CAPÍTULO 3
SOLILOQUIO DE AYARDA EN EL RÍO
Búsqueda del yo, entrada en el lenguaje, en la representación, todo se impulsa en lo escuchado, en lo visto, en la acción sensible que establece las coordenadas de la noche que desfallece en el ensayo y se interna en la poesía. Las estrellas chocan contra la tierra y engendran la ronda del árbol desnudo donde comenzarán a brotar los atardeceres de otra razón. Los niños adoptan el enigma y un caballo que cruza con su jinete embriagado por la escritura abierta de un viejo panteón, hablará con las piedras. El árbol fiel, sembrado en lágrimas, descubrirá los huesos que sostienen su historia para que vuelvan el eclipse y el cometa a internarse en las cavernas ígneas de la memoria y celebrar así la reconciliación. Rupturas, dices, sí, es lo que ofrezco, fragmentos que se van hundiendo cada vez más para perderse y obligar al nado profundo que otros logran con sólo revolcar las aguas. Dónde está mi imagen del cielo, dónde mi estado paradisíaco; fuera de aquí y de todo sin sospechar siquiera que el sacrificio representa la pérdida del infinito. Tras de mí sólo hay frenesí y veneno que vuelcan la calavera al borde del tiempo. Soy una bestia amarilla que se revuelca en la mierda y crece de ausencias, de experiencias errantes donde el instante es el agua y la palabra. En un lugar insospechado ha quedado mi memoria donde salvo la que soy y dejo a otras historias la que debería ser. Tú sabes donde estoy, aquí en el ojo nublado de lo existente, a punto de caer al acantilado de la insufrible luz. Sé que te has ido, pero todos los días me levanto con tus fábulas. Ahora el naufragio no tiene custodia, el pensamiento solitario desgarra las horas en la dividida asechanza del pasado, indago el espejo de un canto funerario, me desplazo hasta los lugares que descubrimos y observo la expresión de la realidad que insiste en el amor, en la mirada del asombro para este Universo, para esta alma, cómplice sustantiva de la naturaleza viva del mundo. Ahora que no estás mis palabras se confunden con tu nombre. Y cómo espiarte en la flecha que penetra el cielo de tu mirada simple, cómo en el rito de una noche que no termina, cómo en la danza de la niebla nupcial donde la enfermedad del deseo se empina hasta izar sus banderas. Tú también sabes que los tontos edifican el mundo y los listos lo derriban, tú comprendes que el azul estúpido del cielo no cabe en las manos presurosas del asesino, es un motín en su adentro, una nube de víctimas que sangran en medio de la calle para que los transeúntes se abalancen a curiosear y a cubrir de murmullos sus cuerpos.
Saday ya se había retirado mientras los demás a excepción de Ayarda, jugaban a la golosa, que es otra manera de nombrar la rayuela o el juego de las casillas numeradas que llevan al cielo. La tarde se estremecía entre los arbustos. Un cerdo y un águila quizá dieron una señal. Fue cuando Su Yang-Po se atrevió a hablar:
LAS PALABRAS DE SU YANG-PO
La ráfaga del signo predica el segundo nacimiento, vengan a morir mientras es posible morir, mientras la muerte existe en el morir; vengan a engordar gusanos que luego nacerán en los periódicos y en las epístolas cuando los vivos recuerden sus acciones. Morir es viajar al fuego que roban los nuevos desarraigados de la tribu. Te remito al desamparo, al olvido de venturosas tierras, a la aventura de los paisajes deshonestos que nos presenta el poder y su miseria. Los muertos son ahora una mancha de humedad en la pared que nos circunda y no nos deja pasar más allá de las horas. Ahora la luz es un grito que los años no nos dejan escuchar. Cuando “Dios” puso sus manos sobre la nada, la nada ya era el mundo, nosotros ya edificábamos las ciudades, entonces escogió de entre los que crecían la raza de sus hijos y les heredó la soledad, la errancia por la Tierra en busca de un lugar sagrado que sólo a ellos correspondería. Y se lo creyeron. De ahí las matanzas que este dios propinó. El espanto de la otredad, del que me mira, del que me escucha, del que lleva el registro de los movimientos que la legión ordena para sacar a los demás de la tierra. ¿Qué nombres quieres ponerles? Ellos vendrán sin abrir tu boca. Te echarán y te dirán que esa tierra es suya como es suya tu alma, qué es de su dios, de Dios, de la sombra oculta que traen desde que fueron signados con la batalla y el exterminio. Aquí, donde se acepta la ley confusa de las iglesias, abrupta condición, plural visión encadenada que se estremece en la prohibición de salir al mundo a maravillarse con su cuerpo desnudo, con su oleaje, con su conciencia inalcanzable desde los monasterios que predican la procreación creciente para engrandecer sus doctrinas. No merecemos más niños, no es justo acalorar las camas y engrandecer los sexos para arrojar más víctimas a este sacrificio que en algún lugar del azar oculta la puerta; para qué insistir en nuestra herencia, en la prolongación de un sino grave e inmóvil. Qué ofrecer sino un viaje por las promesas de que todo lo que viene será mejor.
