jueves, 15 de octubre de 2009

LUCIFER EL HERMOSO

El sentido de la belleza nos extravía

James Joyce


LUCIFER EL HERMOSO

a Pedro Arturo y Lucía Estrada

Primero habría que saludar, los días son pocos para nosotros, para cada uno de nosotros entregados a la laberíntica voz de la fiesta.

Caminando desnudos de luna en luna, hurgando las casas donde habitan los fantasmas, las sombras que andan por ahí dando tumbos entre las máscaras que retardan la ira, la cobardía, el asco, el suplicio, el espanto de ser el mismo rostro escondido, la misma mirada gangrenada sin ningún otro fondo que el soberano hedor de la tumba.

Se masturba la voz de la fiesta, agota sus blasfemias mientras ve cómo se pudren los pájaros en el cielo. Se masturba la voz de la fiesta, enciende sus flemas mientras las bestias se encabritan y bailan alrededor de la hoguera, alucinadas después de rozar el falo de Dios.

Primero habría que saludar, no sea que se encolericen las doncellas y los mancebos; no sea que nos escupan el culo y nos maceren los sesos.

Bienvenidos sean pues, comienza la orgía, la calamidad que transgrede la razón de lo cotidiano. Bienvenidos sean al apocalíptico ajuste de cuentas con los días que han dejado de vivir, aquí todo será alivio calcinante, hielo conducido de la lengua al sexo que cubren sus culpas. No faltará quien se ahorque con su escapulario; quien incendie su ángel guardián con la antorcha de los desesperados.

Bienvenidos sean, pueden entrar, a ustedes los he llamado en nombre de lo inaudito, en nombre del horror, reyezuelos macabros, para que dejen salir al demonio que habita sus cuerpos; para que se resista y se ofrezca; para que se oculte y se evidencie; para que los torture de formas diferentes, definitivamente, enardecidamente desgarrando en la noche la voz de la fiesta, la voz del crimen.

Morirán conmigo en esta ceremonia y no de otra manera. Quiero decir que sólo tendrán los días que les ofrezco, los que poco a poco los sublevan. Suban conmigo al corcel negro de la dicha, conduzcan sus carrozas al gran momento del exterminio, dirijan sus cuerpos al baile de la media noche. Algún grito avisará la puerta, desnudos en el amor exigido para cada uno de los que se reconozca en el abismo y en el tejido que anuncia el imperio del naufragio.

Rompan las tablas y las leyes y los credos, envíenlos a su sitio como el poeta pregonó. Gustoso ante ustedes me presento: soy el ángel caído, Lucifer el hermoso, y pronto me van a ver al lado de mi Señor. Porque es justo y se cumple la hora, porque diré que he vuelto a las ánforas de la miel y al baño de la leche que restituye la sangre de los vencidos. Por ahora gocemos juntos esta renovación, agitemos el escarnio y liberemos la sutileza.

Bienvenidos, entren al mercado del tiempo, a la guerra que afila el viaje, al juego de los huesos robados, al sobresalto, al rosario calcinado en las manos seniles que adoran las letanías.

Ahora estamos juntos para retar a la muerte, el juicio de Dios que llega escondido en la llaga de los santos que partieron a la locura después de sacrificar su rosa y su espada. La luz de un astro girará en las entrañas de la tierra mientras amanece y nos saludan las sucias y los bastardos que han huido de las cacerías que han amontonado los siglos.

Gime la eternidad en las manos que amasan el pan y lo convierten en piedra. Duele la brújula ebria en la sien de los transeúntes que se dirigen hacia el silencio. Se inaugura la palpitación de la danza donde se debilita el compromiso con la pesadilla que el oro supuso en los corazones.

Que se pierdan los amantes y copulen sin temor en la tierra y en el mar, y que el alarido de un nacimiento asombre a las perdidas criaturas de los desiertos. Que se abran las compuertas, que se nutran los hijos de los hijos de la descendencia del trueno y que el caos engendre en su flor blanca el llanto de las cabezas extraviadas.

Yo soy el azufre cantando sus decretos, el escorpión y la venérea, el último becerro. Atiendan a mi voz que es la voz de la fiesta: al final nadie podrá ser el mismo, nadie podrá amar al mismo que amaba cuando cansado ponía sus ojos en el espejo.

Soy un ángel terrible, ironía crecida de los cielos. Mi sangre es el infatigable delirio de las naciones, mi bilis es la canción del amonestado. Me sigue quien a sí mismo se ignora, y como amo y señor lo estrangulo y le clavo agujas en el vientre. Acompaño al insomne hasta que se topa con el río; hasta que su mansedumbre se erige como la montaña.

Mi medida son los volcanes que eructan lava que incendia poblados inmensos; mi estatura es el tornado inmortal que arrasa, el sonido brutal de la tormenta. En mi miembro se columpian las once mil vírgenes que son las putas enmascaradas del próximo milenio.

En mis manos se inaugura la pesadilla del redentor, su eternidad crecida en los maderos. En mis ojos se vuelca el mundo, en mi lengua se crece el asesinato de la noche fatídica. Soy la amonestación y la cripta, la luz purulenta y el milagro.

Soy árbol donde se desgasta la serpiente, brújula maldita que atesoran los decapitados. No todos conocen mi antorcha; pocos ignoran el temor ante mis conquistas; algunos codician mi nombre, por la envidia los veré caer sobre mis pies.

Muchos padecen el eco de mi fiebre y disminuyen el paso cuando la locura tiembla en sus cerebros; cuando tropieza con sus corazones amanerados. Soy eco del eco que viene cantando la fiesta, sumatoria irreversible de los días.

Gatos y perros, turpiales y palomas, pogos y pregones, todos se acomodan a la letanía rumorosa de mi culto. Los centinelas vacíos de eslabones perdidos retroceden ante mi aliento, el fuego de mi boca les anuncia la jauría. Han venido tontos a incitar mis pactos y han sido fuertemente abofeteados, levantados del polvo y vueltos a él sin devoción.

