martes, 19 de marzo de 2013


HUESO DE PUTA
(LA VÍSPERA DEL LENGUAJE ES LA POESÍA)

La poesía es creación
o no es nada
Andrés Holguín

Toda nuestra verdad es no tenerla
Roberto Juarroz

1
Con el lenguaje nos damos cuenta de lo que antes no estaba presente para nosotros, en la realidad ausente, en el orden abierto, pero no advertido de las cosas. La conversación de los días que no están en nosotros, bien podría subsistir si nos ofrecemos en el ámbito cósmico del lenguaje y su silencio. Sabemos con otros que hace mucho tiempo se habla sobre la Tierra, ¿pero cuánto? ¿Será esto lo que necesitamos saber? Vemos el mundo desde nuestra individualidad fracturada por los discursos del poder, por el reino zumbador de los trazos abreviados para el hombre que en su estación sublime, se atomiza cada día más perdiendo su actividad conciliadora, su comunión con lo sagrado del caosmos. Este ofrecernos que se nombra, es un dejarnos llevar, es un olvidarnos de nosotros mismos; o en otras palabras, es la visión del aparecer de nuestra especie biológica y el de nuestra cultura.


El lenguaje promete las dimensiones de lo humano, procura hilos conductores en el tiempo, en la historia. Por tanto, su presencia participa y corrobora; pero es sólo memoria que el diluvio del presente no quiebra, no desvanece; es por su tacto que el presente continúa y el mundo no vivido se acentúa en la imagen que quiere perdurar. El lenguaje, en comunión con el sentido de la historia, advierte el carácter de lo humano que el hombre obtiene del hombre, que el hombre participa al hombre, que se establece en la experiencia que del mundo presenta: la poesía. Huella del habla que desde el principio crea al hombre en el descubrimiento de sí mismo.


El hombre recupera de su imantación hacia el mundo su habla y la practica como manifestación propia y reiterativa en el momento de la expresión.  Eso expresado es el lenguaje hablado, que es el silencio del lenguaje hablante, del que permanece en la acción misma del que habla y resguarda lo que se ha consumado (que no termina, sino que se actualiza). Hecho que sólo es habitual en la voz, en el canto, en el habla que el hombre camina hasta hacerla historicidad y, de allí, mundo habitado que lo inaudito provoca. Es, entonces, que la memoria anuncia su paso aunque las características de lo expresado no sean claras en el momento mismo de la expresión. Sobre todo, porque la ponemos en un allá que olvida nuestro venir siendo, la carne que nos estimula y nos empuja.


Cuando el hombre abre los ojos al mundo, es el momento para participar de la realidad que se manifiesta como actividad común de lo habitable. De allí, la turbación del hombre para aceptar el afuera, con su pretendida dicción conciliadora, con los brazos cruzados a lo que se manifiesta en la agonía de la Naturaleza. Cuando hablamos del hecho mismo de la realidad, la actividad de la memoria recoge su peso y se aproxima a las habitaciones donde el hombre se mueve con su habla solitaria y lo impulsa a encender el poema con el que los días se vuelven materia viva del tiempo vivido. Allí las embestidas del mundo consiguen su significado, cobran sentido. Es en ese momento que la poesía obliga, es en ese momento que el carácter nombrado de las cosas las hace signo sacándolas de su ausencia y, a la vez, permitiéndosela.


Es allí donde crece la apertura, la claridad, la dosis de vida que el lenguaje nos permite, el lenguaje que nos limita el límite mismo del mundo. La memoria del tiempo vivido, del sentido de nuestra historicidad, nos lleva a la recuperación de cierto estado anónimo de las cosas, de lo que se ha afincado en la evolución humana. Y esto es verificado a medida que el discurso de la vida vivida se establece en las manifestaciones del lenguaje, en el habla danzante del hombre creador, en la materia artizada que denota la literalidad del mundo y connota la multisemántica del canto que reúne la magia agigantada de la tribu, la conciencia poética. Es el hecho de lo que se presenta después de un tiempo bajo el hielo, es la razón libre de las sombras que recorren la caverna, la carne que deambula sobre los que eran esclavos o aún lo son porque no han tomado gobierno de su mundo, de su lenguaje. Lo que se nos presenta, entonces, debe estar guiado por un orden secreto que el canto contextualiza, que la voz del poeta recupera para que asistamos a los días sucesivos de lo que siente y conforma, del decir originario, de su música.


