lunes, 12 de abril de 2010

SONATA DE UNA MUERTE (NOVELA) 6

CAPÍTULO 6


TECER DISCURSO DE SADAY

Qué somos sino la tempestad de lo que nos captura, la verdad que no es otra cosa que lo que es; al menos eso nos han dicho. Vivimos de lo que se dice, y en esa fragmentación de voces que apuntan y disparan nos acomodamos a la que mejor nos parece, de ahí la construcción de nuestra propia verdad; de ahí que sepamos lo que otros nos dicen como una revelación; de ahí que ignoremos el silencio que el otro deja en nosotros intentando descubrir otro sol. La lentitud, la pausa, la pregunta, la respuesta, la fuerza, la velocidad, la dinámica que establece una regresión para que los estados que han quedado en el olvido recuperen su sentido. La música que proyecta la raíz de las culturas, que se grafica en la danza. La danza que representa la música que es el silencio de los muros que nos permiten el límite, aquel que necesariamente ordena una tendencia de aire derramado en las cabezas. El límite que desborda el mundo y lo acorrala, que lo sujeta como una arquitectura lógica; pero, ¿lógica qué? ¿Antigua? ¿Arcaica? ¿Aristotélica? ¿Escolástica? ¿Estoica, medieval? ¿Moderna, nueva, aristotélico-escolástica, neo-escolástica? ¿Occidental, oriental, tradicional, vieja, arquitectónica, concreta, deductiva, del potenciamiento, dialéctica, empírica, estructural, fenomenológica, filosófica, formal? ¿Gnoseológica, histórica, inductiva, matemática, material, mayor, menor, metafísica, metodológica, normativista, objetivista, ontológica, psicologista, simbólica? ¿Trascendental, vital, borrosa, combinatoria? ¿Cuantificacional, de clases, de la identidad, de las descripciones, de relaciones? ¿Deóntica, desviada, erotética, inexacta, lambda, libre, modal, polivalente, dodecafónica, electroacústica, noise, trash, death, black? ¿Probabilitaria, proposicional, sentencial, temporal? ¿Intemporal, dramática, corriente, extra, anquilosada, modificadora, expresionista, impresionista, barroca, del renacimiento? ¿Industrial, punk, hardcore, del metal, doom, maleable, mercurial, natural-progresiva? ¿Lógica y punto? Mas ¿punto qué? ¿Aparte? ¿Seguido? ¿Punto suspensivo tras punto suspensivo tras punto suspensivo? ¿Por qué los puntos suspensivos son tres? El tres que es mágico, como el diez pitagórico, el tres que junto al cinco (el número de Júpiter, el cinco del jerarca) nos arrojan al ocho, a la justicia, a las pruebas que desde el sufrimiento nos erigen, nos dan carácter, nos llevan a los tres ochos que son la sabiduría, la evolución y la convivencia. Tres ochos que por cálculo cabalístico nos develan el seis, o sea el número de la indecisión, la constante del alma humana, como si hubiera otra. Y ¿dónde están los otros números, dónde las otras almas? ¿Será la cábala numérica la razón de ser de este estado inquebrantable de duda? Y es que ¿hay qué tener la certeza? ¿Será que si dudamos de todo se nos cierra el camino? Por eso habrá que decidir algo. Yo decido por un lenguaje abierto, en expansión; por una acción ágil del pensamiento, por un paréntesis que no borre la palabra, pensamiento que en el silencio verbal nos augura una nueva civilización planetaria, donde todo se establece sin justificación, donde los días se nutren de nuestra percepción de los días.

El apostolado por la Humanidad es un sacrificio, nos cuelga de los pies, nos deja el mundo al revés, el sacrificio es en el espejo, antes de salir a la calle, nuestro sacrificio invoca a Ah Kimi, a la muerte. Nos devuelve a Ramambrú-Simandra-Actara. Nos vuelca a la oscuridad, nos propone una nueva magia para el triunfo. Nos permite la luz de sus palabras, Ramambrú nos acaece y nos sucede, su brillo es el nacimiento de los Niambra-Zulsuk; es decir, la explosión del sujeto, del individuo, del hombre que a su vez le dio vida, a su imagen y semejanza, que no es otra cosa que la visión fragmentada de su alma, de su fuerza jamás detonada en su máxima expresión, el hombre: bestia y dios, mortandad y destello.

Las estrellas brillan en los ojos de aquella mujer que me mira en la distancia, ¿qué es ese alado anochecer en su cara embriagada que me embriaga embriagándome en la transgresión que aniquila rebasándome en la presencia de la música? El arpa se desborda en el giro abierto de la aurora sangrante que aquellos ojos sujetan de pronto. Y me nutro de las voces que me acompañan, fuerza invisible que destrona al emperador. Total disaster, black mass, bestial invasion, antichrist. Kyrie, gloria, credo, sanctus, agnus dei. Bastille day, anthem, fly by night, in the mood, working man, in the end.

En ese momento Jesdalaherton, que jugaba con unas runas, se incorpora y comienza, como poseído a hablar en nombre de Ramambrú Simandra-Actara.