Los demás entendieron y cada uno comenzó a decir lo suyo, ante sí mismo y olvidado de los demás.
LAS PALABRAS DE RIANDA ZEAN
Esa soledad, símbolo de una experiencia con el sí mismo, esa soledad donde se crean las bandadas de los pájaros, allí, en ella, la Humanidad sobrevive y se prolonga, tenlo presente, ese es tu reino. Es tu conciencia, es un laberinto y te dice que en tu frente también habita el animal y un clavo penetra en ella al momento preciso de perder la balanza que soporta la historia por donde caminan aquellos fantasmas que protegen nuestra vida, esos que apuntan al centro mismo del Universo perdido en nuestra mente que viaja de ida y regreso por el paisaje de una verdad, que no es más que otro sueño de los poetas. Que la escritura del mundo descansa en tus manos familiares al abismo, como tierra de nadie, desde lo leído en el pensamiento hasta la tarde donde todo se vuelca en una nueva interpretación de lo que fuiste. Por lo tanto escucha lo que ya habías escuchado, habla de lo que ya habías hablado, recuerda: Primera sombra o rictus nocturno en los malabares de una ciudad que se mueve al ritmo de la salamandra. ¿Cuál es el precio de su música? ¿Dónde el golpe con que desataremos sus banderas? ¿Para quién su sangre convertida en susurro? Las distancias se cruzan en la marcha y la amapola herida es una emergencia en la ilusión de la Tierra. Ya amanecen los fonemas del sentido, se hace burbuja la linterna del capricho, la salud es un roce con el arcano de La Justicia, El Loco se sacrifica en otra baraja. Surge la mano envenenada y el desconsuelo de una máscara sin suerte, vencida, sortilegio sin adivino, mensaje sin Humanidad. Ya amanecen las vendimias, ya salen las cacerías que se adeudan los hombres a través del poema. La historia cobra su espanto. Ya nacen las voces y extrañas dinastías recorren poco a poco las hileras de la Tierra. Ya es la hora. El sentimiento no se cronometra ni la pasión se anuda a la báscula. Ya es la hora. Que brote la leche de la roca y el licor de la madreselva, que la pena se deshaga como la lepra. Ya es la hora de que la trompeta se anuncie sobre la cabeza de los forajidos. No busques la verdad, conviértete en ella. Advertir la llamada que nosotros mismos hemos puesto en algún lugar, sin esencia ni ebriedad. Corresponder al canto del pensamiento extinto en una sola coartada. No volver sin embargo, ignorar toda conciencia de vuelta, dejar una estación definitiva y partir. Olvidar, no volver, ignorar toda fortuna por la catapulta presurosa de los días. Advertir la llamada del corazón, contemplar el mausoleo silencioso, concentrar el vuelo. ¿Estará servida la mesa? ¿Estarán sentados a su mesa los nuevos inquilinos del tiempo? Las luces dialogan con los fantasmas que huyen como animales hambrientos por el misterio crepuscular, en los dictados del océano, en las semanas del sueño. Allí van, con el signo atormentado, gastando los vestidos del aliento, cruzando por el mito de sus ojos. Sería difícil trazar sus perfiles tan contagiados de niebla y a pesar de ello tan pulcros. ¿Dónde han dejado su ser? ¿En qué palabra que ahora nadie puede nombrar? ¿Cuál es el pulso revelador que agita su existencia? Ahora sería difícil saber su exactitud, la nueva solución para remitirse a sus formas. El movimiento de varias derrotas que asumen una victoria. Salida, sugestión, una señal que recién llega, un símbolo que se suma a la libertad. El deseo acompaña la búsqueda de nuevos horizontes, y, luego de la acción, el polvo marca las calaveras. Las visiones han sido superadas por el silencio; pero las edades están dedicadas a la vida de un propio espacio. Allí donde la realidad confluye con la historia como espejismo que juega con nuestros conceptos. Eco solar para