lunes, 27 de diciembre de 2010

UN POEMA PARA DESPEDIR Y RECIBIR

NOMBRE DEL ARCO ES VIDA,
SU FUNCIÓN ES MUERTE

¿Qué es el amor?
¿Quién desea ahora?
¿Dónde presenciar mi cuerpo?

¿En qué lenguaje se establece
la mirada de su nave baldía?

La vida es un juego
que nos obliga a morir.
La muerte es la denuncia del cuerpo
ante nuestra invitación a marchar.

La muerte es natural,
el decir de la nada que entra
mientras nuestro canto
se antepone a la muerte definitiva,
al olvido,
al abandono de la cultura
y de los amigos.

La muerte,
en ella el dolor y el sufrimiento,
nos deja huérfanos
de nosotros mismos:
nos vamos con el otro
cuando el otro muere.

En el que muere
se frustran
nuestras aspiraciones;
pero también se potencian.

Las esperanzas nacen
y vemos más allá
del sentido último
la encarnación de lo muerto
en nuestra aún vibrante manifestación.

Existe algo que nos dice
que somos un espíritu pequeño
dando tumbos por el Universo.

Bueno,
es posible que éste no sea
el mejor mundo que se habita,
pero en él somos felices y libres
cuando nos enfrentamos
al final de nuestro pensamiento.

Y eso está bien.

Esto para dirimir la batalla
vida-muerte que,
entre otras cosas,
está presente
por la capacidad humana.

Pero en realidad
la muerte nos habita
como vida que nutre el suceso
en que nos centramos
como autores de lo que existe.

El amor y la muerte,
Eros y Thánatos,
han sido cantados
por innumerables cantores,
han sido sol y luna,
han sido malestar y gozo,
caballo negro, bestia de carga.
Sus fuentes comienzan la danza
en el instante
de nuestros nombres.

Centrar el orbe de lo fatídico impuesto,
en sólo una mirada
que estará entrelazada
por una segunda
y en virtud de un cuerpo,
dará el fruto de una visión
que arroje de lo que marcha
la asustadiza,
la terrible costumbre
de llamar al dolor,
al sufrimiento
y a la muerte,
desde los terrenos
de la desesperación,
la culpa o la venganza.

Intentamos un canto a la vida
desde su antagónica pareja.
Desde la ontología de lo corpóreo,
desde el amor y el deseo.

El dolor,
el sufrimiento y la muerte
son sinónimos de existencia,
de pulsión
que no va sólo a la podredumbre,
sino, y ante todo,
al descubrimiento
de un poblado sereno,
a la saudade de los días
que creemos inútiles.

Amor,
cuerpo y deseo
conjugan,
después de jugarse
en el clima(x)
del lenguaje,
erotismo que es dualidad:
belleza y acto siniestro.

Sexualidad
par de la conciencia
y primera intuición
que se tuvo
acerca de la muerte.

Tragedia,
mundo oscuro,
posesión del hombre
en las fibras más íntimas;
petite mort
que antecede
a la muerte definitiva.

No otra cosa entonces
que el amor:
herencia
y, aunque no siempre,
realidad
para desear
por los mil y un cuerpos
y hacia la vida.