También soy desmesurado y dejo atrás el miedo, y si una bala se avecina, miro al frente y me disparo. El hombre empuña su arma, y todos los terremotos lo asisten, se crece, se amplía, ejecuta la metafísica del sonido, extravía el sentido de su canción, lo pone a dar vueltas, lo arremolina, en él se mete, se deja llevar, es el caos que la trampa ha preparado, es la luz que los otros esperaban, el concierto comienza, describe el asalto nuclear, la visión que se tiene del exterminio, del conjuro que bordea el borde mismo del mundo, extiende sus brazos y seduce las poblaciones, de sus dedos brota la sangre que observará el arte nutrido de la dialéctica, de la delirante retórica, de la mayéutica abierta que atrapa y sana. Existe desde ahora un culto que abandona las raíces que edificaron el antiguo imperio donde los césares incendiaban cabezas rodantes y muñones en el centro de la arena; los soldados que eran una extensión de la mano del cesar que era una extensión de lo que sus senadores cercanos, los del oro en los ojos, los de la pena capital, observaban. Comienza el rito que desencadenará la reunión de los pueblos para capturar la nueva ciudad que no es otra cosa que el cuerpo extendido de la Humanidad; se inaugura la hazaña que no defiende nada porque defenderse de unos es no defenderse de otros y los otros nos dejan invadidos de revelaciones que para los unos son traición y por eso nos matan. Para qué defenderse nos decía el amigo, ya que todos pueden matarnos pero no todos pueden herirnos; una herida es una huella que en la vida nos arroja a la vida que nos lanza al juego de los otros, a su visión exagerada del canto, porque el canto también debe levantar su intensidad, no puede dejar de cantar cuando el nuevo rito despierta a la masacre de los días. Nuestros dioses somos nosotros; nuestra vida es la interviviente razón de lo vivible; nuestro cuerpo es el polivalente sentido de los cuerpos que se pasean por la Tierra en su más alta búsqueda; nuestra búsqueda comenzó hace siglos y cada vez que pasa un siglo la felicidad inicia un nuevo ascenso. Nuestra felicidad es lo que nos dice que la vida debe ser vivida, que lo que aprende el hombre es lo que lo anima a continuar en la vida, que la muerte es también un aprendizaje, y que los huesos serán aleluyas que el viento llevará a lo largo de los países. ¿No serán los países un solo cuerpo, una misma manera de ver lo distinto, una forma diferente de ver lo mismo? Alguien cae/ cae eternamente/ cae al fondo del infinito/ cae al fondo del tiempo (...) cae en infancia/ cae en vejez/ cae en lágrimas/ cae en risas/ cae en música sobre el universo. Sabe que el sonido es la danza de lo invisible, sabe que la música es la tarea de los hombres libres, el ritmo, la intencionalidad del espíritu que refleja la palabra bailarina y su eco que cae a la boca del volcán. Los videntes se preparan, afinan sus instrumentos, respiran profundo y devuelven al tiempo sus esquirlas, desnudan su paciencia, debilitan la debilidad y surgen desde el fondo de la fuerza para inaugurar una nueva aventura. Los videntes abrazan al público, ejercitan su bondad y antes de subir al escenario, adquieren la luciferina tentación y antes de burlar el maleficio lo animan a bailar en el territorio de la poesía. Los poetas entran a la ubicuidad, la música genera los lazos, la brutalidad se polariza en los cantos guturales, en la lírica panteísta, en los designios de la bestia que en los corazones se levanta para brotar como el llanto de las violaciones. Los nombres se entusiasman, reposan, entienden, se dirigen al centro múltiple que los escucha.


EL RETORNO

Ramambrú-Simandra-Actara vuelve entonces y reinicia sus historias y congrega de nuevo a Los Sentados en Círculo, que escuchan, se apasionan, contemplan, comprenden, interpretan y salen a las calles a destruir para construir; no evitan el riesgo, se lanzan, y si hay que caer, pues, hay que caer. Lo otro es la conciliación con lo existente para que se dé en lo que se nos da. La realidad nos transforma mientras la transformamos. El mundo de lo evidente se muestra en la medida de lo posible, de lo fáctico. Después de todo, la noticia que nos alerta es el plomazo, el temor a Dios, la caída en la nada, el susurro de un mundo que se pierde en el mundo.