Al fondo de toda acción turbadora una bandada de cuervos cruza y la nombra y mi risa desgasta la cruz que entró en el alma con un látigo, con una cadena y una mordaza. Mírenme como lo que soy: un destino que proclama la fuerza, la paciencia, la creación; un país donde se ejecuta la virginidad de sus hombres, una torre desde donde son arrojadas las jaculatorias que amurallaban a los penitentes cuando apenas gateaban por el Universo.

Yo convoco a la primavera para que se oxide en la garganta de la infancia; yo despierto la lucha entre mil fuegos cuando las religiones se apoderan de la carnicería; yo comulgo con la calma inmaculada que deja el cuchillo en las venas de la fe.

Entren y desorienten la orilla donde crecen las semillas de mi ánimo violento, arrójense a la aventura de su propio infierno, atrévanse y dilapiden la memoria presurosa que alimenta el pensamiento acobardado. Que se ejercite la ofrenda del delirio y de los cuerpos desnudos; que se lance contra la genuflexión el grito de diez mil delfines leprosos en la sed de la bienaventuranza.

Liberación, liberación; descubrimiento de la dosis ancestral, nacimiento azaroso de las ciudades, aurora del hombre que escala y distribuye su mirada desde la colina. Yo te nombro liberación, contradicción de la sangre que vibra en el atropello de la descendencia.

Si abro mi puño se verán los cadáveres de los dogmas antiguos, algunos respirarán por ellos y creerán que todos son partícipes de la razón impuesta por los siglos. Si saco mi lengua en la punta se enfermará el horizonte que dejaron descrito los antepasados de un mundo irreconocible. Velocidad y esquizofrenia, maniacodepresión y sinsentido, bulbo canceroso de las doctrinas que embaucan la triste moneda de los infantes.

Revienta liberación, despide el fuego que juega con la visión escrupulosa de los crepúsculos, con la flecha que me elige cuando se quiere ocultar lo que todos deberían saber, trampa desaforada que se estrella contra las fauces corruptas de los que obnubilan y contraatacan, castración constante de los ritos, bendición clamorosa que se pierde al final de las palabras.

Empútate liberación, consigue tu cargamento y avanza hacia tu cima; que se agigante tu estruendo cuando se anude a mi frente el canto sidoso, el suicidio del horizonte; desata la bandera que ondea en la conciencia, relaja la figura que se altera junto a los deshabitados.

AYARDA

Estás tú. Estoy yo.
Y lo que la noche esconde en el oído.

Rosamel del Valle

I
El sonido del piano, la curva del cristal sobre la marea. Anatema, despropósito, consternación. Ayarda, liquen fracturado arremetiendo contra la concentración de los cazadores. Vino escanciado en el verbo que no se piensa y fluye contra y a favor del tiempo, intención abierta al color púrpura de la cópula.

Rostro milenario, círculo de ópalo donde se bautizan las cabezas crecidas de los demonios; génesis, canción estremecida de las hogueras que se repite en la memoria, nombre sin aspecto, esfinge, Ayarda, manantial donde se aproxima el cuerpo de las matanzas.

Ayarda, filo del alma acaecido en los templos del invierno; tú, corazón que se adelanta a la súplica y al lamento, tú, labios como respuesta que amparan mis meses amontonados a medianoche; Ayarda... Ayarda... Ayarda...

Libertad y límite, horizonte crecido que interroga al demiurgo, capital de mi sexo, Senda continental que atraviesan mis manos después de la sed. Todo es viento encarnado en la ausencia, actitud de sol cuajado en la pasión. Todo es destino inmarcesible que cobija tu vientre.

La ilusión de una noche con tu boca camina sobre mi pecho, tus labios como trompetas de ángel colérico, tus ojos como cacería de tigres al despuntar el alba. No me aflijas, Ayarda, no me arranques el calor de tu higo, no me corrompas con otra danza en medio del alcohol.

Tú y yo somos estación visionaria al otro lado de la ira, somos cálculo y conquista de cielo, asumiendo su muerte callada al compás de la entrega. Tú y yo somos diálogo serenizado y descubrimiento, ceniza en el cáliz del deseo, lenguaje mineral, semilla y ciudad que se empinan hacia la luz de los desnudos.

Cuando el ejercicio de nuestras corrientes subterráneas estuvo en función de la duda, Ayarda, mi corazón fraccionó su canto, alertó mi espíritu habitante de las montañas, visitante perpetuo del mar y sus dimensiones. Desde ese campanazo inclemente se aposentaron en mí las lágrimas y el deber ser abatido.

¡Vamos, estoy en el culmen de tus pasos, arrójate! Ven hacia tu beso de barro, gárgola, poniente, aquí también es noble la presencia de lo inédito, aquí también se acostumbra el perdón, Ayarda.


II
Después de hurtarle al silencio un gemido, después de amar la razón sencilla de las cosas, la luna se despide debajo de la tierra; las canciones se agolpan en el estrepitoso irse del ser que cambia de mundo, que accede a volver a nacer en los instantes trágicos y sin poder dormir.

Las desviaciones, los conjuros, las orgías, todo se derrama en ti, Ayarda, todo es un fin inmediato acaecido en el dolor; pero al mismo tiempo alegre memoria del sentido que mueve las cosas. Has edificado la civilización de tu pecho, Ayarda, has construido el milagro para hacer lo que quieras.

Pensarte es actuar en manos de la resurrección, Ayarda, agigantar el paso para empresas inimaginables. Acertar con la flecha el recorrido de los grandes hombres que observaron en su genialidad que el caos tiene un orden y todo lo que a voluntad se mueve, también está dispuesto desde el principio.

La arena donde los astros se empinan está escrita en tu mano, Ayarda, un beso que desconoces abrirá el sol, la tarde donde bebe su agua la golondrina. Nada en mi saliva, con mi anguila siniestra, en mi nombre de olas, con mi cadáver de sal.

En la biografía de mi espíritu está el lenguaje que te hace virgen, Ayarda, en la cadena que desnuda la medianoche. De fácil acercamiento al mundo, de torpe mirada para su arcano, así voy alzando en mi frente la estrella que te dio el júbilo, así voy levantando en mi brazo la cruz que te comulga cada verano cuando se aparean los tigres.

Somos muchos en la esfera de lo dicho; muchos para incendiar la noche y fundar la realidad. Pero una sola molécula de alas y el mundo se encabrita por los campos como una idea despegando del suelo.

