domingo, 19 de mayo de 2013


Breves miradas a lo divino

Por Víctor Raúl Jaramillo
Tomado del libro inédito:
Decir-se a sí mismo agotando la vida en la vida




Sólo puedes realizar a Dios con tu esfuerzo

Texto tamil anónimo (siglo XIX)


1
Acontecer en el mundo es darle salida a lo que somos y a lo que no; en otras palabras, a lo conquistado por todos y a lo que buscamos en nuestra individualidad con la memoria que nos da el recuerdo y la imaginación, que si bien puede volver y recrear, va hacia adelante, como la voluntad. Como nuestra música subterránea, que a pesar de haber sido compuesta como enfrentamiento de sentido con la realidad presente de una ciudad asesina, es intempestiva y va hacia el futuro.

Nietzsche nos dijo con Píndaro que: el hombre debe llegar a ser el que es. Pero ya otros, más contemporáneos, realzan que debemos llegar a ser los que no somos. Quizá llegar a ser hombres que van hacia su deseo de horizonte, hacia la utopía que, tal vez, consista en convertirnos en dioses de nosotros mismos y liberarnos de tanta trampa donde nos esclavizan, poniéndonos a tributar sacrificio para aumentar los dominios del tirano.

Si Dios ha muerto, no es para que nos sumemos a la desesperación, sino para que asumamos con nuestra voluntad el ejercicio de la libertad y la responsabilidad con nosotros mismos y con los demás. Es para que seamos más humanidad, más cuerpos henchidos de gozo. Seres humanos voluptuosos y merecedores del placer que sabe que sólo tenemos un paraíso: la tierra. Y que debemos ser dignos de ella.

Rezar es repetir, alienarse; orar es crear nuevos vínculos, estallar los realizados. Un místico inmanente no reza, ora. Y para eso tiene su poesía, su arte y su música dadores de infinito. Orar para él, es entrar en sí mismo y establecer la armonía que lo lleve a la eficaz recepción de los suyos; ayudar a vivir sin desproteger su silencio y su soledad.

Ahora bien, este infinito donde han puesto a Dios las religiones reveladas, las farsas del Libro, no es más que una Nada que antecede y sucede a lo existente, un vacío que da el salto hacia otro vacío, una fuente de presencia en el aquí de la tierra que muchos niegan por temor al olvido, a desaparecer. Por eso, quizá, hemos matado a Dios, la mayor droga de nuestro instante que es el tiempo que nos pertenece: porque ya no creemos; ahora sabemos.

Los dioses han sido una parte integral del designio de los hombres desde su aparición, y, por tanto, están inscritos en nuestra evolución. Dioses creados por los hombres. Lo que importa no es su origen, sino su sentido en las vidas de las personas. Y algunas de ellas prefieren el sueño de la fe a despertar y estarse-frente-al-mundo, cara a la realidad.

No creo en un Dios cristiano ni judío ni musulmán, ni en los dioses griegos ni en los egipcios... los asumo como simbología, como proceder espiritual de la cultura. Y es en esa vertiente de lo divino que me fundamento. En una multiplicidad de signos que se amamantan del orden creador del hombre y que no se expresan sino por éste mismo orden. Dios y Demonio, los mayores inventos del poeta.

Aquello que no puede ser nombrado no existe en nuestro mundo de palabras. Mismas que son metafísica, verdad y mentira; creación y destrucción de nuestro impulso vital. Son partícipes de lo humano, pero no lo determinan en toda su integralidad porque tenemos lo más cercano: nuestro cuerpo: uso que anuncia, abrazo y danza, sudor y sangre que debe ser respetado siguiendo nuestra propia luz sin apagar las demás. Otra cosa es lo inefable, el éxtasis sonoro que, en su silencio, no se puede ni se debe nombrar para que nutra y no deje de ser: la música.

Dios ha servido como regulador de las masas, como control en el miedo que los sacerdotes desatan con sus prédicas venenosas que inventan castigos a los pueblos que se han dejado engañar. No somos culpables y tenemos que proteger nuestro espíritu que es el gesto y la palabra dadores de sentido, relación activa con el otro. Debemos estallar todo absoluto; hay que diversificar el planeta.

La concepción de Dios ha estado esquematizada y distribuida por los sistemas y las instituciones que lo “venden” entorpeciendo el sí mismo de los individuos y las comunidades que se nublan con su corrupción, porque no han accedido al conocimiento.

Hemos heredado, y es necesario dejarlas atrás, una ignorancia y una pobreza que nos privan de crear en nosotros mismos y actuar con sabiduría. Debemos leer y no tragarnos cualquier cantidad de fantasías que nos obliguen a un seguimiento ciego. Debemos ir al fondo de la letra con un pensamiento crítico: interpretar que es releer y crear de nuevo.

Nos han puesto a favor de un Dios que no interviene en el mundo sino con una promesa de salvación y de retribución postmortem. Esto nos aleja de la vida, nos roba nuestra realidad, nos deja huérfanos de nosotros mismos.

Religiones promiscuas que te dan permiso de robar y asesinar a diestra y siniestra y que te absuelven al final dejándote participar de “la vida verdadera”, son el verdadero veneno. Arrepiéntete porque eres un pecador. Y te arrepientes e igual sigues siendo escoria que comerá del polvo. Serás odiado, y quizá suplantado por un balazo. Ve, hazte pedazos y deja en paz a los sanos.

