lunes, 1 de febrero de 2010

DEL PRINCIPIO Y SUS MATERIAS

UN ACERCAMIENTO AL PENSAMIENTO ORIGINARIO GRIEGO


1

Filosofía antigua no significa filosofía anticuada.
Johannes Hirschberger

Activar un acercamiento al pensamiento griego, es intentar dar la cara por la historia de la filosofía occidental, en tanto aquél es la cuna de ésta.

Una combinación de forma y evento que aún interesa y que convierte a nuestra cultura en un eje planetario, se debe afrontar desde la dinámica de recepción comprensiva e interpretativa.

Un punto que habría que resaltar, es la incapacidad que propende por desocultar sus venas reflexivas, tanto desde el mythos como desde el logos, en la medida de su fantasmagoría, de su incompleto y, algunas veces, no bien trasmitido legado.

Doxográficamente, el ejercicio de trasmisión de estos compendios filosófico-poéticos que vamos a tocar aquí, se emparentan con una acción boca-oreja que en muchos casos resulta como una obviedad de la claridad y la fidelidad de los aspectos tratados.

La resolución de muchos historiadores de la filosofía intenta llevar a un efectivo tratamiento de estos pensadores originarios -y hablo ya específicamente de los presocráticos-, a una buena traducción de lo que en esos momentos acontecía, de una manera rigurosa mas no completa y, por tanto, factible de ampliarse.

Sin embargo, este no es mi cometido; sino el de racionalizar de una manera descriptiva, el complejo mundo de los activistas de una areté que media el philos y la sophía en función de la physis y sin descartar lo que del ser se trata.

En otras palabras: mi intención, es la de llevar estas líneas al ejercicio descriptivo-hermenéutico de las virtudes de un amor a la sabiduría, que no se aleja del ser que otros tan íntimamente han tratado de desentrañar.

La relación de los presocráticos con el mundo de la naturaleza no los incluye necesariamente, y en un sentido estricto, en una física; sino, al contrario, en una manera de acontecimiento reflexivo que ahonda en el hombre y en la dinámica de su propio espíritu.

Las raíces de la filosofía de occidente se hunden en un registro vivencial, donde la experiencia construye múltiples estratos que en ningún momento conducen a una única dirección.

Este pasado cargado de significados secretos, hereda a las diferentes corrientes de la filosofía, tanto como al arte y a la poética, núcleos de visión amplia que activan la mirada sobre el hombre y su entorno y la relación consigo mismo.

Con los presocráticos comienza una nueva formulación que desde Jonia, el sur de Italia y Sicilia, trata de establecer una dimensión “razonable” que, como dije antes, empezó con la naturaleza que los rodeaba, quizá como una cosmología o metafísica que ingresaba en una teología que ya se había generado con Homero y Hesíodo; pero que se desvertebraba en una conciliación plural del ser y sus leyes peculiares.

Para los presocráticos, conceptos como materia, forma, energía, creación, naturaleza, principio, espíritu, eran cuerpos activos, organismos que interactuaban en la vida cotidiana y que se transformaban poco a poco desde el punto de vista de cada uno de ellos.

Aunque en Heráclito ya se ve la palabra philosophos, en Pitágoras se advierte por primera vez la etimología de philosophía: “amor a la sabiduría”, no desde el sophós que era poseer ya la sabiduría, sino desde el amor y la dedicada vida en su búsqueda.

Sin embargo, los presocráticos no sólo acuñaron términos como el de filósofo y filosofía, sino algunos como sabio, físico, fisiólogo, historiador y sofista. Según José Ferrater Mora en su Diccionario de Filosofía página 1271, “una primera posición surgió cuando “filosofar” se entendió en el sentido de “estudiar”, esto es, de estudiar teóricamente la realidad. Sabios, sofistas, historiadores, físicos y fisiólogos fueron entonces considerados por igual como filósofos”.

Esto nos dice que los problemas fundamentales nacieron en Grecia desde diversas materias que se conjugaron y desembocaron en la práctica filosófica o estudio de las consecuencias de vivir y manifestar una presencia.

Este estudio -se ha debatido-, tuvo influencias de Mesopotamia, Egipto, Fenicia; pero lo que sí está claro y nadie pone en tela de juicio, es que los presocráticos trabajaron de una manera autónoma e independiente.

En otra dirección, algunos autores diferencian entre la cosmología de los presocráticos y la antropología de los sofistas. En mi caso acepto la diferencia planteada, pero con el vínculo íntimo de las preguntas que conducían sus disertaciones. Esto es, preguntas como: qué es el ser en relación con la realidad y el mundo; o más complejo aún: qué es el ser del hombre y qué es el ser de las cosas.