¿Qué es tener lo que otro no tiene, si no se muestra lo que se tiene? ¿Qué es si se muestra? No sé... los hombres necesitan la certeza, necesitan la creencia de que viven. Otra voz retorna: en días de razones extraviadas para la fuerza del espíritu ruedan las piedras, caen lanzas envenenadas; pero la palabra asiste y nos recuerda el origen, cuyo destello interrumpe el sueño, salimos a lo nuevo, nos duele, esa es la herida que no olvidaremos, es la herida por la que nos movemos. La palabra asiste y reorganiza las funciones vitales de las almas, los sudores y el excremento de los hombres que no pueden elegir la voz del futuro, porque desconocen su propia proyección, su presente vivo y determinante. ¿Dónde está el último puñado de tierra que cae sobre la frente helada de los dogmas? ¿La palabra como cuerpo de la naturaleza fracturada de las generaciones? ¿La palabra como el vuelo inmaculado de los pueblos? Al fondo los tambores reconocen la ira de las ciudades, el inmortal designio de la guerra; la tragedia de los días que se entregan al dios cojo, las auroras que estallan en la lira del que hiere de lejos, la fortuna en la baraja que cada uno destapa mientras camina. Dónde está la mímesis que los arroja al escenario, a todos los escenarios del mundo. Dónde dejaron el sol cruel del destino; dónde la palabra como imagen, como signo, como crepúsculo de los ídolos; dónde los dioses muertos. Dónde está la lanza que herirá el costado de la nueva comedia, la decadente moral religiosa que ha intentado escribir con sangre para ocultar sus fauces de bestia hambrienta. Quién quiere ser aprendido de memoria. No sé, todo da vueltas, las voces giran a mi alrededor, se establecen, insultan, gritan, a dentelladas y en medio de susurros estorban mi camino, y manifiestan una batalla para no morir, soy su puente, soy su instrumento, como Dios es el instrumento de los hombres que no quieren ser olvidados y lo arrojan a la carnicería del mundo bajo la intimidación de los que ruegan, y nunca agradecen. Dios que entra al estado natural de las cosas como evolución y hecho, como canto y danza que reciben los afligidos en su cotidiana permanencia. Dios transformado en mil imágenes que son cuerpo o icono que saludan los hombres que no reconocen su propia manifestación de poder, su propia palabra, su camino obnubilado en medio del viaje que entra en el primer toque de la trompeta, en la primera destrucción de las ciudades; ah, la voz que los gobierna. Parte del sentido que baila en ellos está de antemano en su voz, allí se anuncia y desde el nacimiento establece la dirección que deben cultivar. El sentido de la confianza, la dimensión de lo que los traduce como movimiento íntimo de las manifestaciones plurales del mundo; la proxemia, la kinésica, la prosaica, la cotidiana y no mal acostumbrada manera de asistir al mundo. Cada uno de ellos, en diferentes dimensiones, entregados a la ardua tarea del conocimiento; a la difícil tarea del aprendizaje, de la enseñanza, y, sin embargo, muchas de las veces negados a continuar, en busca del reconocimiento colectivo, con el deseo de sustantivar y adjetivar su misión con la voz prestada de los aplausos. Aquí no gana la canción de moda, aquí se recibe el canto originario, el rito, el mito, la fiesta. Decididamente deben hablar por ustedes mismos, ampliar su voz en el territorio de la sabiduría, en el ejercicio diario de su experiencia y en el sentido orgánico de la búsqueda. Ser y compromiso en sus demandas, acción y conciencia en su crecimiento. Fuerza, paciencia, creación. Los días se unen en la cadena de sus actos, de su habla suspendida en los trabajos que de alguna manera ya han anticipado su paso. Es decir, ya han navegado en los mares del conocimiento muchas naves y a ellas deben algunas rutas; pero son ustedes cada uno de los que son los que se adiestran en las nuevas travesías, de mayor o de menor manera; sólo la mirada que otea el horizonte les dirá si es preciso remar brevemente o agitar el orden de su rumbo. Señoras, señores, amigos, esta góndola pide un mar tranquilo, pide tierra a la vista; esta góndola quiere la ruta del Universo. Niños y ejecutantes de la gran sinfonía, este país, este cuerpo, este espíritu desbordado pide La Ciudad de Oro, las casas de ceniza, el estridente compás que a la libertad libera. Hombres y mujeres están frente al mundo olvidando a manera de progreso a la Naturaleza, y sobrepasando con la inteligencia, con la voluntad de poder, sus acciones, que no son acciones porque carecen de intencionalidad. Allí en su territorio está la no jerarquización, el no movimiento de especies, de clases. Allí en ese lugar ya ha empezado, y sin respiro, la culturización de lo creado. Ya han construido las ciudades, han permitido la historización de lo vital, han otorgado a los artificios concentrarse en la punta de la pirámide. Dónde irán a caer en el acaecimiento de lo profundo; hasta dónde irán a prolongar este océano que no los deja caminar sobre las aguas. No sé. Algo me dice que no debo plantar; algo me dice que debo regar las plantaciones del mundo. Alcanzaré a llegar si todo se vuelca a mi favor. Pero si todo está a mi favor, nada estará de mi lado. Debo ser rápido, incluso cuando contemplo, cuando sueño. Ya es la hora y las otras trompetas se anuncian, rompen a estallidos las casas y las fuentes. Los delirantes viajeros de las calles, donde se acomoda la cotidianidad, donde entran a jugar las versiones de lo humano, donde todo se extravía y se encuentra, caen al fuego que los dioses reciben para restaurar la confusión. Ahora el nudo, en estos momentos los rizomas creciendo e instalándose en el ejercicio del caos, el que definitivamente los arrebata. El equilibrio es una sintomatología de desesperación, quienes desesperan realmente son los que gobiernan su propia vida, son los entusiastas de lo abismal. La trashumancia se aligera, se despierta y la urbe recibe las huellas repetidas, el sincrónico y al mismo tiempo azaroso tiempo de los tiempos: el aión y el cronos desmantelando oscuras grietas en el espíritu de los viajeros. Tiempos compartidos mas no unificados, tiempos extranjeros de la Naturaleza: aión como fiesta y cronos como recorrido; aión que sepulta la razón grave del tiempo, del devenir cuantizado; aión que subvierte el orden mecánico del tiempo, cronos que los ubica en la historia, que los deja como escritura o sentencia doctrinal, como aforismo, y lo digo desde la extensión, mas no desde el sentido; éste viene con aión. Ustedes descubren la desterritorialización de la mano del carnaval; las máscaras y los trajes de luces los convocan a dejar a cronos los límites, casi como si nacieran a la tragedia de la que ya les ha hablado el filósofo. La tragedia del dios cojo y el que hiere de lejos, manifestación de ordenes yuxtapuestos y delirantes que entran a la habitación donde la mesura los recupera, a todos, potencias artísticas que maduran en el centro de sus corazones, orgía y canto grotesco; distancia y estilo sublime. Éxtasis de la lira cuando combinados nacen los hilos; furia y sueño cuando la separación es insalvable. Cuando tras el vómito de los conceptos se inclinan las golondrinas en un vuelo superior a su estatura. Todo esto para decir que el lugar que habitan ya no tiene ninguna puerta, que ya las piedras viven el sueño que nadie ha podido comunicar. Sin embargo, las multitudes piensan en mí, y eso significa que me aman. La ronda se agrieta; pero el canto arrecia en las bocas que brotan del tallo del lenguaje. Rectángulo de papel en donde se cierra el sol, sol furioso, sol de menta, lenguaje o sol, lenguaje y casa abierta a la salud del sol, lenguaje que entra en ustedes para convertirse en la flecha que después de ser arrojada les regala el pensamiento. Esto es, nacimiento del pensar y el hablar conducido a la ruta de la convivencia del hombre con la muerte. ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es el sentido de nuestra vida? ¿Qué movimiento de espíritu nos arrojó al vacío? ¿En qué se convierte nuestra mirada después de la guerra? ¿Qué es lo que nos conduce como si no existiera? ¿Dónde está la mano que nos acarició mientras nuestra madre lloraba? ¿De dónde salió el hombre que la enamoró? ¿Por qué se llevaron ese hombre tan rápido? ¿Cuál es el canto que nos dejaron los titanes? ¿Quiso Prometeo soltarse de sus cadenas? ¿Quiso Sísifo abandonar la piedra y la montaña? ¿Cuál de todas será la verdadera razón de ser del espejo? ¿La calma del sabio, la vanidad, la reflexión y la claridad donde cada uno permanece? ¿Qué otro espejo sino el agua para dejarte entrar en tu propia vida? ¿Quién quiere sumergirse en el cero? ¿Quién pretende comenzar la cuenta, ser el primero, ser dios o primer hijo? ¿En qué momento se engendraron la amapola y la memoria? ¿En qué ojos cumple el mar su promesa? ¿Por qué no hay tiempo que perder? ¿Crees que no hay sentido alguno en la vida por el sólo hecho de que es limitada? ¿Crees que sólo tú estás a la vista de la muerte? Son sus preguntas. También los abuelos viajaron en esa barca antes de que se levantaran los tallos del fin. Muchos han fracasado al sentir que su vida no es propia de la perfección; cuando sienten y piensan en el áncora que los espera al límite de la palabra. Algunos pierden su primera serenidad, otros llegan tranquilos al umbral donde el ojo desentraña las visiones que dejaron tendidas en la tierra, como huella insignificante.