Ayarda, abre en tu luz la nueva conducta para los mortales, descubre en tu pupila de sol nocturno el camino para los penitentes, rompe las tablas y di tu palabra preñada de victorias; que el cielo ejecute su travesía, Ayarda, que las cosas inútiles no superen nuestra sabiduría, que sólo demos lo que ya es nuestro.





RIANDA ZEAN

I
Si amaras como aman los milagros de la civilización que anudas a tu memoria, creerías en la herida descrita por las horas de una cacería inconclusa. Creerías en las fiestas abatidas, en todo lo que nos falta; en la huella sangrante de la luz, en el cráneo vacío y en la lengua anónima de la tierra. Si así fuera creerías en el olvido de la música que arrebata el pulso andrajoso de los mares, en el espanto del aventurero que encontró una humanidad naciente más allá del siglo que lo vio partir. Creerías en el espejo que te repite con preguntas tenues el desafío para tu sexo, el laberinto para tu voz. Conozco la asfixia y el tiempo del deseo contra la nada; el crimen está en no seguir la línea que cruza nuestro costado; nuestra tormenta se hace de no aceptar nuestra propia tormenta. Sé de tu piel y es como si volviera el cielo de la infancia, es como si leyendas ocultas aparecieran para elegirnos en el acto misterioso de la risa. Acecho la percusión de tus senos, el claroscuro de tus orillas, la batalla que sólo ofrece su propio silencio, su ausencia, su sombra. Sólo podemos dar lo que ya nos pertenece. Cuando se abren las manos al miedo y a la fatiga, el invierno que somos revienta en soles de libertad incesante.

II
Todos y no siempre de la mejor manera cruzamos el ancho mar en nuestra barca alucinada. Pero no basta con pensarlo: la muerte que se vive es la muerte que se espera. El decir de lo muerto nos asiste cuando la palabra cruza el polvo de las generaciones para caer en nuestro pecho. No hacer que el silencio se acomode a nuestra estatura es asumir la realidad, la maravilla si se quiere, mas en cada escalón se pierde y se gana la vida. Comparecer por nuestra mano ante el abismo no es cosa de ir pidiendo asilo a las tumbas. Hay quien predica la caída y al mismo tiempo ejercita sus alas. Vivo y no exagero. Acumulo la llama de mis cimas y destilo la torcedura en las páginas de mi sueño. Tuyo es mi cáliz, tuya la fuerza de mi semilla. La carne que se aferra a las paredes alguna vez fue camino, ascenso y porvenir, gruta luminosa, brindis perpetuo. Ahora espera para no esperar más, ausculta la música petrificada y es casi muro, cal que orinan los adolescentes. Visítame de vez en cuando y alíviame de la sed, destierra la labor infantil que olvida ver como si se pensara, defiende la libertad que todos velan.

III
Desatar el poema. Para que todo marche y vaya y vuelva se necesitan tus manos. El súbito presagio también nos acerca al rito y a la máscara; hablar de nuestra casa es lo que quisiera. Escucha, una flor de agua se yergue en mi alma y más que dormir en el secreto, lo que hago es reunir los asuntos del amor y guardarlos para ti mientras la ciudad se acostumbra a la derrota, a la falta de deseo. Alabada tú que caíste en estado de poesía. Princesa que devuelves mi espíritu y la palabra. Mas quizá de nada sirva cuando se sepa que con mirarme dices lo que los años ya han dicho desde el principio. Quizá no haya principio, tal vez no exista final. Si es así, felices los felices por siempre y no demores contra mi cuerpo tu eternidad.



CLAMIDIA

Aquel día llegué al correo y vi un pequeño sobre. Era una nota con el nombre completo que no reconocí. Lo único que terminamos por reconocer completamente es el propio infierno y el deseo incesante de recuperar la humanidad que aún pertenece al paraíso; no supe quien eras. Caminé feliz por el encuentro con una escritura secreta que dejaba ver su intención de recordar y seguir adelante. Imaginé, representé, traduje, inventé de nuevo el caligrama de algún rostro; sólo cuando ya me veía dispuesto a la derrota, reconocí el perfume, el tono, tu brevedad.

Decías que estabas cansada, que habías recibido mis recados, que ojalá todo saliera muy bien, que fuera feliz todo el año. Entonces decidí llamarte, fundar el diálogo que nos quitó la vida apresurada de la juventud, tan hermosa y vacilante. Y así acordamos escribir, recuperar el tránsito epistolar que se sucedía en los países lejanos, en las historias del enamoramiento viajero. Entonces cumplo y te consigno en secreto lo que algún día será tesoro de algún adolescente digno y con horizontes. Dejo ante ti la gran senda que citarán aquellos que no alcancen a levantar su oro en tiempos de cosecha. Los esclavos de su propia incertidumbre. Los que olvidan el origen del mundo y el nacimiento del hombre.

Deja atrás las noches en que no podías visitar tu propia casa, la noche que se edificaba sobre los seres que vagaban como un himno destruido. Ven, caminemos juntos. Tomemos el té, crucemos el sueño y la inmortalidad y la muerte; encarnemos el abrazo, la llama que se escurre en los atardeceres, la tinta que dibuja la resurrección y el eterno volver y la familia y el imperio. Yo no quisiera dejar que se fuera este mapa aunque te pertenece, por eso voy hilando signo a signo la madrugada que te esconde y te revela, la máscara que te recibe y te violenta. Voy tejiendo el concilio de tu aliento, de tu guerra serena con el mundo. Tu oración que te cubre toda de estrellas y te descubre el sonido del caracol, del aguijón y de la niebla; la señal del mantra del cielo, la inscripción que han dejado en la puerta del tiempo los ángeles caídos que ungen tus pies.

Yo también me veré eternamente exhausto por tener en mi tierra la herida del rayo. La piedra se estaciona hasta que el temblor la mortifica, entonces recobra su alma y por sí misma sube a la cumbre de la montaña; temblor, sismo fantasmal, mujer, templo de aceite de llanto, antología de astromelias, caos y arpón. Aquí voy de nuevo pronosticando el final de las cosas pequeñas: todas para ti. En ellas la gran sabiduría, y en tus ojos la aventura estridente de un nuevo y erguido dios. Aquí estoy sentándome como cicatriz de la piedra, cruz, sangre afilada, látigo o palabra en la raíz que es movimiento sin tregua, lámpara para encontrarte.

