lunes, 1 de febrero de 2010

SONATA DE UNA MUERTE (NOVELA) 2

CAPÍTULO 2


Saday, que había aprendido a escribir en su pensamiento, dejó brotar de manera inaudita el poema. Entró en un profundo sueño. Escuchó:


A ti, mártir del insomnio a quien debo mi literatura de la herida que no cierra, a ti digo, sin ser culpable, que el cielo revuelto que nos enseñaron no existe, que el infierno era una metáfora de la guerra suicida de la Humanidad, que la existencia me halló en el momento en que la luz se perdió del tiempo y que atado a la locura y sin posibilidades he tratado de restaurar la condición frenética del mundo, que he creído ser la dádiva que brotó de las cenizas. A ti te multiplico en las olas grises que interrogan el misterio, sin pronunciar tu nombre que no conozco, a ti a quien no conozco y que me habita, a ti, el otro que sueña mi sueño, te exhorto para que salgas y lances el talismán entre los hombres desposeídos y la fiesta sea lágrima y polvo, cadalso desbocado que al silencio acusa la venganza, y la fiesta sea de ti, para ti, torcedura lejana que arrecia en la desembocadura de nuestros sufrimientos, los que la religión nauseabunda nos ha dejado como herencia. Nos preparamos todos para lucir al sol la noche callada de nuestros huesos y firmar con nuestra saliva tu oración de sangre, tu fiesta prometedora. ¿Dónde estás? Te escucho ajeno, te observo distante, ¿acaso crees que hurtas nuestra presencia cuando tu presencia se acentúa? Si sabes que eres lo que somos y representamos, ¿por qué dudas? No dudes porque te paralizas. Ven, danos tu mano guerrera, tu pupila metafísica que algunos odian porque no se aman a sí mismos. Eres el prójimo, y el prójimo no es todos los hombres, el prójimo es la renuncia a nuestro amor propio, ven siéntate y observa como amamos al más lejano.

Al día siguiente Saday fue el último en despertar. Todos se hallaban en el río, sin embargo, algo les decía que no podrían permanecer juntos por mucho tiempo. Fue como Ayarda vió llegar a Saday con sus pergaminos y lo instó a que les leyera su poema.


SADAY O EL OCTAVO DEL APOCALIPSIS



Lo que es igual para todos no interesa a nadie.
Antonio Porchia

Y puesto que no hay salvación
ni en la existencia
ni en la nada,
¡que revienten entonces
este mundo
y sus leyes eternas!
E. M. Cioran


PRELUDIO DEL INOCENTE

El poema es un cataclismo,
su canto es la contienda con lo absoluto
y viene agrio a combatir el destino,
lo enreda con su capa escondida
pero no teme
aunque lo agote su lenta galería tenebrosa,
aunque los párpados poblados de invasores
sean corazas insalvables para sus ojos.
¡Márchense de una maldita vez!
Le grita a los puentes y a las azaleas,
al gallo que suma cantos impares,
a los monumentos y a la soledad.
Quiere estar completamente solo,
sitiado por los elementos del desastre magistral
que pide su cabeza;
quiere amortajarse de granadas y hacerse pedazos;
quiere como quieren las grandes alas del cóndor,
magnífico de pasión y escalofrío,
poseído por la desbandada de los astros.
Intenta estar solo para comenzar la despiadada tarea
de acercarse a los jardines con garra filosa.
¿Alguien ha sorprendido por entero
a la serpiente que duerme
en el tronco silencioso que tiembla?
Echa hacia lo invisible su erecto espíritu de obelisco;
ata palabras para desatar acciones,
mas no hay otra noche
ni otro fagot arrinconado.
¿Qué le espera entonces?
Estar solo como el acertijo,
que viene, nos pellizca y se aleja,
dejando el sabor de un signo opaco y la duda.
Le queda retornar a las casas abandonadas
o destruirse como un volatinero
que deja pasar el trapecio.
Le queda interrogar los resabios,
destilar ligaduras, agonías,
devolverse sobre la roja pisada de los prejuicios
hasta erguirse y sentirse omnipotente con el abismo,
con su rito tenue y grave.
Entonces cruza la cama destendida del lobo
como una dinastía de reveses,
luz temblorosa, prisionera y filial.
Viendo el anuncio apresurado de neón,
el orgullo encementado del progreso;
lienzo sin museo
el perro estripado en la calzada,
postración y herrumbre,
atmósfera cáustica, vecindad demoledora.
¿Nacimos para estrecharnos en las calles?
Es su pregunta
y piensa que algún alumno de fina academia
pintará los decibeles ahogados
del niño epiléptico que se muerde la lengua
y la condena de la madre taciturna,
algún día.
Cruza la cama destendida del lobo,
madre puta y desvergonzada
donde el destino se alarga prodigiosamente
al olerse el pan de las carteras.