Todos se miran regocijados y luego de tomarse las manos alrededor de su poeta comienzan a responder:


Nuestro viaje no ha sido inútil: hemos sido piel y fortuna del aire; hemos estado sentados en la nube y en la cicuta; hemos sido halcón y chacal, escarabajo y mortaja que otros siglos interrogan; hemos sido aprendizaje, voluntad, redención; hemos sido mandato y obediencia, rey y pueblo que inauguran la caminata, la prudencia frente al hombre. Hombres que cruzan la interrogante ansiosa de todas las casas, no dormimos, no yacemos, somos livianos, esperamos los signos de la múltiple estirpe. Hombres solitarios que cruzan la hora de la ceniza, asistimos al atardecer: las aves emigran, en nosotros gira la música del espíritu. ¿Acaso creen que esta vanidad es la profundidad de nuestra humildad? ¿Es su voz la existencialidad de los que razonan? ¿Qué entienden por entendimiento? ¿Creen que no podemos vivir si su acto no está presente? Ya sabemos que el dolor por el hombre es el más profundo de los dolores. ¿Qué seríamos sin el hombre, sin nosotros mismos? ¿Acaso la identidad de lo que nos acontece es el único regalo? Queremos decir: ¿será que lo que somos es lo único que podemos reclamar? Atrás van quedando la reflexión y la duda, lo nuevo se agiganta con un viejo sabor desconocido. Hombres y mujeres han construido las ciudades, invisibles para unos, sentido agigantado para otros. Eso es el mundo: una inmensa ciudad congestionada de ciudades, una nación, aldea global donde los habitantes escriben sus astucias y lo peor, que los hace más vivos. El ciudadano va desentrañando la memoria organizada de nuestro tiempo, el tiempo del hombre, de la naturaleza del hombre; esto es, del simulacro, del artificio, de la máscara. Atrás van quedando las teogonías, las miradas polivalentes de los dioses. Ahora somos constructores de nuestro tiempo y nuestro espacio, activamos las ciudades donde se proclama la justicia, donde se vive la fidelidad a la tierra, lugar que crece en la búsqueda de la libertad y la igualdad que fundamentan un hombre autónomo y singular que compite, coopera y se solidariza. El hombre que activa los vínculos con el mundo donde se practica la estética, la vida, la fantasmagoría y la muerte. En la gran fortaleza, los ciudadanos buscan protagonismo, y, al mismo tiempo, intentan proteger su anonimato: libertad y soledad que se ejerce en las sociedades. En la ciudad está el pensamiento, están los deseos, se presenta lo posible. La ciudad es una mujer, y por lo tanto, el más peligroso de los juegos. La ciudad enardecida despierta a las miradas de los volcanes que los hombres guardan, para asegurarse un estado del alma. Los hombres entran en la blancura de la luz, luz profunda, el túnel que muchos dicen ver, el conductor hacia los pastos de la muerte, hacia el sol iracundo que las sociedades amasan en improvisadas mesas de conceptos y metáforas. Estaremos vivos hasta que se nuble nuestro canto. Hasta que la danza de nuestros hijos sea vencida por el enemigo, ese otro que nos necesita para vivir. La bandera del odio se conforma en las cimas de las montañas, allí donde todo se otea de una forma diferente. Los guerreros acuden a la mano de su sacerdote, inclinan la cabeza, proyectan su espíritu; los guerreros ingresan a la piedad, ocultan su deseo, aniquilan al otro antes de verlo. Los días de trampa y asesinato están presentes desde que el mundo comenzó como mundo, como realidad; es decir, cuando el hombre expresó para el mundo de su interior la voz agresiva de su derrota. Cuando la flecha fue disparada con el arco y clavada en el blanco; cuando la palabra fue construida y dictada a los demás como una señal para correr juntos tras la presa. En el momento mismo en que el hombre miró al cielo y vio a su dios, cuando lo vio en la mano, en el ojo, cuando lo escuchó en la navaja contra la carne que la comunidad consumía. Allí en el nacimiento mismo de los dioses. Justo allí comenzó la guerra, la situación del caos que sólo hoy entendemos. De otra manera los días confusos entrarían a la supervivencia de los que atacan la muralla que construida desde los siglos ha protegido a dioses y comunidades que a dioses imploran. Los dioses que entran en el tributo de los animales degollados, pero que nunca incitan a los hombres a morir, a no ser por la ciudad que está en peligro, a no ser porque el poeta, único descendiente de lo sagrado ya no puede ejercer su ley. Esto es, su trono está amenazado, está al servicio de los ladrones y asesinos que desde otro reino atacan. El enigma brota en las filas de guerreros y la luz traspasa los hombres que neutralizan las bandadas de flechas y las líneas de caballería que golpean los ánimos de los contrincantes. Siempre habrá un vencedor, y si eso es verdad, los perdedores serán muchos.