Dios ha estado en los límites del mundo “observando” tu existencia pusilánime, pero no ha tomado cartas en el asunto; es un “Dios misericordioso” que te niega la misma misericordia. Así lo expresa el poeta hebreo Yehudah Ammijai en su poema Dios lleno de misericordia:

        
Dios está lleno de misericordia,
         si no estuviera lleno de misericordia
         habría misericordia en el mundo y no sólo en Él.
         Yo, que cogí flores en el monte
         y miré hacia todos los valles,
         que traje cadáveres de las colinas,
         sé contar que el mundo está vacío de misericordia.

         Yo que fui rey de la sal junto al mar,
         que estuve indeciso junto a mi ventana,
         que conté los pasos de los ángeles
         y mi corazón levantó pesos de dolor
         en terribles competiciones.

         Yo, que me sirvo sólo de una parte pequeña
         de las palabras del diccionario.

         Yo, que tengo que resolver enigmas a la fuerza
         sé que si Dios no estuviera lleno de misericordia
         habría misericordia en el mundo
         y no sólo en Él.


2
Algunas personas me preguntan: ¿qué o quién es Dios? Y con mi corta mirada sólo atino a responder: Dios. La tautología de una categoría gramatical; ¿qué más podría decir yo de Dios que no sepa ya Dios de sí mismo? Y esta pregunta la tomo de Alberto Caeiro que, luego de pensar una y otra vez el mundo, llegó a la conclusión de que pensar es estar enfermo de los ojos, que una flor es una flor, no otra cosa, y que la única conclusión es morir

Dios es un problema fundamental en gran parte de los hombres, porque se niegan a entrar en sí mismos con una fe que los excluye. Es la mentira a la que se reclama la palabra que nos falta. Algunos, la gran mayoría, cuando los padres, maestros y sacerdotes los impulsan a seguir una tradición que deberían examinar para emanciparse y obtener libertad. Se aferran a su monorezo y por tanto siguen emulando “la verdad” del totalitarismo.

Otros, después de que las circunstancias vitales, por ejemplo cuando muere un ser querido: una madre, un hijo, un amigo, se encargan de insistir en el vínculo con el “alma que trasciende” lo que aparece, y que es otra manera de nombrar al cuerpo cuando se abre el deseo de volverlos a ver, de negar su finitud.

Cuando somos conscientes de que vamos a morir, allí nace todo deseo, toda manifestación de futuro o de escritura que pretende sustantivarnos, que busca hacernos permanecer; allí encontramos a los dioses y nos asimos a una vida supraterrenal con una esperanza insana. Allí nace el ser que nos dona presencia. No obstante, somos respiración que crea realidad, y nuestro horizonte está en los demás, aquí, en el amor a la tierra, en nuestro cuerpo subterráneo, en nosotros mismos.

La muerte hace que crezcan nuestras obras que son la inmortalidad del mundo. Los otros, ese más allá que interrogamos en nuestra prevención, nos miran, nos escuchan y nos dan humanidad; cuidan, después de que perecemos, nuestro caminar. Y es ahí, en su memoria, donde cobramos actualidad. Lo otro es la Nada que nos espera con su boca abierta.

La savia está en nuestra mano, en ella desentrañamos el secreto que está dispuesto para nosotros en cada uno de nosotros mismos. No hay que emprender largos viajes por tierras lejanas, sólo hay que entrar en nuestro interior. Prepara la guerra que es adentro. ¡Eres el mundo!

De otra manera: yo he subido al Cielo y he arrojado a Dios sobre la Tierra, para, en una mística inmanente, multiplicarlo, puesto que nosotros debemos ser nuestros propios dioses. Debemos aprender a dialogar con nuestro propio espíritu y llenarlo de música sin la que nada sería posible. Debemos perseverar hasta hacer de nosotros nuestra propia creación; atendiendo sólo a quienes fundan su propio camino.

No sobra decirles a Occidente y al Oriente cristianizado que Jesús es un mito que, mal contado, se resiste a desaparecer. No habrá segunda venida, porque no se ha ido. Sólo es un símbolo de un pueblo que necesitaba liberarse y expandirse, y ha preservado la fe sellándola en las nuevas generaciones con sangre y fuego. Esa es su resurrección: un pasar el mandamiento de siglo en siglo; como Osiris, como Dionisos.

Mala señal: la Iglesia, luego de saltar al dominio en manos de Constantino, conquistó, con la ficción de un Mesías, la tierra que es de todos, la economía y los cerebros de aquellos “llamados” o “elegidos” que, convirtiéndose al tan publicitado “Más Allá” con su Cielo pedagogizante y su Infierno torturador, perdieron todo gobierno sobre sí mismos y aumentaron la fábula. En esos momentos murió esa doctrina de peces y milagros.

Cristo, o lo que Antonio Mora el heterónimo de Fernando Pessoa llama el puro sueño, la pura nada proyectada, es real en tanto es un mito en su propia realidad. Y aunque se insista, por ser noche y abismo de lo que llaman “Otro Mundo”, no se puede comprender su significado porque es sacado de una loca e imposible revelación: la aparición del mayor de los crímenes: la renuncia a la vida.

Una vez el homo creator o primer dios conjugó el Universo, cuando el primer poeta cantó y dio su carne y su sabiduría, los demás homos instauraron el amor a los más lejanos, y como Píndaro sentenció: los dioses y los hombres eran de la misma raza. Sólo que algunos no repararon en la “naturaleza del arte” que era y es crear.

Así, nacieron los que gobernaban y los que se subyugaron porque olvidaron su sí mismo y no expresaron lo que sentía todo su cuerpo. Se propusieron interpretar, cosa de teólogos, y dejaron su esfuerzo por erigir y realizar un dios íntimo, por asistir a la fiesta de los eventos, fundaciones y mitologías del porvenir.

