Breves
miradas a lo divino
Por Víctor Raúl Jaramillo
Tomado
del libro inédito:
Decir-se
sí a sí mismo agotando la vida en la
vida
Sólo puedes realizar a Dios con tu esfuerzo
Texto tamil anónimo (siglo XIX)
1
Acontecer en el mundo es
darle salida a lo que somos y a lo que no; en otras palabras, a lo conquistado por
todos y a lo que buscamos en nuestra individualidad con la memoria que nos da
el recuerdo y la imaginación, que si bien puede volver y recrear, va hacia
adelante, como la voluntad. Como nuestra música
subterránea, que a pesar de haber sido compuesta como enfrentamiento de
sentido con la realidad presente de una ciudad asesina, es intempestiva y va
hacia el futuro.
Nietzsche nos dijo con
Píndaro que: el hombre debe llegar a ser el que es. Pero ya otros, más
contemporáneos, realzan que debemos
llegar a ser los que no somos. Quizá llegar a ser hombres que van hacia su
deseo de horizonte, hacia la utopía
que, tal vez, consista en convertirnos en dioses de nosotros mismos y
liberarnos de tanta trampa donde nos esclavizan, poniéndonos a tributar
sacrificio para aumentar los dominios del tirano.
Si Dios ha muerto, no
es para que nos sumemos a la desesperación, sino para que asumamos con nuestra
voluntad el ejercicio de la libertad y la responsabilidad con nosotros mismos y
con los demás. Es para que seamos más humanidad, más cuerpos henchidos de gozo.
Seres humanos voluptuosos y merecedores del placer que sabe que sólo tenemos un
paraíso: la tierra. Y que debemos ser dignos de ella.
Rezar es repetir, alienarse;
orar es crear nuevos vínculos, estallar los realizados. Un místico inmanente no
reza, ora. Y para eso tiene su poesía, su arte y su música dadores de infinito.
Orar para él, es entrar en sí mismo y establecer la armonía que lo lleve a la
eficaz recepción de los suyos; ayudar a vivir sin desproteger su silencio y su
soledad.
Ahora bien, este infinito
donde han puesto a Dios las religiones reveladas, las farsas del Libro, no es
más que una Nada que antecede y sucede a lo existente, un vacío que da el salto
hacia otro vacío, una fuente de presencia en el aquí de la tierra que muchos niegan por temor al olvido, a
desaparecer. Por eso, quizá, hemos matado a Dios, la mayor droga de nuestro
instante que es el tiempo que nos pertenece: porque ya no creemos; ahora
sabemos.
Los dioses han sido una
parte integral del designio de los hombres desde su aparición, y, por tanto,
están inscritos en nuestra evolución. Dioses creados por los hombres. Lo que
importa no es su origen, sino su sentido en las vidas de las personas. Y
algunas de ellas prefieren el sueño de la
fe a despertar y estarse-frente-al-mundo,
cara a la realidad.
No creo en un Dios cristiano
ni judío ni musulmán, ni en los dioses griegos ni en los egipcios... los asumo
como simbología, como proceder espiritual de la cultura. Y es en esa vertiente
de lo divino que me fundamento. En una multiplicidad de signos que se amamantan
del orden creador del hombre y que no se expresan sino por éste mismo orden.
Dios y Demonio, los mayores inventos del poeta.
Aquello que no puede ser nombrado
no existe en nuestro mundo de palabras. Mismas que son metafísica, verdad y mentira;
creación y destrucción de nuestro impulso vital. Son partícipes de lo humano,
pero no lo determinan en toda su integralidad porque tenemos lo más cercano:
nuestro cuerpo: uso que anuncia,
abrazo y danza, sudor y sangre que debe ser respetado siguiendo nuestra propia
luz sin apagar las demás. Otra cosa es lo inefable, el éxtasis sonoro
que, en su silencio, no se puede ni se debe nombrar para que nutra y no deje de
ser: la música.