Es cuando el poeta del lugar oscuro de la oscuridad total, comienza a bailar. Propone una fiesta. Esta se prolonga por varios días y noches. No obstante todo tiene su límite y Ramambrú comienza su brevísimo testamento ante el coro que lo asiste:

Proemio, prólogo, obertura de mi muerte. Umbral, antesala, introito de mi muerte. Se han manifestado en hachazos de procesión a la deriva con la avaricia y la envidia. Las franjas del presagio rivalizarán con la hipocresía hasta verla arrodillada ante los que intentan llegar, mas no recogeré el agravio del sin partir que reparte alianzas y magnificencias. Disparo ráfagas de temperancia al blanco de mis afectos desatinados zoológicos contagiosos de claves y horizontes que se desbordan sobre el pavor húmedo pasaporte ajeno a la cordura malestar de mocedades. Vistazo terrible intacto cobarde se despliega y un pabellón de sésamos atrae el roce coito de acecho salto y la ausencia. El primero será de nuevo el único luego de desaparecer en el otro que vuelve y oye las ondas de cuevas picachos colinas. Ruido de quijadas masticando sotos cábalas índices bestiales descifrados en lagunas de anillos y el jerarca. Aquí queda el ávido voraz sin embargo de la bondad y la retribución de enlazados sacerdotes. Mi ofrenda revienta perplejidades ya sepultadas en antiguos reinos e inesperadas revelaciones. Una fábula será argolla para el matrimonio con la prudencia. Este calmoso monstruo virginal se va y te invita a salir. No temas. Si cierra la boca es para impedir a los veleros apoteósicos un rumor que los despegue de su tesoro. Aprieta el fuselaje del peligro con los dientes de la sangre y va adentro y sale y el extraño peina y el amigo inyecta. Es su enojo. Se obliga a triturar el nombre contra la sábana ennegrecida en que se repite la blanca cara de su padre, sus labios rectos, su ebriedad. No digas nada por favor. Han emputado el temblor y se desploma la espera... el dominio no canta en esta barca rodeada por la neblina... el poder es un afán que encona los corazones desnudos... no me muestres la bondad en un elefante encadenado... tiene una estepa regada en pedazos de sol sobre las calles del frío. Tiene un cuerpo asediado, un fantasma, un animal desconocido rondando la selva de las semanas. Para que puedan diluir el enfrentamiento con su rigor, deberán tener un collar de turpiales y amatistas con el número de Job. Será una contraseña para el ejercicio del desdén en que cifra su cortesía. Quiere dormir. Quiere escabullirse como la cabeza subterránea del avestruz. Quiere introducir su muerte sacra e inviolable desde ya. Guillotinado por la fiebre, inmóvil y blando como el polvo amontonado de los cementerios. Amputando su voz. Es urgente este sonido que no se da sino en la tristeza. Semilla del caos, espiral del orden, ¿cuántas veces habré de encontrarlos? ¡Respeten el último silencio de una conjetura! Este es el sufragio advertido por la antorcha que navega en un libro hasta el naufragio. Entonces escribe su propio entierro, compone su propio réquiem, construye su propio sarcófago. Quiere dormir. Alejarse por una frase destendida por el misterio. Estacionarse por largo tiempo en la queja del otro, distante, errabundo, incitando desde el follaje de su furia a todos los que siembran alturas. ¡Oh! tanques y torpederos, submarinos y misiles, no interroguen a su espejo. Quiere estallar en los incontables seres que representa... empleo la limadura de las uñas para ahogarme. Doy orden de quemar mi hígado. Que se estire mi intestino y con él se deleiten los asesinos. Que mis pulmones podridos sean sus vestiduras y la infección de mis venas sea alhaja y luego la horca. ¿Qué quieren mostrarme? ¿Qué es lo que dicen sus insoportables lamentos? Sus recados afligidos son una tarde de lluvia ejercitándose para el diluvio. El contrapunto de un crimen. Quiero hundirme sin escandalizar sus ojos, sin imponer cuervos ante los trigales de la alfombra en que se deslizan por la infamia. Me gusta lo secreto, lo íntimo, lo arisco y repugnante de nuestra naturaleza y más que gustarme lo soy. Tengo en mis manos la daga que desgarrará mi vientre. Soy el doble filo, su empuñadura. Poseo el indulto de mis creencias, su absolución. Un arcano riendo lacio sobre la mesa de los desorbitados y el clamor de hostias y pelos en la espuma de una cascada de diademas, suelen parecerse a mis convicciones.