Dios, lo que se dice Dios, que es plural, no nos corresponde sino en nuestra voluntad de crear que son las fuerzas y los deseos de lo nuevo, y para eso debemos volver a la poesía, llevarla lejos; es decir, a la inmanencia que trasciende entrando en lo vivo que late aquí y ahora. Luego, lo intempestivo de este atrevimiento con que convocamos lo que inaugura, nos arrojará distantes de los errores de la época y nos otorgará el poema.

Pero hay que recordar con Sánchez Ferlosio que, hasta que no cambien los dioses, nada habrá cambiado. Y nosotros debemos fundar sus casas en este “Juicio Final” que sólo será volcanazo de La Familia del Mundo en el hermanarse de sus cantos.

Algunos dicen: ten confianza en los dioses; pero actúa como si no existieran.

Otros: en lo que creas que eres, en eso te convertirás; pon mucha atención a lo que eres antes de cantar.

Los de más acá: recuerda que cualquier cosa por debajo de la libertad sería una concesión al orden establecido. Una renuncia a nuestro decir a nosotros mismos.

Y los de más allá: digas la palabra que digas- agradeces el deterioro. Y un ojo más profundo sobre tu ojo profundo.


3

Hayan o no dioses, de ellos somos siervos.
Fernando Pessoa

Krishna solía expresarse de la siguiente manera: “Sólo Dios puede comprender a Dios”. Quizá porque nosotros, hombres limitados en nuestro entendimiento, no alcanzamos esa bendición.

Buda acertaba a exhortar a sus amados seguidores así: “No creáis nada concediendo fe a la tradición incluso aunque haya siglos que muchas generaciones, y en muchos lugares, hayan creído en ello. No creáis algo por el hecho de que muchos hablen de ello y lo crean o lo finjan creer. No creáis fiándoos en la fe de los sabios de los tiempos pasados. No creáis en lo que vosotros mismos os imagináis pensando que un Dios os inspira. No creáis nada tan sólo porque os parezca suficiente la autoridad de vuestros maestros o sacerdotes. Sólo tras maduro examen aprended de aquello que hayáis experimentado vosotros mismos y reconocido como razonable, y que se ajusta a vuestro bien y al de los otros”. Quizá estas palabras de Buda signifiquen que hemos entrado a un mundo constituido, ajenos a verdades que sólo serán propias luego de recorrer nuestro propio camino.

Otros, como Assmussen, místico sufí, nos recomiendan hablar con Dios, ya que esto es más importante que hablar de Él. Posiblemente porque de tanto ir y venir a su nombre intercambiando rostros, lo desgastamos y lo hacemos palabra vacía, comodín.

Cioran, el apátrida rumano, decía que “Dios es aunque no sea”, y esto porque en nuestras palabras podemos abarcar los múltiples nombres de Dios, el innombrable. Pero sólo en el silencio, donde la palabra no es, el signo íntimo de nuestra espiritualidad cobra sentido.

El poeta antioqueño Jaime Jaramillo Escobar, que en sus inicios se hizo llamar X-504, escribió que no importan los diversos conceptos de Dios, ya que todos se pueden sumar y el resultado siempre es Uno. De esta manera Zeus, Shiva, Alá, Agni, Ahura Mazda, Cristo, Atón y otra infinidad de dioses a los que hemos dado nombre y estatura, están reunidos en un mismo carácter y es el de nuestra humana representación, el de nuestra fe que nos atrapa como el abismo. El de nuestro temor a la muerte que ha dado pié para que nazcan.

Esto me pone a pensar con Lautrèmont que hemos sido capaces de todo el mal en nombre del bien, y que en muchas ocasiones hemos negado al otro, o lo peor, lo hemos eliminado en nombre de algún dios. No obstante, podríamos repetir unas de las últimas palabras de Heidegger que también cometió errores: “Sólo un dios nos puede salvar”. Y esta afirmación: “Dios es, pero no existe”.

Y si ese dios sale de la comunicabilidad, del ser humano comunicado, si brota del tercer mundo del diálogo donde la intersubjetividad renuncia a la imposición y acepta las diferencias con tolerancia y respeto, es posible que así sea. Aunque “Dios sea la mejor broma de Dios”.

Para compensar entonces esta lucha encarnizada de dioses y hombres afiliados muchas veces de forma fundamentalista a las instancias de la religión, déjenme terminar con una frase a la que en algunos momentos he traicionado: busca tu luz sin apagar las demás.


4
Los elementos del desastre se desatan en las insinuaciones de una actividad comprometedora con nuestros principios. Hay quienes llegan pisando fuerte por razones que sólo valida la historia, no entienden; se apoyan en el desarrollo de una cultura vigente, en los planos conectivos de la razón y la naturaleza del poder que se edifica sobre los aturdidos cerebros de las masas.

De allí que se presenten proposiciones dirigidas a sostener sistemas cerrados, actividades institucionalizadas donde la verdad del ser del individuo no cuenta; donde su profesión de fe se coarta hasta el punto de ser dirigida por el carroñero sentido de una actitud y de una conducta.

¿Cómo permitir que mis estados espirituales, que mi intimidad religiosa se vea afectada por el propósito caprichoso de mis superiores, de mis padres, de mis maestros, de mis amigos? La condición de la mística es la libre disposición, y, ante ella, suelen presentarse múltiples trampas, laberintos ideológicos, filosofías sin asidero, casos de conciencia, imposiciones heredadas, ritos y fiestas que pretenden conservar un absoluto.

Por eso asumo un dios inmanente e inmediato que no está mediado por ninguna iglesia, cuyo sustento es la música, la conciencia poética; en cuyo designio está el movimiento constante que muchas veces se establece en la soledad y en el camino silencioso por la Tierra.