EMBRIAGARSE DE CELOS

Sí, es cierto,
los años nos cambian
y avivan nuestros rencores.
Cambiamos todos los seres,
todas las tierras y los cielos.
Todas las cosas cambian
y nos hurtan las ceremonias de los sonidos perdidos.
Somos causa y efecto resbalando en un ojo torvo,
fluido constante de sofoco, simulacro de abalorios.
En nuestras ojeras se columpia el desánimo
y una fila disciplinada de hormigas
nos alborota el asombro
que es uno de los imanes que rigen el mundo.
Frío como el alimento del preso,
forjando hendiduras de resabio en tus pies,
aspiras a ver nacer un árbol de oro
en el solar de tu rostro que escandaliza.
El freno de la Tierra
cuando está preñada
es anónimo a tu alharaca tremenda
y crees tragarte el mundo en un bostezo.
¿Dónde estás?
Apenas si te conozco cuando cruzas
con el cansancio de una ciudad en tu columna.
Víctima de una transgresión
has crecido en el silencio,
en el bolsillo adjetivado del silencio.
¿Tejiste la fantasía de las luces?
No temas al disfraz que es esencia en el hombre.
Asistes a reuniones de bienestar postizo
donde a hurtadillas se roba piedad para la depresión.
Pero, ¿Adhieres tu paso consternado
a la raza de las muletas?
Ve, aprende, y no vuelvas más.
Se una roca con sus súplicas, no hagas caso.
Pasa como pasan las balas
que sólo buscan dar en el blanco.
Que tu limosna sea callar y seguir adelante.
Esa pantomima es pobre
y es tu deber dejarla en la miseria.
Ve y aterriza como el gavilán,
sigue rompiendo, porque hay mucho edificio
que al menor soplo se derrumba.
Escarba en tus desiertos antes de volar
porque tu mente debe ser digna
del gusano que pretende escalar los cielos.
¡Seguir, seguir!
Continuar como el salmón,
como los búfalos de la fuga.
¡Seguir...!
Cultiva tu desesperanza y llegarás también.
¡Arriba, adelante!
O acabará el juego que se arruina,
los cuerpos faltos de custodia,
las mitologías y las fundaciones del porvenir.
Quizá esté empañado tu camino
y sea confusa tu dirección,
¡insiste!
Conquista los baldíos de tu territorio y siembra;
pero que sea la mejor cosecha
porque de nadie más será alimento,
sino de quien le brindó cuidado.
¿Crees suficiente el destrozo?
Aplaudo tu humildad y tu atrevimiento.
Glorifico el desparpajo de tu desidia que retrocede.
Animo el bostezo amordazado del instante
recogido por tu prontitud
para aumentar la decisión.
Me inclino ante tu ira que se va a descansar
con las espadas al bosque.
¡Aplaudo, glorifico, animo, me inclino!
Yo, el que no vale más de tres acordes de piano.


LAS NUBES DE CADA DÍA

¿Qué pasa?
¿Qué latente histeria
se mueve en los confines
de este castillo adolescente?
Pasa que los cuadros del infinito
caen sobre su frente
y la ortografía de una mañana negra lo acorrala.
Pasa que va atado de pies y manos
a la ceremonia de las hienas
con el alfiler de un esqueleto
punzándole los testículos,
atravesando sus sienes y baila.
¿Qué sucede?
¿Qué vibración de ponzoñas
pariendo néctar de azufre mueven al pupilo?
Sucede que es una isla bombardeada,
sucede que está aporreado desde el vientre
y no cesará hasta liberarse del castigo indomable.
Sepan que poner verdades en el vientre
es crear dioses o bestias.
Golpea hasta el cansancio,
elimina, insulta, es el cáncer,
incide, estruja,
preserva su identidad enmarañada
en encéfalos ancestrales.
Sale corriendo hacia sí mismo atropellando,
enjaulado, renegado, desmesurado, anquilosado,
arrancando cabezas,
probando la finura de los tejidos
con el filo de los cuchillos,
fusilando niños de su misma edad.
Sucede que se enamoró de una muerte,
termómetro de la inteligencia revolcada de un huérfano.
Sucede que el alcohol hirviente de su cárcel
le brinca de ojo en ojo como un clavo
y el terremoto de los arquetipos
dejó damnificada su humanidad.
Sucede que es un archipiélago amurallado,
que lo expatriaron los continentes del abuso
en mitad de un océano de conflictos.
Ocurre que lo dejaron tirado
como él deja tirados sus trofeos
y se le muere la muerte
y lo deja crucificado a la máquina fatal.
¿Qué le espera entonces?
Estar solo como el acertijo,
ir gozoso en su ampollada maratón,
funámbulo sobre un alambre de púas.