Dios ha servido como
regulador de las masas, como control en el miedo que los sacerdotes desatan con
sus prédicas venenosas que inventan castigos a los pueblos que se han dejado
engañar. No somos culpables y tenemos que proteger nuestro espíritu que es el gesto y la palabra dadores de sentido, relación activa
con el otro. Debemos estallar todo absoluto; hay que diversificar el planeta.
La concepción de Dios ha
estado esquematizada y distribuida por los sistemas y las instituciones que lo
“venden” entorpeciendo el sí mismo de
los individuos y las comunidades que se nublan con su corrupción, porque no han
accedido al conocimiento.
Hemos heredado, y es
necesario dejarlas atrás, una ignorancia y una pobreza que nos privan de crear
en nosotros mismos y actuar con sabiduría. Debemos leer y no tragarnos
cualquier cantidad de fantasías que nos obliguen a un seguimiento ciego.
Debemos ir al fondo de la letra con un pensamiento crítico: interpretar que es
releer y crear de nuevo.
Nos han puesto a favor de un
Dios que no interviene en el mundo sino con una promesa de salvación y de
retribución postmortem. Esto
nos aleja de la vida, nos roba nuestra realidad, nos deja huérfanos de nosotros
mismos.
Religiones
promiscuas que te dan permiso de robar y asesinar a diestra y siniestra y que
te absuelven al final dejándote participar de “la vida verdadera”, son el
verdadero veneno. Arrepiéntete porque eres un pecador. Y tú te
arrepientes e igual sigues siendo escoria que comerá del polvo. Serás odiado, y
quizá suplantado por un balazo. Ve, hazte pedazos y deja en paz a los sanos.
Dios ha estado en los
límites del mundo “observando” tu existencia pusilánime, pero no ha tomado
cartas en el asunto; es un “Dios misericordioso” que te niega la misma
misericordia. Así lo expresa el poeta hebreo Yehudah Ammijai en su poema Dios lleno de misericordia:
Dios está
lleno de misericordia,
si no
estuviera lleno de misericordia
habría
misericordia en el mundo y no sólo en Él.
Yo, que
cogí flores en el monte
y miré
hacia todos los valles,
que traje
cadáveres de las colinas,
sé contar
que el mundo está vacío de misericordia.
Yo que fui
rey de la sal junto al mar,
que estuve
indeciso junto a mi ventana,
que conté
los pasos de los ángeles
y mi
corazón levantó pesos de dolor
en
terribles competiciones.
Yo, que me
sirvo sólo de una parte pequeña
de las
palabras del diccionario.
Yo, que
tengo que resolver enigmas a la fuerza
sé que si
Dios no estuviera lleno de misericordia
habría
misericordia en el mundo
y
no sólo en Él.
2
Algunas personas me
preguntan: ¿qué o quién es Dios? Y con mi corta mirada sólo atino a
responder: Dios. La
tautología de una categoría gramatical; ¿qué
más podría decir yo de Dios que no sepa ya Dios de sí mismo? Y esta
pregunta la tomo de Alberto Caeiro que, luego de pensar una y otra vez el mundo,
llegó a la conclusión de que pensar es
estar enfermo de los ojos, que una
flor es una flor, no otra cosa, y que la
única conclusión es morir.
Dios es un problema
fundamental en gran parte de los hombres, porque se niegan a entrar en sí
mismos con una fe que los excluye. Es la mentira a la que se reclama la palabra que nos falta. Algunos, la
gran mayoría, cuando los padres, maestros y sacerdotes los impulsan a seguir
una tradición que deberían examinar para emanciparse y obtener libertad. Se
aferran a su monorezo y por tanto
siguen emulando “la verdad” del totalitarismo.
Otros, después de que las
circunstancias vitales, por ejemplo cuando muere un ser querido: una madre, un
hijo, un amigo, se encargan de insistir en el vínculo con el “alma que
trasciende” lo que aparece, y que es otra manera de nombrar al cuerpo cuando se
abre el deseo de volverlos a ver, de negar su finitud.