un Ícaro desnudo. Manos de agua, convivencia en el barro donde habita un dios. ¿La grafía de un árbol oculto dará nuestro grito? ¿Presionará la música el fuego del pensamiento? ¿Se marcharán los inventos con su mundo a carruseles inhóspitos? ¿Tendremos la formación de un rebaño abandonado? ¿Coronaremos nuestro trabajo, nuestra fiesta? No retroceden las miradas de un cantante, no se rinden las partituras del presagio. Al coger un rayo conoció el guerrero su espada. Siempre hay alguna salida si la luz descubre sus manantiales. Todo es nuevo cuando se mira con ojos nuevos. Podríamos consignar el caleidoscopio de la muerte como quien madura los espejos que se pierden en la transparencia del río, y liberar el tatuaje del amor donde se sacrifica el presente en su eternidad. ¿Cantos a la noche es lo que perseguimos? ¿Otro Temblor de Cielo? ¿Ejes solitarios investigando a sus estrellas? El tejido del instante aún no sabemos en que lugar será jeroglífico o runa sagrada. Aún es posible todo lo imposible: un público enfermo en los mercados del mediodía, los fuegos artificiales en la soledad de un pueblo, la voluntad menguando el pesar del asesino. ¿No es aventurado firmar una paloma blanca que vuele por todo el Universo? Es frecuente la miseria que se levanta para atragantarse con un ángel que cae; pero no es nuestra vergüenza ni es tampoco nuestro aviso. Es doloroso y los buitres se arremolinan en torno a nuestro cuerpo que está contagiado de abismos. Y nuestra mente asumiendo el vértigo y nuestro espíritu dispuesto a encumbrar en el águila su queja. Pero evolucionamos con el vacío y la presencia. Algunos antes de escribir su impresión en la piedra, otros al leer su destino en una página de diario. Evolucionamos como una encrucijada que habita los países del llanto, avanzamos hasta observar la joya que movió los caminos ancestrales. Asignaturas que se apoyan en los símbolos, energías y vaticinios, conexiones con el número. ¿Valdrá la pena el desconsuelo arañando las murallas? ¿Valdrá la pena una canción petrificada en los parques? ¿Acaso es un descubrimiento el caballo muerto en medio del tráfico? ¿Qué haremos si se nos acerca una niña para ofrecernos sus manos ensangrentadas? Son los fantasmas soñando el follaje de la vida. Vigor de sus empresas ateridas que recuperan el color. Sobrevivencia de la habitación que suele guardar la fuerza para asegurar el sabotaje de la herida que ha trazado la costumbre como un arma. La virtud abrazando el sentimiento en un concierto. El juego que involucra el lenguaje y la pausa, el movimiento de una pantalla, la educación de la caravana, la comprensión del cosmos, las entrañas de la ciudad. Es hora de asumir compromisos con la letra anunciada del trueno, caminar con las palabras como quien vigila las olas del mar, como quien corre por los límites de un último acto con la esperanza de integrar un nuevo planeta. Abrir las puertas hacia la Unidad. Permitir el viaje hasta imperios desconocidos, hacer de nuestra magia una casa de voluntad que se enriquece con la realidad. ¿Oh Gran Timón del Universo, acaso no es este el momento para edificar un himno familiar, ahora que nos reconocemos bajo el propósito de fundir nuestra conquista? ¿Estamos a punto de ver como los lados se enmiendan en un centro? Hay otros centros, existen multitudes de puntos que podrían ser un centro y, por esto, no es tan fácil reunir las caravanas. Constelaciones de rupturas, laberintos para la memoria, la importancia de las miradas a tiempo y el amor a sí mismo. De las cadenas que florecen en nuestra esfera cae una lluvia de ánimo para convertirse en lingotes de oro que habitan en el naufragio. Quizá no haya nadie en el puente. Es posible que a nadie le importe el diluvio. Algunas veces