Yo acudí a la oscuridad contigo, ¿lo recuerdas? Y casi salimos cogidos de la mano. No recuerdo los diálogos, pero sé que estuvimos juntos y te vi desde que el mundo era habitado por la amonestación y el asombro. Tenías el cabello hasta los hombros; siempre en silencio observando cómo los hombres se aman como si supieran quienes son. Fuimos a cine. Caminamos por las calles preguntando al mundo si ha sido creado o espera a su creador. Luego te encontré en la sala de la biblioteca, con una copa de vino, con el cabello a la espalda, más hermosa que la felicidad misma de haberte visto.

No sabía que de vez en cuando me pensabas. Heidegger decía que pensar es amar, y Johannes Bobrowski escribió que donde no hay amor, no debemos pronunciar la palabra. ¿Sabes? La palabra es un puente que nos une y nos separa al mismo tiempo. He estado escribiendo en estos días, además he estado solo; pero asisto a mi soledad en la poesía. Por ahora te envío una carta, una esperanza, una trampa para que el tiempo nos permita una tarde. Sé que tienes tus manos en otra casa y que en ellas comen los pájaros que el sur no puede recibir. Soy ave de herida de canto y ceniza, mis ojos traspasan las cosas buscando tu loto, la túnica que cubrirá la muerte mientras el ángel nos reúna; la puerta endemoniada que evita el refugio y nos obliga a perder nuestro abrazo de nuevo.

Ha llovido y el sol se cansa de tanto descanso; los días se van haciendo memoria y olvido en la medida en que nosotros nos hacemos a nosotros mismos, moldeando la arcilla que habitará el aliento del ser que finalmente amaremos, el que nos muestre la batalla incesante del espíritu que busca libertad, el que nos arrojará al mar hasta que seamos capaces de caminar sobre las aguas; es decir, de soportar la mirada de la mujer que nos ama. La mujer que no pregunta porque sabe. La mujer que mirando los demás planetas y el sol, alcanza a ver su propio cuerpo, tierra, madre a la que vuelve aquella escritura que los hombres ordenan en el polvo y la luz.

Aquí estoy de nuevo pidiendo un relámpago de licor de guayacán que te acerque hasta mi alcoba. Una palabra que te nombre nombrando tu nombre y te acerque como la mujer que ha de venir. Sé que andas ocupada leyendo el polen y el viento; pero no renuncio a que esta vez tu mano esté con la mía sembrando el árbol silencioso y capaz.

lunes, 12 de octubre de 2009

JORNADA DE SILENCIO

a Liliana
a Gustavo
a Daniel Jiménez




EXHORTACIÓN

Ante todo,
que prosiga la marcha.
Si el novicio se masturba
con fervor
al encontrarse con una mirada
esencial,
permitámosle ese breve placer;
pero continuemos.
Queda poco tiempo y una maraña
abunda en los frutos
de una arquitectura olvidada
hace tantos siglos.
El país arranca su formación
de una música desvestida por los ingenuos.
Nadie sabe nada.
Los mayores están cansados de interpretar muertos
y los jóvenes no han aprendido
el signo sublime de la vida.
Síntoma de guerreros apenas descubriendo el mundo.
Cada uno de todos siendo el mundo.
Respondiendo al pausado naufragio del mundo.
De esta manera hilvanan
una humanidad de inmemorial estatura.
Al fin y al cabo
el óleo de la desgracia nos pisa los talones.
Por lo tanto, que prosiga la marcha.



LA CIUDAD OCULTA

Tristes van las moradas
del espíritu por el valle,
tristes y aletargadas sus flechas.
Las llaves están a la mano
y la augusta noche
es la fiesta de los vagabundos,
un erario para el poniente de la caravana.
Dictadores del propio sufrimiento
aventajamos al que nada inventa
y crucificado bajo las aguas
no conoce el sol.
El silencio es violado por la guerra
y los ríos se han ido
para dejar la miseria sembrada
por edades remotas sobre el mundo.
Las líneas de la mano
ya no son el cauce del destino.
Cómplices del espanto
nos refugiamos en el vientre de la luna
y solitarios
visitamos las ruinas de nuestra estirpe.
Pero una anciana nos sonríe
y un niño
como una brújula
nos señala el nido donde las canciones
esperan nuestras voces.



JORNADA DE SILENCIO

Aterrado,
ante el espejo
que le devuelve el día
con la máscara abierta,
cargado de templos
como un huésped fugitivo,
va el ciudadano
en su jornada de silencio
por el corazón del mundo.
Lo advierten los jaguares
los delfines blancos y los alcaravanes
tejidos por el mismo baile de planetas,
y también los pueblos solitarios
que han dejado a zancadas y alaridos
las fronteras
negando un ojal de luz
en la noche infinita.
Va el ciudadano con un idioma común
atávico mensaje sin distancias,
amueblando la salud en la alegría de los niños
porque al paso que vamos
El Libro del Triunfo
sólo será leído por la estupidez.



VARIACIONES EN PLANA MENOR

UNO
El ágil poblado
de una tierra izando oraciones
como flores frescas para disciplinas futuras
es un astrolabio
nutriendo el olvido de una caricia solidaria

La profecía se ha doblado
sobre tus piernas
destino o llave de fuego
torre bajo los pies
internándose por las raíces del mediodía

DOS
Me refiero al deseo
que pasa dos y más veces
por el mismo lugar atado
navío que se pierde más allá del paisaje
testigo de firmes ceremonias
de los oficios
suspendidos por la lluvia

Me refiero al dardo
que se confunde en la desembocadura
de los instantes
al amargo lugar donde el Amor cruza
ante la frente distraída
al susurro de los abismos
a la poesía que anida en una llaga
sin ángel guardián

Me refiero a la Música sigilosa del Alma
leche que cae
recostada a las montañas
y al vientre donde se demora
el santo y seña para el alumbramiento
a las fiebres intensas
espina brotando del lienzo de unos senos
recorridos por el navegante
al timón o cuerno de unicornio
a la fragancia
entre los muslos
a una paloma de pecho azul cruzando el cielo