Un dios que es el resultado de mi voluntad de crear, de mi participación en lo que ocurre, de mi humanidad en vías de la condición liberadora. Un dios que es rebelión y certeza de mi presencia; duda y crecimiento en el fundar mi sentido, de los vacíos que lo acompañan; participación y correspondencia con el subterráneo del planeta, con la fuerza, la paciencia y la creación; entrando en la sabiduría, aceptando la evolución y generando convivencia.

Un  dios que es mi manifestación del amor por lo viviente, eficaz recepción y respeto ante la figura irrepetible del otro. Un dios que comprende conmigo, porque soy yo mismo, la tragedia de la existencia; que no la evita ni la provoca. Un dios que es una nada. Un dios que me atiende cuando despierto a su presencia y no me estorba cuando lo quiero olvidar.


5
El hombre se arriesga a determinar las situaciones y las cosas que se presentan en lo que acaece. A través del nombrar se potencializa como creador, se adjudica la pertenencia de lo que marcha; mas no sólo de esta manera los acontecimientos son suyos en el enigma de lo vivo.

Así, nombrando, pero además contemplando y en silencio, se hace partícipe del transcurrir de lo que marcha; es de allí su estar siendo en la Tierra. Mas habría que recordarle a este hombre que en realidad nada es suyo, que todo lo existente es sólo el reconocimiento de la familia del mundo, en la medida de su correspondencia con la espiritualidad inmanente y en conexión que, no obstante, busca trascendencia que es el entrar en el aquí y ahora.

El hombre crea un dios a través del lenguaje, instaura así un mundo. Es por el lenguaje, por la conciencia poética, que el hombre funda y deviene; es de su intencionalidad espiritual de donde surgen las manifestaciones de lo sagrado. Pero esta intencionalidad también es anhelo, es el conato de sus visiones con la voluntad de crear, con el centro de su ser que se pronuncia en varios espacios y tiempos, en la recepción de su próximo, el igual en su búsqueda de humanidad.

¿De dónde esta energía creadora? ¿Desde cuándo es creador el hombre? ¿Desde qué momento posee el lenguaje? El hombre es un ser simultáneo con los dioses; mismos que aparecen al momento de su nacimiento: cuando se reconoce como existente crea lo que acaece, lo que sucede, lo que se desplaza en la virtud simbólica de lo nombrado.

Pero los dioses, creados por el hombre, crean a éste en la superación de su creador. Sin embargo, ¿qué hay aquí que no esté en el secreto designio de lo que ocurre? El hombre busca en su interior la condición creadora del universo, es allí donde intenta justificarla. Por esto, los dioses, que están en su acción, habitan los mundos insertos en el interior de su devenir, en el espíritu humano, y, hasta que no muera el último hombre, son creadores constantes. Por todo esto, el hombre no tiene descanso.


¡Eureka!

domingo, 14 de abril de 2013


NOMBRE DEL ARCO ES VIDA,
SU FUNCIÓN ES MUERTE

No hay un terreno
tan fértil para el Eros
que aquél donde
el Thánatos
se instala.

Alejandra Quintero

1
¿Qué es el amor?
¿Quién desea ahora?
¿Dónde acabará mi cuerpo?

¿En qué lenguaje se establecen
las velas de sus naves baldías?

La vida es un juego
que nos obliga a morir.
La muerte es la denuncia del cuerpo
ante su invitación a marchar.

Insoslayable, afirmándose.

La muerte es natural,
es el decir de un quizá
que entra en lo vivo
mientras nuestro caminar
llega a la muerte definitiva,
al olvido,
al abandono de la cultura,
de los amigos.

La alteridad del morir,
en él el dolor y el sufrimiento,
nos deja huérfanos
de nosotros mismos:
nos vamos con el otro
cuando el otro muere.

En el amor que muere
se frustran
nuestras aspiraciones;
pero también se potencian.

Las esperanzas nacen
y vemos allí,
no más de allí,
del sentido que nace,
la ceniza de lo muerto
en nuestra vibrante meditación.

2
Existe algo que nos dice
que somos una luz pequeña
dando tumbos por el universo:
desgarradura cerebral.

Bueno,
es posible que éste no sea
el mejor mundo que se habita,
pero en él somos felices y libres
cuando nos enfrentamos
al final de nuestro pensamiento.

Y eso está bien.

Esto para dirimir la batalla
vida-muerte que,
entre otras cosas,
está presente
por el contenido humano,
por la conciencia de sí.

La muerte nos habita
como vida que come del sucederse
en que nos centramos
como repetición de lo que existe.

Reclamo.

El amor y la muerte,
Eros y Thánatos,
han sido cantados
por innumerables cantores;
han sido sol y luna,
derramamiento de estrellas;
han sido malestar y gozo,
caballo negro, bestia de carga.

Sus fuentes comienzan la danza
en el instante
de nuestra primera respiración.

3
Multiplicar el orbe,
en una mirada
que estará entrelazada
por una segunda 
y en virtud de una tercera,
dará el fruto de un cuerpo
que arroje de lo que ocurre
la asustadiza,
la terrible costumbre
de llamar al dolor,
al sufrimiento
y a la muerte,
desde los terrenos
de la desesperación,
la culpa y la venganza.

Intentamos un canto a la vida
desde su antagónica pareja.
Desde su ser amantes.
En la evolución de lo corpóreo,
desde la lluvia y la tierra.
En la lucha contra el cielo
desde el ahora
donde no se pierde ni se gana,
sin competencia:
en el intento que es lo único nuestro.

El dolor,
el sufrimiento y la muerte
son sinónimos de existencia,
de gestos vivos,
diferentes,
que no van sólo a la podredumbre,
sino que también
al descubrimiento
de un poblado sereno,
a la saudade de los días
que creemos inútiles.

