miércoles, 7 de diciembre de 2011

EN COLOMBIA NO HABITA EL DIÁLOGO







Daremos a continuación algunas pautas para entrar en el tercer mundo del diálogo, mismo que se ha buscado con torpes maneras de negociación y de previos intereses que no logran una mirada objetiva ni plausible para los problemas actuales y de siempre en Colombia, Israel latinoamericano.



El lenguaje cotidiano es moneda gastada, de allí que debamos entrar a las dinámicas de hacer lenguaje, de formular un habla genuina. Posiblemente una analogización de la realidad que medie en estos momentos de natural incomprensión.



Están también aquellos que siguen el mundo al pie de la letra. Que no necesitan mediaciones porque para ellos la realidad es puntual y morir es morir como una pluma es una pluma. Cada objeto nombrado de manera única, conjunta los objetos que se agrupan en el nombrar.



Quizá es en el tercer mundo del diálogo donde esto ocurre. Lenguaje y diálogo son la voz que se bebe. Misma que es transparencia y fluir, no sin tropiezos.



No obstante, para lograr dicha claridad, se debe entrar de la mano de la comprensión al terreno de las palabras, ya que al habitar el lenguaje ponemos nuestras intenciones y deseos y eso no permite neutralidad al momento de la conversación.



Prefiero la pasión a la disciplina que sea síntoma de obediencia bruta y militar, no como la obediencia griega que está emparentada con la escucha. Y es la pasión por la escucha la que debe imperar en el momento mismo del diálogo: la escucha del otro y de nosotros mismos.



Pero parece que seguimos argumentando con pasiones, con la hibrys que erupciona y no deja hablar; que impone. De esta manera, el encuentro de los mundos que participan del tercer mundo del diálogo, en realidad se han quedado por fuera. Por esto, deberíamos mantener los pies calientes y la cabeza fría como nos lo dicen los orientales.



El diálogo es realización correcta si se posa en el comprender. Hay que reconocer en él no sólo una intención de ganar posibilidades, de arrancarle un minuto más a la muerte, sino la tensión de los propósitos y la realidad en que nos encontramos que en muchos casos no concuerda con la de nuestro interlocutor.



Así, la intencionalidad prefijada, los discursos armados previamente, son la fatalidad del diálogo. Hay que dejar que sea éste el que nos muestre la salida sin el enfrentamiento localizado y cerrado que sólo nos procura una batalla donde queremos ser los dueños de la verdad.



De este modo, como lo expresó Gadamer en otro contexto, en nuestros diálogos hay que reconocer una experiencia de verdad que no sólo ha de ser justificada filosóficamente, sino que es ella misma una forma de filosofar. Y esta experiencia de verdad debe ser participativa, abierta y no estar en manos de uno u otro, sino en todas las manos.



Es así, que todo intento de encontrar una salida al hegemónico y caduco poder de alianzas irrestrictas que sostienen a nuestros ciudadanos en una guerra que no les pertenece, debe participar de una mirada que contraste las posiciones de quienes sustentan y quienes pretenden el poder. Analizar e interpretar dichas posiciones, para luego dar propositivamente, y con argumentos, una manera de ser libres, obviando toda sujeción moral en el inalienable ejercicio de nuestras vidas. Por ahora, he dicho.





VÍCTOR RAÚL JARAMILLO

PHD EN FILOSOFÍA UPB

DOCENTE TITULAR FUNLAM





Medellín, 21 de septiembre de 2011

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