Cuando somos conscientes de
que vamos a morir, allí nace todo deseo, toda manifestación de futuro o de
escritura que pretende sustantivarnos, que busca hacernos permanecer; allí
encontramos a los dioses y nos asimos a una vida supraterrenal con una
esperanza insana. Allí nace el ser
que nos dona presencia. No obstante,
somos respiración que crea realidad, y nuestro horizonte está en los demás,
aquí, en el amor a la tierra, en nuestro cuerpo subterráneo, en nosotros mismos.
La muerte hace que crezcan
nuestras obras que son la inmortalidad
del mundo. Los otros, ese más allá
que interrogamos en nuestra prevención, nos miran, nos escuchan y nos dan
humanidad; cuidan, después de que perecemos, nuestro caminar. Y es ahí, en su memoria, donde cobramos actualidad.
Lo otro es la Nada que nos espera con su boca abierta.
La savia está en nuestra
mano, en ella desentrañamos el secreto que está dispuesto para nosotros en cada
uno de nosotros mismos. No hay que emprender largos viajes por tierras lejanas,
sólo hay que entrar en nuestro interior. Prepara
la guerra que es adentro. ¡Eres el
mundo!
De otra manera: yo he subido
al Cielo y he arrojado a Dios sobre la Tierra, para, en una mística inmanente,
multiplicarlo, puesto que nosotros debemos ser nuestros propios dioses. Debemos
aprender a dialogar con nuestro propio espíritu
y llenarlo de música sin la que nada sería posible. Debemos perseverar hasta
hacer de nosotros nuestra propia creación; atendiendo sólo a quienes fundan su
propio camino.
No sobra decirles a
Occidente y al Oriente cristianizado que Jesús es un mito que, mal contado, se
resiste a desaparecer. No habrá segunda venida, porque no se ha ido. Sólo es un
símbolo de un pueblo que necesitaba liberarse y expandirse, y ha preservado la fe sellándola en las nuevas generaciones
con sangre y fuego. Esa es su resurrección: un pasar el mandamiento de siglo en
siglo; como Osiris, como Dionisos.
Mala señal: la Iglesia,
luego de saltar al dominio en manos de Constantino, conquistó, con la ficción
de un Mesías, la tierra que es de todos, la economía y los cerebros de aquellos
“llamados” o “elegidos” que, convirtiéndose al tan publicitado “Más Allá” con
su Cielo pedagogizante y su Infierno torturador, perdieron todo gobierno sobre
sí mismos y aumentaron la fábula. En esos momentos murió esa doctrina de peces
y milagros.
Cristo, o lo que Antonio
Mora el heterónimo de Fernando Pessoa llama el
puro sueño, la pura nada proyectada,
es real en tanto es un mito en su propia
realidad. Y aunque se insista, por ser noche y abismo de lo que llaman
“Otro Mundo”, no se puede comprender su significado porque es sacado de una
loca e imposible revelación: la aparición del mayor de los crímenes: la
renuncia a la vida.
Una vez el homo creator o primer dios conjugó el
Universo, cuando el primer poeta cantó y dio su carne y su sabiduría, los demás
homos instauraron el amor a los más
lejanos, y como Píndaro sentenció: los
dioses y los hombres eran de la misma raza. Sólo que algunos no repararon
en la “naturaleza del arte” que era y
es crear.
Así, nacieron los que
gobernaban y los que se subyugaron porque olvidaron su sí mismo y no expresaron lo que sentía todo su cuerpo. Se
propusieron interpretar, cosa de
teólogos, y dejaron su esfuerzo por erigir y realizar un dios íntimo, por
asistir a la fiesta de los eventos, fundaciones y mitologías del porvenir.
Dios, lo que se dice Dios, que es plural, no nos corresponde
sino en nuestra voluntad de crear que
son las fuerzas y los deseos de lo
nuevo, y para eso debemos volver a la poesía, llevarla lejos; es decir, a la
inmanencia que trasciende entrando en lo vivo que late aquí y ahora. Luego, lo
intempestivo de este atrevimiento con que convocamos lo que inaugura, nos
arrojará distantes de los errores de la época y nos otorgará el poema.
Pero hay que recordar con
Sánchez Ferlosio que, hasta que no
cambien los dioses, nada habrá cambiado. Y nosotros debemos fundar sus
casas en este “Juicio Final” que sólo será volcanazo de La Familia del Mundo en el hermanarse de sus cantos.