EL FERVOR DEL EXTRANJERO

Heme aquí,
ritmo callado,
torre de espinas y cal,
alegría seca del extranjero.
Atisbo sobre la cúpula el ciruelo húmedo,
la pesadilla del océano embravecido,
los gemidos de la tierra;
como un hombre que anticipa su regreso
al pueblo dormido
donde un perro flaco ya no ladra.
Despierto a medianoche
y los grillos hacen fiesta en el jardín.
Y tú, clima de incienso iracundo,
¿qué haces al otro lado de los montes?
Huelo a sábado de serenata trágica,
a semen de vagabundo.
Enseño mi aura arcoiris,
invierto asustados sueños y vigilias
y escucho la metafísica de los hindúes.
Intento llegar a la verdad
que es esquiva y debe ser atendida a solas,
oficiando sacrificios conciliadores,
amando lo imposible.
¿Chapoteas en la bañera de tu corazón?
Hay que nadar como escualos
para entrar al salón de acuario.
¿Has otorgado al maquillaje tu equilibrio?
Llegará un caballo embrujado por tu balanza
para llevársela a la jungla.
¿Te ha hechizado el carnero?
Pon tu dedo entre los ojos
y atraviesa las antiguas parábolas de tus sentidos
hasta llegar a los balnearios que se unen al trueno.
Aprende de la fuente tersa sin delirio;
no temas repetir la prohibida medicina
de duendes y ocultistas.
¿Conoces el Carro de Cibeles,
diosa de la Tierra?
Si montas en sus leones
habrás visto los insomnios de las logias,
habrás cenado en los cuadrantes
del hábitat profundo,
habrás sostenido una conversación
con la alquimia dramática de la interrogante
sin turbarte por el eco que viene del eco
de tus bosques y calabozos boreales.
Sal y siente la eternidad
que brota incesante de tus elementos
y prolóngate en los demás jubiloso
al otro lado de las paredes.
¡Traedme ventanas abiertas!
¡Traedme puertas abiertas!
¡Traedme bocas cerradas o clarividentes!
Traedme el muro que habéis sembrado en la frontera
haré que se vuelva paloma,
lo pondré a nadar en mi sombrero.
Traedme los significados
y haré que bailen como una niña estrenando muñeca.
Para ser no es necesario el concepto.
Traedme la dualidad antes de que muera
para grabar su agonía en la placa de la experiencia.
Hemos puesto en juego la verdad y la vida
y en las aldeas se ríen de nuestra sabiduría.
Anda, movéos,
traed la obsidiana y labrad un gran puñal
que interrumpa la barbarie sagrada del mundo.
¿Qué hay del sortilegio gitano aprendido
antes de poblar esta Tierra con andamios pútridos?
¿En que biblioteca se escucha el punteo
del indígena que acaricia la tierra?
¿Quién nos enseñó el mal augurio del barranco?
Yo me descalzo,
mi diapasón se descalza,
la orquesta se descalza.
Recobramos el ardor salvaje de los leopardos:
con las manos y las lenguas y los dientes y las uñas
nos domesticamos en el golfo monstruoso del deseo.
Cuando el nudo se deshaga,
castigará al ruin que tiró el odio como una dádiva.
¡Juro que aún se revuelca en el sepulcro!