es útil nuestra dificultad, porque solemos encontrar a un hombre perdido en una fábula. A veces es agradable nuestro trabajo y el amanecer nos muestra las metamorfosis del sendero. En ocasiones somos tristes y una escritura alucinada nutre los papiros. En fin, el paraíso donde hemos anunciado nuestra juventud, no anotará el destierro de nuestra Humanidad. Sólo nos queda la entrega para salir a recorrer el mundo. Hay que cantar hasta que el canto eche raíces. ¿Por qué hablar como esclavos si la voz es nuestra compañía? ¿Por qué escuchar el eco de un accidente o un sol que ya no respira? ¿Acaso es para nosotros murmurar cuando un bosque herido nos levanta la mano como una montaña? Cadalso, autoindulgencia, nervio declinante. Despertar es nuestra tarea, permitir al firmamento un grito, el anuncio, una gota de arcoiris, nacer de la escritura y acompañar al verbo. Nuestra tarea es entrar a los subterráneos de nuestra fortaleza para observar la danza de los anónimos, para otear otras leyendas, para cantar con la fogata de nuestras manos en el pecho. Nuestra tarea es crear una conciencia que esté en la expresión de lo vivo, de lo tangible, de aquello que es común para todos los hombres. Una claridad intuida en la Naturaleza, la acción del canto, la desbandada de la poética. Existen varias formas de evidenciar lo mismo. Es como si se nos revelara la metáfora en su ritual, la imagen plural saltando en el infinito. Es como si la dirección de un mensaje que parte de la vivencia se convirtiera en amalgama y nos mostrara una nueva actitud. Mas, ¿quién se encabrita con el ojo que devuelve las orillas? ¿Quiénes abren la comunión con las torres de agua? Se van yendo... la línea del viaje regresa. Parte de sus pensamientos es una tierra nativa que aún se divierte. Sienten frescos continentes, la visita de un viento señalado. Son ellos de nuevo en el cáliz de los gestos, cuerpo que se prolonga en el movimiento de una ciencia natural. ¿Hacia donde se dirigen? ¿Tienen prevista una ventana para nuestra soledad? De repente se detienen. Somos uno ahora. La corriente de una pirámide nos extiende las pesadillas. Ahora somos uno y no miramos atrás para no ser estatuas que destruyen los años. Los destinos se trenzan y las campanas nos dan los buenos días. La noche ha quedado dispuesta para nuevos habitantes. Ahora tenemos una flor inmensa para conjugar nuestros cantos. Trascendencia, una y otra vez trascendencia. Así que no termines rodeado por el incendio, no te escapes con la mano cubierta de anillos, no finalices la búsqueda del escorpión dispuesto a retorcer su enigma y a expulsar su veneno. ¿Dónde está el hombre nutrido de su propio delirio? ¿Quién ha visto a la mujer que abre la espera para darle paso a la melancolía? ¿Cuál es el rugido que muestra el norte mientras los demás se aprisionan en la selva? ¿Desde qué punto de la eternidad, desde qué momento sin horizontes contemplamos el coro que anuncia nuestra filosofía? Cae la tarde y un perro famélico cruza la calle. La denuncia de un león blanco se pierde en el tumulto de los tranvías. Sólo la penumbra de un sarcófago da para que recelen las novicias de la muerte. ¿Dónde está la luz de aquél que nos puso bajo su amparo? ¿Dónde su sonrisa ubicua? Su voz se ha perpetrado y ahora somos uno. La brújula ha cogido su camino, la Rosa de los Vientos hace su trabajo, el cielo dispara maravillas y los colores se riegan por las carnes justas. No hay un hereje apedreado, ninguna prostituta, al menos no en esta parte del baile. La contraseña de los profetas no es violada, los rebeldes amasan el pan y lo venden por las mañanas en cestos que seguramente sacaron de algún cuento legendario. Todo es equilibrio, se anuncia la armonía, no se aquieta la escritura, se