jueves, 5 de agosto de 2010

TERAPIA DIALÓGICA (2)

Para Epicuro el filosofar se caracteriza como la búsqueda de un remedio contra la confusión de su época. La filosofía es definida de un modo característico como medicina del alma, y el cuidado médico del alma es el oficio del filósofo, que se transforma así en un psiquiatra o psicoanalizador de una sociedad perturbada por el temor y la servidumbre. En esta terapia psíquica hay un recuerdo socrático: therapeía tês psychês, “cuidado del alma” era para Sócrates la actividad filosófica a lo que ahora se añade un nuevo acento sobre la enfermedad colectiva que hay que evitar. Ya el sofista Antifonte había insistido en esta virtud médica de la Filosofía, y su método de curación por la palabra hacía de su ideario una téchne alypías, de ciertos ecos en los tratamientos psicosomáticos de la moderna medicina.
Carlos García Gual



La medicina se enfrenta hoy con al tarea de ampliar su función. En un periodo de crisis como el que experimentamos actualmente, los médicos deben cultivar la filosofía. La gran enfermedad de nuestro tiempo es la carencia de objetivos, el aburrimiento, la falta de sentido y de propósito.
Dr. Farnsworth










“El hombre es un ser de palabras”
Octavio Paz

“Y a buen amor olían las palabras”
Manuel Mejía Vallejo

“Ninguna cosa sea donde falte la palabra”
Stefan George


DESPERTAR ES SIEMPRE UNA SORPRESA

En el Consultorio Filosófico se ha llegado a la función terapéutica después de varios años de investigación. No quería ser un centro de consulta donde se desarrollaran únicamente temas específicos como la muerte, el silencio o la soledad, ni mucho menos repetir la versión de las consultas filosóficas desarrolladas en Francia en 1940 en un reconocido café donde se reunían a hablar sobre los problemas de la política del momento. Mi interés va más allá, en la fundación del encuentro de la palabra y el sentido establecido por los griegos con su dialéctica, en la toma de conciencia de nuestro ser filosófico en la dirección que Kant proponía al aconsejar que se debería aplicar la filosofía como medicina.

Por lo tanto, se ha ido desarrollando un ejercicio investigativo de comprensión e interpretación que ha dado bases para llegar a lo que hoy llamo Terapia Dialógica. Ésta parte del estudio de la filosofía, además del encuentro con algunos sicólogos, siquiatras, psicoanalistas, y desde luego la poesía. Aparte de los diálogos platónicos, de Nietzsche, Heidegger, Gadamer y poetas como Walt Whitman, Octavio Paz, Jorge Luís Borges, Fernando Pessoa, y libros como El Principito, La Historia Interminable y Alicia en el País de las Maravillas, me he fundamentado en parte en lo que se ha conocido desde los antiguos como la logoterapia. Ésta está entendida de dos formas sustanciales: la curación a través de la palabra y la curación a través de la búsqueda de sentido. En ambos casos, logos diagnostica el punto decisivo, o el objeto a utilizar en la curación a través de la terapia, y puede ser fundamentalmente: palabra o sentido; pero también: significado, propósito, razón o espíritu.

Personalmente me he acercado a las connotaciones de palabra y sentido en una misma posibilidad terapéutica, pues mi visión hermenéutica exige una mediación entre ambas, en el marco de una comprensión que busca la interpretación de lo que somos y representamos en la medida del pensamiento y del lenguaje. Por lo tanto, no sujeto ni a una ni a otro, y al contrario les doy interconexión, para desarrollar un verdadero diálogo conmigo mismo y con el mundo y sus cosas.

De igual manera realizo un ejercicio que parte del escuchar, del centrarme en el otro y que desencadena un movimiento de preguntas y respuestas que se convierten poco a poco en ese diálogo, en esa Terapia Dialógica de la cual hablo en alternancia con la logoterapia que tuvo en sus orígenes al mayor representante en Antifonte de Atenas (480-411 A.C.), quien desarrolló las primeras consideraciones sobre la curación de los hombres por la palabra y cuyo objetivo principal, era el de conseguir la comprensión conceptual y la aplicación terapéutica de las reglas de la interacción lingüística. Esto desde el punto de vista puramente filosófico, al que también se remite la tercera escuela de psicoterapia de Viena fundada por Viktor Emil Frankl y que proyecta la voluntad de sentido. La que yo he llamado Terapia Dialógica, intenta instaurar un ejercicio que hermana la conciencia poética y la hermenéutica filosófica y simbólica en función de un diálogo creativo, de una voluntad de crear.