Mandala de mi muerte, camándula de mi muerte, hexagrama de mi muerte, muerte inmaculada, tropel del verbo atlas donde descansa un cerebro. Mejor morir inmolado por el pudor de un hogar desconocido, tirado en las estrellas, pasando como un incendio por tus pupilas que tantean la virtud en la saliva de un guerrero descompuesto. Mejor morir sin el fausto galanteo de la excelencia, de la voluntad exorcizada por las lágrimas y el pueril cansancio que producen las leyes de los hombres. Mejor morir después de haber quitado de nuestro lado el alboroto de las fieras, de haber asistido al destrozo del pensamiento, custodiado por el ademán de una cantiga hecha polvo, sintiendo el brindis de la concordia. Mejor morir más allá del cauce de los huesos, donde es arrebatado el rostro, refugiado en una acrobacia de la calamidad, con un gesto noble y desinteresado. Asaltando el infinito, subrayado por un compás demencial y puro. En la euforia de un aplauso sin estrenar. Mejor morir en la alergia del descuido, atrincherado por el esfuerzo, sin deberle a la vida, únicamente a la muerte. Consintiendo el gasto adocenado que entorpece al domador. Desde este lugar, que es una dirección confusa, imploro por una sombra benévola con el ocaso de mis acciones; porque en algún lugar de mis entrañas un sagrario se libera. Que la eternidad se apiade de mi memoria y la ahogue en un puñado de arena, que no me fatigue el recuerdo. De algo estoy seguro: cuando el silencio muera, dejaré de cantar. ¡Aproxímense! Que me bañen los escupitajos y los claveles y las telas sueltas de la lepra y la cólera. ¡Aproxímense! No tengan miedo. Golpeen esta mente plural antes que desaparezca o tendrán que golpearse a ustedes mismos. Muévanse, pues aún han de faltar muchas eras para sentir esa fortaleza entre sus virtudes. Muévanse, pronto, muévanse, muévanse, muévanse y acudan al bazar de la porquería. Caigan como peste en este banquete fastuoso de cloaca maloliente, den el toque de la multiplicidad que llevan dentro y enerven las genuflexiones de los jorobados y los tullidos y háganlos mejorar con una princesa como indulgencia. Acudan, pronto, muévanse, muévanse, acudan. No se preocupen por la distorsión que el carruaje de la costumbre es veloz y ya ha partido... miren esta constelación, este acto de bienvenida, este amancebamiento de riesgos que son una moneda que va de mano en mano mostrando su cara y su sello, las dos cruces, ningún lado; fugada de su sin-camino, en el vacío, bienaventurada hacia donde ya no hay caídas ni ascensos, donde se llega y cesa el lenguaje. Querrán que en sus bolsillos esté siempre metida junto a un escarabajo verde y a una pirámide de cristal y ocho veces la sacarán y la levantarán al cielo eclipsando el sol ante su mirada de cromo. Mas otras ocho veces la arrojarán al caño; porque esa constelación inasible hará brotar un salpullido dorado de vida en sus socavones endemoniados. Este ser es almendra estelar que indaga, bulbo singular conspirador de las plazas, alfiler de siglos, mundo que acuña la guerra con la ceniza. Alzo al buitre desde el horizonte y repito en voz gutural las runas que están tatuadas en las agallas del pescado: poco falta ya para que estemos separados hombro a hombro. Vengan multitudes, tifones, maremotos, ciclones, bombardeos. Atrévanse a suplantar esta constelación que suple sus engaños. Ustedes que son un hilito salido del vientre de la tierra. Odien este universo y dilapiden su propio nombre. Ni sujeto ni presiono ni torturo; soy un cierzo que pinta alas para el escorpión. Ahora es tarde, demasiado tarde para venerar el velo y lanzar las navajas menos profundas que el beso. Aquí se engendra mi muerte definitiva. No seguiré a su lado como una metáfora congelada. Ya no hago falta. Nunca he hecho falta. Jamás haré falta. Me voy como un aerolito entusiasmado. Vengan multitudes, consumamos esta lágrima inmensa y el veneno último de las avispas que curtió el rebaño para hacer muelles a merced del norte. Oculten sus crines espesas paganas coronas coherentes y dejen de agacharse cuando se aproxime el halcón del espíritu... no superarán ese escozor de la biografía oculta sin copular con las pesadillas en el abajo, exhaustos de esquivar esa doctrina ígnea escrita sobre el lecho de la sombra. Pavimentados en el Ordoviciense. Lo estricto ha engordado los funerales. La fragmentación se va en el remolino y regresa con el huracán. No hay que temer a los lamentos ni al cansancio ajeno, no teman y sigan siendo el cero, el punto de partida que no es el punto de partida sino lo intrincado del viaje. Sean el centro que está en todas partes y pocas veces en el cruce de las líneas y paralelas que determinan un solo centro. Un labio de barro no tumbará sus afectos, cuando se cierre un candado yo abriré diez mil. Vengan multitudes, infamias, insolencias, manías, complicaciones. Vengan, las anotaré en el crucero de las profundidades y sin brújula; porque ustedes son el piso intolerable que espera el timbre puntudo de la lenta moneda. Sumérjanse en la rapsodia que los nombra y peguen su frente a la excitación del sol. Como un radio de zancadas vírgenes rayos cardinales empuñaduras para el alba. Si ataco es mi pureza la que hiere laureada en el fuego de la escarcha conductora. Enfrento la camisa rota de la injusticia escurriendo el sudor de sus ángeles y arcángeles. Compito con el hambre desencadenado del martirio que nos ha forjado pordioseros. Antes del alumbramiento ya conocía a los dignos que surgen de la niebla blandiendo sus espadas imposibles de clavar en otro pecho que no fuera el suyo; pero prefirieron la desgarradura, la oración desafinada del músculo sumiso que no les pertenece. Daré de comer a la brisa las brasas de los meses oblicuos cuajados de subsuelos difíciles... adentro es la manecilla en órbitas de antiquísimos dones como la represa de garzas afuera. Un eco de búho blanco boca cavernaria sale de entre las piedras para darle la mano al niño que ha de venir con cajones de dulces a ceñirse nuestra rabia. Quiero el cerillo que aviva al fresno silvestre. Quiero reanudar la sustancia fiel y cadenciosa, fulgor que sale del quejido del dragón. Quiero la hecatombe de una catapulta rota pasando sobre la geografía del silencio. Quiero el silencio y su silencio, el silencioso deseo de enmudecer, el silente sesgado de nubes y raíces, intimidad diciente, roca serena, batatilla y miel. Desnudo al silencio y le muerdo los pezones y lo veo levantar una ciudad donde camina tu hermosura. Como los trazos del chamizo en el cielo, como la perspectiva de las aves que emigran hacia el mar embarazado de atardeceres. Saturno de Osiris, Piedra Filosofal, Ejército de la Voz: reyes, ministros, abades, emperadores: estar a la par con la música es la cima insuperable. Manifestación de voces e instrumentos: me deslizo, me safo de la rueda, el calambre agoniza. Me deshago como el abrazo de los amantes que entran al sueño. ¡Escuchen, no se cansen de escuchar! Hace cuarentayun años salí para destronar la antipatía. ¡Alto, frena tu búsqueda asquerosa! ¡Mírate, repugnante! Sólo te queda el esqueleto y tus abismos se han secado en las crestas de las montañas que te rodean y te roban el aire. Yo también he venido a castigar tu pereza. Yo también busco un hombre con una linterna en la playa. No me hables que tu aliento hiede. Voy tras de mi huella que pasó octavada en creaciones inverosímiles y medicinales. Voy a reunirme con las arenas movedizas del cielo; no tengo prisa: la victoria rauda del día puede ser la derrota de la vida. Voy hacia el lugar oscuro de la oscuridad total a sentarme con los Niambra-Zulsuk, que son Los Sentados en Círculo y los moldeé tras varios años de esperar el bus. Y nos encontraremos más allá de lo imaginado, a la vuelta de la esquina, con el aliento vencido, inflamados de silencio, dispuestos a violentarnos en la gracia del amor. Para otear la verdad que permanece encendida inexorablemente a nuestro lado; para que deje de ser el gran secreto. Sabiendo cómo el cuerpo se nos pudre mientras la llama en que ardimos algún día, baila bajo el hechizo de nuestros hijos. Regresaremos para poblar las llagas del convaleciente, para restaurar el equilibrio en el caprichoso tartamudeo de los idiotas, para calmar la insondable herida del menesteroso. Habremos de decir que es justo el sabor del pasado: allí estuvieron nuestros padres cocinando para nosotros, descaradamente quemando sus pupilas para darnos el fuego. Y luego, callar. Eternamente. Como espejeando la delicia de un nuevo amanecer. Es el momento preciso para que dejes de disimular y con los punzones de la conciencia rasgues el velo de tu melancolía. Cada uno es la gruta, y las voces que golpean sus paredes, son su propia voz. En cada mirada se descifra el jeroglífico de la vida, en cada vasija se estacionan las estrellas para recordarnos que el pastor fue un anciano hasta ver a la oveja negra orando al sol tardío. Está limpio el cáliz donde viertes el brandy de tus sueños, no lo tomes como si doliera. Hablo de mi época que olvida el asombro porque invierte su vida en el laboratorio de la lucidez. Hablo de un derrumbamiento de vertientes y biografías y de las cruzadas del aburrimiento que alejan al hombre del hombre. De una inhóspita forma de amar, de la descarnada hospitalidad del adulterio que llega en el eco de los ahorcados. Hablo de las manos limpias que escurren las sumatorias y el ejemplo, del brinco de los patíbulos, de los grilletes que comparten el pan y el laúd en convivencia de soles bajo la luna llena. Hablo de los yoes encabritados que se desprenden de mi carne para darse cita con los sables de la sílaba que aún no completa su metamorfosis. Hablo de los límites que son la totalidad de los hechos. Extiendo en mis brazos el deber de soplar con la tarde una jaculatoria que mengüe el pesar del asesino. Sorprendo la contorsión de papel y llanto, el deplorable plumazo de águila decapitada por la plata labrada de las escuelas. Admiro la piñata rota que no deja caer los juguetes al pozo, la escala de los colores en la bandolina, la última mujer que abraza sus piernas en el desierto de la cama. No pierdo la oportunidad de lamer la centella de algodón ni me detengo para darle piso a una vida que asuma con mancuernas la desgracia. Hablo porque muero y morir es hablar con los sabios. Morir es morir como una pluma es una pluma. Hablo porque vivo y vivir es preparar la muerte. Entrar y salir, entrar y salir, entrar, dudar, salir de este manantial que la mayoría desconoce, es tan doloroso como doce mil lanzas en el costado y no lo hago por diversión.