solidifica el canto. Nada permanece en la vaguedad, el tiempo es besado por una princesa y el unicornio bendice la demencia con su cuerno divino. Se alimenta el mundo de contrarios, se nutre la Humanidad entre la piedra y la ceniza. Aprende su presencia, permite su errancia, activa su estadía. Ahora o siempre. Ahora en la guerra cercana, en el romance y en la caza. Ahora en el disfraz del pensamiento purificador, en la luna de su hazaña. Ahora en el brillo aterrador de la guillotina, en el frío y en la cruz. Ahora en la cadencia del verbo, lugar donde construimos la altura infantil de los siglos. Comprensión que se avecina en la risa del relámpago, en su potencia de jardín liviano. Aquí o allá. Ahora y siempre.
LAS PALABRAS DE JESDALAHERTON
Es el momento justo en que los días abren su estadía para los hombres cansados de los días. Los hombres que se entregan a la angustia y cortan su vida con una desesperación abierta y sin sentido. Los falsos suicidas. Porque aquellos que son suicidas verdaderos han comprendido el mundo, saben que el suicidio es lento, que se establece en los rituales, que se acomoda a las acciones y a los pensamientos y que redunda en una manifestación que yace en el espíritu. Los suicidas ya saben que no pertenecen a este mundo y no andan informando a todas las personas que su misión es cortar con el vínculo por su propia mano. Ellos saben que el acto que llega para terminar los actos es un acto sagrado, que ya ha estado de antemano en la memoria de los días, que el suicida es un hombre predestinado, que se las arregla para solucionar sus cosas y al dar punto final, sólo la espada. ¿Es entonces de hombres libres este mundo? ¿Acaso no son libres los suicidas? Al suicida no le tiembla la mano, su libertad es anticiparse a la muerte que nos llega desde el cansancio del mundo, lo que popularmente llamamos la hora. “A aquél le llegó la hora”, “ya es hora que aquélla tenga su hora”, ustedes saben. Sí, el mundo es de hombres libres, de espíritus rampantes que se alzan hasta la cúspide del poema. Es de la música contagiada de acciones abiertas y transformadoras; pero los hombres se mueven apenas lo preciso, no activan el riesgo, la aventura, el propósito que los delata a lo desconocido. Los hombres se anulan en un ir y venir totalizador que se repite de hora en hora, cuerpo a cuerpo. Como esta novela cuyas extremidades bailan y cuya cabeza rueda y cuyo abdomen tiembla. Es un cuerpo que se sienta en las orillas del abismo que debemos retomar para conocer las alturas. Es un cuerpo al que le han salido alas, el cuerpo de un ave matutina que ingresa al sombrero de todos los días y baila el baile del funámbulo, a punto de caer y sin paracaídas. El cuerpo es la desmesura propia de lo patente, el cuerpo que tiene una conciencia de sí, el hombre que tiene una conciencia desgarradora de su cuerpo. Cuerpo que ha sido maltratado a través de la historia, historia que sólo está dispuesta para los que han enfrentado su propio movimiento, el nacimiento sensible, el eje de lo sagrado. El cuerpo es una instancia pertinente para el conocimiento del hombre; porque no sólo desde la razón y el alma piensa el hombre sino que se acentúa su movilidad de ideas desde la conciencia y la inteligencia de su cuerpo, lo más inmediato que poseemos. Yo voy por el mundo apoyado en mi cuerpo, es mi extensión y tiene su propio espacio. El cuerpo es materialidad y forma, es parte del espíritu que nos camina como legión. Los cuerpos no son la objetividad, los cuerpos son la existencia. Hay cuerpos mayores y cuerpos menores, hay cuerpos dialécticos, que establecen un discurso aproximativo a la realidad del mundo, y hay cuerpos que fluyen, que se mueven en sí mismos y se mueven entre los demás cuerpos y que