TRES
Somos tristes
ahora que construimos la muerte
confundida en los colores
atrapando luciérnagas en el bosque
definitivo viento
fatuo arrecife
quizá muertos ya sin resignación
encargados de velar el hedor
en las residencias asignadas al peligro


CUATRO
Es de quienes ofrecen capítulos tiernos
al sacerdote de la tristeza
y en posición de seiba se ven como los demás
que miran
con todos los vehículos de la sangre

Es de quienes contemplan las páginas
de los rostros confundidos en el silencio
con una flauta de cristal en la garganta

Es de quienes recuperan
el discreto bordado de las manos
y marchas como intuyendo un oasis inmortal
que mengua la distancia
y sientan su fuerza en la Convivencia
atletas de espacios inmensos arando la belleza
dejada ya en otras latitudes

CINCO
No hay que buscar ser
sólo hay que serlo
para qué arrastrar con ejércitos
si al cruzar la puerta seremos otros
desconocidos anhelos
soberanos lugares perdidos en una flor

No importa
todo está dispuesto
y en nuestra visita descansa la claridad



NOCTURNO

Con el luto cansado
de una travesía que recién acaba,
mientras el gato del crepúsculo
se acomoda en nuestros cuerpos,
crece el oficio incierto de la noche.
Se presenta enmascarada
para hacer del olvido
el jade precioso de las manos.
No hay descanso
en su matrimonio con la llaga,
con la tempestad de los cuervos
siempre dispuestos
aunque nadie habite en sus viajes.
Siempre habrá alguien a quien darle la noticia.
Una gota de riesgo
podría resistir la ráfaga de la muerte,
el corazón abandonado al sueño,
la sed de la vida.
No te aflijas,
el porvenir compone las orillas
donde salta una música nativa
y un animal perdido
recibe la lluvia.
El brillo de una aventura
servirá de bálsamo para tu historia abatida,
la desnudez de la danza
como mil hombres sudando en las escalinatas.
El ritmo de las puertas que crujen
es una invitación
a los patios de la noche
que conducirá tu aliento hacia el cielo.
Hay un muro que te rodea
como la humanidad de las sinagogas.
Buscas la clave para enloquecer,
los días se hacen vino y agonía.
Bajo el desprecio que acarrea
cierta multitud en sus pesadillas,
tus ojos son semillas bienvenidas al mundo.
Desde el primer encuentro
cada uno de nosotros reconoce tu llanto
la claridad con que te mueves,
tu silencio.
Ves como pasa el tiempo y nos quema
su cuchillo sin tregua.
El tiempo que nos hace su presa
cantidad de huesos en su continuo presente,
espacio creado,
impulso de instantes que sufren
en la memoria y en el invierno.
Adviertes sus pasos exactos en tu casa
el vigor y su figura fantasmagórica,
la escritura de la tierra,
del augurio y de la noche descubierta.



RONDA PARA DESPUÉS DEL CONCIERTO

Acércate,
mis palabras
pesan lo mismo que mi silencio.
Aurora del vino,
asombro agudo de los años.
Deja que un ciclón se encienda
en tu pecho
y te sostenga bajo el mástil
de nuestras noches.
Podremos reír como los violines
tránsfugos del trueno
y embarcarnos en el abrazo
hasta divisar las palomas de hilo
que alguna vez habitaron en nuestra memoria.
Lo sabes muy bien:
el tiempo y sus jinetes
preparan el último brindis
para quienes anuncian las miradas
o el indicio de un cántico enérgico
al que asistiremos a pesar de todo.
La única misión es serle fiel a la danza;
es decir, a sí mismos y al Universo.
Espejos de lo que es y será por siempre.
Fronteras de aquí y de allá
en un mismo cuerpo hermoso,
víctima de un reino desconocido.
Así van quedando los que deben irse poco a poco
uno a uno
sin imaginar siquiera
que eran santos sueños en la estancia.
Y qué hacer sino esperar:
la Vida abrirá un diálogo con las multitudes.



SONATA

Síguete.
Síguete a cualquier sueño
o panorama deshabitado.
Síguete como si fueras la felicidad,
que se yo,
como si al seguirte
siempre te encontraras virgen.
No hay afán.
Otros vienen tan rápido como una queja.
Ve tranquila soledad
acércate a la respiración.
Ve lejos o quédate.
Todo depende de ti
del perfume del viento
que tiene su orden.

Signos dispersos de la costumbre
cruzan la avenida,
reticencias de fogata y baile.
Dispón un traje limpio para el Diálogo.
Que no se olvide el centinela mayor,
su prudencia.
Debemos estar sanos para comenzar este amor.

Que te sea dado el milagro
la pureza del milagro de la fuerza.



LA BUHARDILLA DEL PEZ

Oficio matutino la herida negra
bajo la risa de los fantasmas
regada en muñones sobre la sangre tibia

La fuga desesperada sin rostro
asaltando los jardines
como una estadía natural de los sentidos
petrificada
en el marasmo
para llamar a cada cosa por su nombre
porque morir es morir
como una pluma es una pluma

Antes que nada la Nada
después de todo el Todo

Sin premura en el hábito frágil de la sonrisa
las entrañas
destendidas
sobre el agua
las voces trenzadas
las miradas
los pensamientos
abiertos en las manos
abiertas en el horizonte
o el signo
de una era para cantar
y una disculpa
si el laberinto de los sueños
engaña a la muerte
y sus imanes
y las cometas
bailan en la encrucijada de la sed

Que sea a la Paz a quien demos el abrazo



SANTUARIO

Y tú sentado en la lenta esquina
de la noche
preparando los cuchillos para castigar
el alba

Tú que no comprendes aún
la palabra castigo
ni has amado los labios del alba

Acaso ahora
que nadie toca tu cabeza
ni el campaneo de las olas extraviadas
en el piano
aunque los fantasmas aguarden allí
como una moneda que recupera el tiempo
como un corazón afinando su instrumento
para hablarle al sinsonte
que aprende la voz secreta
del arcoiris