Aquí se alcanza a viabilizar el conducto de sus intereses en direcciones que aunque desde la materia diferencia, desde el evento que interroga acerca.

¿Por qué hay todo en lugar de nada? Es otra pregunta maravillosa que para un joven despierto, será el detonante para que se permita cruzar el umbral que lo llevará a la búsqueda de la Sabiduría. Filósofos del mundo acreditan este tipo de preguntas, como los puntos de partida de toda tradición filosófica en Occidente.

Ahora bien, ¿quiénes son ellos? Hemos mencionado el principio del pensamiento griego y algunas de sus materias. Pero, ellos, ¿dónde están? Nombramos a Heráclito, a Pitágoras, y sin embargo, para designar un problema de lenguaje. Pero hay otros como Jenófanes, Empédocles, Anaxímenes, Anaximandro, Anaxágoras, Parménides y Tales. Éste, al que se le atribuye por parte de Aristóteles en su metafísica, el origen de la filosofía tal cual la conocemos hoy.

Tales de Mileto, primer sabio según Diógenes Laercio, tiene una procedencia ambigua: unos lo aseguran de Mileto, otros, como Heródoto, de origen fenicio. Nace entre 640/639 y muere entre 546/545 antes de nuestra era.

Tales fue consejero político de su ciudad, matemático y astrónomo. Como ya habíamos dicho, Aristóteles lo ubica como el padre de la filosofía griega. Es decir, de la filosofía jónica que apuntaba al principio o arché de las cosas y que se evidenciaba desde la naturaleza de la materia.

Tales, por ejemplo, asegura el agua como origen de las cosas, incluso de la Tierra, por alteración, condensación o dilatación. Además de ser “el principio de la vitalidad de todo lo viviente (...) ya que el semen es líquido y el mar lo rodea y lo cerca todo”.

Sabemos por varios historiadores y sobre todo por Olof Gigon que Tales estuvo en Egipto y emprendió la explicación de la inundación del Nilo. Además que se refirió, es lo más probable, a las pirámides y a una piedra imán.

Olof Gigon se inclina en su libro Los Orígenes de la Filosofía Griega página 47, en concebir la obra de Tales “como una especie de narración de viajes o libro de geografía”. Además dice que “ciertamente tenía la pretensión de abarcar todo el mundo habitado, hasta donde Tales podía haberlo conocido en sus viajes, y resultó cosa ampliamente natural el plantearse, en la introducción, las cuestiones fundamentales sobre la formación de la Tierra”.

Sin embargo, de Tales sólo hay noticias anecdóticas, incluso hay quienes afirman que él, al estilo de Sócrates y posiblemente Pitágoras, no escribió nada. De suyo está que la Tierra está descansando sobre el agua. Porque es capaz de flotar como un corcho o un pedazo de madera.

Ahora bien, Juan David García Bacca, en su libro: Los Presocráticos, páginas 230-231 , da una muestra traducida por él mismo de algunas sentencias de Tales el Milesio. Esas frases son:

I. Hazte el garante, que la pagarás.
II. Acuérdate de los amigos presentes y de los ausentes.
III. No trabajes por ser bello de rostro; sé más bien bello de obras.
IV. No te enriquezcas con malas artes.
V. No te traicionen tus propias palabras ante los que en ellas confían.
VI. No dudes en mimar a los padres.
VII. De tu padre no tomes lo vil.
VIII. Cuanto des a tu padre, otro tanto en tu vejez recibirás de tus hijos.
IX. Difícil es conocerse a sí mismo.
X. El placer supremo es obtener lo que se anhela.
XI. Triste es la ociosidad.
XII. Dañosa, la intemperancia.
XIII. Pesada, la ignorancia.
XIV. Enseña y aprende lo mejor.
XV. Ni aun siendo rico te des al ocio.
XVI. Oculta los males de casa.
XVII. Emula más bien que lamentarte.
XVIII. Sea tu oráculo la mesura.
XIX. No creas en todos.
XX. Al gobernar, gobiérnate bellamente a ti mismo.

Como vemos, Tales estaba dirigiéndose a una esfera moral. Y la moral como nacimiento de la filosofía implica el conocimiento del hombre, pues, como diría Séneca: el hombre es sagrado para el hombre.

Sabemos que el hombre es logro y fracaso, y que en ambas vertientes, se fundamenta su humanidad, ya sea por el lenguaje, por el pensamiento o por la creación. Lo que sí es seguro, es que el hombre es el único que transforma en su voluntad de poder las esferas del principio moral. Pues, como nos lo dicta André Comte-Sponville en su Invitación a la Filosofía, página 19: “ Su verdadera función no es castigar, reprimir, condenar. Para eso ya están los tribunales, la policía, las cárceles, y nadie vería en ellos una moral”. Ya que “la moral empieza en el momento en que somos libres”.