Algunos dicen: ten confianza en los dioses; pero actúa como
si no existieran.
Otros: en lo que creas que eres, en eso te convertirás; pon mucha atención a
lo que eres antes de cantar.
Los de más acá: recuerda que cualquier cosa por debajo de la libertad sería una concesión al orden
establecido. Una renuncia a nuestro decir sí a nosotros mismos.
Y los de más allá: digas la palabra que digas- agradeces el
deterioro. Y un ojo más profundo sobre tu ojo profundo.
3
Hayan o no dioses, de ellos somos siervos.
Fernando Pessoa
Krishna solía expresarse de la
siguiente manera: “Sólo Dios puede comprender a Dios”. Quizá porque nosotros,
hombres limitados en nuestro entendimiento, no alcanzamos esa bendición.
Buda acertaba a exhortar a sus
amados seguidores así: “No creáis nada concediendo fe a la tradición incluso
aunque haya siglos que muchas generaciones, y en muchos lugares, hayan creído
en ello. No creáis algo por el hecho de que muchos hablen de ello y lo crean o
lo finjan creer. No creáis fiándoos en la fe de los sabios de los tiempos
pasados. No creáis en lo que vosotros mismos os imagináis pensando que un Dios
os inspira. No creáis nada tan sólo porque os parezca suficiente la autoridad
de vuestros maestros o sacerdotes. Sólo tras maduro examen aprended de aquello
que hayáis experimentado vosotros mismos y reconocido como razonable, y que se
ajusta a vuestro bien y al de los otros”. Quizá estas palabras de Buda
signifiquen que hemos entrado a un mundo constituido, ajenos a verdades que
sólo serán propias luego de recorrer nuestro propio camino.
Otros, como Assmussen, místico
sufí, nos recomiendan hablar con Dios, ya que esto es más importante que hablar
de Él. Posiblemente porque de tanto ir y venir a su nombre intercambiando
rostros, lo desgastamos y lo hacemos palabra vacía, comodín.
Cioran, el apátrida rumano, decía
que “Dios es aunque no sea”, y esto porque en nuestras palabras podemos abarcar
los múltiples nombres de Dios, el innombrable. Pero sólo en el silencio, donde
la palabra no es, el signo íntimo de nuestra espiritualidad cobra sentido.
El poeta antioqueño Jaime
Jaramillo Escobar, que en sus inicios se hizo llamar X-504, escribió que no
importan los diversos conceptos de Dios, ya que todos se pueden sumar y el
resultado siempre es Uno. De esta manera Zeus, Shiva, Alá, Agni, Ahura Mazda,
Cristo, Atón y otra infinidad de dioses a los que hemos dado nombre y estatura,
están reunidos en un mismo carácter y es el de nuestra humana representación,
el de nuestra fe que nos atrapa como el abismo. El de nuestro temor a la muerte
que ha dado pié para que nazcan.
Esto me pone a pensar con Lautrèmont
que hemos sido capaces de todo el mal en nombre del bien, y que en muchas
ocasiones hemos negado al otro, o lo peor, lo hemos eliminado en nombre de
algún dios. No obstante, podríamos repetir unas de las últimas palabras de
Heidegger que también cometió errores: “Sólo un dios nos puede salvar”. Y esta
afirmación: “Dios es, pero no existe”.
Y si ese dios sale de la
comunicabilidad, del ser humano comunicado, si brota del tercer mundo del
diálogo donde la intersubjetividad renuncia a la imposición y acepta las
diferencias con tolerancia y respeto, es posible que así sea. Aunque “Dios sea
la mejor broma de Dios”.
Para compensar entonces esta
lucha encarnizada de dioses y hombres afiliados muchas veces de forma
fundamentalista a las instancias de la religión, déjenme terminar con una frase
a la que en algunos momentos he traicionado: busca tu luz sin apagar las demás.