Este orden secreto está inscrito en el mundo desde el momento mismo de la respiración primera, desde el momento en que el hombre activa su sí-mismo y funda el mundo con su hablar puro, con lo que es de su presencia, con su cuerpo vivo y desatado, con la palabra. Despido de la Nada o anuncio de su carnación que se fuga en el poema. Lugar antecedido por la distancia que ofrecía existencia y el tartamudeo en el que el mundo apenas si se asomaba a lo que en definitiva sería su realidad: la mirada del otro. Es en ese orden secreto que el poeta funda o hace partícipe su relación primordial con el mundo. Sin embargo, volver a ese origen, no es volver al fraseo interrumpido, a la intermitencia; es servir de puente activo entre las palabras y el silencio cardinal; es intuir alegremente el lugar donde los días eran carne consumada de presente continuo, instante sobre instante, eternidad. Es privilegiar la unidad que no niega lo que venimos siendo en nuestra multiplicidad; es lo sucesivo y la acción dadora de sentido en que los hombres, luego de naturaleza, adquirieron el oído, la piel, el ojo; que después de vacío caósmico relacionaron las cosas que sus sonidos ofrecían; que rompieron su solipsismo y salieron al encuentro de la comunidad para aceptar la iniciación que la misma Naturaleza les permitía, el conocimiento que crecía bajo el influjo del padecimiento; su anhelada libertad primera.


Es, pues, el lenguaje, la apertura al mundo de lo misterioso, a los vínculos con la realidad, a las manifestaciones de la memoria que también escandaliza, y, por tanto, a la libertad que desarrolla la voluntad de lo que aparece en el entramado de lo humano mismo, que se articula la creación del mundo. El lenguaje o la palabra movilizadora y detonante, la voz poética y el gesto y la inteligencia corporal que se manifiesta en las relaciones que con el mundo tenemos, activan las funciones, pero también las vocaciones; las estructuras íntimas del lenguaje, de las que nos servimos para desarrollar los movimientos de la experiencia adjudicada en el cerebro, de la que tomamos partido para crecer y participar de la transformación del espíritu, de las épocas y de sus razones. Del lenguaje que es habitable y por lo tanto se establece en el sentido evolutivo que nos envuelve. El lenguaje que nadie ha podido colonizar.


2
La acción del lenguaje se establece en los predios de lo humano donde se agiganta la dimensión de lo hablado, donde se inaugura la faena de lo hablante, de la sucesión, del cuerpo que se manifiesta, de la música, primera expresión, expresión primordial. Es en el cuerpo que acoge el sonido y a partir de él, que el hombre recibe su humanidad y esto a partir de alteridades no decisivas, no totales. Es más bien desde un diálogo, desde el pequeño movimiento que se conecta con el otro y así sucesivamente en el orden de lo expresado, de la música que es la que reanima la habitación de lo humano en el mundo. Sin embargo, lo que aquí se dice no es probable sin el ritmo vaticinador, sin el canto enamorado, sin la magia abierta de lo que antes se pronunciaba en el instante, en lo eterno: la creación del sí mismo. El pathos en relación con la physis, el padecimiento en virtud de la Naturaleza. La pasión desenfrenada en el gozo de los límites que le dan forma a la bienvenida fiesta, a la iniciación, a la danza. A la Diosa Madre que indujo a sus hijos en la siembra y en el resguardo de la caverna, en la profunda intimidad de la conciencia poética y de la voluntad de crear.


Un espíritu, destrucción y ternura, que acumule enfrentamientos conciliadores con los demás, que desgarre las líneas sujetas de lo puramente lógico del lenguaje y lo desborde a lo poético, a la realidad de la imagen, a la respiración de la carne y su dolor y su placer que corroboran la mitificación de un mundo cambiante y aleatorio que vive en la entropía, en su desgarro, desmaya cuando su sismo ecológico no advierte la Naturaleza sino desde el árbol y el río, y no canta el abismarse en lo ausente, el crecimiento aunado con los demás, la visión de laberinto o relación de las palabras en su manifestación, la acción constante de lo que fluye, el orden del pensamiento, el nuevo avistamiento a un cerebro que aún nos es desconocido.


El  hombre en su inmediata conformidad acentúa un desprecio por el orden sagrado del mundo y pretende arreglarlo con la dimensión ecológica de lo verde, con la lucha contra la tecnología, contra la contaminación insistente de los países. Todo esto necesario, pero dónde se anuncia al hombre, su estar-ya-cesando que escandaliza. La realización de la Tierra está en manos de los hombres que se interesan por sus hijos, por el secreto que deambula en el subterráneo de las cosas. La Tierra no será alcanzada hasta que el mundo no equilibre el ser mismo del mhytos y del logos con la conciencia poética y la razón sensual de lo creador; en el engrandecimiento del equilibrio como conexión, en lo que mediatiza el caosmos existente y la creación de un orden libre y responsable, en el acatamiento del lenguaje inicial.


Hay que partir de la individualidad hasta congeniar con la totalidad y hacer con las partes una comunión activa, hasta lograr una unidad que establezca una participación conjunta, una ayuda mutua y sin equivocar el trayecto de las determinaciones de lo que el nuevo hombre pretende. Y esto, sin la satanización de los solitarios o los diferentes.