PARA CONTAGIAR LA CALMA

Hombres, niños del mundo,
mundos del mundo,
universos del mundo:
¡no vacilen, entonen la melodía de sus siembras!
He aquí el reino prometido,
el reino pisoteado,
el palacio de jaspe, perlas y aguamarina.
Abran sus ojos, extiendan su piel y palpen,
desarrollen su olfato,
aniquilen el ego herético que tienta sus oídos
y saboreen el elixir de los sexos
como si fuera la última plegaria.
Seguir esperando es fulminar el reino
multiplicado como los cabellos.
¿Quién te ordenó que dejaras las geografías aéreas
para golpearte en la memoria de los peñascos?
¿Fue necesario marcar tu pobre pellejo
con un porvenir de miseria?
¿Qué semilla se ha secado en tu garganta
como una oración?
Irremisible es nuestro destino de alaridos,
el callar hace que declinen las cabezas.
Hemos cobrado cuentas falsas a la Naturaleza
y empujo la camilla sin sacar conclusiones
porque una conclusión es excusa
para cruzarnos de brazos.
Hemos desatendido las palabras de los solitarios
y esquivado las señales dadas por el tiempo,
y esta es la amonestación:
ver el talismán incinerado por la ignorancia
y caer a la sima del desprecio.
La música baraja inviernos y selvas,
resonancia química de milenios,
relámpago incrustado en la materia.
¿Aún buscas quién te alivie?
Oye entonces la corriente que se desborda,
la fuerza que se descongela
y es un canto coronado de pasión.
Como una vasija estropeada
se regarán los continentes y las fortificaciones
y lo nómada, lo sin refugio, lo aferrado al limbo.
Diremos adiós al sórdido espejismo.
Llorarán los ejércitos,
habrá aridez,
el vigor quedará tendido sin pañuelos ni criptas.
La Unidad doblegará la eucaristía perversa
y enmudecerá luego de solidarizarse con la belleza,
pues aún nada ha sido creado y no existe absoluto.
Entonces la Sabiduría será la paciencia
que estará acompañada
por las oficiantes del gran sacrificio
donde un cráneo
es rescatado del jardín imperial que desfallece.
Denuncio la indomable forma
de un reloj descompuesto
que corre como un adolescente.
Cuando la respuesta es desolación,
postergo mi prédica.
Muchos habrán de salir para anunciar,
muchos habrán de callar para permitir,
muchos habrán de sentir revelaciones
de grandes esferas;
porque el submundo de la conciencia
pide las profecías.
A los hombres no se les puede salvar de la salvación.
Se unirán las cabezas que salen del sexo de los ángeles
y sus trompetas serán alas azules de mercurio.
Un solo ojo tendrá las miradas de los contrarios
y el nombre oculto en una mano
se acumulará en los días que siguen a la voluntad
hasta el yunque donde se forja el rumbo.
Muchos continuarán en guerra,
llevados por sogas que arden como el plomazo.
Si alguno sobrevive, se dirá:
este fue el lugar
donde el hombre asesinó al hombre
por el temor al hombre.
Música apostólica y renegada,
cántaro donde se desnudan los dolientes.
Música bestial bendita, te nombro en el ayuno.