4
Éxtasis del ocioso creador:
destello que preña
y nos deja con sed
impulsándonos al trabajo de alfarero:
al pulimiento de la joya,
eso es amor:
cuerpo y deseo conjugados
después de jugarse
en el clima(x)
del poetizar,
erotismo que es dualidad:
belleza y acto siniestro.

Actitud.

Por otro lado,
apertura a la sexualidad
par de la huella
y primera intuición
que se tuvo
acerca de la realidad.
Tragedia,
dioses oscuros,
posesión del hombre
en las fibras más íntimas;
petite mort
que antecede
a la derrota total:
eyaculación, orgasmo.

No otra cosa entonces
que el desprendimiento:
herencia de lo ausente
y, aunque no siempre,
memoria perdida
en la costumbre
de lo que una vez fue fundación:
respuesta a la inhalación originaria,
anhelo y canto de lo sido
por los mil y un cuerpos
y hacia la vida vivida:
luz y sombra,
paso a paso del caminar
que ya ha llegado.

Celebración.






Víctor Raúl Jaramillo
(tomado del libro inédito: Catálogo de Naves)


miércoles, 3 de abril de 2013


TRES  POEMAS ACTUALES



POEMA PARA UN CHAT
CON ALEJANDRA QUINTERO

Cada ser humano es insoportablemente él mismo
en la luz y en las tinieblas;
pero no quiere quedarse solo
como el pájaro que no encuentra la rama para posarse.

¿No es precisamente la soledad
la que lo pone frente a frente con su rostro,
con la mano que deja de acariciar para cerrar el abrazo?

Quizá los hombres libres se sepan del abismo
y necesariamente deban caer a ese abismo.
Cueste lo que cueste.

¿Acaso será el hombre libre el abismo que hay que acoger?

Tras un abismo otro abismo...
u otro tercero donde cada ser humano
encuentra su altura.

Sé altura que abisma.








OJO POR OJO

Ella cierra su ojo izquierdo.
Él cierra y, además, refriega su ojo derecho.

Ahora él, otro, el mismo,
cierra su ojo izquierdo.
Ella, en otro lugar o el mismo,
cierra y, además, pule su ojo derecho.

¿Mediodía?
¿Medianoche?
No importa: ojo por ojo.

¡Y la sorpresa
para la perezosa eternidad
de mi mirada única!


(tomados del libro inédito: Palabras como Cadáveres)



****************************











POR SI ACASO SABEMOS

Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.

Wislawa Szymborska

¿Aquello que nos arrojó
antes de ser acogidos,
nos dejó de escuchar
en el momento exacto
del primer llanto?

¿Nacer en lágrimas
y morir entre ellas,
es el acaso
vencido de los hombres?

¿El tejido continuo cesa
en el instante mismo
de dar el paso?

¿Ofrecernos para la vida
y para la muerte
que nos prefieren aquí,
en la realidad,
es una leve sombra,
un enterarse de las ruinas del silencio?

¿Su eco inagotable
es la desaparición misma
de su presentarse?

¿El único himno válido
es una nueva pregunta,
interrogar la pregunta originaria
en sus posibles
e imposibles respuestas?

Ciegos para poder ver.
Mudos para poder hablar.
Sordos para sostener el canto.

Muertos para no morir más.

Todo es acechado y borrado.
A pesar de ser íntimo campaneo
de las múltiples puertas:
entradas, salidas.
Puertas no más donde se espera.

Ya se hace pronto.
Es hora.

¿Acaso sabemos esto?



(tomado del libro inédito: Catálogo de Naves)





Víctor Raúl Jaramillo
Medellín, 03 de abril de 2013
7:15 p.m. escuchando los nocturnos de Chopin


martes, 19 de marzo de 2013


HUESO DE PUTA
(LA VÍSPERA DEL LENGUAJE ES LA POESÍA)

La poesía es creación
o no es nada
Andrés Holguín

Toda nuestra verdad es no tenerla
Roberto Juarroz

1
Con el lenguaje nos damos cuenta de lo que antes no estaba presente para nosotros, en la realidad ausente, en el orden abierto, pero no advertido de las cosas. La conversación de los días que no están en nosotros, bien podría subsistir si nos ofrecemos en el ámbito cósmico del lenguaje y su silencio. Sabemos con otros que hace mucho tiempo se habla sobre la Tierra, ¿pero cuánto? ¿Será esto lo que necesitamos saber? Vemos el mundo desde nuestra individualidad fracturada por los discursos del poder, por el reino zumbador de los trazos abreviados para el hombre que en su estación sublime, se atomiza cada día más perdiendo su actividad conciliadora, su comunión con lo sagrado del caosmos. Este ofrecernos que se nombra, es un dejarnos llevar, es un olvidarnos de nosotros mismos; o en otras palabras, es la visión del aparecer de nuestra especie biológica y el de nuestra cultura.


El lenguaje promete las dimensiones de lo humano, procura hilos conductores en el tiempo, en la historia. Por tanto, su presencia participa y corrobora; pero es sólo memoria que el diluvio del presente no quiebra, no desvanece; es por su tacto que el presente continúa y el mundo no vivido se acentúa en la imagen que quiere perdurar. El lenguaje, en comunión con el sentido de la historia, advierte el carácter de lo humano que el hombre obtiene del hombre, que el hombre participa al hombre, que se establece en la experiencia que del mundo presenta: la poesía. Huella del habla que desde el principio crea al hombre en el descubrimiento de sí mismo.