Ahora bien, es al lenguaje amenazado, allí a donde nos debemos remitir, a la estructura cambiante de su cuerpo, a los territorios existenciales que por su corriente se manifiestan. Es en el lenguaje que se establece el orden de lo que se acumula y busca salida en el sentido de lo histórico y de lo ontológico que prima en el mundo. Es en el lenguaje que el ser del hombre se fundamenta, en él nace y crece toda su potencia, en él se adiestra hasta componer una sinfonía donde lo creador antepone su voz al mundo; en esa dimensión poética del lenguaje que el hombre alcanza, se establece la voluntad que abre las aguas para que el libre designio de su mano acompañe los demás hombres de la Tierra; para que dignifiquen sus cuerpos y se conduzcan al anuncio de sí, al brote del magma que los enaltezca en lo sensible de una tarea por cumplir: agotar la vida en la vida.



3
El habla habla y eso es lo que permite al hombre dirigir su pensamiento más allá de su intimidad, sin miedo de los que censuran; el habla también llega en silencio, a solas, en el intermedio de la orgía cotidiana, allí también hace su aparición la estructura de la palabra danzante que es huella y cometa que se dirigen, en muchas ocasiones, al otro lado del mundo. Este habla se dirige, se desplaza, llega, se manifiesta en el otro y es en el otro en donde encuentra infinito; es para el otro que se evidencia y de allí la interrupción necesaria de su tejido en el exterior del hombre que permite su hacedura; desde dentro. El habla asegura la  creación compartida, el diálogo abierto, el movimiento de los hombres que se dirigen a sí mismos en la soledad de hombres sin respuesta, porque han evadido el cuerpo que también habla y se han sentado únicamente en sus representaciones del afuera sin memoria de lo que han venido siendo. Representaciones que no son unánimes y se resguardan en el cerebro como tramas y huellas que pueden variar.


El habla está en lo hablado, pero esto no quiere decir que en lo hablado se agote; el habla continúa en el mundo que ha generado en el otro que ha escuchado y que también puede estar en lo íntimo de su gozo. Porque el hombre es lo real desde su intimidad con el cuerpo, y la realidad de lo expresado por su lenguaje; mismo donde se inscribe el hombre, donde se manifiesta perdiendo su propio camino la mayoría de las veces, en la medida de las consignas y las convenciones de lo establecido. Por eso hay que congeniar con la poesía, artículo mágico de uso.


Por tanto, la poesía es un río que acerca y distancia al tiempo; es decir, está entre las orillas del hombre y el mundo, y está en el hombre y en el mundo al mismo tiempo, dependiendo de las conexiones que le aseguran su movimiento, su cauce, su abrazo. Sin embargo, el hombre asegura su presencia frente al mundo a través del cuerpo, ese es su júbilo; de allí su acción sensible, su pensamiento y su sentido que del mundo ofrece. Mismo que es su propia visión de lo que ocurre.


El habla poética es del hombre, pertenece al territorio existenciario de lo puramente humano. El habla poética crea memoria después de su expresión, aunque viaje a otros territorios que la existencia ofrece para hacerse olvidar; nuestro silencio se las arregla para dejarla surgir, la deja explotar, erupcionar en las inmediaciones del mundo que corresponde a la inmanencia. Es del silencio que brota el géiser de la poesía que antecede a la acción de la voluntad de crear, el poema por parte del poeta que ha sido anunciado por la magia de la revelación; por el destello que preña y nos deja con sed.

La palabra aleatoria, la volátil y de movimiento sin dirección; la palabra que connota sentidos escondidos, reflejos, es la libertad que buscamos y sólo puede ser atendida por la poesía. Casi siempre, de alguna manera, tenemos ausencia en nuestro recibir lo que se dona en el destello que preña y, por tanto, esta ausencia acentúa una búsqueda en el hecho mismo de la conciencia poética, que reorganiza nuestra vida acostumbrada en la destrucción y la ternura que justifican nuestra individualidad. Porque el lenguaje y sus palabras, al contrario de la música, deben ser justificados.
Es, no obstante, la poesía, la que activa nuestra libertad en el hecho mismo de nuestra voluntad de crear que acentúa las acciones mismas del hombre creador: aquel que desentraña del mundo el orden secreto de su movimiento, el que desoculta los ritmos escondidos y velados de lo que se manifiesta en el mundo y en lo que permanece en su placenta. Ese hombre, que ayuda a nacer el ser y su sentido, es un poeta.