Cuando uno excluye puntos de vista está permitiendo el vacío en lugares que necesitaremos algún día. El ser humano es un panal lleno de celdas donde archivamos información y si olvidamos la clave o si a propósito perdemos la llave de alguna de esas celdas, aumenta nuestra ignorancia y, por ende, tendremos menos posibilidad de ser libres, estaremos encerrados por más tiempo en un problema que a lo mejor era fácil de resolver. Lo único que hace falta es información. Eso es lo que se hace en el Consultorio Filosófico, encontrar la llave perdida, recordar la clave y, ante todo, sugerir herramientas de comprensión para ese vacío que adquiere protagonismo cuando manejamos de manera indebida dicha información.

Todo lo que nos rodea tiene algo qué decirnos, aunque no todo está implicado en esa necesariedad y, en lugar de nombrarnos, pasa de largo sin darnos una respuesta o suscitarnos una pregunta. Ahora bien, ¿dónde se establece el contacto terapéutico con la filosofía? En el momento mismo de la pregunta por el ser del hombre, desde que el hombre sostuvo un encuentro directo con su propia naturaleza, con su libertad y sus límites. Desde ese momento he buscado respuestas sobre la implicación de nuestro paso por el mundo; y se han generado vías de conocimiento que de una u otra forma comprometen nuestro pensamiento alimentando nuestra reflexión.

El desarrollo de la Terapia Dialógica está centrado en las respuestas que de algunos de esos interrogantes se han hecho a través de la historia. Personalmente he encontrado que aunque somos seres individuales con diversas maneras de acercarnos al mundo y sus cosas, pretendemos establecer verdades eternas que cobijen nuestro miedo a ser reconocidos como fragmentos del cosmos, como pequeños universos incompletos que de una u otra forma tienden a desaparecer.

Además, la verdad debe estar al servicio del hombre; quiero decir, su verdad debe convertirse en un vehículo práctico en nuestra vida. ¿De qué nos sirve una verdad que no pueda ser compartida y puesta en función de un diálogo que nos muestre otras posibles? De eso se trata, de los hallazgos, de los descubrimientos, de su participación.

Por esto hablo de pensamiento y al mismo tiempo hablo de lenguaje, el uno en conexión directa con el otro; en una simultaneidad que conduce a una comunicación de lo que somos, como cuando nos damos la mano: en el momento del saludo se presenta la acción comunicativa, ambos están presentes y cada uno expresa su función. Y habría que recordar que el lenguaje no es la envoltura del pensamiento; sino el pensamiento mismo.

De la misma manera palabra y sentido se aproximan en una misma instancia en el proceso de la Terapia Dialógica. Sin embargo, quisiera ofrecer un ejemplo que podría ilustrar el problema adjudicado al pensamiento y al lenguaje con respecto a cuál es primero, si el uno o el otro. Es un ejemplo teológico: se dice en los libros sagrados que antes del mundo no había nada. Más exactamente, en el Génesis, está escrito que Dios sacó el mundo de la nada. En ese caso bien se podría decir que el mundo en esencia no es nada; o mejor, que el mundo, antes de ser creado por Dios, era nada. Pero fue mundo porque fue nombrado y de ese modo rescatado de la nada. En ese caso, tanto el mundo como la nada fueron al mismo tiempo, porque la nada sin Dios no podría se nombrada. Precisamente porque Dios es la palabra que nombra. Muy bien, de un lado están quienes principian en el pensamiento y del otro los que lo hacen en el lenguaje. Ambos principios se desarrollan cuando la mente despierta a la elaboración comunicativa que reemplaza su “actividad” en blanco, con asociaciones y relaciones simbólicas donde se enlazan las ideas para que la mente adquiera una dimensión asociada con el nombrar y de ese modo se fundamente la comunicación.