El hombre recupera de su imantación hacia el mundo su habla y la practica como manifestación propia y reiterativa en el momento de la expresión.  Eso expresado es el lenguaje hablado, que es el silencio del lenguaje hablante, del que permanece en la acción misma del que habla y resguarda lo que se ha consumado (que no termina, sino que se actualiza). Hecho que sólo es habitual en la voz, en el canto, en el habla que el hombre camina hasta hacerla historicidad y, de allí, mundo habitado que lo inaudito provoca. Es, entonces, que la memoria anuncia su paso aunque las características de lo expresado no sean claras en el momento mismo de la expresión. Sobre todo, porque la ponemos en un allá que olvida nuestro venir siendo, la carne que nos estimula y nos empuja.


Cuando el hombre abre los ojos al mundo, es el momento para participar de la realidad que se manifiesta como actividad común de lo habitable. De allí, la turbación del hombre para aceptar el afuera, con su pretendida dicción conciliadora, con los brazos cruzados a lo que se manifiesta en la agonía de la Naturaleza. Cuando hablamos del hecho mismo de la realidad, la actividad de la memoria recoge su peso y se aproxima a las habitaciones donde el hombre se mueve con su habla solitaria y lo impulsa a encender el poema con el que los días se vuelven materia viva del tiempo vivido. Allí las embestidas del mundo consiguen su significado, cobran sentido. Es en ese momento que la poesía obliga, es en ese momento que el carácter nombrado de las cosas las hace signo sacándolas de su ausencia y, a la vez, permitiéndosela.


Es allí donde crece la apertura, la claridad, la dosis de vida que el lenguaje nos permite, el lenguaje que nos limita el límite mismo del mundo. La memoria del tiempo vivido, del sentido de nuestra historicidad, nos lleva a la recuperación de cierto estado anónimo de las cosas, de lo que se ha afincado en la evolución humana. Y esto es verificado a medida que el discurso de la vida vivida se establece en las manifestaciones del lenguaje, en el habla danzante del hombre creador, en la materia artizada que denota la literalidad del mundo y connota la multisemántica del canto que reúne la magia agigantada de la tribu, la conciencia poética. Es el hecho de lo que se presenta después de un tiempo bajo el hielo, es la razón libre de las sombras que recorren la caverna, la carne que deambula sobre los que eran esclavos o aún lo son porque no han tomado gobierno de su mundo, de su lenguaje. Lo que se nos presenta, entonces, debe estar guiado por un orden secreto que el canto contextualiza, que la voz del poeta recupera para que asistamos a los días sucesivos de lo que siente y conforma, del decir originario, de su música.


Este orden secreto está inscrito en el mundo desde el momento mismo de la respiración primera, desde el momento en que el hombre activa su sí-mismo y funda el mundo con su hablar puro, con lo que es de su presencia, con su cuerpo vivo y desatado, con la palabra. Despido de la Nada o anuncio de su carnación que se fuga en el poema. Lugar antecedido por la distancia que ofrecía existencia y el tartamudeo en el que el mundo apenas si se asomaba a lo que en definitiva sería su realidad: la mirada del otro. Es en ese orden secreto que el poeta funda o hace partícipe su relación primordial con el mundo. Sin embargo, volver a ese origen, no es volver al fraseo interrumpido, a la intermitencia; es servir de puente activo entre las palabras y el silencio cardinal; es intuir alegremente el lugar donde los días eran carne consumada de presente continuo, instante sobre instante, eternidad. Es privilegiar la unidad que no niega lo que venimos siendo en nuestra multiplicidad; es lo sucesivo y la acción dadora de sentido en que los hombres, luego de naturaleza, adquirieron el oído, la piel, el ojo; que después de vacío caósmico relacionaron las cosas que sus sonidos ofrecían; que rompieron su solipsismo y salieron al encuentro de la comunidad para aceptar la iniciación que la misma Naturaleza les permitía, el conocimiento que crecía bajo el influjo del padecimiento; su anhelada libertad primera.


Es, pues, el lenguaje, la apertura al mundo de lo misterioso, a los vínculos con la realidad, a las manifestaciones de la memoria que también escandaliza, y, por tanto, a la libertad que desarrolla la voluntad de lo que aparece en el entramado de lo humano mismo, que se articula la creación del mundo. El lenguaje o la palabra movilizadora y detonante, la voz poética y el gesto y la inteligencia corporal que se manifiesta en las relaciones que con el mundo tenemos, activan las funciones, pero también las vocaciones; las estructuras íntimas del lenguaje, de las que nos servimos para desarrollar los movimientos de la experiencia adjudicada en el cerebro, de la que tomamos partido para crecer y participar de la transformación del espíritu, de las épocas y de sus razones. Del lenguaje que es habitable y por lo tanto se establece en el sentido evolutivo que nos envuelve. El lenguaje que nadie ha podido colonizar.


2
La acción del lenguaje se establece en los predios de lo humano donde se agiganta la dimensión de lo hablado, donde se inaugura la faena de lo hablante, de la sucesión, del cuerpo que se manifiesta, de la música, primera expresión, expresión primordial. Es en el cuerpo que acoge el sonido y a partir de él, que el hombre recibe su humanidad y esto a partir de alteridades no decisivas, no totales. Es más bien desde un diálogo, desde el pequeño movimiento que se conecta con el otro y así sucesivamente en el orden de lo expresado, de la música que es la que reanima la habitación de lo humano en el mundo. Sin embargo, lo que aquí se dice no es probable sin el ritmo vaticinador, sin el canto enamorado, sin la magia abierta de lo que antes se pronunciaba en el instante, en lo eterno: la creación del sí mismo. El pathos en relación con la physis, el padecimiento en virtud de la Naturaleza. La pasión desenfrenada en el gozo de los límites que le dan forma a la bienvenida fiesta, a la iniciación, a la danza. A la Diosa Madre que indujo a sus hijos en la siembra y en el resguardo de la caverna, en la profunda intimidad de la conciencia poética y de la voluntad de crear.