tarde o temprano irán a viajar en las transformaciones del gran cuerpo celeste. Mi cuerpo baila y se mueve al ritmo de otro cuerpo, y atrae como imán a otros cuerpos y la orgía se establece y el grito y la demencia. Mi cuerpo, casa tatuada donde el mundo se abre y se piensa, observatorio y faro, leyenda que recorrerá las calles cuando el mundo se hable mentalmente en los horizontes del poder. Mi cuerpo atiende a un nombre, salta y suda y da vueltas sobre la arena y nada y se ahoga algunos días en los sueños del mar; abraza y besa otros cuerpos, otras bocas que son las puertas que nos llevan a la estación de la lengua nadadora y danzante, la que entra en el ojo y lo pone a brillar. El cuerpo es lo que yo quiero decir. El cuerpo del mundo es un solo cuerpo. Es un cuerpo amorfo de razas, de culturas e intenciones. Los hombres que lo habitan son sus ojos, sus manos, sus oídos. El cuerpo del mundo es un cuerpo abierto a la manifestación de su espíritu anónimo que todos nombran, biografía incompleta de los pueblos. Los días se cruzan dando vida a este cuerpo donde nos arrojamos al sinsentido, donde apuramos nuestra marcha como si todo dependiera de la gran velocidad. En este cuerpo unimos nuestros cuerpos y de la cópula salen nuevos cuerpos pequeños que manifiestan la intencionalidad virgen del espíritu. Si un hombre falta, el cuerpo se tambalea; si un hombre salta el gran cuerpo siente un descanso; porque nos unimos a la desolación, nos sumamos al estallido, nos conjugamos en la multiplicación de las bombas que fracturan el cuerpo de nuestro cuerpo, el cuerpo casa del hombre. Que los cuerpos salten con más frecuencia para que el cuerpo respire con mayor tranquilidad, que los cuerpos vuelen para que el cuerpo se sienta en el aire, que los hombres agoten su cuerpo para que el cuerpo los reciba y los transforme en el interior de su cuerpo. Flor de luz, del polvo al polvo.
LAS PALABRAS DE ZULKA
Reiteración de la Naturaleza, de lo que se mueve en la manifestación de la palabra, en los ordenes del lenguaje. Basta que una palabra me atraviese de pronto lado a lado, sobre todo si es siempre, sobre todo si es nunca, o acaso, o demasiado, para que quede impresa como una quemadura hasta el subsuelo de mi anatomía. Una palabra, la que ordena el mundo, la que se sitúa en el canto que dice y muestra las cosas que se repiten en la realidad que debemos dejar afuera, tal y como sucede en el ámbito de lo existente. Palabra dadora de sentido que edifica los territorios donde los dioses se integran y conforman a Dios como al Tiempo, dios de Dios que dilata la cacería de los cuerpos que ya están anudados en la palabra. La primera palabra que es un entrelazamiento de palabras iniciales que murmuramos cuando vemos que el Universo apenas si se deja nombrar. La palabra que es el cuerpo del pensamiento. El pensamiento que es la gimnasia del espíritu. El espíritu que es la conjunción de cuerpo y alma. El alma que es la fuerza que se reintegra al mundo cuando el artista desemboca en el acto creador. La creación, la manifestación del orden sensible conectado con la inteligencia, el canto irremediable donde las palabras alzan la vista para otear las superficies donde se traduce el mundo. El canto que se canta necesariamente, tempestad de corazones donde también se canta la pobreza, la que no queremos porque nos hiere, porque nos confunde, nos pone a temblar de turbación y de impotencia al filo de la navaja. El canto que es una espiga negra absolutamente levantada hacia el infinito. El canto que también es el cuerpo del alcohol de las calles llenas de dinamita. La crisis del canto que se inaugura cuando el poeta no puede ir hacia la insondable levedad y aspereza de lo que el mundo nos canta en su canto solitario.