De esa manera palabra y sentido se hacen partícipes de la Terapia Dialógica desarrollada en el Consultorio Filosófico. Ante todo hay que aclarar que nosotros no vamos a resolver las dudas de las personas, pero que juntos las vamos a elaborar y de esa forma ellas mismas nos darán las respuestas. Es decir, a la persona se le hace una invitación para que la búsqueda sea participativa y conlleve a un encuentro. Sólo así podremos fortalecer aspectos de reflexión que ofrecen claridad a las personas que nos visitan, y, por lo regular, nos traen un centro oculto que les genera angustia, depresiones y sufrimiento. Detectar ese centro con un estudio del pensamiento a través del lenguaje es nuestra intención y la única “fórmula” está establecida por la recepción abierta por parte del terapeuta y su aproximación a través del escuchar y, en el momento justo, entablar el diálogo.

Personalmente entiendo el diálogo como una acción de ir y venir con claridad e inteligencia al origen del logos. Otros por ejemplo han asumido el diálogo como un trastocar (Gadamer), o como un recobrar (Heidegger), o como un sentir la vida misma (Lin Yutang). Estar dispuestos a corroborar o contraponer lo que conocemos del mundo, y, ante todo, aceptar que la diversidad es puntual y una palabra nos acontece pero al mismo tiempo puede dejarnos ilesos, es anticipar de plano una buena condición para el diálogo. Por otra parte es importante saber quiénes somos, para así lograr la compresión del otro. El que duda de sí mismo no alcanza el diálogo con el mundo, por esto el diálogo es un aprendizaje que se permite en cada una de las sesiones que se realizan durante el ejercicio profesional y a través de la conciencia de nuestro ser en la vida cotidiana. En resumen, el diálogo es el que va más allá de ese orden que construye el lenguaje; es ir hacia la comprensión y así mismo hacia la voluntad, es afirmar el sentido de nuestra vida.

El diálogo puede internarse en el silencio, pero esto no quiere decir que el diálogo muera y nosotros con él; esto es, que debemos hacer en nosotros, antes que apresurarnos a hacer en los demás. Por esto un diálogo terapéutico requiere experiencias, vivencias del ser y su relación con el mundo y sus cosas, pide humanidad. Una Terapia Dialógica expresada como el diálogo que permite comunicar nuestra imagen del mundo, implica motivación a participar en ese juego que por supuesto debe tener establecidas sus reglas a no ser que la regla sea la ausencia de éstas. Hay que lograr que el diálogo marche solo y sin esfuerzo, para que la intención de interpretar y establecer relaciones, no sujeten la posibilidad de que la persona encuentre el camino que sólo a ella pertenece.

En muchas ocasiones el diálogo es un riesgo para quien nunca ha asistido a una terapia; pero es un riesgo provechoso y necesario para todo aquel que requiere en la vida de un contacto productivo que lo maraville y lo transforme. Ahora bien, desde “afuera” se nos ofrecen multitud de limitaciones que nos obligan a permanecer en nosotros mismos y vernos continuamente como el que guarda una derrota. Es, pues, de nosotros, el encender ese fuego renovador que establece una nueva forma de ver lo que siempre nos hemos negado; es de nosotros conservar esa confianza que nos abre puertas, que despeja horizontes. Por esto debemos hablar desde adentro, cumplir con la expansión de nosotros mismos; sólo así podremos activar ese vínculo con nuestro interlocutor y asumir la actitud propia del que se entrega y recibe al mismo tiempo al otro.

En este intercambio nos damos cuenta que muchas cosas permanecen inalterables; pero que otras, en cambio, nos permiten una soledad creativa donde la reflexión nos acompaña para identificar lo que en realidad nos es útil para continuar, y, de esta manera, podernos relajar en nuestro ejercicio para volver luego a reunir la magia de la palabra.

