la razón europea? ¿Qué es el más allá, sino un espejito con el que nos quitaron la vida? ¿Acaso trascender no es ir hacia los dioses? ¿No será acaso un entrar en la tierra? ¿Por qué insistimos en moralizar el mundo, en lugar de mundanizarnos nosotros?

Medellín, 2000-2011

miércoles, 26 de enero de 2011

TERAPIA DIALÓGICA (3)

DONDE NO ERES NADA, QUÉDATE CONTIGO, Y ERES TODO

El trabajo en el Consultorio Filosófico va encaminado al autodescubrimiento del ser, a su propia determinación en el mundo a través de su existencia y al descubrimiento de las dinámicas y significados que afirman la intención que va encaminada hacia la libertad, y, por ende, hacia la responsabilidad que implica la comprensión y el entendimiento de los eventos que se suceden en la vida. Esa función se establece en la palabra y en el sentido que cada una de las personas dan a su experiencia, al reconocimiento de esa actividad creadora que nos vincula con los demás y con los universos ocultos que sólo en cada uno de nosotros tienen cabida. Al mismo tiempo, entonces, acentuamos la función de la voluntad de crear que recobra la búsqueda y el encuentro de nosotros mismos, en inmediaciones de un mundo confuso que requiere nuevas formas de interpretación para vehicular una conciencia que se acerque a una verdadera identificación de lo que somos y representamos de una manera múltiple ya que, cada uno de nosotros, como parte de la totalidad, atiende a una realidad mental, a un mundo real, a una representación interior de los demás mundos posibles.

Todo lo que despierte en el hombre ese acercamiento productivo al otro Yo, a ese ser que trasciende y que dispone como claridad permitiendo su presencia evolutiva, el devenir de su propia naturaleza, es tenido en cuenta en el desarrollo de la Terapia Dialógica; debe asumirse como posibilidad, como acción participativa que en ningún momento deberá neutralizar el hecho de contemplar, pues la contemplación es enormemente compensatoria para las personas que, por alguna razón, presentan dificultades para relacionarse con el mundo. La actitud reflexiva, sin embargo, es una necesidad vital para crear una postura, una mirada crítica sobre lo que creemos que se identifica con nuestro ser, y sobre lo que éste representa realmente en el movimiento de lo existente. De esa manera las diferentes concepciones, las múltiples “versiones” del mundo aparecen y se hacen parte fundamental de nuestras vidas, teniendo en cuenta, que caminamos por la idea de la transformación, del cambio, y, al mismo tiempo, de las presencias inmutables que enriquecen nuestra existencia. Si bien hay concepciones generales, valores de origen, esto no quiere decir que no podamos asistir de una manera propia al descubrimiento de las cosas; de hecho, la función principal de la Terapia Dialógica es la de observar y respetar los sistemas íntimos e individuales con los que cada persona en tratamiento se acerca a la realidad, y de qué manera formula su permanencia en la Tierra; su paso por la Tierra que lo devuelve a la instancia primera de su camino, del destino que se construye en manos de nuestra propia manera de ver y comprender ese viaje al que asistimos. Viaje que se hace necesario cuando estamos en un callejón sin salida; momento preciso para indagar lo que siempre ha estado a nuestro lado y, por tanto, no ha sido de nuestro interés. Tiempo para renovar nuestro repetido rostro, para presentarnos ante lo que nos rodea sin equivocar lo que somos, sin ser doblegados por las circunstancias y siendo partícipes de la claridad y del pensamiento tranquilo.

La Terapia Dialógica confirma el diálogo como denuncia, como contagio del crecimiento; el acto dialéctico es el camino para que la verdad opere y active nuestra posibilidad de aprender a escuchar al otro; de ese modo podremos instruirnos en el diálogo, porque debemos restituir el lenguaje, y además, la capacidad para el diálogo es un atributo natural del ser humano. Confrontar la visión que tenemos del mundo es saludable; aceptar que en esa visión encerramos todo nuestro malestar y el sinsentido de la vida, es comenzar a ganar el espacio que nos comunica con el otro, que ofrece a su vez, una visión secreta del mundo y sus cosas para desarrollar así, y de manera sucesiva entre los hombres, lo que Leibniz concebía como los múltiples espejos del universo que son los individuos y cómo a su vez componen en su conjunto el único universo. Y a lo que Gadamer apunta como a un universo del diálogo. De esta manera nuestra condición en el mundo como identidad espiritual se relaciona con nuestro ser; es ahí donde descubrimos lo que nos sostiene en el hecho de la existencia, acercándonos a la autocomprensión de lo que somos y al encuentro vivo con lo que nos rodea. Así, cada día que pasa, podremos decir que somos nuevos en el viejo camino de la vida.