¿Qué debo hacer? Esa es la pregunta y no esperar a que nos interroguen por lo que es propio. Lo que hacen los vecinos, eso no es lo que nos debe interesar. Eso no es moral, es moralismo. Y estoy citando a Sponville.

Sin embargo, y retomando a Tales, ¿son sus frases una moral que intercede por la buena relación y convivencia de cada uno de los que se interrogan en el mundo de lo habitable? Creo que sí. Algunos discutirán aduciendo su extrema libertad donde la responsabilidad es con ellos mismos y no con el entorno. Pero si vemos bien, frases como: no te traicionen tus propias palabras ante los que en ellas confían, nos permiten comprender la importancia de ese regalo peligroso.

Cifrar la confianza en otro. Más que en sus actos en sus palabras, es usar un acto de fe. No tenemos representación, no acuñamos el hecho. Es cuestión de interpretación. No quiero decir con esto que la interpretación esté íntimamente ligada a la fe, pero la potencia. Si no vemos y sólo interpretamos, estamos conduciendo por un laberinto. Por eso el hecho es importante, aunque la interpretación lo deje atrás.

Esto tiene su lógica, y “la lógica es un descubrimiento griego. Las leyes del pensamiento fueron observadas por primera vez en la antigua Grecia, y fueron expresadas y codificadas por primera vez en los Analíticos de Aristóteles. Los modernos lógicos superan a Aristóteles en el alcance de sus preguntas y la virtuosidad técnica de su estilo, pero él los iguala en la elegancia de la concepción y el rigor del pensamiento, y en todo lo demás es su padre intelectual”. Un padre que justificó la presencia de Tales en la historia de la filosofía de Occidente.


2

Al principio la physis (naturaleza) abarcó las manifestaciones del mundo y de las comunidades que entonces eran en sí mismas una parcela más del estado naciente del cosmos (orden).

Así la imago (imagen) de lo que acontecía se fue haciendo presente en las visiones de aquellos que pronto constituirían su ser, a través del lenguaje.

De ese modo la physis (naturaleza) se acomodó en otro cuerpo, cuerpo plural y carne obligada que recibió el verbo como imantación de su propia manera de enfrentarse a lo que marcha.

Así nació la humanidad, lo anthropos, lo homo (hombre) que se concretó en el camino de la episteme (conocimiento) y la doxa (opinión). No sin antes entregarse a la tékhne (técnica) como faber y como hábilis (fabricante).

Pero lo que se desprendió de este camino fue la poiesis (creación) y de allí la manifestación abierta que intercedió por los dioses que habitaban el mundo antes del principio.

Por tanto, se originó el mythos (mito) y de su suceso prolongado la ratio (razón) que leemos logos (espíritu). Ahora bien, ya los antiguos nos han dejado en las manos el logos racional y el logos mítico. Es decir, la palabra como concepto y la palabra como imagen. La ley de la racionalidad y la irracionalidad que se manifiestan en lo imaginario y lo fáctico de las costumbres humanas. En la reflexión sesuda y en las creencias.

Así mythos y logos entraron a ampliar el maravilloso terreno del universo, otorgaron los principios que dirigieron y, en formas nuevas, dirigirán las acciones de los hombres, su mundo.

Los estados polivalentes del verbo administraron la totalidad fragmentada de lo que ocurre a las dimensiones interiores de las comunidades y los sujetos partieron así como máscaras que se reciben unas a otras para comenzar la fiesta.

Se estableció entonces un caos (desorden) que integró un cosmos (orden) a su interior para lanzarse como entropía a las calles recorridas por los héroes y las bestias fantásticas.

Es como nacieron las narraciones de los hechos de los dioses y su reproducción antropomórfica entregada a las pasiones: amor, lujuria, venganza, sufrimiento, en otras palabras al pathos (padecimiento) de la vida cotidiana donde los hombres, y los dioses mismos, interrogaban los caminos y su andadura (Egipto, Grecia).

Pero al mismo tiempo al momento de la aletheia (revelación) que interesó a los pensadores por los enigmas y la sabiduría. Por el misterio de lo creado, por su acontecimiento desprovisto de azar, en la mayoría de los casos, pero no ausente de voluntad y de riesgo.

Mito y concepto entraron entonces en un duelo que los ha mantenido lejanos por mucho tiempo. Y Sócrates y Eurípides a la manera de Nietzsche, son los propiciadores de dicha división. Pues, como sabemos, los presocráticos asistían al poema (Parménides), al ritual del amor por la sabiduría (Pitágoras), al establecimiento de los elementos (Heráclito).