Sonata de mi muerte, acuarela de mi muerte, olimpiada de mi muerte. Fénix de mi muerte, unicornio de mi muerte, centauro de mi muerte. Esta tripulación de lotos ha perdido el rumbo que lleva a su colmena. Hoja donde duerme el agua, risa de la gota que se mueve: el gran vicio llega de un país mimado por el albur de los patriarcas que aguardan, instinto desatado, cortina de nada que ondea. Rumiar del mar, yoga del mar, estatuilla de canela: no más fantasmas que desvíen; tamiz de días nublados, devoción de yeso en el codo ruinoso de los suspiros. Siesta del trébol, árbol de las barcas, amalgama del colibrí: cauterizo un vértigo asmático cuando presiento una ruptura en el ápice de la música petrificada. Amigos a quienes interrogo en el exilio: pronto volverá la enigmática estrella. No desesperen ni acudan al revés de la moneda como si fuera definitivo el aquietamiento de sus caras. Para qué insistir en el disfraz que hurga en nuestra serenidad con taladros de fe. Pobres de aquellos que cifran su bienestar en la condición del prójimo. Juglares, bohemios, saltimbanquis: deben correr el riesgo: en la apetencia por lo mismo no hay devoción. Pontífices, regidores, cenotes de sacrificio: han profanado la naturaleza los cofres incestuosos de su ceniza. Los bolsillos se han roto de pagar la vida y las huertas han sido abandonadas. Ha sido revelado el nombre que está escrito en la piedrecita que se ha entregado con el caduceo original de Hermes. Lirio drogado y brutal: derrumba la estatua de la estrechez. Estamos muriendo de espiarnos y se nos cae el abismo de la hoja. Lujuria de mi muerte, unción de mi muerte, abundancia de mi muerte. Querubines, súcubos, centinelas: ¿escuchan el pájaro madrugador? Su canto es una señal para los murciélagos que han captado el libro de los solitarios hasta llenarse de plumas coloradas y brillantes y ver. ¡Escuchen el coro, escuchen!