El diálogo es un arte, es la instancia primera donde nos sabemos parte del Universo, es el lugar donde alcanzamos a comprender dimensiones ajenas que nos develan en muchas ocasiones enigmas que liberan en nosotros ese autodescubrimiento que nos relaciona con el tiempo que habitamos; tiempo individual que sustentamos mientras las cosas cambian de lugar, haciéndonos partícipes del movimiento sagrado y de las revoluciones exigidas por nuestro interior; tiempo humanizado donde se manifiestan las necesidades de ir más adelante de uno mismo, para alcanzar así el soporte espiritual, la dimensión donde el hombre exista en sí mismo y prolongue su ser. Viktor Frankl decía que “existir es estar encima de sí mismo siempre”. Es decir, que debemos estar siempre un paso adelante de lo que somos, porque el verdadero descubrimiento de nosotros mismos está en la conciencia que despierta al contacto con el mundo. Y de ese contacto nace la imagen que de ese mundo nos formamos y de su evolución en nosotros; la imagen que nosotros mismos proyectamos, no sin antes asumir una autocomprensión que, como Viktor Frankl afirma, nos comunica que somos libres.

La Terapia Dialógica, con base en algunos elementos logoterapéuticos, busca crear en la persona una conciencia de futuro a partir de una participación del mundo aquí y ahora. Y ve el pasado como un agente de reflexión que genera cambios en el presente continuo de ese hombre que prepara desde ya la construcción del porvenir. Es algo así como la fusión de horizontes propuesta por Gadamer. La Terapia Dialógica se nutre de la condición espiritual que confirma al hombre como un ser libre que en cualquier momento confronta su capacidad de convivencia, y de aceptación de lo que es y del lugar en que se encuentra. El ejercicio terapéutico que se ofrece en el Consultorio Filosófico debe, ante todo, mostrar a la persona que el diálogo no es una manera de huir sino un encontrarse a sí mismo; que es enfrentándonos a nuestros problemas como encontraremos la solución. Un diálogo evasivo debe ser encausado progresivamente hacia la decisión de comunicar abiertamente y sin dificultades, las razones que develarán ese centro oculto que nos interesa minar con palabras de alerta, de atención, de aliento enérgico. La Terapia Dialógica debe involucrar la palabra como catarsis, la sensibilidad, la conciencia poética, el espejo que nos devuelve la razón y el sentido de la vida que sólo en cada uno de nosotros y a su manera, puede obrar sin hacernos perder la calma ante el peligro.

El acercamiento a la realidad, es decir, a aquello que el mundo nos presenta, es conveniente desde el principio. Pero lo que más nos debe interesar es la expresión por la persona que nos visita, sobre esta realidad; esto es, lo real. En otras palabras, la forma como ella cree que se le presenta el mundo. Por eso debemos tener una mirada poética de las cosas y al mismo tiempo una capacidad científica para armonizar los conceptos de la razón y el corazón, ya que es de mente y alma como nuestro cuerpo lingüístico asegura su camino, como esa “persona espiritual” nos descubre su posición en el hombre.

También hay que tener presente que en el diálogo pueden aparecer rupturas, desgarramientos, que en muchos casos son efectos de la persona que nos visita. En estos silencios angustiosos en los que no se abre una función que involucre a los interlocutores y que, por lo tanto, el diálogo se agota, hay que estar atentos, pues, algunos de estos silencios, suelen revelarnos el lugar exacto donde la llave ha permanecido oculta; en esos silencios está la clave para que el diálogo vuelva y reafirme su intención conciliadora con nuestro interior, con lo que nos hace hombres y nos sostiene como manifestación vital que se entrega en el conocimiento a la verdad que nos hará superiores a la tragedia. De ahí el reconocimiento de la esencia de nuestra existencia. En silencio suele surgir el diálogo verdadero, el diálogo creador que nos convoca a la acción, a la reflexión sobre lo que vemos y de cierta manera nos oculta lo que en realidad deberíamos ver. Así es como participamos del cuidado, del alivio, del encuentro. Mostrando a las personas que nos visitan el camino hacia ellas mismas; o mejor, haciéndoles ver que en ellas mismas está el camino. Por esto digo: saber quién eres, es el primer gran paso.