Pensar es un riesgo, imaginar nos abisma. La integralidad de mythos y logos nos lleva a la suprema manera de observar, que más me parece contemplar, el universo de lo múltiple.

Una mirada sana del mundo, de su realidad que nos llega de manera proteica, es una mirada que conjuga la logo-lógica y la confianza, la esperanza, las creencias. El mythos y el logos deben hermanarse, asistir al mundo de una forma fraternal para intuir y, al mismo tiempo, poner en tela de juicio aquello de lo que no podemos hablar y de lo que, como lo planteaba Wittgenstein, debemos hablar.

El mundo de la realidad, el establecimiento común, está diariamente dado a cambiar, a rotar y fragmentarse en los acontecimientos del río que no nos permite las mismas aguas. Acontecer que Deleuze (Lógica del sentido) nos pone en las manos como devenir constante a la manera heracliteana de lo que nos lleva y nos trae y no nos repite sino en la fugacidad de los instantes.

Sin embargo, instantes que se suman estableciendo lo eterno, la magnificencia que practica la familia del mundo. La praxis (práctica) que nos permite la andadura de los territorios de la imaginación, es una praxis metódica y al tiempo desbordante, embriagada, congestionada en nuestra esfera que atiende a centros irrepetibles y plurales.

Somos octofrontes, como un Jano multiplicado que mira a los horizontes de la Rosa de los Vientos. Nos desarrollamos en varios frentes a la vez, y eso es lo que nos hace maleables, partícipes de las ideas y las intenciones de los príncipes del espíritu (Camus).

Pero tal ductilidad sólo se da en la medida de nuestro acercamiento a nosotros mismos y a nuestra proyección, a la intersubjetividad, y esto no es posible sin lenguaje, porque como lo afirmaba Wittgenstein, los límites de nuestro lenguaje, son los límites de nuestro mundo.

De esta manera el logos se amplía a los horizontes de la palabra danzante y detonadora de sentido y ahí entra el mythos a fundamentar su canto. Por tanto mythos y logos van de la mano en el tránsito de lo que ocurre.

No podemos esperar una verdad o un fundamento logo-científico y comprobable únicamente. Debemos interiorizar las manifestaciones de lo abstracto, de lo especulativo, del misterio que habita en la realidad y que nos desborda.

¿Qué esperar de una creciente autodestrucción del hombre sino su sinsentido que lo arriesga al suicidio masivo, a la desaparición de sus credos y tradiciones? El pasado es para comprenderlo y ponerlo en función de nuestro presente, del hoy que nos corresponde.

Esto no quiere decir que debemos activarlo de tal manera que vivamos como en el pasado, como en la esfera de lo mítico solamente. Aquí es necesaria la voz profética y visionaria también, y por lo tanto, la poesía, la voluntad de crear.

Acaso se dirá que la poesía es mito, y es cierto. Pero también es lógica y conocimiento. Es sustrato y estrato de la cosmovisión de una cultura, y eso quiere decir, pensamiento y sistema. La poesía es forma. La poesía es actitud. De hecho: conciencia poética, manifestación abierta a la reflexión concreta y a la estrellada dosis de magia que habitan los pueblos.

Si hablo de mythos y logos en conjunción, hablo de filosofía: arte y ciencia que nos lleva a la capacidad de administrar una conciencia del lenguaje que se mueve en los días de lo que asombra.

La filosofía es el crédito de la razón humana, es el pluralizante designio de los hombres que se atreven a pensar en lo que nos obliga. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Qué es el mundo? ¿Dónde empieza la libertad, dónde termina? ¿Cómo apareció el lenguaje, cuándo, con quien? ¿En qué momento se activó la vida? ¿Por qué hay cosas que sin ser seres vivos nos determinan? ¿Qué significa estar vivo? ¿Qué es el ser?

La filosofía más que ser una manera de contestar a las interrogantes de los hombres, es una gran multiplicidad de éstas. La filosofía nos ayuda a pensar; porque la mejor manera de pensar es interrogarse sobre lo que se piensa.

Pensar es habitar el mundo. Pensar es extender las cosas; es prolongarse a sí mismo. Pero como otros han dicho: pensar es amar (Heidegger), y el amor es cuestión de creer: creer en el mundo, creer en el otro; establecer la relación con lo viviente; generar un vínculo vinculante, una acción que dignifica y nutre la vida. Amar no es sólo sentimiento y sexualidad. Amar es interrogar el mundo de lo habitable, amar es creer en nosotros mismos. Amar es pensar. Pensar es creer. Ahí está la conjunción.

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