Un espíritu, destrucción y ternura, que acumule enfrentamientos conciliadores con los demás, que desgarre las líneas sujetas de lo puramente lógico del lenguaje y lo desborde a lo poético, a la realidad de la imagen, a la respiración de la carne y su dolor y su placer que corroboran la mitificación de un mundo cambiante y aleatorio que vive en la entropía, en su desgarro, desmaya cuando su sismo ecológico no advierte la Naturaleza sino desde el árbol y el río, y no canta el abismarse en lo ausente, el crecimiento aunado con los demás, la visión de laberinto o relación de las palabras en su manifestación, la acción constante de lo que fluye, el orden del pensamiento, el nuevo avistamiento a un cerebro que aún nos es desconocido.


El  hombre en su inmediata conformidad acentúa un desprecio por el orden sagrado del mundo y pretende arreglarlo con la dimensión ecológica de lo verde, con la lucha contra la tecnología, contra la contaminación insistente de los países. Todo esto necesario, pero dónde se anuncia al hombre, su estar-ya-cesando que escandaliza. La realización de la Tierra está en manos de los hombres que se interesan por sus hijos, por el secreto que deambula en el subterráneo de las cosas. La Tierra no será alcanzada hasta que el mundo no equilibre el ser mismo del mhytos y del logos con la conciencia poética y la razón sensual de lo creador; en el engrandecimiento del equilibrio como conexión, en lo que mediatiza el caosmos existente y la creación de un orden libre y responsable, en el acatamiento del lenguaje inicial.


Hay que partir de la individualidad hasta congeniar con la totalidad y hacer con las partes una comunión activa, hasta lograr una unidad que establezca una participación conjunta, una ayuda mutua y sin equivocar el trayecto de las determinaciones de lo que el nuevo hombre pretende. Y esto, sin la satanización de los solitarios o los diferentes.


Ahora bien, es al lenguaje amenazado, allí a donde nos debemos remitir, a la estructura cambiante de su cuerpo, a los territorios existenciales que por su corriente se manifiestan. Es en el lenguaje que se establece el orden de lo que se acumula y busca salida en el sentido de lo histórico y de lo ontológico que prima en el mundo. Es en el lenguaje que el ser del hombre se fundamenta, en él nace y crece toda su potencia, en él se adiestra hasta componer una sinfonía donde lo creador antepone su voz al mundo; en esa dimensión poética del lenguaje que el hombre alcanza, se establece la voluntad que abre las aguas para que el libre designio de su mano acompañe los demás hombres de la Tierra; para que dignifiquen sus cuerpos y se conduzcan al anuncio de sí, al brote del magma que los enaltezca en lo sensible de una tarea por cumplir: agotar la vida en la vida.



3
El habla habla y eso es lo que permite al hombre dirigir su pensamiento más allá de su intimidad, sin miedo de los que censuran; el habla también llega en silencio, a solas, en el intermedio de la orgía cotidiana, allí también hace su aparición la estructura de la palabra danzante que es huella y cometa que se dirigen, en muchas ocasiones, al otro lado del mundo. Este habla se dirige, se desplaza, llega, se manifiesta en el otro y es en el otro en donde encuentra infinito; es para el otro que se evidencia y de allí la interrupción necesaria de su tejido en el exterior del hombre que permite su hacedura; desde dentro. El habla asegura la  creación compartida, el diálogo abierto, el movimiento de los hombres que se dirigen a sí mismos en la soledad de hombres sin respuesta, porque han evadido el cuerpo que también habla y se han sentado únicamente en sus representaciones del afuera sin memoria de lo que han venido siendo. Representaciones que no son unánimes y se resguardan en el cerebro como tramas y huellas que pueden variar.


El habla está en lo hablado, pero esto no quiere decir que en lo hablado se agote; el habla continúa en el mundo que ha generado en el otro que ha escuchado y que también puede estar en lo íntimo de su gozo. Porque el hombre es lo real desde su intimidad con el cuerpo, y la realidad de lo expresado por su lenguaje; mismo donde se inscribe el hombre, donde se manifiesta perdiendo su propio camino la mayoría de las veces, en la medida de las consignas y las convenciones de lo establecido. Por eso hay que congeniar con la poesía, artículo mágico de uso.


Por tanto, la poesía es un río que acerca y distancia al tiempo; es decir, está entre las orillas del hombre y el mundo, y está en el hombre y en el mundo al mismo tiempo, dependiendo de las conexiones que le aseguran su movimiento, su cauce, su abrazo. Sin embargo, el hombre asegura su presencia frente al mundo a través del cuerpo, ese es su júbilo; de allí su acción sensible, su pensamiento y su sentido que del mundo ofrece. Mismo que es su propia visión de lo que ocurre.


El habla poética es del hombre, pertenece al territorio existenciario de lo puramente humano. El habla poética crea memoria después de su expresión, aunque viaje a otros territorios que la existencia ofrece para hacerse olvidar; nuestro silencio se las arregla para dejarla surgir, la deja explotar, erupcionar en las inmediaciones del mundo que corresponde a la inmanencia. Es del silencio que brota el géiser de la poesía que antecede a la acción de la voluntad de crear, el poema por parte del poeta que ha sido anunciado por la magia de la revelación; por el destello que preña y nos deja con sed.