Acaso sea cierto
que alguien viene
carruaje de la última llamada
Himno Universal sobre altas islas a mitad
del sueño
hemisferio flotante tatuado en el viento
rostro de Dios
que descansa en el sudor de tu puño



ORACIÓN PARA ANTES DE ACOSTARSE

a Daniela

Acaso por estar sentado en los días
la vida se haga más fresca
y el canto más fuerte
para que los sueños que llegan
como el eco de misteriosos carnavales
sean el remedio para la espera

Van los hombres pisoteando
van los hombres sin guardar distancia
poblando de alegrías y dolores
buscando placeres dignos de su herida

La Tierra los acoge
el cielo los guarda
la Naturaleza los sostiene
y de vez en cuando
mientras juegan al dominio
les clava su puñal

Una estrella en cada estrella
un segundo en cada segundo

Siempre hay alguien más
siempre hay uno menos

Por la pelota olvidada en el campo
por la mejilla que no estrecharon los labios
por el árbol mutilado y el animal maltrecho

Así sea



POEMA DE LA REVELACIÓN

Los días se persignan
en la triste morada del caminante.
En su hambre canta el olvido
y la súplica del destino.
No hay de donde aferrarse
ni un lirio, ni un salmo, ni el eco.
¿Quiénes somos por dentro?
¿Aquí donde todo retumba en cataclismo,
donde las mil leguas quedan desiertas,
solitarias luces apoyadas en su vejez?
Las voces de la jauría se apagan,
la sombra apunta hacia el desfiladero.

Sin dejar pasar la sentencia
de los sepulcros,
sigue su marcha el Universo.
Todo se hace de pertenecerse
y no desaparecer.
Ciega idolatría de la soledad
acumulada en el rencor de un tiempo maldito.
Hay que mirar con claridad,
no dudar a la tentación de lo fiel;
hay que aguzar la máscara de lo vivo,
comparecer ante el heroísmo,
ser leal a la bandera de la esperanza desesperada;
hay que abrir las alas
a la ceremonia del encuentro
y partir luego con el corazón satisfecho.

Las lunas se acomodan en fila,
el baile de sus pupilas es la distancia,
clamor ancestral venido a morir
en las ruinas de sus ojos.
La muerte reclama su aliento,
consigna de azar que traen los días.
Múltiple presencia es la culpa,
canto de vida antes de la hoguera
en el idioma del caminante y su despedida.



LA COLUMNA ROTA

Amando lo que construimos,
como encarnado silencio
transitamos por el mundo.
Hacedura del polvo
que dejan sobre la tierra los años;
polvo milenario que contagian las generaciones.
Tiempo presente de olvido,
eterno tiempo presente que acecha
de principio a fin
como el hombre que sepulta
el entendimiento prohibido
para entregarse al sueño
de unos días sin misericordia.

Vamos amando el miedo irredento
por la ciudad sumergida
donde se mece la columna rota de la memoria
que calla en el momento preciso
en que el árbol de la locura
se pasea por las calles
como un fantasma que nadie conoce.

Alguien llama de lejos,
pretende continuar su historia:
es una torre que cae
en la incertidumbre de la presencia;
sed de una voz secreta,
su fiebre reside en la ruptura,
el canto de la comunión despierta
el hilo de su laberinto.
Amortajado en el filo de la soledad
no sabe en qué lugar perdió su lamento,
quizá en el lugar donde adolece su extrañeza,
o en el centro mismo del mundo.

Viene a refugiarse en nosotros
a reconocer su habitación solitaria;
el fruto de una guerra
que reposa en su mano.
El también es el juego
de sus pasos abiertos
a las raíces de un canto fundado en la esperanza,
su oficio recupera la tranquilidad
de un encuentro sin palabras
que se traduce en la victoria del recuerdo.
Los atardeceres le crecen en los ojos
y un viento helado arrecia cuando aparece
la huella de una naturaleza olvidada
en la conciencia del mundo.

Algún otro silencio
alguna otra venganza que traen los días.



EL ÁRBOL DE LOS MILAGROS

Nada te es ajeno
y sin embargo darías la vida
por una apariencia.

Los sentidos hacen para ti
un laberinto donde no existe Teseo
ni se pronuncia el hilo de Ariadna.
Lugar de clausura
donde la melancolía teje el lenguaje
de la demencia.

Van tus horas sentenciando
el camino abierto de los demás
y una herida milenaria te cerca,
se precipita en toda su dimensión.

Nada importa porque todo te pertenece
y en tu semejanza los otros
te poseen
sin saber siquiera
que eres la medida justa
de toda batalla que el espíritu significa.

Así y no de otra forma
crecen las manos
de un credo que se anticipa
a la fiesta y a la desgracia.



Estás allí
donde nada suele suceder
a la expectativa de un llanto
que descubra la mañana.
Allí, sin ti, en la soledad única,
fiel descendiente del olvido
signado por su propio esfuerzo.
Pensando a quien habla
como el cazador;
pensando a quien calla
como el asesino
que prepara la emboscada
para la línea
que sólo tú puedes trazar.
Devuelto al terror de ti mismo
con el afecto apagado
en el lecho de una queja.


En vano
agitas tus palabras,
siempre las mismas
porque nunca aprendiste
de los continentes
que te visitaron en los sueños.
Es poco lo que descubrimos
en nuestro propio mundo
embarcados en ajenas geografías.




Saber quién eres
es el primer gran paso;
luego una mano estrechará tu alma
y podrás cantar,
moldear la arcilla de tu camino.
Otros detenidos transeúntes
querrán escuchar
la encrucijada de tu aliento.
Cascadas hambrientas
que triturarán los ojos sobre tu espalda
esperando la señal de la rapiña
para escupir el beso de tu rostro celeste
contra la tierra.




Suspira ahora
que tienes todos los días
sanos bajo el cielo
que derrumba sus voces
como un gesto familiar
en una casa habitada por la felicidad.
Que tus miembros
sean la destreza de un canto,
y la luna de tu boca
conduzca los ojos sin estrellas
arrastrados desde el recuerdo
por los tambores de un vaho certero,
mientras el tacto de las situaciones
aúlla como brioso relámpago.