LAS PALABRAS DE MALTONDRAJKA
La carne del alma en su ejercicio de la filosofía oscura suspendida en el real discurso de las bodas que alimentan las ciudades que se abren en el aullido recuperado de la historia del hombre se desdobla en la herida y lo sigue atacando en su propia mirada de hacedor perdido de la música que es el resultado de un famoso sueño donde hablamos con nosotros mismos y la relación que observamos con las cosas que se suspenden en la alegría de saber que cruzamos sin poder evitar la espera de esa claridad que nos haga abono que desate el canto para luego dormir y volver a ver al poeta del lugar oscuro de la oscuridad total con su palabra en otra de las obras que sólo el tiempo cederá a nuestras manos como canto astral que abandona nuestro cuerpo justo cuando llega la noche con el beso de la tarántula que nos transforma y nosotros tan lejos ahora sin reconocernos vagabundos solitarios por el mundo terrible donde lanzan lanzas contra los pechos desnudos como látigos en nuestra ausencia de verdad antigua que nunca se ha dejado ver en las desesperaciones de las figuras que representan el pensamiento hasta pronunciar tanta palabra que se pierde en el crucigrama de la nada sin espejos que confirmen su llanto acomodado a la ira nueva que interroga los sepulcros y el corazón del relámpago que establece la verdad que cabalga el recuerdo de su propio nacimiento para decirnos que nada hay de nosotros que no esté en nosotros y que seguimos su escritura y basta
De un momento a otro se reúnen los Niambra-Zulsuk, entienden que el rito es cíclico, entonces hablan de sus estados, de la vida que les ha permitido su poeta Ramambrú-Simandra-Actara y ahora no es uno u otro el que habla sino todos en un coro que los demás habitantes del lugar oscuro de la oscuridad total escuchan con respeto:
Muchos de nosotros no sabemos qué es el mundo, cuáles son las acciones del espíritu; pero intentamos conocer, como lo hacemos cuando la idea de lo sagrado desfallece y nos aleja de la intencionalidad de lo vivo, de las manifestaciones de nuestra fuerza. Ignorar no es rebajar nuestra estatura, de allí se crece como nunca. Comenzar con la duda y a la duda darle su camino, es responsabilidad de quienes escrutan el mundo, de los que se acercan con garra filosa a los jardines de su interior. Las certezas nos abren a la actividad estática, nos arrojan a la voz singular de las cosas, y en eso consiste su bendición. La duda y la certeza crean cuerpo, desarrollan condición de búsqueda en el hombre. Si atendemos entonces a la acción de ese cuerpo, estaremos activando las respuestas que necesitamos para seguir en la pregunta perpetua por el hombre y su mundo, por su acción espiritual, por su herencia creadora, por su voluntad e inteligencia. Poco a poco se van abriendo los días, y el hombre va descubriendo en sí mismo oportunidades y alternativas para conocer lo que su interior le guarda. Para eso el hombre amplifica su espíritu y aprende a vibrar con las voces que el tiempo le trae, acepta que de la realidad se le ofrecen palabras exactas con las que puede sustantivar sus acciones y sus propias formulaciones discursivas sobre el mundo. Esto quiere decir que el hombre aprende de su entorno, de los demás hombres, de su naturaleza, y por lo tanto es en su compañía que su ser se pronuncia y atiende al conocimiento. Lo que si habría que recalcar, es que el hombre, en su propia actividad espiritual, organiza el mundo y, de allí, establece lo que es común y al mismo tiempo lo que se manifiesta como actividad singular de su propio espíritu; esto es, permite la contemplación, la comprensión y la interpretación de los sucesos y las manifestaciones