La palabra aleatoria, la volátil y de movimiento sin dirección; la palabra que connota sentidos escondidos, reflejos, es la libertad que buscamos y sólo puede ser atendida por la poesía. Casi siempre, de alguna manera, tenemos ausencia en nuestro recibir lo que se dona en el destello que preña y, por tanto, esta ausencia acentúa una búsqueda en el hecho mismo de la conciencia poética, que reorganiza nuestra vida acostumbrada en la destrucción y la ternura que justifican nuestra individualidad. Porque el lenguaje y sus palabras, al contrario de la música, deben ser justificados.
Es, no obstante, la poesía, la que activa nuestra libertad en el hecho mismo de nuestra voluntad de crear que acentúa las acciones mismas del hombre creador: aquel que desentraña del mundo el orden secreto de su movimiento, el que desoculta los ritmos escondidos y velados de lo que se manifiesta en el mundo y en lo que permanece en su placenta. Ese hombre, que ayuda a nacer el ser y su sentido, es un poeta.


4
Todo es lenguaje, dicen, manifestación que sugiere y evidencia un cuerpo, lo ocurrido y lo por ocurrir y ya intuido en el orden de lo creador. Pero, ¿cómo ir más allá del lenguaje? ¿Qué nos asegura que podemos ir más allá del lenguaje como vamos más allá de nosotros mismos para visitar al dios, más allá del hombre para llegar al superhombre? ¿Qué nos dice que el lenguaje puede ser superado, o más aún, que debe ser superado? Si todo es lenguaje, para ir más allá del lenguaje necesitamos al lenguaje mismo, y siempre estaremos sumergidos en sus aguas.

Ahora bien, salir del lenguaje sería abandonar nuestra humanidad, nuestra respiración, el mundo tal y como lo conocemos en el señalamiento indiscriminado de lo que sucede. No sería propiamente la devolución a un orden natural primario donde no había memoria lengüájica, donde la respiración aún no indicaba nada, donde el otro aún no se manifestaba como inteligencia; porque ya tenemos el lenguaje y al salir del lenguaje eso nos avisa que ya estábamos dentro. Mas la ausencia de lenguaje es la ausencia del yo; es la falta de conjugación; es la fragilidad del sentido perdido en el tiempo. Ir más allá del lenguaje, que también es cuerpo, continuando en él, es no ir más allá, es evidenciar que el lenguaje establece nuestro diálogo con la realidad y nos procura la vida vivida y su prolongación hasta que nos imante la tumba.

El lenguaje sólo puede ser trascendido en la acción mágica de lo sucesivo, es decir, en la forma más pura del lenguaje mismo, en la manifestación poética, en el acto místico de la poesía como encuentro, donde lo gastado del lenguaje queda atrás para ser superado y llevado al arca donde se inaugura la fiesta de los días. Sólo en la poesía podríamos ejercer una cercanía a un más allá que de todos modos está acompañado por el lenguaje. Sólo en la poesía podríamos dar un paso más, podríamos estar un paso más adelante de donde estamos. La poesía va más adelante que cualquiera manifestación humana, la poesía es un orden que, aunque la palabra pesa, es el borde mismo del mundo y la creación y destrucción de las imágenes del mundo que nos aseguran lo que antes no estaba para nosotros.


En la poesía se unen los actos vivos del hombre, se abren las razones encontradas y se diluye la contradicción como contradicción; en la poesía el habla está acompañada de silencio, el azar de cálculo, la lógica de magia y de locura; porque la poesía se sustenta a sí misma, se presenta en la vibración, en la prefiguración, en la transfiguración de los sentidos que nos ponen en el nuevo acá de lo existente. La poesía es muchos lados jugando el juego, la poesía es lenguaje que se manifiesta en un más allá que empata con las tradiciones y con las rupturas del pensamiento humano. La poesía es comunión que crea al tiempo, que le da rostro. Por lo tanto, la poesía nos acontece porque somos tiempo, somos cuerpo, somos palabra viva y desatada. El nombrar es la función del lenguaje, su vocación es la poesía.

Pero la poesía no es escribir versos; la poesía es una actitud, es la conciencia poética que le reclamábamos a un mundo estéril, estandarizado en la guerra, y el bum, bum, bum de la mano invisible que roba su ser hombre al hombre. Es el canto mancomunado de los individuos que exigen la dignidad del ser humano. Es la mirada y la escucha atentas a la belleza que se une al amor para vencer a los asesinos. Es el más acá del gozo que nos libera para decirnos que somos dioses en nuestra propia carne y huesos que se expresan; donde debemos poner nuestras intenciones y respeto.

No necesitamos buscar la verdad, sino convertirnos en ella. La carne se ha vuelto palabra en medio de un ruido que se debe eliminar para recuperar el cuerpo antes de todo alfabeto y, así, asirlo con confianza y ponerlo a vibrar con el canto y la danza; creación como mística que permite el silencio y la nada donde todo habla.


5
Este mundo real de la vida vivida, aquí y ahora, mundo que queremos destruir con espejitos que nos engolosinan con el mundo verdadero, con el más allá de las religiones, debe crear una nueva espiritualidad; una conexión, una presencia distinta y verdadera por lo cercana; debe ser comprendida como lo real íntimo que el hombre vivo confirma de la realidad, del afuera que debe ser llevado dentro, a la plasticidad de lo que somos en nuestro venir siendo.

Este nuevo habitar debe recuperar nuestro ser creadores, nuestra conciencia poética y activar nuestra visión del mundo para, desde la contemplación de nosotros mismos y nuestra relación con lo abierto, dar salida a la divinidad del hombre que supere al hombre que solo es hombre entre los hombres. Propinar la libertad libre, el acto que funde en el cuerpo y su voz la vida y el amor hacia la espiritualidad de la tierra. Porque los dioses solo pueden ser comprendidos por dioses, tarea del poeta.

Víctor Raúl Jaramillo