LOS PAÍSES DEL ESTANQUE

¡Que comience la fiesta! El pretexto es ninguno. Imaginen que van a despedir al hijo que se monta en el vagón de lujo del suicidio universal. ¿Lo ven? Lleva todas sus maletas y no está triste. No se amarga la vida con los misterios de la vida. Él también agota la vida en la vida, reverencia el gran milagro. Nunca cifra su ascenso en la traición o en el ofrecimiento de una moral inquisidora. Gime ante el baile de una hazaña, y cuando algún transeúnte levanta con miedo el lente roñoso del misterio, anticipa la locura. Está contagiado de nativos desnudos, pendientes de la pesca con la laguna hasta el ombligo. Contagiado de sal y manglares y del anciano barba blanca que saluda con sonrisa mueca despreocupado por la azarosa travesía. Que pataleen los negros con sus maracas y acordeones, que hablen por él las caderas paranoicas, que sean eco de sus pisadas los cortos circuitos, la velocidad y la estridencia; su delicia suena a volcanazos y lleva un otoño de ciervos en sus bolsillos. Arrastra la furia del cadáver del ángel caído, arrastra la náusea existencial de las anunciaciones, arrastra la serenidad de una fosa cubierta por la nieve. Confuso como un espíritu mal acostumbrado a la palabra. Metido con quinientas compresas de té en la tienda de la muerte. Su perseverancia es respetada por bandoleros y zorros. Lleva una carpa en el pecho y ningún paraje inmaculado lo detiene. Cuando el cansancio se embrolla en el eje en que se juntan los días, advierte el momento de partir. No para ni siquiera ante el ojo de una aguja. Esta aria de la existencia le parece terrible, mas cuando llega el coro siente la verdadera soledad. Sale de las cuevas del hielo y bebe la leche del paraíso. Entra a la buhardilla de los astros y sopla el traje de las enciclopedias. Encuentra una sola estampilla en el baúl y el cadáver de una golondrina que dejó estrellada la vida en el ventanal. En la transparencia del ventanal donde se zambulle la mosca. Entonces piensa: estamos llenos de vidrios que no se pueden quebrar; si ocurriera, el disturbio nos desquiciaría. Sin embargo, un resto de nosotros lanza piedras pidiendo el favor de la demencia. Él no quiere hombres o mujeres, está decepcionado de las divisiones. A él se le alimenta con la creación que es el fruto amoroso de la humanidad. Es tan grande como el precipicio y denuncia el trono donde se posa la virtud del estrago. No le muestren lenguas amaneradas que vacilan ante la realidad, cartas cargadas de otras orillas. Déjenlo absorber hasta la última letra de este naufragio. Él se mueve como una cometa en el torrencial y si mucho le halan de los campos, rompe la única cuerda y desaparece, porque se ha liberado de la invalidez. Siente que el desahucio le quema los talones y que sobre él ha caído la eutanasia. Rota sin descanso por la estación helada de los higos y los féretros. No espera dar ni recibir, su médula parasitaria ha claudicado. Si tocan a su puerta, que está sostenida por las bisagras del instante, ofrece lo necesario y cierra. No se le verá más. ¡Ahora tiene tantas puertas su soledad! No lo atormenten con groserías de animal domesticado, fraterno y culto. Bastante tiene ya con saberse parte de esta hoja sucia que insistimos en utilizar. Su madriguera es el verbo. No lo asedien, pirañas. No lo ronden, zorrillos. No lo intenten o descargará el puño de sus verdades con inclemencia sobre nuestras casas. Él ya no le pertenece a las súplicas ni al arrepentimiento. Ha abandonado los escalones que conducen al deshecho humano. Si los cachorros del sendero lo ofuscan, les acaricia porque comprende su ingenuidad. Pero no debemos aprovechar tal osadía, tal pureza, o sus ojos que traspasan las cosas nos harán subir al púlpito y acostarnos para él y nuestros corazones rodarían para saciar la hambruna de la tribu. Al que él ha de invitar a brindar el mosto de la manzana, no esperará que se le devuelva amor y al darlo lo aumentará. Al que se gane su cariño irá vestido con la osamenta y el quijotesco ardor de la piel. No atiende a la censura que lo ensalza hasta enfilarlo en la línea de partida. No lo antojes a dormir cuando monta guardia porque eso es darle gusto a la inocencia. Ha partido y está rodeado de música, limpio, asquerosamente hermoso como un obrero con la mitra del obispo. No lo subestimes por ser sordo a tus necedades. Camina mudo, surgiendo como el alarido de la astronomía. Es una línea de la página que se extiende sobre los tigres. Se interna en el ánimo desolado a perseguirse con mirada rapaz y su sombra brilla. Educa la voz presentando sus desvelos con la serenidad de una convulsión. Pretende alabarse en su pequeñez para honrar la grandeza de los otros. Sus alas son la intensidad de la vida. Cuando se sienta en el huerto donde solía jugar con sus amigos, se protege del sigilo porque es infiel y traicionero. Sus pisadas son palabras. Sus palabras son acciones. Nadie le pertenece. Aún está batallando para saber qué lo ata a sí mismo. Si se le presiona, su lengua es una tijera: para comprenderme deberás nacer del agua, donde no hay tiempo ni lugar. ¿Qué me pides? No puedo darte otra cosa que la imagen de un ave que se riega en los atardeceres o la de un monje que arranca los jardines de flor marchita, con un grito bestial de cíclope burlado, colérico como el poniente de un gran astro en cuyo corazón todos los soles bailan y los guayacanes se visten de nácar y rubíes. ¿No sería mejor que siguieras el rumbo acostumbrado y dejaras de fastidiarme? ¿Por qué no decides tomar tu propio rumbo? ¡Derrúmbate! ¡Sacúdete de silencio!

Así se contradice el violador para ganarse el perdón de su sombra gigantesca. Porque está demacrado y feo siendo una piedra en el río. Entonces se levanta para ser el puente que cruzarán sus pies y el río agradecerá que se le deje correr sin molestias por el ancho valle.

Saday quedó sumido en un intenso silencio que se confundió con el de los Niambra-Zulsuk. De repente se dieron cuenta que su círculo había desaparecido, y fue así que cada uno entró en sí mismo a acunar sus propias palabras…

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