CORO
El amo ha muerto de una congestión.
Y luego, la repetición de los mismos gestos.
El estudio y la sana filosofía.

Lo lejano y lo distante resucitan.

Tal vez en el origen
los liga un parentesco sagrado
con la salvación,
como parece indicar su luminoso rostro:
lo oscuro húmedo que desciende en nuestro cuerpo.

Así descubrimos la breve y deliciosa ópera.



ÍNDICE

Capítulo 1
De las palabras del origen
Primer discurso de Saday
Diálogo de los Niambra-Zulsuk
Segundo discurso de Saday
Capítulo 2
Saday o el octavo del Apocalipsis
Preludio del inocente
Embriagarse de celos
Las nubes de cada día
El fervor del extranjero
Para contagiar la calma
Los países del estanque
Capítulo 3
Soliloquio de Ayarda en el río
Las palabras de Su Yang-Po
Las palabras de Rianda Zean
Las palabras de Jesdalaherton
Las palabras de Zulka
Las palabras de Maltondrajka
Capítulo 4
Saday vuelve a tener un sueño que le dicta
El reencuentro
Como nadando en el sol
Preludio
1
2
Primer movimiento
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Segundo movimiento
1
2
3
4
5
6
Tercer movimiento
1
2
3
4
5
6
7
Capítulo 5
Ayarda sorprende con un libro que Saday había ocultado en un baúl
Los peces tienen sed o las visiones del dios
Místico ejercicio
Realidad habitada
La rosa de argento
Plegaria de llanto de ceniza
Monedas o templanzas
Bisonte encantado
Discurso amoroso
Trivagaciones
Flauta y sitar
Preguntas finales
Después de llamarte
El caballo y el trueno
Níspero y magia
Las pieles de la serpiente
Runas y prestigio
Alas para el escorpión
El ardid del mandala
Desnúdame de mí
All my love
Lo que resguarda el rayo
Poema elemental
La dádiva
Intuición y palabra
Deseo y grito
El maestro roto
Mi vida se cumple
Todo estar se rebasa
Herejías y complacencias
Sueño de Victoria
Kriptea
Morir es nada
Alejado y contigo
Hilo de oro
Canto final
Cápitulo 6
Tercer discurso de Saday
El retorno
Coro


Nota a Como Nadando en el Sol:

A partir de una investigación personal sobre el ángel y el demonio, y después de asegurar que ambos están en el hombre y de no saber si se trata de escoger entre uno u otro, pero que ante todo debemos aprender a reconocerlos, comencé un ejercicio de escritura mientras releía las Meditaciones Metafísicas de Descartes. Fueron muchas apariciones que después de once meses aceptaron el camino de la literatura. Es un homenaje a ese hombre que habló del amor como la “eterna inocencia”, al geminiano Fernando Pessoa a quien la filosofía y la poesía le crecieron en las manos, para reconocerse en este siglo como los caminos donde existen las señales, como los continentes que se prestan mutua atención comprendiendo el sentido del ser que recupera el paraíso, luego de liberar una guerra tremenda consigo mismo y darse cuenta de ese otro que lo habita. En cierta medida es una metáfora de la ciudad, de nuestra ciudad golpeada por la ignorancia y la bestialidad; pero un hilito de luz teje este universo, un atisbo de esperanza. Porque como dice Adolfo Castañón: “Disfrazado de sol, Dios humedece nuestra boca con unas gotas de felicidad”.

Este libro está compuesto por un preludio, dos movimientos sobre el ángel y el demonio y un movimiento donde interactúan la ciudad, la juventud y el crimen. Puede ser leído en el orden que el lector desee teniendo en cuenta que la parte escogida debe leerse completamente antes de pasar a la siguiente. También se advierte la necesidad de acercarse al texto con una lectura en el orden específico que éste presenta para darle así un fundamento participativo al autor, en el contexto de su escritura.

Como nadando en el sol, fue escrito en Medellín en el año de 1995 y presentado al público en forma de libro mural en la biblioteca de la Universidad de Antioquia, en una exposición en el mes de septiembre del mismo año.


Nota a Los Peces Tienen Sed o Las Visiones del Dios:

El poema es desatada armonía. Es equilibrio desmesurado. El poeta es trance de una voluntad de crear. Su canto, si hay tal, es una coordenada de lo posible que brota de toda imposibilidad, de toda utopía.

Este libro es una demanda de sentido, de creencia en el mundo que me habita. Y al mismo tiempo es recuperación de la lectura de otros autores que interrogando rompen el himen de mi percepción.

Particularmente, algunos de los poemas que se presentan en este libro, son la voz prestada de algunos de esos autores; una conversación con su tránsito. No son entonces poemas “originales”, sino versiones de lo que en la lectura de sus libros se refleja.

Este libro está en el plano de lo místico-amoroso y discurre en una búsqueda que es la del dios que en él y en ella se pronuncia. Él y ella son abstracciones de lo que yo he vivido con hombres y mujeres como la música, la filosofía y la literatura. Es la demanda de mis actos con los Niambra-Zulsuk. Por supuesto la amistad que da un sentido de vida y procura la distancia necesaria para continuar en la revelación del propio camino.

Esta prolongación, pues, está dedicada a mi maestro Ramambrú-Simandra-Actara. Es la saudade, es la melancolía feliz, la serenidad de quien está y al mismo tiempo permanece en la ausencia, que comprende que todo es suyo en la medida en que vive su propia vida y que no obstante, nada le pertenece.

Es entonces la existencia, el amor y el sentido aquello que canto. Pero no olvido el rigor de la muerte, el padecimiento de lo que acaece, la imaginación liberadora y la razón que protege. Bienvenidos, pues, al festín de la extrema poesía. A las Geometrías de mi espíritu.

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