La Terapia Dialógica busca despertar un campo de acción a partir de la palabra, donde los procesos mentales establezcan una relación directa con el alma; donde se active una realidad espiritual del ser del hombre, de su intencionalidad y disposición para generar ese “diálogo creador” en el que florece su humanidad y lo redime. El diálogo terapéutico no puede ser preconcebido ni conducido por andamiajes teórico-conceptuales que dispongan fórmulas de antemano, armamentos verbales preparados para un diagnóstico que olvida la razón individual de las personas. Se debe desarrollar un ejercicio que abrigue un lenguaje abierto, que sea respuesta a un entendimiento, a su concepción natural de pertenencia y existencia. El lenguaje, en su ámbito natural, y en su relación directa con nuestra visión del mundo, con la manera como nos representamos a nosotros mismos, establece una transformación del espacio y el tiempo donde la palabra se mueve, donde los interlocutores, en manos del lenguaje, posibilitan una orientación común de ese mundo donde en lugar de predeterminar respuestas, se construyen historias.

El diálogo transforma las opiniones en línea directa de su cuerpo hablante y su intención no debe ser la de reafirmar conceptos establecidos de conducta, ni la de “reorientar” a la persona que visita el consultorio con objetivos fundados en condiciones normativas dentro de lo social y lo moral; a no ser que en ese proceso de libre acceso al lenguaje, se determine una interpretación común del mundo y sus cosas. A lo que la Terapia Dialógica debe estar dirigida es hacia la tarea de acrecentar una comprensión que permita la mirada particular y al mismo tiempo el lugar común donde se da la razón solidaria de los hablantes. En un verdadero diálogo de hace presente la esfera espiritual que nos sustenta como creadores al interpretarnos a nosotros mismos y al mundo; que es como si dijéramos que nos hallamos insertos en el lenguaje pero que a cambio de solicitar ese autodescubrimiento, debemos asegurarnos de que cada palabra engendre a la otra y que se constituya en un puente que nos une y nos separa al mismo tiempo; porque, cuando hablamos, no tenemos una verdadera conciencia del lenguaje; porque una palabra es la palabra pensada y otra la que hablamos, y, para que ese habla comunique, debe acercarse al entendimiento, debe dejarse ver.

En el habla se establece nuestro crecimiento, y la realidad del habla... consiste en el diálogo. El diálogo es lenguaje y según Hegel, el lenguaje es el centro de la conciencia. El hombre es porque pasa por el lenguaje; pero también porque lo piensa, porque determina una mutua relación entre lenguaje y pensamiento y los dota de sentido. Ambos permanecen en nosotros, un camino para encontrarlos no es necesario, son condición natural que se han generado a través de nuestro devenir y no podemos dictaminarles un origen. Y podría afirmar que ese lugar donde nos reflejamos como alma y mundo, como cambio incesante donde lo real y lo irreal se presentan, está mediado por la palabra, ya que solamente la palabra concede ser a la cosa. Somos entonces instauración del logos, pensamiento lingüístico que nos anima a reunir los pasos en la mirada espiritual que muchos tratan de llevar al otro sin éxito, porque después de vivenciarlo y anotarlo en su historia, se convierte en un decir indecible e íntimo.

Esa es, pues, la función del terapeuta: facilitar el habla, servir de conducto y de referente en un momento dado, para posibilitar el habla de esa persona que sabe lo que tiene para decir y por lo mismo enmudece. Ese hombre ya ha tenido un diálogo interno del alma consigo misma, que es lo que Platón decía sobre el pensamiento. Ya ha anticipado el diálogo consigo mismo, ya ha estado pensando con palabras y por lo tanto podrá estar en posición de ejercer un diálogo con otro hombre y trascender así a la apertura y ordenación del mundo en su pluralidad de experiencias, en su familiaridad con las cosas representadas en su pensar. Pero sólo si este hombre está incapacitado para acceder al diálogo creador donde se toma el riesgo ante lo desconocido, si se ha perdido en su ejercicio interior de fundar el mundo, debemos acompañarlo y mínimamente aclararle que la gran parte de lo que concebimos es un secreto intransferible, y que en él se refleja el mundo entero, y que si se está en incapacidad de acceder a un diálogo podrá florecer, que esa necesidad podrá abrazar ese ritmo interior que nos manifiesta como correspondencia humanizada con todo lo viviente, como habla donde se acepta el riesgo de poner algo y atenerse a sus implicaciones.

Hablar es convivir con la libertad de decirse y dejarse decir, y ese habla no debe atender a esquemas previos que nos aplastan, sino a una fuerza generativa y creadora que permitirá la entrada y salida constante del lenguaje como un fluido que va y viene en el círculo del crecimiento que se pierde y retorna renovado y capaz de activar el vínculo entre alma y mundo, de adjudicar la libertad espiritual que nos anima a reconocernos como respuesta vital de lo existente.