que del mundo se desprenden y que lo involucran y con las que libremente se relaciona para adjudicarles un cuerpo en su interior. El hombre es un puente que establece diferentes orillas según la razón de ser de su presencia, es un mediador, es un río. El hombre que está abierto al suceder del mundo y sus cosas, atiende al crecimiento, a la visión trascendente de su camino. Y seguir en el camino es darle curso a nuestra actividad espiritual, es sustantivar la acción sensible, es permitir la profundidad de lo sublime en torno a las manifestaciones de lo que ocurre, de lo que se ofrece en la naturaleza y en el ciclo vital de las culturas. Las afirmaciones y negaciones de estas manifestaciones permiten establecer jerarquías, aproximaciones. Éstas propician a través de las conexiones del hombre con el mundo, una relación que activa las interpretaciones, los sueños. Por esto los días en que el hombre somete al hombre, son los días del horror, de la traición, de la hipocresía. Atacar de frente al hombre es atacar la historia, que es una trayectoria fragmentada del mundo; es atacar la herencia de lo sagrado; es atacar la trascendencia de su mirada, la voz, la respiración, el canto. La guerra es una determinación insalvable cuando se pretende uniformar estados, delimitar geografías, imponer ideas. Pero el hombre, o mejor, la Humanidad, se presenta en la ausencia de fronteras, en las puertas abiertas, en una formulación múltiple del acercamiento al mundo y sus cosas; podríamos exagerar diciendo que la Humanidad debe ser universal. Las astutas guerras, las no declaradas, las deprimentes, aseguran el hecho de un movimiento continuo, de una razón estrecha que involucra la manifestación del dolor, del sufrimiento que a los hombres exige crecer. Por eso algunos van hacia ti, para entender tu raíz, el fuego que avanza por tus venas, la ceremonia que se derrumba cuando el hombre se pronuncia en el miedo de una culpa que no le pertenece; y ven el océano, fugitivo como un viento alrededor de tu cuello, y van hacia ti después de naufragar en tu memoria sumergida, sabiendo que de pronto se desatará la renovadora tormenta.
Así, Clamidia toma la voz y dice:
¿Quién eres tú ahora que se avecina la desgarradura del vientre que nos sostuvo, ahora que marchas hacia otro lugar oscuro para incendiar otras voces que se multiplicarán como la lluvia? Ahora sabemos que te juegas las lunas, los soles, las estrellas, que es como si dijéramos las sensaciones, las representaciones, el reconocimiento. Tus palabras esperan que caigan los tristes pájaros del cielo que no creen en el paisaje porque los pájaros no creen nada. Y ahora quieres acercarlos a tus ojos de poeta custodio, aun con el presentimiento de que todo acabará. Tú lo sabes, ya lo has vivido, seremos polvo en la mano del Tiempo, polvo en el polvo, hundimiento de pies en la escritura de tu juego solitario. Tus palabras que entran a la bóveda de lo arcano que se inscribe en nuestras almas, en nosotros que todas las noches vamos abriendo el lecho donde duermen nuestras semillas, seguros de que florecerán al otro día, no sin antes sentir que algo falta, que hemos dejado algo por hacer.
En ese instante los Niambra-Zulsuk se abrazan y comienzan una letanía:
Tu nombre es nuestro nombre porque de tu nombre nos formamos como gota de sangre, como aliento serenizado, como búfalo estrepitoso que se aproxima a la ciénaga. Ahora sumergidos en el multiplicado milagro que asusta y conversa con los muertos. Ahora somos uno, abierto infinito entre duda y certeza de palabras inconclusas que parten a la tumba de los milenios.
viernes, 12 de febrero de 2010
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