4
Los elementos del desastre se
desatan en las insinuaciones de una actividad comprometedora con nuestros
principios. Hay quienes llegan pisando fuerte por razones que sólo valida la
historia, no entienden; se apoyan en el desarrollo de una cultura vigente, en
los planos conectivos de la razón y la naturaleza del poder que se edifica
sobre los aturdidos cerebros de las masas.
De allí que se presenten
proposiciones dirigidas a sostener sistemas cerrados, actividades
institucionalizadas donde la verdad del ser del individuo no cuenta; donde su
profesión de fe se coarta hasta el punto de ser dirigida por el carroñero
sentido de una actitud y de una conducta.
¿Cómo permitir que mis estados
espirituales, que mi intimidad religiosa
se vea afectada por el propósito caprichoso de mis superiores, de mis padres,
de mis maestros, de mis amigos? La condición de la mística es la libre
disposición, y, ante ella, suelen presentarse múltiples trampas, laberintos
ideológicos, filosofías sin asidero, casos de conciencia, imposiciones
heredadas, ritos y fiestas que pretenden conservar un absoluto.
Por eso asumo un dios inmanente e
inmediato que no está mediado por ninguna iglesia, cuyo sustento es la música,
la conciencia poética; en cuyo designio está el movimiento constante que muchas
veces se establece en la soledad y en el camino silencioso por la Tierra.
Un dios que es el resultado de mi
voluntad de crear, de mi participación en lo que ocurre, de mi humanidad en
vías de la condición liberadora. Un dios que es rebelión y certeza de mi
presencia; duda y crecimiento en el fundar mi sentido, de los vacíos que lo
acompañan; participación y correspondencia con el subterráneo del planeta, con
la fuerza, la paciencia y la creación; entrando en la sabiduría, aceptando la
evolución y generando convivencia.
Un dios que es mi manifestación del amor por lo
viviente, eficaz recepción y respeto ante la figura irrepetible del otro. Un
dios que comprende conmigo, porque soy yo mismo, la tragedia de la existencia;
que no la evita ni la provoca. Un dios que es una nada. Un dios que me atiende
cuando despierto a su presencia y no me estorba cuando lo quiero olvidar.
5
El hombre se arriesga a
determinar las situaciones y las cosas que se presentan en lo que acaece. A
través del nombrar se potencializa como creador, se adjudica la pertenencia de
lo que marcha; mas no sólo de esta manera los acontecimientos son suyos en el
enigma de lo vivo.
Así, nombrando, pero además
contemplando y en silencio, se hace partícipe del transcurrir de lo que marcha;
es de allí su estar siendo en la Tierra. Mas habría que recordarle a este
hombre que en realidad nada es suyo, que todo lo existente es sólo el
reconocimiento de la familia del mundo, en la medida de su correspondencia con
la espiritualidad inmanente y en conexión que, no obstante, busca trascendencia
que es el entrar en el aquí y ahora.
El hombre crea un dios a través
del lenguaje, instaura así un mundo. Es por el lenguaje, por la conciencia
poética, que el hombre funda y deviene; es de su intencionalidad espiritual de
donde surgen las manifestaciones de lo sagrado. Pero esta intencionalidad
también es anhelo, es el conato de sus visiones con la voluntad de crear, con
el centro de su ser que se pronuncia en varios espacios y tiempos, en la
recepción de su próximo, el igual en su búsqueda de humanidad.
¿De dónde esta energía creadora?
¿Desde cuándo es creador el hombre? ¿Desde qué momento posee el lenguaje? El
hombre es un ser simultáneo con los dioses; mismos que aparecen al momento de
su nacimiento: cuando se reconoce como existente crea lo que acaece, lo que
sucede, lo que se desplaza en la virtud simbólica de lo nombrado.
Pero los dioses, creados por el
hombre, crean a éste en la superación de su creador. Sin embargo, ¿qué hay aquí
que no esté en el secreto designio de lo que ocurre? El hombre busca en su
interior la condición creadora del universo, es allí donde intenta justificarla.
Por esto, los dioses, que están en su acción, habitan los mundos insertos en el
interior de su devenir, en el espíritu humano, y, hasta que no muera el último
hombre, son creadores constantes. Por todo esto, el hombre no tiene descanso.
¡Eureka!