4
Todo es lenguaje, dicen, manifestación que sugiere y evidencia un cuerpo, lo ocurrido y lo por ocurrir y ya intuido en el orden de lo creador. Pero, ¿cómo ir más allá del lenguaje? ¿Qué nos asegura que podemos ir más allá del lenguaje como vamos más allá de nosotros mismos para visitar al dios, más allá del hombre para llegar al superhombre? ¿Qué nos dice que el lenguaje puede ser superado, o más aún, que debe ser superado? Si todo es lenguaje, para ir más allá del lenguaje necesitamos al lenguaje mismo, y siempre estaremos sumergidos en sus aguas.

Ahora bien, salir del lenguaje sería abandonar nuestra humanidad, nuestra respiración, el mundo tal y como lo conocemos en el señalamiento indiscriminado de lo que sucede. No sería propiamente la devolución a un orden natural primario donde no había memoria lengüájica, donde la respiración aún no indicaba nada, donde el otro aún no se manifestaba como inteligencia; porque ya tenemos el lenguaje y al salir del lenguaje eso nos avisa que ya estábamos dentro. Mas la ausencia de lenguaje es la ausencia del yo; es la falta de conjugación; es la fragilidad del sentido perdido en el tiempo. Ir más allá del lenguaje, que también es cuerpo, continuando en él, es no ir más allá, es evidenciar que el lenguaje establece nuestro diálogo con la realidad y nos procura la vida vivida y su prolongación hasta que nos imante la tumba.

El lenguaje sólo puede ser trascendido en la acción mágica de lo sucesivo, es decir, en la forma más pura del lenguaje mismo, en la manifestación poética, en el acto místico de la poesía como encuentro, donde lo gastado del lenguaje queda atrás para ser superado y llevado al arca donde se inaugura la fiesta de los días. Sólo en la poesía podríamos ejercer una cercanía a un más allá que de todos modos está acompañado por el lenguaje. Sólo en la poesía podríamos dar un paso más, podríamos estar un paso más adelante de donde estamos. La poesía va más adelante que cualquiera manifestación humana, la poesía es un orden que, aunque la palabra pesa, es el borde mismo del mundo y la creación y destrucción de las imágenes del mundo que nos aseguran lo que antes no estaba para nosotros.


En la poesía se unen los actos vivos del hombre, se abren las razones encontradas y se diluye la contradicción como contradicción; en la poesía el habla está acompañada de silencio, el azar de cálculo, la lógica de magia y de locura; porque la poesía se sustenta a sí misma, se presenta en la vibración, en la prefiguración, en la transfiguración de los sentidos que nos ponen en el nuevo acá de lo existente. La poesía es muchos lados jugando el juego, la poesía es lenguaje que se manifiesta en un más allá que empata con las tradiciones y con las rupturas del pensamiento humano. La poesía es comunión que crea al tiempo, que le da rostro. Por lo tanto, la poesía nos acontece porque somos tiempo, somos cuerpo, somos palabra viva y desatada. El nombrar es la función del lenguaje, su vocación es la poesía.

Pero la poesía no es escribir versos; la poesía es una actitud, es la conciencia poética que le reclamábamos a un mundo estéril, estandarizado en la guerra, y el bum, bum, bum de la mano invisible que roba su ser hombre al hombre. Es el canto mancomunado de los individuos que exigen la dignidad del ser humano. Es la mirada y la escucha atentas a la belleza que se une al amor para vencer a los asesinos. Es el más acá del gozo que nos libera para decirnos que somos dioses en nuestra propia carne y huesos que se expresan; donde debemos poner nuestras intenciones y respeto.

No necesitamos buscar la verdad, sino convertirnos en ella. La carne se ha vuelto palabra en medio de un ruido que se debe eliminar para recuperar el cuerpo antes de todo alfabeto y, así, asirlo con confianza y ponerlo a vibrar con el canto y la danza; creación como mística que permite el silencio y la nada donde todo habla.


5
Este mundo real de la vida vivida, aquí y ahora, mundo que queremos destruir con espejitos que nos engolosinan con el mundo verdadero, con el más allá de las religiones, debe crear una nueva espiritualidad; una conexión, una presencia distinta y verdadera por lo cercana; debe ser comprendida como lo real íntimo que el hombre vivo confirma de la realidad, del afuera que debe ser llevado dentro, a la plasticidad de lo que somos en nuestro venir siendo.

Este nuevo habitar debe recuperar nuestro ser creadores, nuestra conciencia poética y activar nuestra visión del mundo para, desde la contemplación de nosotros mismos y nuestra relación con lo abierto, dar salida a la divinidad del hombre que supere al hombre que solo es hombre entre los hombres. Propinar la libertad libre, el acto que funde en el cuerpo y su voz la vida y el amor hacia la espiritualidad de la tierra. Porque los dioses solo pueden ser comprendidos por dioses, tarea del poeta.

Víctor Raúl Jaramillo