Es en los momentos más felices
que la zozobra deja su rastro.
No podría ser de otro modo.
Ocurre que luego de salvar la distancia
y fijar nuestro deseo en el barro,
las palpitaciones se extienden
como el crepúsculo que siempre esperamos,
y antes de que cruce la dama de la noche,
nuestra conciencia advierte el infinito.




Se inclina la vida
en el descanso que dejó para ti
la tarde.
No podrás desovillar la trama
de tu nostalgia,
jamás la humanidad y sus ofrendas.
Todo es un solo respiro
en la canción exacerbada,
en la inmediatez de la esperanza.
Aún no te has ido y surge otra semana.




Es como si nacieras
en la respuesta
de un ánimo desorientado
que ahora se agiganta
en el nombre de las cosas.
Un sueño tatuado en la copa del tiempo
cumple las bodas con tu extrañeza.
Entonces una estrella,
como un regalo, escribe la muerte.
Reconocerás los fantasmas y su lugar querido
la memoria de una fiesta para nadie.




Alguna llamada entra en tu casa
mientras desciendes con el pulso
en el paisaje del día que se marcha.
La edad de varios caballeros
se acomoda en tus piernas
cubiertas con una manta
que dejó la navidad en tu alcoba
y vez como el tiempo de las flores
construye su morada
para acompañarte en la siesta de la tarde.




En la cara opuesta,
luego de jugarse todo lo posible
que es lo que la memoria
puede encontrar.
Enhebrando una bella historia
entre el rencor y la humildad,
permitiendo la coronación
de su cuerpo heredado a la nada
que todo lo pudre.
Después de hallarse en el vacío,
después de encontrar su milagro
en las entrañas
de una ciudad descompuesta,
escribe un poema.



Porque luego de abrir un camino
sólo nos resta esperar
hasta que pase la última sonrisa,
esa primera canción que aprendimos
en la escuela,
aquella señal para quien aún ama su rostro.
Porque luego de abrir un camino
sería inútil olvidar
equivocar el trayecto.
Sería como quien descubre la vida liviana
y la cambia por una noche de bullicio.




Recuperar el sueño
es para ti un viaje sin omisiones.
Cabalga tu memoria
abrazada a la esperanza
y nuevas palabras alegran la aventura,
hacen soportable el simulacro de la vida.
Llevas una orquídea en tu mano,
vas por la calle desolada,
el baile de la muerte
carga tus huesos.
Quieres la distancia cercada
en tu puño,
porque la ilusión ha caído en la tristeza.




Suele repetirse
el encanto de la noche,
suelen devolverse el sol y su baile;
pero llega un momento
en que ya no hay estrellas
y todo parece el ocaso.
El sentido de un capricho no nos sostiene
ni abarca nuestro anhelo
la plena felicidad.
Caen para nosotros la desazón y la agonía
como una enmienda en la vida,
parece que todo apunta a negarnos la salud.
Quizá una sonrisa, una hora de silencio;
quizá un trago de serenidad,
un presentimiento.
Todo es inútil
no es el momento para reclamarnos.




Esta edad de olvido que te signa
en donde haces
el llamado a la brevedad
y quizá logres partir a exquisitos paisajes.
Este anuncio de figura reconocible
abierto a la dulzura
canta el pasado,
como si de algo sirviera
descubrir
los pájaros
que llegan en la noche
y asegurar la memoria
como único milagro.




Y de repente el silencio
está frente al abismo como una flor.
El fuego con sus alas
abre la esclusa del deseo,
adentro,
en el paisaje ubicuo del mediodía.
Nadie pregunta por tu locura
junto al mar,
todos señalan tu rostro
con una jaculatoria.
Serenidad podrías bautizar a la luna
ahora que la nostalgia cruza
y deja al azar un libro sin habla.




LA SED DEL GUERRERO

Sinónimo de la angustia
consigues reconocer el delirio que escapa
al canto certero de la batalla.
El recuerdo no te mortifica ahora
que escuchaste la señal de un presente
que se repite,
si volteamos la mirada,
hacia el lugar donde los templos aguardan.
La sed de tu espada
pide volver para reconocer los rostros
que han caído sin maquillaje
sobre la arena.
Pero debes partir,
continuar la cruzada de tu corazón
para acertar en tu próximo enemigo
la palabra que no desdoblan los espejos,
la visión que es ceniza
y luna de tu puño desnudo.
Fragancia calcárea tu insistencia,
signo de sueños tu imagen y su cielo.



INFANCIA PARA HERODES

a Clara B. Jaramillo

A qué lugar has llegado
a fundar el desprecio;
para cual sacerdote, oh iniciado.
El filo de la noche
se mueve en tus manos;
solo, en la sombra, un animal terrible
ondea tus banderas.
Relámpagos de fuego en la fuerza del halcón
que traduce el misterio
y la podredumbre.
Cuantos muertos dejaste en la orilla
de tu deseo infame;
cuantos muertos para anunciar tu reino.
La madrugada no miente
y el triunfo ha desaparecido.
Una lágrima de tu hijo coronado
romperá el frío espanto de los asesinos.
La savia arde en la memoria de tus ojos
en tu bastón que apunta hacia la locura.
como un demonio confundido
escribiste la tumba para cientos de niños,
su sangre derramada
ha dejado libre al hijo de Dios.



EL HIJO DEL TIEMPO

Ahora que la luz habita en tus ojos
y has menguado el hambre,
no te pierdas en la espiral
de la locura,
en la estación originaria que baila
en el verano de los tigres.
El momento para el recuerdo
lo cifra un himno sagrado
ahora que el amor recobró sus alas.
No olvides los pilares ni la fuerza derrotada,
ni el lugar donde entregaste la cabeza.
El tiempo abre el camino lentamente,
después de que la noche
hubiera entrado a tu caza con una daga,
canto permanente de la ira,
noción del mundo en su calamidad.
Ahora que descansas en una estrecha sabiduría
y el vigor de tu herida teje una esperanza,
enfrenta el vientre de una oración,
el dolor de una aventura
que despierta en la ausencia.
El reflejo de un reino
propaga tu voz silente y tus gestos.
Es para ti esta alegría
que se piensa en la mañana;
para ti que empiezas la vida
con una corazonada que se aproxima al sueño.



DESPEDIDA CON GOLONDRINAS

¿Qué será de tu vida
al frenar el enjambre de las horas,
cuando el distanciado baile del mar
se detenga?
¿Cómo el cauce de tu encierro,
cómo el recuerdo que habita la madrugada
de tus pasos en el cielo del horror,
en la ciudad de tu alma?
Cambias tu rostro de héroe
acortas la primavera
de tus manos.
Caminas sobre el hilo de la nada
y la memoria te embriaga
en un jardín solitario
donde se repiten las mismas palabras.
Ahora conjugas las paredes
y despides el espejo
para abandonarte a rumbos inhóspitos;
porque el eco de una pesadilla acusa tu rastro.
¿Qué será de tu vida
ahora que es preciso el abandono
de tu propia mirada?
Así has querido que suceda.
Acepta entonces
cuando se golpee tu cabeza
contra la llaga de la santidad.
Para extender los brazos
habitando desiertos y tentaciones,
jinete olvidado,
fantasma de un puerto sin nombre,
para extender los brazos
se necesita cruzar la historia
y darle al mundo un poema.



UNA CANCIÓN Y TRES ESPERANZAS PARA JULIAN SOREL

UNO
Saludando los nuevos signos
que reclaman los vicios de tu soledad
con la boca abierta.
Llevando la vida
como a un pájaro enfermo,
transitando la costumbre que terminará
por ceñirte el disfraz del hambre.
Navíos secretos
reclaman tu nombre
para cultivar los viajes
de quien comprende que nada es suyo.
Las ciudades crepitan
y pocos se aventuran porque un ala negra
se detiene sobre los caminos
y el animal del sueño cojea.
Hoy se abre un palacio
en el verano de tu aliento.
El índice ha dejado la señal para la tempestad,
los caballos azotan el trayecto
de un amor clandestino.
Todo esto es lo poco que sin malicia
has debido dictar en el momento
en que las monedas se posaron sobre tus ojos.

DOS
Y tú que te preparabas
para darle la vuelta a la moneda,
sondea ahora
la estatuaria leche y el bagazo
que arrecian ya sobre el crepúsculo.
Los visitantes
se extienden mansos sobre la cal
centinela de la corriente impasible
del pasado.
Nada supera los fracasos
ni el bosque
nutrido de nuestra parsimonia.
Háblale al túnel quejumbroso de tus ojos
y siéntate un poco más
para que el tiempo supla tus bondades.

TRES
No hay que llorar
pero llora si quieres,
de todos modos nada se borra.
Es la angustia de llevarse la bolsa vacía
confirmando que se ha perdido el calor
de unas manos y un vientre
o el destino de un cielo que sonríe.
Ahora no hay nada que se pueda hacer,
sólo el silencio espera.

CUATRO
Tratando de cazar
tus propias miradas
crees escapar de la tristeza
que prepara para ti el rumbo.
Es inútil y lo sabes.
Apenas un sorbo de libertad
para volver sobre los días
con la recompensa de haber vivido.


CANTO DE VICTORIA

a Ana Victoria Ochoa

UNO
Hablarte, Dios...
hincada sobre la certeza
de un viento en primavera,
luego del crujido
aterrador del miedo
recorriendo mil ojos
errados sobre la tierra,
alimentada con estaciones lluviosas
como una serpiente envenenada.

DOS
Hablarte, oh Dios...
sin esconder el rostro
lejos de la gota que cava agonía
cuando se me pierde la fe.
Yo, enamorada de tu lazo sin hora,
rodeada de música
tatuada en la madrugada, oh Dios
que escribiste la historia
incrustada en mis dedos.

TRES
Sonriendo en silencio
para evitar la carrera
al oír tu señal detrás de la puerta.
Conduciendo los votos,
todos los rebaños de mi espíritu
desde mi sed hasta tu eternidad
que no se atreven
a pronunciar mis labios.

CUATRO
Lejos ya de cualquier sepulcro
en una oración
sin principio ni fin,
instalada en un solo sueño
de ser la otra
que no camina
ni come
ni duerme
ni saluda a sus vecinos,
aquí, desde siempre
ajena galaxia sin nombre;
como un rayo sin cielo
como un río sin tierra
como una niña sin risa
paloma enmascarada de luz,
asiento de dragón.
Mujer posible
extasiado ángel
habitación descompuesta en el sentido
de la soledad,
hiriendo las sienes entonces
germinando entonces de furia
entonces al amanecer
sobre la grieta de un destino
que cifró el tiempo
antes de marcharse hacia el olvido.

CINCO
Hablarte, Señor...
desde la infancia,
con abrazo de peñasco y piel
bajo la noche húmeda,
mientras la muerte asoma
tras las ruinas de los hombres.

¡Qué se levante el mundo
porque es tiempo de cantar!



EN ELLA DESPIDO A MI ABUELO

Se me ha perdido
la alergia de los muslos
pero tengo frío
y la amante se corre hacia otra tumba;
la amante multiplicada
por el caleidoscopio del aristócrata.
Mi amante y yo
que donde piso pisamos dos.
Sin hilos ni caña
su nombre pesca mis sueños.
Ante ella que se tragó las estrellas
y en la noche la habitan los escarabajos;
ante ella agotada en el techo de la ausencia.
Mujer, adivinanza, temblor de agua,
enciende el cirio que tienes en tu iglesia.
Deja que el silencio
siga existiendo como un río,
permite al espíritu la clausura,
no reproches las aguas mudas
ni esta forma única de amarte.
Nos abríamos al amanecer delgado
con las manos en los abrigos
y las caras heladas a caminar,
a encumbrar nuestra vehemencia
en la cordillera.
Íbamos al zoológico a entristecernos
a reconocer el oficio de nuestras jaulas.
¿Aún te levantas para pintar la luz
desde la ventana?
Sé que ese azul viene desde tu casa.
Una ventana
trazo exacto del pasado
ocurre en la pupila del que agoniza.
La tibia apetencia se escapa
y bajo la porcelana
una fotografía amarillenta es olvidada.
Una ventana:
lo último que pide el abuelo
intentando regresar al sol.